martes, 10 de abril de 2007

Dia 14 - Sexta Parte

Jon Sang y Kira se marcharon en busca de un lugar en donde poder descansar y pasar el resto de la noche. El tobillo se me había hinchado y ya no era capaz de apoyarlo. Necesitaba descansar y los demás agradecieron el descanso.

Habíamos emergido de las alcantarillas en una calle ancha, de cuatro carriles, y con altos edificios a los lados. Parecía ser una zona de oficinas y edificios públicos. Mirando hacia atrás, podía ver el centro comercial levemente iluminado por la pálida y débil luz de las estrellas. Tanto rato caminando por aquel nauseabundo y oscuro conducto y solo estábamos a trescientos metros del punto de partida.

Nos cobijamos entre las sombras de un callejón a la espera de que regresaran Jon Sang y Kira.

Nada más salir de la alcantarilla, Carla se me tiró encima dándome un fuerte abrazo. Ya no me soltó e intentó ayudarme a andar cuando nos movimos hacia el callejón. Me senté en el suelo, apoyando la espalda contra la pared de ladrillos. Ella tomó asiento junto a mi, dándome calor. Poco después se quedó dormida con la cabecita apoyada en mi brazo. Le acaricié el rostro. Su piel era tan suave. A pesar de estar dormida profundamente sus manos apretaban mi brazo con fuerza. No sé si hubiera sido capaz de soltarme en caso de haberlo intentado.

Irina se acercó sin hacer ruido. En una mano llevaba la linterna cubierta con un trozo de tela blanco. Este velaba el brillo e impedía que pudiera ser visto desde lejos. No iluminaba tan bien como cuando el foco estaba libre de tapujos, pero servía. Con aquella luz mortecina, escrutó mi tobillo presionando ligeramente en varios lugares.

–¿Te duele aquí? ¿Y aquí? ¿Y aquí?

Tras el rápido y rudimentario examen concluyó que simplemente era una torcedura y no había nada roto. Yo deseé que fuera cierto, porque un tobillo roto no era una buena noticia en aquella situación.

La enfermera sacó de una de las bolsas de deporte un rollo de vendaje elástico y me lo aplicó en la zona dolorida con firmeza, desoyendo mis leves quejidos.

–Procura no moverlo. Si tuviéramos un anti-inflamatorio la hinchazón te bajaría en unas horas, pero sin tomarte nada, no sé cuanto tardará…

–Pues como aparezcan más de esas cosas, tendré que desoír sus recomendaciones, señora doctora –le respondí, tratando de robarle una sonrisa.

–Enfermera, yo ejercía de enfermera –pero no sonrió. Su rostro estaba amargo, gris. Lanzó una mirada furtiva a Francoise que estaba sentado en un oscuro rincón de la callejuela, solo. Suspiró –…ay Dios mío…

Irina se giró para marcharse pero la retuve agarrándola de la muñeca.

–¿Crees que lo podrá superar? –le pregunté en un leve susurro con el ceño fruncido.

No abrió la boca, pero meneó la cabeza. Las arrugas de su rostro parecían más profundas, más abundantes. Ella también había acusado la perdida de Stefanie, si bien parecía ser capaz de superarlo.

No como Francoise. No había pronunciado palabra desde el incidente en el alcantarillado. Estaba completamente ausente. ¿Se habría convertido en un problema? Si era así, habría que encargarse de él. Como he dicho en multitud de ocasiones, no soy un asesino, pero estamos hablando de nuestra supervivencia…

…de mi supervivencia…

Observé el silencioso e inmóvil rostro de Carla.

…de su supervivencia…

¿En qué me estaba convirtiendo? ¿En un puto amante de los críos? La verdad era que desde que la RX-67 se estrellase en este maldito planeta, mi vida había dado un giro de ciento ochenta grados… en todos los sentidos (incluidas mis emociones).

Que ganas tenía de salir de aquel maldito cementerio de escala planetaria y recuperar mi vida antigua.

JB estaba sentado junto a la esquina del edificio, observando la silenciosa avenida. El Cirujano rebuscaba dentro de su mochila. Después de unos momentos, dejó de hacerlo y se sentó junto a mí.

–¿Qué tal? –me preguntó en un ligero susurro.

–Bien, ¿y tu?

–¡Genial! –alzó la vista hacia el cielo, oteando la inmensidad oscura y profunda. –Una pena…

–¿El qué?

–Su mujer –señaló a Francoise con un gesto de la cabeza. Aquella peculiar sonrisa había vuelto a sus labios.

–No me ha dado tiempo para cogerle cariño… –susurré incluso más despacio. No quería que mis palabras llegaran a oídos de Francoise.

–No me refiero a eso… quiero decir que es una pena cuando un cuerpo tan bien cuidado se echa a perder de ese modo… mordisqueado… hecho pedazos…

–Ah… –en aquellos momentos era en los que prefería al sonriente pero silencioso Cirujano. Cuando se abría ante mí de aquel modo, me llegaba a asustar. La imagen del cadáver mutilado de Dorf regresó a mi cabeza. Lo vi tan claramente como si estuviera allí, delante de nosotros. Su torso desnudo. La raja que lo abría en canal. El espacio del abdomen vacío…

Entonces era un buen momento para preguntarle sobre lo que ocurrió. Aquella duda me había perseguido desde la noche que me encontré el cuerpo sin vida frente a la nave industrial. Pero no estaba seguro de si quería saber la verdad. Además, cómo se lo tomaría mi compañero. Hasta ahora había resultado una baza a mi favor, pero si era cierto que era un asesino psicópata, todo podía cambiar en un abrir y cerrar de ojos. No sería capaz de volver a dormir. Yo podría ser el siguiente en aparecer con el torso abierto en canal.

Lo pensé durante unos segundos más hasta que por fin tomé una decisión. Pero para llevarla a cabo, necesitaba una dosis. Hurgué en el bolsillo de mi camisa y saqué un cigarrillo. Con los dedos, sin mirar, pude comprobar que me quedaban tan solo tres más. Si hubiera sabido que íbamos a marcharnos del centro comercial, hubiera cogido más tabaco (y una botella de whiskey), pero no lo había hecho y pronto se me acabaría.

Ya me encargaré de ese problema, más tarde. Ahora lo primero era El Cirujano.

Encendí el cigarrillo y tras guardarme el mechero en el bolsillo del pantalón, me volví hacia mi compañero. Di una larga calada y soplé el humo por encima de nuestras cabezas. El Cirujano me devolvió la mirada con curiosidad.

–Quería preguntarte algo desde hace varios días.

–Dispara.

Otra calada, por dos razones: la nicotina me relajaba y buscaba retrasar el momento de hacer la pregunta.

–¿Qué le ocurrió a Dorf?

El Cirujano me observó con detenimiento, directamente a los ojos. Aquella era una cualidad que decía mucho sobre las personas. Tal y como con un apretón de manos, podías averiguar muchas cosas sobre la personalidad de una persona, la mirada, también decía mucho. Mi compañero te sostenía la mirada, sin titubeos. Eso mostraba una seguridad increíble y una conciencia tranquila.

–¿Quién es Dorf?

Aquella respuesta interrogativa me dejó perplejo. Parpadeé aturdido.

–¿No te acuerdas de Dorf? –El Cirujano meneó la cabeza. –El tipo ese que estaba con Jon Sang y con JB.

Mi compañero miró unos instantes hacia arriba y después, volviendo a mirarme directamente, dijo:

–Ah, si. Ahora recuerdo. No me había quedado con su nombre.

–¿Y bien?

–Y bien ¿qué?

–¿Qué le ocurrió? –comenzaba a irritarme.

–No sé, ¿qué le ocurrió?

Apreté los dientes, frunciendo el ceño.

–Dorf estaba haciendo la guardia. Tu saliste de la oficina donde estábamos los demás y al rato regresaste. Entonces yo salí a relevar a Dorf y lo encontré muerto, abierto en canal y sin órganos –mi voz era un hilo de voz casi inaudible. No quería que nadie pudiera escuchar lo que estábamos hablando.

–Ah, te refieres a eso…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Joder,que huevos tiene el Cirujano...se lo toma todo con una sangre fria que acojona...
Buena entrada.
Athman.