Día 15 - Tercera Parte
Correr. Correr. Correr. Últimamente no hacíamos otra cosa que correr. Estaba más que harto de tanto correr. Joder. Siempre he odiado hacer ejercicio. Cuando, hace años, vi que me comenzaba a asomar la tripa fue toda una alegría y desde que me encerraron en la prisión había adelgazado varios kilos. Y aquí, en Ypsilon-6, me había sido imposible recuperarlos... tanto correr y correr. No hacíamos otra cosa.
Corríamos y corríamos. El aire me entraba por la garganta áspero como una lija. Los pulmones me quemaban como si un fuego interno se avivara con cada aspiración que hacía. Las plantas de los pies me gritaban a cada paso que daba y sentía como los músculos de las piernas me flaqueaban.
Seguíamos corriendo por la misma avenida que habíamos tomado en el cruce y no parecía tener fin. No habíamos visto ningún otro cruce y todas las calles que salían a cada lado no tenían salida. Por lo tanto no teníamos otra opción que seguir adelante... seguir corriendo.
La velocidad que llevábamos no era mucha. Kira avanzaba con dificultad sujetándose el hombro herido y con expresión de dolor. Había perdido bastante sangre y estaba débil. Menos mal que los vendajes que le había aplicado habían detenido la hemorragia. Necesitábamos encontrar un escondite donde descansar. A pesar de ser ella la que estaba en peor estado, los demás no estábamos mucho mejor. Jon Sang y JB estaban doloridos por los golpes recibidos y sentían calambres en los músculos.
La marabunta de cadáveres reanimados avanzaba inexorablemente hacia nosotros, ocupando toda la anchura de la calle. Gracias a esto, las tres bestias que nos seguían habían quedado atrapadas entre la marea de cuerpos podridos. Por otro lado, el ave mutante seguía circulando sobre nuestras cabezas. Sin embargo, ahora, gracias a la luz lunar, estábamos mejor preparados para los ocasionales ataques que lanzaba contra nosotros.
Uno de aquellos ataques llegó entonces, rápido y feroz. Jon Sang vio como la forma oscura y enorme se lanzaba en picado hacia nosotros.
–¡Al suelo!
Todos hicimos caso y nos tiramos al suelo, pegando el cuerpo contra el asfalto tibio que aún mantenía el calor del día anterior. El ave pasó rozando mi espalda con una de sus garras, pero no me hizo ninguna herida.
Cuando el peligro se hubo alejado, nos volvimos a levantar y continuamos la marcha lo más veloces que pudimos.
–Un poco más adelante creo recordar que hay un cruce... –nos informó Jon Sang con la respiración entrecortada.
La oscuridad nos rodeaba como una niebla espesa y oscura. La luz lunar había retirado aquella niebla varios metros pero más allá seguía siendo igual de inescrutable. No podíamos ver si efectivamente más adelante había un cruce o no. Pero yo, por mi parte, puse todas mis esperanzas en que lo hubiera. Era nuestra única esperanza. Necesitábamos girar en cruces con otras calles para poder ganar terreno y escapar. De cualquier otro modo, acabarían alcanzándonos.
Cada instante que pasaba, ellos ganaban terreno y nosotros avanzábamos más despacio.
¿Cuanto tiempo llevábamos corriendo? ¿Quince minutos? ¿Veinte, quizá? Parecía que llevásemos varias horas en movimiento.
Tenía la boca pastosa, seca. Intentaba tragar, pero sentía arcadas cuando el interior de mi garganta rozaba entre sí, seca como la tenía.
Me dio un ataque de tos que casi me hizo caer al suelo. Agaché el cuerpo apoyando las manos en mis rodillas y tratando de aclarar la garganta. Pero no podía dejar de toser. Kira aprovechó y se detuvo a mi lado, respirando con dificultad, completamente pálida. Jon Sang se detuvo un poco más adelante y regresó para ver como estaba. Mientras me daba palmadas en la espalda miraba hacia nuestra retaguardia. No nos separaba más de cincuenta metros de los post-mortem.
–¿Qué tal estás? –le preguntó a Kira. Ella lo miró con desánimo.
–Muy cansada... necesito... descan...sar...
–Venga, solo necesitamos hacer un último esfuerzo... tu también, Max –me dijo a mi agachándose y acercando su rostro a mi oreja –solo un pequeño esfuerzo más.
Tenía razón. El cuerpo humano es capaz de realizar esfuerzos increíbles en principio. Los límites de la resistencia, reducidos aparentemente, en realidad son mucho más amplios de lo que se suele creer. Tanto del dolor como del aguante. Solo se necesita una buena motivación y nosotros la teníamos. Nuestras vidas.
Jon Sang se pasó un brazo de Kira por encima del cuello y la ayudó a caminar más rápidamente. JB había parado un poco más adelante y al ver que ellos dos continuaban siguió avanzando. Yo esperé un poco más, tratando, sin conseguirlo, de tragar algo de saliva para humedecer la garganta. No tenía saliva que tragar. Solo sentía flemas en el final del paladar. Carraspeé la garganta, con los ojos cerrados, tratando de escupirlos y de ese modo dejar de sentir aquellas nauseas.
Pero entonces algo me agarró de ambos hombros con un fuerte golpe seguido de punzantes dolores como si unos cuchillos hubiesen hundido sus hojas en mi tierna carne. Una sensación parecida a la que se siente al tomar mucha velocidad y ascender al mismo tiempo, como si las tripas se te bajasen hasta los pies, incrementó mis nauseas y me hizo abrir los ojos con temor.
El suelo se alejaba bajo mis pies a una velocidad inusitada. ¿Habría explotado una bomba que me había lanzado por los aires? Era poco probable. El punzante dolor en los hombros me hizo reaccionar y alcé la cabeza temiendo encontrar lo que en efecto, vi. El ave mutante me había atrapado con sus afiladas garras y me elevaba por los aires, Dios sabía hacia dónde. Seguramente quería llevarme a algún lugar alejado y elevado donde poder devorarme en paz.
El ser era horrendo, salido de las peores pesadillas. Su enorme cuerpo estaba lleno de escamas brillantes a excepción de alguna pluma solitaria que aún aguantaba sujeta a la dura piel. Desprendía un nauseabundo olor a putrefacción que entraba por mis fosas nasales y parecía reflejarse en mi gusto como si me hubiera metido un trozo de carne podrida en la boca. Su cuello era largo y delgado y acababa en una pequeña y malévola cabeza. El pico era grande y afilado como la punta de un puñal y los pequeños ojos verdes me observaban con una maldad que no era de este mundo.
En un momento ya estaba a más de cinco metros de altura. Si no hacía nada ya, alcanzaríamos demasiada altura para poder defenderme. En caso de que me soltara, moriría si caía de mucha altura contra el duro asfalto. Tenía que hacer algo y pronto.
Aguantando el dolor que me producían sus afiladas garras, alcé el brazo con el que sujetaba el rifle y tras apuntar hacia su enorme cuerpo apreté el gatillo. Mi arma escupió una ráfaga de metralla precedida por una serie de destellos y seguida de una serie de estallidos que me dejaron ciego y sordo unos instantes. La boca del cañón estaba muy cerca de mi rostro. De hecho, la fuerza del retroceso hizo que la empuñadura se escurriera de mi mano y cayera al vacío.
El ave recibió todos los impactos en el cuerpo y me soltó tratando de remontar el vuelo.
¿Durante cuanto tiempo caí? No sería más de un segundo, eso es seguro, pero a mi me pareció una eternidad. El aire cálido de la noche rozaba contra mi rostro a gran velocidad alborotando el cabello de mi cabeza. Agité los brazos en círculos tratando de encontrar un equilibrio que era imposible conseguir. Sentí como el cuerpo se me inclinaba hacia delante y yo desesperadamente movía las piernas para mantenerme en la misma posición. Si caía de cabeza, el golpe me mataría. La única posibilidad que tenía era caer de pie.
Caía y caía. Interminablemente en un pozo de oscuridad.
Hasta que al final mis pies toparon con algo duro. Sentí el dolor del tobillo herido al torcerse hacia un lado. Dolorido como lo tenía no pudo sostener el peso de la caída y mi cuerpo fue lanzado de lado, rodando por el duro asfalto.
Todo ocurría como a cámara lenta. El codo despellejado, un corte en la mejilla, un golpe en la sien, otro golpe en la rodilla, otro corte en la espalda, un arañazo en el hombro, otro golpe en el brazo, la muñeca retorcida, el intenso dolor del tobillo... y finalmente un golpe en la mejilla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario