viernes, 13 de abril de 2007

Día 14 - Octava Parte

Caminábamos por la acera. Yo más que caminar, cojeaba. Jon Sang me sujetaba del brazo izquierdo para que no tuviera que apoyar el tobillo vendado. Estos últimos días se había comportado como un buen compañero. Era un tipo silencioso pero daba la impresión de ser un hombre de principios, alguien en quien se puede confiar. Me sentía a gusto con él.

No como JB. No me fiaba de él. Era imprevisible, fanfarrón y egocéntrico. Antes o después nos causaría problemas. Estaba convencido de ello.

–Anoche, con Kira, estaba en la azotea del centro comercial y nos atacó un bicho volador –comenté en un volumen prudencial. Quería que la conversación quedara entre los dos.

–Ya, los “bichos voladores” –contestó Jon Sang.

–No recuerdo que hubiera de esos los años que viví en este planeta. No son autóctonos ¿verdad?

–No, que va. Aparecieron poco después de comenzar la plaga.

–Pero –dije frunciendo el ceño –el virus infecta a las personas y se convierten en muertos vivientes. ¿De dónde han salido esos?

–Son mutaciones –contestó mi compañero mientras avanzábamos por la silenciosa calle, con el sol brillando de frente.

Por delante de nosotros avanzaban Kira, JB e Irina y, cerrando la procesión, avanzaban por detrás, El Cirujano, Carla y Francoise. Este caminando el último, con desgana y sumergido en profundas cavilaciones.

–¿Mutaciones de qué?

–Al principio, cuando todo comenzó –me explicó Jon Sang –me quedé encerrado en el almacén de un comercio al que le había llevado la última partida de mercancías. Un día estaba observando a un grupo de esas cosas mientras perseguían a un tipo que no hacía más que gritar y gritar, pero no escapaba... –parecía perturbado por el recuerdo de aquellos acontecimientos. –Creo que estaba congelado por el miedo... bueno, el caso es que uno de los no muertos lo alcanzó, pero no tuvo tiempo de hincarle en diente. El bulto ese que tienen en la cabeza, reventó.

–¿Reventó? –le observé el rostro para asegurarme de que estaba siendo sincero. Lo parecía.

–Si. Puff. Como si hicieras explotar una sandía. Puff.

No pude reprimir un gesto de repulsión que él vio.

–Ya. Yo también lo pienso. Asqueroso. El caso es que un líquido viscoso de color amarillento saltó por los aires y pringó al tipo ese –tenía una ligera idea de lo que ocurrió después. Era fácilmente deducible. Pero le permití que acabase su historia. –El chillón comenzó a retorcerse y a aullar de dolor. El no muerto cayó a un lado inmóvil... muerto de una vez por todas. Pero el líquido amarillento que le había caído al tipo aquel, parecía quemarle como si se tratara de ácido sulfúrico –asentí animándole a que continuara. –En cosa de diez minutos, su cuerpo comenzó a transformarse. Aún hay veces que creo que todo fue una pesadilla. Pero luego me encuentro con esas bestias y no puedo quitarme de la cabeza al tipo chillón, sufriendo la metamorfosis.

–Así que las bestias no son otra cosa que hombres que han mutado por culpa de ese líquido amarillento... –me dije a mi mismo como una nota mental que no debía olvidar. No por que me fuera a penar más o menos el hecho de deshacerme de una de ellos, sino porque me convenía recordar que había que mantenerse a una distancia prudencial de los post-mortem con los bultos más grandes. Lo último que tenía planeado era convertirme en una de esas bestias.

–Si. Y los “bichos voladores” no son otra cosa que unas aves autóctonas del planeta rociadas con el curioso jugo mutante.

Tratando de quitarle hierro al asunto, dije con una amplia sonrisa en el rostro:

–Esperemos que los no muertos no acechen a ninguna fiera salvaje, eso sí que sería un problema...

Jon Sang no sonrió. Fijó la mirada en el frente como si estuviera indeciso por contarme algo más. Yo le di tiempo. No quería forzarlo, pero tenía curiosidad por escuchar esta última parte que tanto le costaba contarme.

–Hemos tenido suerte... –dijo al fin –, en Barlenton no hay zoológico.

Mierda. Que razón tenía mi compañero de ojos rasgados y aspecto juvenil. Si los post-mortem tuvieran un zoológico a mano, un gran número de bestias podían mutar en terribles monstruos.

JB se unió a nosotros con una expresión seria, el ceño fruncido a causa del brillo del sol (o de la pose de vaquero que le gustaría poder imitar). Me soltó un golpe en el hombro derecho y me dijo:

–¿Qué tal figura?

Apreté las mandíbulas y aguanté el impulso de propinarle un puñetazo. Me estaban hartando tantos golpes en el hombro. Pero no estaba la situación como para discusiones internas.

–Bien –mascullé entre dientes.

Rebusqué en el bolsillo de mi camisa y saqué un cigarrillo del paquete. JB me miró sin disimulado deseo.

–Pásame uno –dijo escuetamente.

–Lo siento, tío. Sólo me quedan dos y no sé cuando vamos a conseguir más –le contesté yo con el cigarrillo sujeto entre los labios, mientras buscaba el mechero en el bolsillo de mis pantalones.

–Ah, no, no te preocupes –exclamó con demasiado entusiasmo y con un tono de condescendencia rayando el paternalismo. No podría ser más irritante ni aunque lo intentara.

Encendí mi cigarrillo y me aseguré de que la primera nube de humo que expulsé fuera a parar a su rostro. No miré su expresión pero intuyo que era de fastidio. Se lo tenía merecido. Donde las dan, las toman.

Kira alcanzó la entrada a el patio del edificio a nuestra derecha y nos indicó con la mano para que nos acercáramos. Entramos todos al frescor del portal y comenzamos a subir las escaleras tratando de no hacer demasiado ruido. A mí me resultó especialmente difícil, ya que debía subir a la pata coja, ayudado por Jon Sang y apoyado en la barandilla metálica.

Subimos hasta el segundo piso y entramos por una puerta de cerradura electrónica que había quedado abierta al perder tensión.

El piso era amplio. Tenía cuatro dormitorios, una impresionante sala de estar, una cocina enorme y dos cuartos de baño. Jon Sang me dirigió hasta el salón y me dejé caer sobre el polvoriento sofá. Los muelles se quejaron bajo mi peso y una nube de polvo, iluminada por los haces de luz que entraban por las ventanas, se elevaba sobre mi.

Sentí como el sopor se adueñaba de mi ser y los párpados comenzaban a pesarme como dos planchas de plomo. ¿Hacía cuanto que no dormía? Comencé a hacer memoria desde el último momento en que había dormido. El día después de llegar al centro comercial había sido la última vez que había dormido en condiciones, porque ayer empecé la guardia yo. Después fue cuando fuimos atacados por el ser volador y rodeados en el centro comercial por una nutrida masa de post-mortem liderados por varias bestias. Escapamos por las alcantarillas y después esperamos en el callejón. Allí había echado una cabezadita, lo suficiente para recuperar algo de fuerzas y así poder hacer el último esfuerzo y llegar hasta nuestro nuevo cobijo. En una situación normal, habría sido capaz de aguantar mucho más sin dormir, pero el peligro constante, la adrenalina y el miedo, me habían dejado exhausto.

Poco a poco, mis ojos se cerraron y caí en un profundo sueño sin sueños...

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