martes, 27 de febrero de 2007

Dia 7 - Primera Parte

Unos estallidos me despertaron sobresaltándome. Me senté y escuché con atención, tratando de averiguar el origen de las explosiones. La sala estaba iluminada por un torrente de luz diurna que entraba a través del hueco de una ventana detrás mío. En el centro estaban las cenizas de la pequeña lumbre que El Cirujano había hecho la noche anterior, ahora frías y sin vida. Mi compañero no estaba allí. Me levanté con cuidado y miré alrededor. La sala había sido la cocina de una casa, ahora llena de polvo y silencio. A un lado había una encimera y sobre esta una serie de armarios de madera. Sobre la encimera, un solitario vaso lleno de agua cristalina me esperaba como caído del cielo. La bebí agradecido; El Cirujano estaba en todo.

Salí por la única puerta que había en la cocina y entré a lo que en otro tiempo había sido un salón con decoración moderna, minimalista. Aquella casa no había sido abandonada, eso estaba claro, todo seguía donde sus propietarios lo habían dejado. Congelado en el tiempo, recogiendo polvo. Sobre la mesa de centro, que había frente al sofá, pude ver la mano seccionada que tanto le había entusiasmado a mi singular compañero, la noche de antes.

Volví a escuchar los estallidos, seguidos de pequeños temblores del suelo. Me asomé al hueco de las ventanas que hacía tiempo prescindían del panel de vidrio y observé una ciudad formada por pequeños edificios y casas unifamiliares. Aquella no era la capital de Ypsilon-6. Había vivido en ella y a pesar de haber sido hacía años, recordaba que era mucho más grande.

Salté por la ventana y oteé el cielo. No había una sola nube.

Otro estruendo, pero en esta ocasión pude ver como dos brillantes rayos de energía ascendían, desde algún lejano lugar al sur de mi situación, hacia el azul cielo, perdiéndose en la distancia. Eran las defensas de tierra contra un ataque espacial. ¿Es que estaban siendo atacados por alguien?

El Cirujano asomó la cabeza por la esquina de el edificio que tenía frente a mi. Me saludó, alegre, con una mano. Caminé hacia él.

La verdad es que estaba mucho mejor. El hombro casi no me dolía, el golpe del costado tampoco. Lo que más me molestaba era el corte en la cabeza que seguía doliendo bastante y el hambre que hacía rugir mi estómago.

-¿Has visto eso? -le pregunté señalando el cielo.

-Si, tío, parece que tienen el sistema de defensa automática conectada...

Fruncí el ceño. ¿Qué diablos era "el sistema de defensa automática"? Se lo pregunté y me contó que como en cualquier otra colonia, todos los sistemas de defensa planetaria estarían controlados por un sistema informático. En caso de catástrofe, este se conectaba en posición defensiva automáticamente para garantizar que los pocos supervivientes que hubiera no sufrieran ataque alguno desde el exterior. La única manera de desactivar estos sistemas era desde la sala de control y con la autorización adecuada. Mientras estuvieran activos atacarían a cualquier nave que se acercara a la órbita del planeta.

-Quizá sea eso lo que derribara nuestra nave...

-Eso creo yo.

-¿Qué crees que puede haber causado que se conectaran los sistemas de defensa? -dije, dándome cuenta de que mi compañero era un baúl lleno de sorpresas. Yo esperaba encontrar alguna más.

-Pues no te sé decir... pero apostaría mi hígado a que es lo mismo que mató a toda esta gente -se apartó un paso hacia la derecha abriendo mi campo visual a la calle. Repartidos por el asfalto había multitud de cadáveres de hombres, mujeres y niños. Tuve que cerrar los ojos. Era una visión horrible. El sol del desierto debía de haberlos secado hacía días porque no fui capaz de percibir el hedor de la podredumbre.

¿Qué había ocurrido? ¿Quién había cometido aquella atrocidad?

-Estoy hambriento, vamos a buscar algo para comer -dijo El Cirujano, devolviéndome a la realidad. Desde luego aquel tipo era un verdadero psicópata, ¿cómo podía pensar en comer con aquel espectáculo frente a nuestros ojos?

Asentí aguantando una arcada.

Entramos a un comercio de alimentación a varias manzanas de allí. Buscamos algo que no estuviera en mal estado, sobre todo latas de conservas y agua embotellada. Comimos allí mismo, en silencio. No era capaz de quitarme de la cabeza la imagen de la calle llena de cadáveres.

Un gemido procedente de la trastienda nos sobresaltó. La puerta estaba cerrada pero podíamos escuchar claramente algo al otro lado moviéndose. Agarré con fuerza el rifle de plasma y le hice señas a El Cirujano para que se acercara. Me coloqué delante de la entrada, apuntando he hice un gesto con la cabeza indicando a mi compañero que abriera. Agarró el pomo y comenzó a contar hasta tres en silencio. Observé que su expresión era de total disfrute. Parecía estar jugando a un juego inocente. Yo, en cambio, estaba bastante asustado por lo que podíamos encontrar al otro lado. Tenía un mal presentimiento.

Abrió la puerta con brusquedad apartándose de en medio para dejarme la vía libre para disparar, pero lo que vi me dejó congelado. Una mujer con aspecto demacrado me observaba con los ojos muy abiertos e inyectados en sangre. Sus ropas estaban hechas jirones y mugrientas. Un pecho le asomaba entre las ropas desgarradas. Pero lo que más me llamó la atención fue el tumor que le sobresalía de la cima de la cabeza. Abultado y con pliegues, de color rosado y palpitante. Parecía estar a punto de reventar.

El Cirujano asomó la cabeza con curiosidad y se quedó paralizado ante lo que vio. Al fin, algo que le hacía perder esa sonrisa ridícula e infantil.

La mujer alzó los brazos en mi dirección y saltó como una fiera hacia mi compañero. Me pilló desprevenido y no pude hacer otra cosa que observar como se abalanzaba sobre él tirándolo al suelo. Ella gritaba y gruñía como un animal, enseñando los dientes amarillentos, intentando alcanzar la garganta de El Cirujano. Este luchaba como podía para evitar ser mordido pero la mujer demostraba tener una fuerza descomunal.

Sin pensarlo dos veces apreté el gatillo y el estallido de plasma golpeó el costado de la loca tirándola a un lado. Se quedó en silencio e inconsciente. El Cirujano se arrastró varios metros hacia detrás alejándose de ella lo más que pudo hasta que se topó con el mostrador de la tienda.

Tras unos segundos de silencio y respiración agitada, reaccionamos y nos acercamos con cuidado para observarla con más detenimiento. Mi compañero le buscó el pulso, era muy débil. Y su respiración era prácticamente imperceptible. Sin embargo, apestaba a putrefacción y vimos una fea herida en la nuca por donde sobresalían varias venas y cartílagos. ¿Cómo podía seguir viva?

-Tenemos que marcharnos de este planeta -dije yo con aquel mal presentimiento semejante a un escalofrío en la nuca. Algo malo ocurría allí y no quería averiguar de qué se trataba. Lo único que quería era marcharme.

-Creo que tienes razón. Esta mujer debería estar muerta, mira esta herida, nadie podría seguir vivo así... -contestó él- ...y ¿hueles eso? -yo asentí frunciendo la nariz asqueado- pues es gangrena, la tiene por todo el cuerpo... debería de estar muerta... no entiendo cómo...

No pudo terminar la frase porque la mujer empezó a agitarse y a gemir. Nos apartamos rápidamente.

Sin mediar más palabras, los dos salimos a la carrera del local saltando al aire caluroso del exterior.

Entonces me percaté de que todos los cadáveres que había por la calle tenían un feo y mortal boquete en la parte superior del cráneo, era como si hubiera estallado desde el interior. ¿Qué diablos? pensé asustado...

Un grito animal emergió del interior del comercio y tras una breve mirada echamos a correr calle arriba sin saber lo que nos esperaba a la vuelta de la esquina.

domingo, 25 de febrero de 2007

Dia 6

El Cirujano me despertó cuando el sol comenzaba a despuntar sobre el horizonte lejano. Lo primero que acusé fue la terrible sed que sentía. Tenía la boca seca y pastosa. A medida que iba despertando el dolor por todo el cuerpo se iba reanudando con más fuerza que el día anterior si es que era posible.

Mi compañero me inspeccionó las heridas y magulladuras sin decir palabra con una leve sonrisa curvando sus labios. Disfrutaba observando la anatomía humana. Estoy seguro que si no tuviera mejores planes para mí (y hubiera tenido un bisturí a mano), me hubiera abierto en canal para echarle un vistazo a mis vísceras.

No me fiaba de él, pero qué podía hacer, era el único allí, y nunca me había gustado estar solo. Además una vez llegásemos a la ciudad, vendría bien tener con migo a otro evadido. Siendo dos las probabilidades de escapar se duplicaban.

-Tenemos que llegar a la ciudad y encontrar agua, me estoy muriendo de sed -dije en un susurro. Él me observó y sin soltar prenda, asintió.

Me ayudó a levantarme y comenzamos la larga caminata hacia los lejanos edificios. Tuve tiempo de echar una última mirada hacia donde había estado la nave. Ahora solo quedaban un montón de restos humeantes de hierros retorcidos.

Las horas pasaron lentas y cada paso que daba era un calvario para mí. Sudaba como un cerdo mientras mi compañero estaba tan fresco como una rosa. Yo, al llevar el torso desnudo, empecé a sentir los latigazos del sol sobre mi piel. Los hombros comenzaron a tornarse rojos y el simple roce del viento contra ellos me hacía gemir de dolor. La sed era cada vez más insoportable. La cabeza seguía martirizándome con martillazos acompasados con mi pulso. Lo único que parecía mejorar era el dolor de mi hombro derecho. Una vez devuelto a su sitio, los dolores parecían empezar a remitir.

No sé cuanto tiempo aguanté de aquel lamentable modo pero sin darme cuenta de lo que ocurría, la vista se me nubló y sentí como me precipitaba en un oscuro pozo de inconsciencia. Cuando desperté, me encontré encaramado a la espalda de El Cirujano mientras él caminaba a buen paso por el desierto pedregoso.

Volví a caer en un profundo sueño solo para despertar mucho después, rodeado de sombras y oscuridad. Estaba tumbado en una superficie embaldosada y un foco de tenue luz brillaba más allá de mis pies. Alzando ligeramente la cabeza vi que se trataba de una diminuta sala. No pude descubrir de qué clase de sala se trataba ya que la luz que iluminaba, pobremente, danzaba y saltaba haciendo bailar a las sombras alrededor de mí. Era una pequeña lumbre, en el centro. Al otro lado de ella, estaba sentado El Cirujano, mi salvador. Observaba con detenimiento algo que sostenía en las manos.

Me senté, sujetándome la cabeza, sintiendo el dolor y un leve mareo. El Cirujano me vio y sonrió. Se levantó y se acercó a mi, ofreciéndome un vaso lleno de agua. ¡Agua! Hubiera hecho cualquier cosa por conseguir aquello que mi compañero me ofrecía. Le quité el vaso con ansia y tragué con desenfreno todo el líquido, fresco y revitalizador. Cuando lo volvía mirar descubrí qué sujetaba entre sus manos, manoseándolo con insistencia. Era una mano seccionada a la altura de la muñeca. Yo debí de poner una expresión de sorpresa bastante evidente porque él volvió a sonreír y me habló. Su voz, suave y aguda, no iba nada acorde con su reputación.

-¿Ah, esto? -alzó la amputada mano congelada en el rigor mortis- Era de la ocupante de esta casa. No creo que la necesite, llevaba muerta mucho tiempo. Una fea herida en el vientre... una pena destrozar esos órganos tan jóvenes... Nunca entenderé a las personas que destrozan de ese modo un cuerpo humano...

No contesté, no sabía que decir. En fin, cada uno tiene sus manías, pero lo de este tipo era demasiado. Claro que siempre era mejor que estuviera interesado en los órganos de la muerta que en los míos. Sigo teniendo ganas de vivir muchos años...

Lo que no conseguía entender era ¿por qué me había dejado vivir y lo que era más, por qué me había salvado la vida?

Me necesitaba por alguna razón.

Me percaté de que llevaba las heridas vendadas. Y junto a mí había un frasco de plástico de aspirinas. Aquello explicaba que el dolor hubiera disminuido. En fin, no se puede decir que sea mal médico, la verdad es que sabe cuidar de alguien cuando quiere. La pregunta que me revoloteó por la cabeza y casi no me dejó dormir, fue ¿Para qué me necesitaba y qué ocurriría cuando dejara de necesitarme?

sábado, 24 de febrero de 2007

Dia 5 -Tercera Parte

Libre! Al fin era libre. Lo primero que pensé al percatarme de mi nueva situación fue cómo iba a sacar tajada de todo aquello. Desde luego que ahora podía vender mi historia a algún gilipuertas de esos que hacen películas tridimensionales para cabeza huecas de toda la galaxia. Me pagaría una impresionante cantidad por los derechos. Con el dinero podría comprar otra nave de transporte y volver a fundar un negocio de contrabando. Aunque tendría que buscar otro lugar en donde encontrar los materiales. Carma-3 estaba vetado para mi.

Aquellos pensamientos tan suculentos me distrajeron la mente mientras caminaba cojeando por el sofocante desierto, bajo un sol abrasador, con la garganta seca, dos golpes bien feos en la cabeza, un hombro dislocado y un costado magullado. Pero eso sí ideas para el futuro no me faltaban. Siempre he sido una persona optimista y emprendedora. Tanto tiempo encerrado sin esperanza me había cambiado y la sensación de libertad había revivido mi verdadera naturaleza.

Una vez llegase a la ciudad, contaría cualquier historia que se me ocurriese para que me echaran una mano. La verdad estaba descartada por ahora, por supuesto.

Si bien lo realmente apremiante en aquel momento era encontrar un lugar donde protegerme de la inminente explosión de los motores del RX-67. Los seguía escuchando rugir, cada vez con más fuerza. Conocía bien el intricado mundo de la mecánica espacial, eso solo podía significar que cuando llegaran al punto máximo reventarían en una explosión digna de ver a varios kilómetros de distancia. Como no sabía lo grandes que eran los motores y la cantidad de combustible que les quedaba, desconocía la distancia segura a la que debería encontrarme en el momento de la fiesta, simplemente confié en mi suerte, como siempre solía hacer. Estaba claro que esta no me había abandonado. Existe una posibilidad entre cien a sobrevivir a una nave de aquel calibre estrellándose contra la superficie de un planeta, y yo había sobrevivido. Malherido, pero vivo. Y no soy médico pero sospechaba que las heridas no eran mortales.

Frente a mí se elevó una colina. La observé apesadumbrado y cuando estaba a punto de encaminarme a dar la vuelta para no tener que ascender aquella cuesta, que por otro lado no era demasiado empinada y no tenía más de veinte metros de longitud hasta la cima, vía que algo se asomaba por encima de lo más alto de la colina. Era una cabeza.

Max! -gritó la cabeza. No pude reconocer la voz y al tener el sol a contra luz no distinguí las facciones así que me mantuve quieto levantando el rifle de manera amenazadora. No tenía sentido correr, era incapaz de ello...

-Soy yo, tío, "El Cirujano"...

José "El Cirujano" Gonzalez, un compañero de la prisión que por lo visto también había sobrevivido al choque y había encontrado una salida. Genial, de todos los presos con los que podía haberme encontrado, tenía que ser con este. No habíamos hablado mucho nunca, ya que yo no me había querido acercar mucho a él. Era un psicópata que tenía a sus espaldas una larga lista de asesinatos en cadena. No me fiaba de él, pero dada mi situación, no tenía alternativa. Además, recordé que era un cirujano estupendo, de hecho, antes de convertirse en asesino en serie, había tenido bastante renombre como buen médico, según me contó Jerry. Quizá pudiese aprovecharme de esa circunstancia.

Dibujando la sonrisa más amigable de la que fui capaz, dado el dolor de cabeza que me martilleaba el cráneo, lo saludé bajando el arma.

Caminó tranquilamente colina abajo hasta alcanzarme.

-Coño, qué mal aspecto tienes, tío.

Él, en cambio, no parecía tener ni una magulladura. Cabrón con suerte.

-Si, estoy un poco perjudicado.

-Vamos te echaré una mano, hay que ponerse a cubierto detrás de esta colina, la nave estallará de un momento a otro.

Colocando mi brazo alrededor de su cuello (sin soltar el rifle, dicho sea de paso) me ayudó a subir el tramo de colina ascendente y después descendente hasta una pequeña depresión donde antaño debía de correr un riachuelo seco hacía muchos años.

Me ayudó a sentarme sobre el seco y duro terreno cuando un estallido que pareció reventarme los tímpanos son tiró al suelo seguido de un temblor de tierra que me hizo pensar que de un momento a otro una grieta se abriría en el suelo y nos engulliría haciéndonos caer en un negro e infinito abismo.

Sin embargo el temblor pasó y el sonido de la explosión retumbó por las colinas regresando una y otra vez, cada repetición con menos fuerza, hasta que al final desapareció dejando un incómodo silencio.

-Por los pelos... -dijo sonriendo. Parecía divertido.

Sentía como las fuerzas se me escapaban por momentos y no me creí capaz de dar un solo paso más hasta haber descansado.

-Vamos a ver como están esas heridas...

Me examinó minuciosamente. Pude comprobar que sabía lo que hacía. Con un tirón, sin previo aviso, de mi brazo derecho, colocó el hombro en su sitio. Aquello me dolió como mil demonios. Aullé desahogándome y no pude aguantar más. Me desmayé.

Cuando recobré el conocimiento, era ya de noche y El Cirujano dormía tranquilamente junto a mí. Sus labios dibujaban una placentera sonrisa. ¡Qué jodido!

Comprobé que aún sujetaba con fuerza el rifle de plasma en mi mano izquierda. Aquella era una buena señal, no había tratado de quitármelo.

Saqué el cuaderno electrónico del interior de mis calzoncillos y comencé a relatar lo acontecido hoy.

Ya he acabado y vuelvo a tener sueño. Creo que voy a dar una cabezadita en espera de que salga el sol. Solo Dios sabe lo que nos deparará el destino en el nuevo día que ya se acerca.

viernes, 23 de febrero de 2007

Dia 5 - Segunda Parte

Los pasillos del RX-67 estaban en tan mal estado como mi celda. Focos apagados, cables colgantes y chispeantes, tuberías partidas en dos, boquetes en los paneles metálicos y silencio. No escuchaba voces lejanas, ni gritos, nada. Únicamente el continuo ronroneo de los motores, enterrados en las entrañas metálicas de la gigantesca mole metálica.

Un aullido lejano me puso los pelos de punta pero se silenció rápidamente. ¿Qué diablos estaba ocurriendo allí?

Seguí el mismo camino por el que me habían llevado los guardias el día de antes hasta alcanzar el ascensor. No funcionaba. Perfecto, justo lo que necesitaba. No conocía otro acceso al puente de mando así que estaba perdido.

Tendría que buscar otra manera de averiguar si quedaba alguna cápsula de salvamento y dónde se encontraba en caso de haberla.

Recorrí los vacíos pasillos de la nave durante un par de horas sin encontrar a nadie. Hasta que entré en una sala de control. Dentro vi que había manchas de sangre por las paredes y por el suelo. Ahora no podía preocuparme de eso. Me centré en una consola que seguía activa.

Introduje varios comandos y los datos que me devolvió me dejaron tan sorprendido que tardé varios minutos en reaccionar. Tuve que releerlos tres veces para convencerme.

Los datos indicaban que la RX-67 se había estrellado en Ypsilon-6. Increíble. Era un milagro que algunos hubiéramos sobrevivido. Sin embargo no entendía por qué se había estrellado. ¿Qué había ocurrido? ¿Cómo era posible?

No había tiempo para buscar respuestas. Los motores seguían funcionando y estaban sobrecalentándose, no tardarían mucho en hacer explosión y no quería estar cerca cuando lo hicieran.

Saqué un diagrama del interior de la nave y tracé un camino hasta la escotilla más cercana a donde me encontraba. No tardaría mucho en llegar.

Eché a andar, lo más rápido que me permitieron las doloridas piernas.

Varios minutos después escuché algo tras de mí. Me giré asustado, levantando el rifle de plasma y me encontré con un guardia. Tenía una fea herida en el abdomen y juro que podía ver sus tripas pero parecía no sentir dolor. Estaba allí de pie, observándome con expresión indiferente. También pude observar que un bulto sobresalía por encima de su cabeza, parecía palpitar.

No tuve tiempo para más observaciones, porque el tipo aquel se abalanzó hacia mi levantando los brazos y aullando como una fiera. No me lo pensé dos veces y apreté el gatillo del rifle. Un estallido de energía lo golpeó en el pecho empujándolo hacia atrás, pero sin tumbarlo.

Emitió unos quejidos lastimeros pero al momento volvió a levantar los brazos en mi dirección y reanudó la marcha hacia mí.

El muy cabrón tardó escasos segundos en alcanzarme y en un acto reflejo le propiné un duro golpe con el rifle en la mandíbula que lo lanzó contra el frío suelo.

Sin esperar más me giré y cojeé hasta la siguiente sala. Una vez allí accioné el botón de cerrado de la puerta pero esta no se movió.

Mientras el guardia se levantó y me miró con furia gimiendo mientras las babas goteaban de entre sus labios.

Desesperado agarré la puerta y estiré de ella deslizándola hasta su posición de cerrado. Únicamente quedó un pequeño hueco entre el quicio y la plancha metálica. A través de él vi como el guardia se movía ágilmente hacia mi y golpeaba el metal produciendo un estruendo que retumbó en mi cabeza como un millón de petardos.

No esperé para comprobar si podría abrir la puerta, que por otro lado no dudaba iba a conseguirlo. Me marché lo más rápido que pude siguiendo el camino que recordaba me había trazado hasta la escotilla.

Mientras avanzaba, podía escuchar como el tipo aquel había atravesado la puerta y me buscaba como loco por los múltiples pasillos y salas.

Al fin alcancé la escotilla y, para mi sorpresa, la encontré abierta. Estaba claro que no era el único que había tenido aquella idea. Sin más miramientos me precipité a través del hueco de metro por metro hasta caer a una altura de alrededor de unos dos metros.

Caí sobre un terreno arenoso, desértico, seco. Mi rostro golpeó la amarillenta tierra con fuerza y estuve a punto de perder el conocimiento. Sin embargo tuve suerte, una vez más, y me levanté con gran esfuerzo. Creo que el hecho de sufrir tanto dolor por todo el cuerpo evitó que sintiera incluso más por el golpe de a caída, fue un alivio en realidad, porque estoy seguro que un poco más de dolor me hubiera hecho desmayarme, lo cual no era muy buena idea en aquellos momentos. Ahora lo que tenía que hacer era alejarme lo más rápidamente posible y encontrar cobijo para cuando los motores estallasen.

El rugido de estos inundaba todo el ambiente escondiendo cualquier otro sonido.

Miré en derredor y vi que efectivamente me encontraba en un desierto moteado esporádicamente por algún arbusto medio seco.

Salí de debajo de la titánica estructura metálica y me encontré bajo un despejado cielo azul, dominado por un poderoso sol que brillaba en su cenit. Frente a mi, a lo lejos, podía ver la silueta de edificios... una ciudad. Si conseguía llegar hasta allí, estaría a salvo.

La pregunta era, ¿lo conseguiría?

jueves, 22 de febrero de 2007

Dia 5 - Primera parte

Me he despertado rodeado de un sepulcral silencio. Entonces un pequeño estallido de un fluorescente en el techo del pasillo me ha hecho alzar la mirada hacia arriba. Cables colgantes despedían chispas mientras se mecían de lado a lado amenazadores. Uno de ellos se acercaba peligrosamente a los barrotes de mi celda contra los que mi cuerpo estaba apretado.

De un rápido movimiento me separé sin percatarme de que los barrotes estaban incrustados en el suelo y este estaba formado por planchas de metal que bien habrían transmitido la tensión hasta mi maltrecho y dolorido cuerpo.

Mi cabeza parecía estallar de un dolor punzante en la sien derecha. Me toqué con unos temblorosos dedos y comprobé que sangre seca me manchaba la mitad del rostro. Aquel golpe me debía de haber hecho perder el conocimiento. También sentí el bulto en la parte trasera de mi cráneo de otro golpe. Este lo recodaba perfectamente. Me lo había dado antes de caer inconsciente.

Hice memoria para tratar de averiguar qué había pasado y recordé las explosiones y los vuelcos que dio el suelo bajo mis pies.

Ahora sin embargo, todo estaba inmóvil y en silencio. Conseguí escuchar un lejano gemido moribundo procedente de alguna celda de mi pasillo.

Me asomé al mismo y vi que muchos fluorescentes estaban apagados y otros parpadeaban incansables intentando retomar su verdosa luminosidad. Las chispas saltaban de los lugares más insospechados en donde algún cable roto hacía contacto, pero por lo demás todo estaba inmóvil.

Agarré los barrotes y tiré con fuerza. El cerrojo magnético estaba intacto y no se abrió. Estaba atrapado en aquella tumba volante.

Entonces vi una silueta acercarse. Era Gleny que me observaba con un feo corte en la frente que aún sangraba. Las gotas bermejas le corrían por la mejilla hasta saltar de su barbilla. Sonrió ligeramente.

-Me alegro de verte con vida, Max.

-Yo también me alegro de estar vivo. Ayúdame a salir de aquí.

-Voy...

Un estallido interrumpió a mi compañero. Escuche varias voces gritando. Gleny se apoyó contra la pared del frente y comenzó a disparar un rifle de plasma en dirección a la salida del pasillo.

Un disparo perdido procedente de allí alcanzó uno de los barrotes junto a mi rostro y me tiré al fondo de la celda cubriéndome lo mejor que podía.

El tiroteo duró varios minutos. Unos cuantos alaridos me descubrieron que Gleny era buen tirador, sin embargo una de las balas de los guardias que le disparaban le dio en la garganta y este calló sin vida al suelo mientras borbotones de sangre se desparramaban al frío suelo metálico, ahora lleno de escombros.

Mi única esperanza de escapatoria se había esfumado tan rápidamente como la vida del pobre Gleny.

Escuché como los pasos de los guardias se alejaban de allí. No tenían intención de comprobar si quedaba alguien con vida. Me pensaban dejar allí para que me pudriera. Escuché como uno le decía al otro mientras se alejaban:

-Debemos salir de aquí antes de que estallen los motores...

Así estaban las cosas entonces. Los motores iban a estallar y yo estaba en aquella celda sin posibilidades de escapar.

Intenté aclarar la mente para pensar en alguna escapatoria. Me resultó arto difícil por el incipiente dolor que me atenazaba la sien. Era como si una mano invisible me estuviera martilleando la cabeza incesantemente. Y encima el pulso me retumbaba en los oídos como un martirio añadido.

Entonces mi mirada se detuvo en el rifle de plasma que estaba tirado junto al cuerpo sin vida de Gleny. Tenía que conseguir alcanzarlo. Con él podría abrir la puerta y escapar. Era mi única esperanza.

Estiré el brazo a través de los barrotes metálicos sin preocuparme de los cables colgantes que tan cerca de mi estaban. Mis dedos llegaron un par de centímetros cortos. Intenté embutir mi hombro en el hueco entre los barrotes para ganar algo de distancia pero el hombro chilló en mi cabeza como un poseso. Hasta entonces no me había dado cuenta, pero parecía estar dislocado. Bueno, ya me ocuparía de eso más adelante. Al fin y al cabo, si los motores estallaban conmigo allí, el hombro sería el menor de mis problemas. De hecho, dejaría de tener problemas.

Entonces tuve una idea. Me deshice de la camisa hecha jirones que cubría mi torso y rasgándola hice una especie de cuerda de metro y medio.

Cada movimiento que hacía me resultaba una auténtica odisea de dolor y esfuerzo por todo mi cuerpo. La cabeza a punto de estallar, el hombro dislocado y negándose a completar los movimientos que yo le ordenaba y un punzante dolor en el costado izquierdo. Todo ello se sumaba a la desorientación que sentía y una incipiente sed que me acuciaba.

Até, tras muchos esfuerzos y gemidos de dolor que escapaban por mi garganta, una percha al final de la improvisada camisa-cuerda y la lancé lo más lejos que pude en dirección al arma abandonada.

La percha no pesaba mucho y el primer intento fue un fracaso. Cayó a medio camino. Recogí el invento y lo lancé de nuevo. En esta ocasión cayó junto al arma.

Estiré con cuidado del trozo de tela pero el gancho de la percha no agarró mi objetivo y tuve que intentarlo de nuevo.

Pasaron varios minutos que a mí me parecieron interminables. Tenía que utilizar la mano izquierda para todo, si bien era diestro, entonces el dolor ya no me permitía ni mover el brazo y lo tenía fláccido y colgando contra mi costado.

Tras una infinidad de intentos que ya comenzaban a desesperarme el gancho de la percha entró en el hueco del gatillo y pude acercar el arma lo suficiente para agarrarla a través de los barrotes.

El siguiente problema no tardó en surgir. El rifle no pasaba a través de los barrotes.

Joder! -aullé aliviando ligeramente mi dolor pero no mi frustración.

No me quedaba más remedio que tratar de acertar disparando desde el exterior sujetando el arma a través de los barrotes.

Apunté lo mejor que pude y apreté el gatillo cerrando los ojos.

Una bofetada de calor me golpeó el rostro pero había fallado por poco. Sin embargo la siguiente descarga dio de lleno en el mecanismo de cierre magnético y la puerta se balanceo hacia fuera.

Suspiré aliviado.

Cojeando salí de mi celda y recogí el arma. Lo único que me llevé con migo fue el cuaderno electrónico en el que escribo estas líneas.

Un grito desgarrador me sobresaltó sobremanera. Venía de alguno de los múltiples pasillos de la nave. Era realmente aterrador y estaba lleno del terror más absoluto. No podía imaginar por qué el pobre infeliz había aullado de aquel modo, pero tampoco quería averiguarlo.

Lo primero que debía hacer era averiguar si quedaba alguna cápsula de salvamento y llegar hasta ella. El mejor lugar para averiguar aquella información era sin duda el puente de mando. Y como aún recordaba el recorrido me encaminé hacia allí.

Debía de resultar bastante cómico. Caminaba medio cojo, levantando con dificultad el rifle de plasma con la zurda. En el costado del mismo lado tenía un enorme y feo hematoma que cada minuto se tornaba más oscuro. Tenía medio rostro bañado en sangre reseca y un bulto en el cogote que no parecía dejar de crecer. Finalmente mi brazo derecho colgaba inerte a un lado golpeando mi costado a cada paso. Todo esto sumado con que únicamente vestía los pantalones de tela fina de color azul claro, completamente ennegrecidos de mugre y sangre y hechos jirones por la parte de abajo; y calzaba unas sandalias con una suela insignificante.

Si comparamos los dos últimos momentos en los que he caminado por este pasillo. Tan cierto es que la última vez me hubiera asustado al mirarme ante un espejo como que en esta ocasión me hubiera echado a reír por lo ridículo de mi aspecto.

Claro que no había espejo y el dolor no me permitía encontrar cómica mi situación.

Así, de aquella guisa, salí del pasillo, decidido a alcanzar el puente de mando.

miércoles, 21 de febrero de 2007

Dia 4 - Post Data

...
Retomo el diario esta noche para dejar constancia de lo que ha ocurrido después a última hora de la tarde. Quizá esto me brinde una oportunidad...

Estaba durmiendo la siesta en mi celda. Tenía una fea pesadilla en la que caminaba por una concurrida calle, junto a unos escaparates de cristal. Al otro lado de ellos había expuestos deliciosos manjares culinarios que me revolucionaban el estómago, vacío como estaba. Y entonces me desperté sobresaltado al sentir como me golpeaban en el pecho.

Abrí los ojos deslumbrado por la potente linterna de un guardia que me estaba ordenando que me levantara. Otro vigilaba desde la puerta abierta de la celda apuntándome con su rifle de plasma. Esas armas no se ven mucho en la vida civil pero para lugares como aquellos eran muy efectivos. Lanzaban unos haces de plasma que dejaban a la víctima inconsciente al momento, pero no eran mortales.

Tras ponerme unos grilletes en las manos me condujeron por el pasillo hasta la salida. Los fluorescentes del techo emitiendo su verdosa luz sobre mi cabeza. Varios presos se asomaron a los barrotes con expresiones de pesadumbre. Temían saber lo que iba a pasarme y yo también creía saberlo. Si hubiera podido ver mi rostro reflejado en un espejo seguramente me habría asustado por la expresión de terror contenida en mis facciones. Pero claro, no podía, así que seguramente fue para mejor.

Caminamos varios minutos por pasillos metálicos, cruzando puertas herméticas y subiendo, finalmente, por un ascensor. Cuando se abrieron las puertas automáticas vi que me encontraba en el puente de mando. El señor Kulinov, el capitán, estaba sentado en una silla en el centro de la sala y frente a él dos líneas de paneles estaban ocupados por varios operarios que se afanaban sobre ellos para controlar la titánica mole metálica dentro de la cual viajábamos a velocidades increíbles.

Los dos guardias me indicaron que me acercada al señor Kulinov y dieron un par de pasos atrás sin quitarme el ojo de encima, claro.

-Hola señor McMahon -dijo él con la mirada concentrada al frente, donde había dos amplios ventanales por los que se podía ver la inmensidad cósmica y el borde izquierdo de un planeta azul. Eso quería decir que ya habíamos llegado a la colonia.

-Hola capitán.

Hubo un tenso silencio en el que me vi a punto de hablar en un par de ocasiones pero que finalmente en ambas opté por esperar a que el capitán iniciara la conversación y me hiciera saber porque me había hecho llamar.

-En tu informe dice que eres un viajero empedernido... -yo asentí sin decir nada, intuyendo que no había terminado- durante tu juventud te recorriste la jodida galaxia a bordo de veinte naves de transporte diferentes.

-Sí.

-También dice que estuviste trabajando durante cinco años en la oficina de control aéreo de Ypsilon-6.

-Sí.

-Entonces, ¿conocerías los códigos de encriptación de los mensajes de la red local de comunicaciones?

-Mi memoria no es muy buena, pero seguramente que después de comer algo de fósforo llegaría a acordarme de todo... -me arriesgué, lo admito. Todo podía haber salido mal. Kulinov podía haberse sentido ofendido y haberme dejado para el uso y disfrute de sus gorilas. Aposté mi integridad física (y posiblemente mi vida) y gané. Me necesitaba. Lo vi en sus ojos cuando, sorprendido por mi comentario me miró.

-Desde Carma-3 no piensan mandar ninguna nave y el control de Ypsilon-6 no responde. Necesitamos entrar en su red local y averiguar qué diablos ocurre en la colonia. ¿Serás capaz?

-Sí, creo que sí.

Él me observó con una ligera y maliciosa sonrisa en los labios y dijo:

-Eso espero, por tu propio bien...

Tras hacer un gesto con la cabeza los guardias se acercaron a mi y me empezaron a empujar hacia el ascensor.

-Mañana le espero aquí a primera hora para solucionar este pequeño problema que tengo -concluyó Kulinov mientras oteaba a través del grueso ventanal que observaba al brillante planeta azul, Ypsilon-6.

-Capitán -exclamé, resistiendo los empujones de los guardias-, sin mi fósforo, no creo ser capaz de recordar...

Kulinov asintió sin volverse y los guardias hicieron más hincapié en sus empujones y me metieron violentamente al ascensor. Sin embargo no me llevaron a la celda, sinó a la cocina, donde pude degustar una lubina asada con patatas y cebolla. Incluso me dieron pan para mojar la salsa. No había comido tan bien desde que estaba atrapado en aquella prisión.

El asunto era serio, sino no me hubieran tratado tan bien. El capitán Kulinov estaba en un aprieto y yo era su esperanza.

Si bien, a pesar de haber dado mi palabra, yo tenía otros planes. Ahora sabía perfectamente dónde nos encontrábamos. Era el momento para el motín.

Cuando me llevaron de regreso a mi celda, le conté todo a Gleny y la voz corrió por toda la prisión en menos de dos horas. Estábamos preparados. El momento se acerca.

Ahora me voy a echar a dormir, mañana tengo que estar preparado y con fuerz...

¡Una sacudida! ¿Qué ha ocurrido?

Una explosión retumba ensordecedora por las planchas metálicas y el suelo da un vuelco tirándome violentamente. Me he golpeado en la cabeza y creo que me sangra...

¡Otra explosión! A parecido venir de la sala de máquinas.

Las alarmas están sonando y las luces rojas se han encendido. Eso es mala señal.

¿Qué diablos ocurre?

¿Quizá no me dé tiempo a llevar a cabo mi plan...?

Dia 4

Llevamos todo el día dando saltos. Y no sé si será esa la razón o si simplemente es porque son unos bastardos pero el hecho es que no nos han dado nada de comer desde la noche pasada. Las tripas me rugen enfurecidas y cada vez que damos un salto siento un vuelco en el abdomen que en situación puede ser incluso divertido pero que tras veinticuatro horas de ayuno se convierte en una sensación de lo más desagradable. Tras cada salto puedo escuchar como otros presos sufren terribles nauseas infructuosas por no tener nada que echar.

Supongo que el rumor es cierto. En la mayoría de los casos los rumores suelen estar bastante desencaminados, pero está claro que en esta ocasión algo de razón tienen. La nave-prisión RX-67 ha dado un total de veinte saltos en dos días. Lo que quiere decir que hemos debido de viajar por lo menos unos cien o ciento veinte años luz. Una nave-prisión no viaja tan lejos sin una buena excusa. Cuanto más lejos estemos de cualquier sistema colonizado mejor para la propia seguridad de los funcionarios. Si hubiera un motín abordo acabaríamos todos muertos; el único que conoce la situación exacta de la nave es el director de la prisión que es a su vez el capitán y el segundo de abordo. Por otro lado, estar tan cerca de una colonia, propicia un motín.

Esta idea circulaba por los pasillos de celdas con bastante celeridad. Todos y cada uno de nosotros esperamos la más mínima oportunidad para organizar un alzamiento una vez la nave llegue a su destino. Una vez nos hayamos deshecho de los guardias, saltaremos a las cápsulas de salvamento y aterrizaremos en la colonia. Y... ya alcanzada tierra firme, seremos libres... perseguidos, pero libres...

Si esto ocurre, lo primero que haré será mandar un extenso informe junto a este diario para que todo el mundo sepa lo que ocurre en estas prisiones y el gobierno de Carma-3 se verá obligado a cambiar su legislación.

Creo que ya no vamos a dar más saltos hoy. Estoy cansado, creo que me voy a echar una siesta, ya veremos a ver qué ocurre mañana.

martes, 20 de febrero de 2007

Dia 3

Esta mañana me he despertado sobresaltado cuando un grupo de guardias pasaban corriendo junto a mi celda. Sus rostros tenían una expresión de nerviosismo.

Esperé durante mucho rato para ver si ocurría algo, pero un silencio sepulcral dominaba todo el pasillo. En las celdas, todos los presos estábamos asomados a través de las rejas, a la expectativa.

Susurrando, le pregunté a Gleny, el preso en la celda siguiente, si sabía a qué se había debido todo el jaleo. No tenía ni idea pero él a su vez preguntó al siguiente preso y así se formó una cadena de susurros que llegó hasta el final del pasillo, a la última celda que estaba junto al puesto de vigilancia. Cuando la respuesta regresó hasta donde yo me encontraba, Gleny me contó lo que le habían dicho a él: habían recibido un mensaje de socorro procedente de una de las colonias y el alto mando había ordenado al capitán de la nave acudir para comprobar qué ocurre.

Un par de horas después anunciaron por los altavoces que la nave iba a proceder a hacer un salto para trasladarse a otra ubicación. No especificaron la razón del traslado, pero todos ya sabíamos que se trataba del mensaje de socorro.

Es extraño que manden a una nave prisión para realizar una misión de reconocimiento.

Nos atamos al asiento de seguridad con sus gruesos arneses y esperamos al momento del salto, escuchando la cuenta atrás por los altavoces.

Yo, que desde siempre he sido un "transportista" estoy acostumbrado a los saltos, pero muchos de los otros reclusos no. Así que tras pocos segundos que duraba el salto, pude escuchar como muchos se desataban rápidamente para meter la cabeza en las letrinas y vaciar sus estómagos.

Yo simplemente sentí las tripas revueltas y creo que en realidad debe ser por no haber desayunado y tener el estómago vacío.

Durante el resto del día nos han mantenido en nuestras celdas, sin darnos más información. Ninguno de nosotros sabía de qué colonia se trataba, así que desconocíamos si aquel era el único salto o si aún nos quedaban más.

Ahora, mientras escribo estas breves líneas, escucho como del final del pasillo se filtran gemidos y lamentos. Uno de los guardias ha pasado en aquella dirección hace varios minutos y aún no ha regresado.

Seguro que muchos me tacharían de tener un humor negro y sarcástico que está fuera de lugar pero me alegro de no ser muy guapo... de otro modo podía haber sido yo el que estuviera gimoteando esta noche...

lunes, 19 de febrero de 2007

Dia 2

Hoy nos han dejado estar un par de horas en la sala de ocio. Allí tenemos una limitada biblioteca de cine y varios ordenadores con los que podemos trastear unos cuantos. Aunque varios ordenadores están siempre ocupados por Hank y sus hombres, una especie de banda dentro de la prisión formada por los peores criminales de aquí: asesinos, violadores y psicópatas. Cuando ellos están en los equipos, no queda más remedio que mirar en otra dirección y no molestarlos.
Estuve buscando a Jerry por todas partes, pero no lo encontré. Así que me acerqué a su colega, Fredo, que ocupa la celda a la derecha de la de Jerry y le pregunté por mi amigo el drogata.

- ¿Jerry? No te has enterado, esta mañana ha amanecido muerto -me respondió él del modo más normal, como si hablara del clima.

A pesar de ser un drogadicto empedernido y de no tener nada en común conmigo, le tenía bastante aprecio. Era mi único "amigo" dentro de esta prisión. Ante aquella noticia, me sentí devastado, como si regresara a la situación de soledad que me acompañó desde que llegué hasta que lo conocí. Era básicamente un sentimiento egoísta, lo sé, sentía estar solo, no la muerte del pobre Jerry, pero así nos volvíamos todos en aquella prisión. Animales.

Un guardia nos vio a mi y a Fredo hablando en susurros y se acercó. Nos preguntó por lo que estábamos hablando y los dos caímos en el más impertérrito silencio. Era lo mejor, ya que dijeras lo que dijeras, podía ser considerado como una mala respuesta.

Así que así nos quedamos en silencio durante unos breves segundos en los que el guarda nos interrogó con la mirada sin obtener una respuesta.

Sin previo aviso, el guarda lanzó un golpe con su porra contra el rostro de Fredo lanzándolo contra la pared. Una mancha de sangre tiñó el panel metálico. Observé como Fredo se escurrió hasta el suelo inconsciente. Su mandíbula tenía un aspecto muy feo, parecía desencajada. Yo sé que con agresiones así era muy fácil morir, pero no podría asegurar el estado de Fredo, ya que un momento después, el guarda me golpeó terriblemente en el abdomen con su porra, haciéndome caer al suelo de dolor.

Mi vista se nublo, pero aún alcancé a ver las botas de cuero negro observándome a escasos centímetros. Hasta que una de ellas salió disparada contra mi rostro y caí inconsciente.

Hace varios minutos que desperté en mi celda, dolorido. Tengo un feo hematoma en la mejilla y el abdomen me duele al respirar. No sé qué habrá sido de Fredo.

Pero si soy sincero, no sé que va a ser de mí. No sé cuanto tiempo más podré aguantar esta situación.

¡Por Dios! Si lo único que hice fue vender combustible y minerales en el mercado negro, no soy un maldito asesino, no he tocado a ninguna mujer sin su consentimiento, no me merezco esto.

Solo espero tener la oportunidad de volver a escribir otra entrada en este diario. Eso significará que sigo vivo.

domingo, 18 de febrero de 2007

Dia 1

He conseguido este cuaderno electrónico a cambio de una bolsita de anfetas. Jerry siempre ha sido un drogata desde que lo conozco y no ha sido difícil convencerlo. Aún me pregunto si no he sido un estúpido por cambiar la bolsa de anfetaminas por este maldito cuaderno electrónico cuando podía haberlas canjeado por un montón de cartones de cigarrillos de tabaco (mi único vicio) o una comida decente. Pero ya está hecho y no puedo echarme atrás, Jerry ya se ha metido casi la mitad de las pastillas y no creo que esté dispuesto a devolverme las que le quedan por nada del mundo. Además, para el momento que llegue a volver a verlo en la sala de ocio, se habrá terminado la bolsa entera. Maldito drogata.

Como no hay vuelta atrás, tr
ataré de utilizar esto lo mejor que pueda y seguir con el plan original: dejar constancia escrita del infierno que nos hacen pasar en esta prisión para que no se repita nunca más.

Debería empezar por decir quién soy. Mi nombre es Max McMahon y me encuentro recluido en la prisión RX-67. Mi número de identificación es FG674957-WKS. Fui encarcelado por contrabando.

Hace ya dos años (¿han pasado realmente dos años desde que ingresé?) yo me encontraba realizando mi ocupación acostumbrada e ilegal, el contrabando de combustibles y minerales que de otro modo están sujetos a altos impuestos por el gobierno de Carma-3. Para el transporte de estos bienes, utilizaba mi nave interplanetaria "Caribeña" de tres mil toneladas y capacidad para doscientos treinta años luz de viaje espacial. Recogía los materiales en Carma-3 y los llevaba hasta la tierra donde mi contacto los vendía en el mercado negro.

En aquel último y fatídico viaje, la guardia aduanera de Carma-3 me detuvo antes de salir de la orbita del pequeño planeta. Fui detenido y juzgado en cuarenta y ocho horas. Sin percatarme de lo que estaba ocurriendo me vi embarcado en una nave de transporte camino del límite de la galaxia, camino de la prisión. Me habían sentenciado a veinte años. En los últimos años las leyes contra el contrabando en la república de Carma-3 se han endurecido mucho y yo soy fiel testigo de ello.

La prisión RX-67 es una enorme nave interplanetaria que deambula por los confines de la galaxia. Una isla en un mar de negrura. Imposible de escapar. El porcentaje de muertes en esta prisión era el más alto cuando llegué, un 75%, y en la actualidad es incluso más alto, pero desconozco las cifras exactas.

La mayor parte de los guardias que nos vigilan son antiguos reclusos que sin familia ni vida fuera de aquella nave, optaban por permanecer allí en calidad de guardias de seguridad. Esos son los peores.

Las condiciones de vida de los presos son penosas e infrahumanas. La comida es poco menos que bazofia. Los maltratos están a la orden del día. Y las muertes fortuitas, también.

Un guardia se acerca, debo esconder el cuaderno digital para que no me lo confisquen.

Solo espero que algún día alguien pueda leer estas líneas y dar la voz de alarma a la opinión pública.