viernes, 30 de marzo de 2007

Dia 14 - Primera Parte

Aquel era nuestro segundo día en el centro comercial. Habíamos repuesto fuerzas y descansado como Dios manda, durmiendo sobre un cómodo colchón y comiendo hasta saciarnos. A pesar de estar en lo más profundo del edificio, exento de ventanas, teníamos las lámparas de queroseno y botes de combustible para varios meses. No me dio tiempo a echar de menos la luz solar... La verdad era que el día anterior fue uno de los mejores que había tenido desde no sabía cuando. Kira, Francoise, Stefanie e Irina habían resultado ser unas personas de lo más agradables y sociales, cosa que a mí me importaba poco pero me sorprendía (y en el fondo me alegraba por Carla). Kyra se mantuvo distante en todo momento y me pilló en varias ocasiones observándola con detenimiento. No cruzamos palabra alguna. Irina, en cambio, estuvo muy atenta tanto de Jon Sang como de los demás. Él por sus heridas y nosotros... pues la verdad es que no lo sé porque, creo que porque está en su naturaleza ser amable y atenta. Me recordaba a mi madre... Y "el matrimonio feliz", a pesar de ser de lo más empalagoso que he visto en años, cuidaban tan bien de Carla que incluso me encontré en un par de ocasiones sonriendo mientras los observaba hablando y entreteniendo a la pequeña (a la que por otro lado cogía más cariño cada día).

También fue un día extraño. Después de tantas emociones y tanto desgaste psicológico y físico, no acababa de creerme que nada malo nos acechase. Es cierto que hasta ahora hemos gozado de una suerte inaudita, pero aún así se me hacía raro que no ocurriera ninguna desgracia. Supongo que después de pasar tanto tiempo en una de las peores prisiones de la galaxia y casi dos semanas perseguido por seres de ultratumba, uno llega a convertirse en un paranoico crónico.

Me encontraba junto a la fuente sin vida en la entrada al centro comercial. Tumbado en el frío suelo de losas de mármol con el fusil apoyado a un lado. Cubierto tras las paredes de piedra de la piscina que guardaba el agua, antes en continuo movimiento y ahora eternamente estancada, oteaba el exterior a través de las puertas de cristal.

El murmullo que la multitud de post-mortem en continuo movimiento por las vacías calles de la ciudad generaba, me alcanzaba como el lejano rumor de una tormenta que no acababa de terminar.

Unos pasos detrás mío me sacaron de mis cavilaciones haciéndome coger el rifle y apuntar rápidamente a lo que me acechaba. Era Kira. Se acercaba a mi arrastrándose agachada y sonriente.

–Hola –me susurró. Tardé unos instantes en reaccionar y volver a dejar el arma en el suelo.

–Hola.

–¿Qué tal va la guardia?

–Bien.

Según el reloj analógico de la pared, eran las tres de la mañana. Fuera la noche era oscura y fresca.

–Me alegro –se sentó a mi lado, apoyando la espalda contra el murete de la piscina y observó el cielo a través de los paneles de cristal en el techo. La luna menguaba y no alcanzaba a iluminar nada. –Aún no entiendo por qué te empeñas en hacer guardias.

–Soy muy desconfiado.

–¿De quién? ¿De ellos... o de nosotros?

Era una pregunta que no deseaba responder así que permanecí en silencio. Saqué mi paquete de cigarrillos y le ofrecí uno. Lo tomó con una leve sonrisa en sus labios (carnosos) y se lo encendió. Yo hice lo propio y los dos fumamos en silencio durante unos instantes.

–No puedo dormir –dijo al fin sujetando el pitillo con destreza, no era el primero que se fumaba. La observé en las tinieblas y vi un brillo en sus ojos que me aceleró el corazón. –Desde que todo esto comenzó no he dormido muy bien.

–Te entiendo.

Entonces giró la cabeza bruscamente y me miró fijamente, como si hubiera tenido una buena idea. Aquello me sorprendió, después de la frialdad que había mostrado el día anterior, pero no pude más que sonreír ante aquella penetrante mirada.

–¿Quieres ver algo interesante?

–Si –respondí encogiéndome de hombros. Tanto tiempo sin sentir a una mujer me hizo fantasear con toda clase de situaciones eróticas a las que podían llevar aquella frase. A pesar de ser invisible mi rubor en aquella semioscuridad, no pude mantener aquella firme mirada y me centré en mirar el cigarro que se consumía entre mis dedos.

–Ven, sígueme.

Se levantó y yo la seguí. Caminamos por el pasillo que nos llevaba hasta nuestro escondite pero a medio camino tomamos una puerta metálica a la izquierda. Esta daba a una sala completamente a oscuras. Kira, encendió una linterna que llevaba sujeta al cinturón y me guió hasta unas escaleras que ascendían. Subimos tres pisos hasta llegar a otra puerta de las mismas características. La atravesamos y salimos al frescor de la noche estival.

En el cielo, un millón de puntos brillantes plagaban el manto negro del cielo y una débil y menguada luna emitía una pobre luz blanquecina cerca del horizonte. Desde allí, podíamos escuchar el murmullo de la multitud de post-mortem con más claridad. Era la azotea del edificio.

Caminamos hasta el borde del frente y desde aquella posición privilegiada pudimos ver como un gran número de seres de ultratumba caminaba alejándose por la calle frente al centro comercial. Otro nutrido grupo se movía hacia nosotros por una calle secundaria en la otra dirección. No vi a ninguna bestia. Los post-mortem parecían no cansarse nunca, no dormir nunca, siempre en busca de algo que echarse a la boca. Pero las otras criaturas, debían de ser muy distintas a ellos y por otro lado más parecidas a nosotros.

Tiré la colilla, casi agotada por el borde y la observé mientras caía, a cámara lenta, hasta que chocó con el suelo.

–Desde aquí se tiene otra perspectiva ¿eh?

–Si –respondí echando un vistazo a la ciudad. A pesar de ser una pequeña ciudad según el mapa electrónico de la computadora del vehículo que utilizamos para llegar allí, mirando desde un tercer piso, con una perspectiva más amplia, la ciudad me pareció bastante grande.

–Yo he nacido aquí –parecía tener la necesidad de contarme algo, así que no la molesté con comentarios graciosos ("¿aquí?¿en el centro comercial?") a pesar de que me vinieran a la cabeza. –No te puedes imaginar lo triste que es ver tu ciudad convertida en un cementerio viviente. Algunos de esos que ves caminando por ahí, eran conocidos míos. Seguramente me costaría reconocerlos ahora, entre la decrepitud de sus carnes y mi propia memoria que parece fallar, me costaría un rato. Pero aún así eran conocidos... amigos... familiares...

Una solitaria lágrima corrió por su mejilla cazando los últimos brillos que lanzaba una agotada luna. Sentí un impulso y me acerqué a ella abrazándola. Su menudo pero firme cuerpo se desembarazó de mi abrazo de un tirón algo brusco y ella me miró con el ceño fruncido y los labios apretados. En aquel momento pensé que me iba a soltar un puñetazo. Pero no lo hizo. Simplemente se dio la vuelta y oteó el horizonte.

Me sentí de lo más incómodo y estaba a punto de marcharme cuando se escuchó un desgarrador grito en el cielo. Parecía el grito de un ave rapaz, pero tenía una potencia inusitada y amenazante.



Kira se giró en redondo y me miró con una expresión de terror mientras sus ojos se desviaban sobre mi cabeza hacia el cielo negro. Yo alcé la mirada también y me sorprendió ver una enorme sombra sobre mí. Abarcaba por lo menos dos metros de envergadura y un par de garras con afiladas uñas caían hacia mi rostro.

Sin embargo es curioso como en aquel momento, no llegué a percatarme de que si me llegaban a alcanzar, significaría mi muerte. Me limité a observarlas sin miedo y sin la más remota idea de lo que estaba ocurriendo. Mis reflejos me fallaron. Tenía la mente en otro sitio (...persona). Probablemente me iba a costar la vida...

jueves, 29 de marzo de 2007

Dia 12 - Cuarta Parte

Llegamos hasta un local ubicado en lo más profundo del edificio. Estaba iluminado por pequeñas lámparas de queroseno. Una pareja estaba sentada en un rincón sobre un colchón, cuchicheando. Al vernos llegar, se levantaron con expresiones de terror y sorpresa, pero al percatarse de que la joven seguía llevando la pistola en la mano, parecieron relajarse.

El tipo parecía rondar los cuarenta, era alto y le sobraban diez kilos. La alopecia lo había desprovisto de la mayor parte del cabello. Y lo que más llamó mi atención fueron sus ojos azules que parecían brillar con luz propia. La mujer que estaba a su lado, parecía un poco más joven que él, pero de la misma generación. Tenía el pelo recogido en una coleta y unas oscuras ojeras le daban un aspecto demacrado. Curiosamente, los dos vestían ropas limpias y que parecían nuevas y su higiene personal, parecía impecable. A la luz blanca de las lámparas de queroseno pude echar un mejor vistazo de las dos mujeres que nos habíamos encontrado en el pasillo. La enfermera parecía rondar la cincuentena. La joven, en cambio, a la luz, parecía ser más joven de lo que la primera impresión me había dicho… y más guapa también.

Después me di cuenta del aspecto que teníamos nosotros. La verdad era que la primera impresión de cualquiera que nos viera, sería de que éramos post-mortem recientes. Yo tenía una barba de varios días y los cabellos revueltos en la cabeza. Nuestra ropa estaba sucia y rota. No debíamos de oler muy bien, claro que eso yo no lo notaba. El único que tenía un aspecto mínimamente decente era El Cirujano. No sé como se las había arreglado para afeitarse hacía menos de veinticuatro horas. Debía de haberlo hecho con el cuchillo de caza… Me di cuenta que si bien sus pantalones acusaban los últimos días como los de los demás, su camisa seguía tan limpia y nueva como el primer día, con aquel amarillo chillón estampado tan playero. ¡Dios! ¿Cómo era capaz de llevar una camisa tan ridícula?

La enfermera nos indicó un colchón, en un rincón del local, para que tumbáramos a Jon Sang. Una vez lo dejamos allí se afanó con un bote de alcohol, unas gasas y unas pinzas. Cuando acabase con mi compañero, le pediría las pinzas para mí.

El hombre con poco pelo se acercó a nosotros y rápidamente JB le ofreció la mano, presentándose del mismo modo que lo había hecho con migo. Sin embargo el tono que utilizó al decir “nosotros” parecía inducir a que aquí, era él el que tomaba las decisiones. No me gustó un pelo, pero no dije nada. No quería dar la impresión de que nos enfrentábamos por el liderazgo. A mi el liderazgo del grupo me traía sin cuidado, lo que me hubiera gustado dejar claro, que no hice, fue que nadie tomaba decisiones por mi.

–Me llamo Francoise y esta es mi mujer Stefanie –dijo el cuarentón alopécico señalando a la mujer que lo acompañaba.

El Cirujano y yo nos presentamos. Mi compañero parecía incómodo. La sonrisa había desaparecido de sus labios y miraba con cierto recelo a Fracoise.

La chica joven, se acercó dejando la pistola sobre una mesa colocada en el centro del local y se presentó dándonos la mano.

–Me llamo Kira y ya perdonareis mi desconfianza, uno no puede fiarse de nadie en esta situación…

La última en acercarse al pequeño grupo que habíamos formado fue Carla. Con timidez y sin levantar la mirada caminó hasta nosotros tirando de mi camisa.

–Tengo hambre.

–Anda, quien es esta señorita –exclamó Stefanie agachándose hasta ponerse en cuclillas con una cálida sonrisa en el rostro.

Carla se escondió detrás de mí asomando la cabeza sonrojada.

–Se llama Carla y necesita comer… –expliqué.




Horas después, estábamos sentados a la mesa. Habíamos saciado nuestra sed y hambre y charlábamos tranquilamente a la luz de las lámparas de queroseno. Un reloj digital, colgado de una pared, marcaba las once de la noche. Jon Sang, dormía plácidamente con vendas por el rostro después de que la enfermera le administrase un calmante. Ella después se ocupó de mi y llegó a extraerme varios trozos de vidrio del cuello y uno de la mejilla. Me negué rotundamente a que me vendara los cortes y se limitó a echar abundante alcohol en ellos. Me escoció horrores, pero aguanté estoicamente sintiendo como un par de lagrimones caían por mis mejillas. Después se presentó y dijo que se llamaba Irina.

Como habíamos dormido la mañana anterior, no teníamos sueño. Bueno, menos Jon Sang, que por otro lado era lógico que estuviera cansado; había sufrido muchos dolores.

–¿Hacia dónde os dirigíais? –inquirió Francoise. Se dirigió directamente a JB. Se ve que había calado el supuesto de que él estaba a nuestro cargo. “¡Fantasma!”pensé sonriente. En el fondo me hacía gracia aquella manera fanfarrona que tenía de hablar. Como decoraba todo lo que decía con cierto aire de triunfalismo y superioridad. Mientras no nos pusiera en peligro, resultaba cómico.

–Pues, Jon Sang, Dorf y yo estábamos organizando una operación de recaptura de la ciudad, pero –continuó explicando, sin siquiera reparar en el detalle de que ellos no sabían quién era Dorf– cuando ellos aparecieron –hizo un gesto señalándonos a mi y a El Cirujano –los bichos esos nos cercaron en una nave industrial de la zona norte. Tuvimos que salir por patas de allí… Jodo nos libramos por los pelos… eso sí, me cargué todos los hijo-putas que pude… –se echó a reír reclinándose en la silla.

–Nosotros teníamos pensado llegar a la capital –dije yo cuando JB dejó de reírse.

–¿Para qué? La epidemia también se ha extendido allí.

–¿Seguro? –pregunté con ciertas dudas.

–¿No te enteraste? Poco antes de que la situación se descontrolara aquí, emitieron por la televisión un noticiario de emergencia.

–Eh… –tenía que pensar algo rápido, pero me había bloqueado. No podía contarles que éramos presos fugados de una prisión espacial. Eso no ayudaría a acrecentar su confianza en nosotros.

–Nuestra nave se estrelló en el desierto junto al pueblo minero que hay al norte de aquí –explicó El Cirujano con tranquilidad. ¡Se había vuelto loco! ¿Es que pensaba contarles todo? ¿También les contaría que él había sido condenado a cadena perpetua por múltiples asesinatos? –Somos transportistas y tuvimos un fallo en los motores que nos obligó a descender aquí. Es en aquel pueblo donde encontramos a la adorable Carla… –estiró su brazo para acariciar el suave rostro de la pequeña. Ella sonrió agradecida mientras bebía un refresco que le había entregado Stefanie.

Respiré aliviado, recordando que mi compañero, sería lo que fuera, pero desde luego no era un estúpido. Saqué un cigarrillo y me lo encendí con una expresión de placer en el rostro. Percibí desaprobación por parte del matrimonio y de la enfermera, pero la verdad es que me daba lo mismo lo que pudieran pensar. Necesitaba un poco de nicotina y nadie iba a evitar que tomara mi dosis…

–Teníamos previsto ir a la capital para conseguir otra nave y salir de este maldito planeta –dije exhalando una nube azul que se elevó sobre la mesa.

Los demás continuaron charlando. De vez en cuando hablaba JB, arrogante como siempre, pero no presté atención a sus palabras. Lo que me tenía ocupado era la idea de que necesitaba un cambio de planes. El objetivo final seguía siendo llegar hasta la capital, desactivar las defensas del planeta y largarme de aquí con una nave. Pero si conseguía convencer a estos de que me acompañaran… Seríamos cuatro más. Una enfermera, eso siempre venía bien; un matrimonio que seguro atendería mejor a la pequeña Carla, y la joven… La verdad es que no tenía otra utilidad que los huevos que había demostrado tener. Alguien con tantas pelotas seguro que nos vendría bien… bueno… y siendo sincero… era muy atractiva y me gustaba la idea de tenerla cerca.

martes, 27 de marzo de 2007

Dia 12 - Tercera Parte

–He visto algo –nos informó JB. La verdad era que tanto él como Jon Sang, como yo, habíamos visto lo mismo, pero daba la impresión como que quería dejar constancia de que había sido él el primero, aún a costa de delatar nuestra posición.

–Sshh... –le hice callar, lo cual no debió de sentarle muy bien, por la expresión de su rostro. No tenía tiempo de tanta tontería pueril, así que respiré hondo y agarrando con fuerza el fusil me dispuse a adelantarme para echar un vistazo mientras mis compañeros esperaban parapetados tras la furgoneta. Sin embargo, no llegué a hacerlo. JB se lanzó a la carrera sin darme tiempo a reaccionar.

–¡Esperar ahí! –dijo en voz alta mientras corría hacia la entrada del centro comercial.

–Como siga gritando así se va a enterar todo el vecindario –me dijo Jon Sang en un susurro. Asentí impotente.

JB corrió hasta toparse con la pared del edificio a un lado de las puertas de cristal de la entrada. Se pegó al muro y se asomó a la entrada. Nos miró e hizo señas para que nos acercáramos. Le dije a los demás que esperase allí y me acerqué yo solo hasta su lado.

–No hay nadie.

–¿Estás seguro? Antes he visto movimiento –le dije recuperando el aliento tras la corta carrera.

El bullicio aumentó repentinamente. Debían de haber invadido una calle cercana que desembocaba en el centro comercial. El tiempo apremiaba y debíamos hacer algo. Hice señas a los otros para que se acercaran y mientras lo hacían, JB y yo nos asomamos a las puertas de cristal para ver como podíamos entrar. No se abrieron automáticamente, lo cual nos indicaba que no había alimentación eléctrica en el edificio. Nos colocamos cada uno a un lado y estiramos de las hojas de vidrio. Las puertas cedieron sin mucha resistencia y todos entramos. Al soltarlas se volvieron a deslizar a sus lugares de origen cerrando el paso.

Dentro, el silencio y las sombras imperaban en el lugar. Nos encontrábamos en una gran sala con una fuente apagada en el centro, sobre esta en el techo a diez metros, había una cristalera que dejaba pasar la tenue luz del moribundo día que llegaba a su fin. En el extremo opuesto de la sala comenzaban dos pasillos, uno a cada lado, que se perdían en la oscuridad. Multitud de comercios se alineaban a los lados, ahora cerrados y vacíos.

Tras echar una rápida mirada por el amplio espacio para asegurarnos de que no había nadie, nos internamos por uno de los pasillos. Al comienzo de él nos detuvimos. Jon Sang necesitaba descansar. Los dolores eran ahora más intensos y sentía mareos y mucho cansancio. Decidimos que Carla y El Cirujano se quedarían al cuidado de él y JB y yo iríamos a por las provisiones.

No habíamos avanzado más de veinte pasos por el pasillo cuando vimos un par de siluetas frente a nosotros. Estaban cubiertas por las sombras y no podíamos distinguir bien sus rasgos. Pasaron varios segundos sin que nadie dijese nada. La tensión se palpaba en el ambiente, pero parecía que alzar la voz en aquel inmenso silencio era un sacrilegio. Al final, una de las siluetas decidió hablar:

–¿Quienes sois? –habló una voz femenina y por el timbre parecía ser joven.

–Somos supervivientes ¿y vosotros? –respondió JB con cierto tono de orgullo sin tapujos.

Nosotras también –contestó la joven no sin cierto orgullo y pronunciando la primera palabra con tono de rectificación.

Saqué mi mechero del bolsillo y lo encendí estirando el brazo. El halo de luz amarillenta no llegó suficientemente lejos para discernir sus rasgos, pero pudimos distinguir que se trataban de dos mujeres, la que había hablado más joven que la otra. Esta llevaba unas bolsas de plástico en las manos y la primera nos apuntaba con una pistola automática.

–Venga, cariño, estamos todos en el mismo lado, ¿por qué no bajas el arma? –dijo JB avanzando unos pasos hacia ella con actitud fanfarrona.

Ella dio un paso adelante entrando en el campo de luz. Rondaría los treinta, un largo y negro cabello enmarcaba su precioso rostro de grandes ojos verdes. Miraba a JB desafiante. Bajó el arma sin dejar de sujetarla con ambas manos y le apuntó a la entrepierna.

–Si quieres cambiar de sexo sigue acercándote.

JB se paró en seco y su sonrisa desapareció, tornándose en una expresión pálida y nerviosa. La situación no podía ser más desastrosa. Nos encontramos con más supervivientes y en lugar de aunar fuerzas nos vemos en una situación de peligro. La verdad era que debía admitir que esa mujer tenía pelotas. Dos tipos armados con rifles de asalto, que podían acabar con sus vidas en menos de un segundo, aparecían de repente y sola se enfrentaba a ellos con una pistola como único arma.

–Vamos a relajarnos, ¿eh? –traté de calmar la tensión que podía cortarse con un cuchillo. Dejé mi arma en el suelo y le dije, con un gesto, a JB que hiciera lo mismo. Una vez nos vio desarmados, la joven pareció relajarse un poco, pero no dejó de apuntar hacia la entrepierna de mi acompañante. –Solamente queremos provisiones, para eso hemos venido. Además tenemos a un herido y necesitamos curarlo...

Ante mi comentario sobre un herido, la expresión de desafío y desconfianza se diluyó un poco de su rostro y terminó por bajar el arma del todo. Ella asintió y dijo:

–Vale, vamos a ver a ese herido, llevamos un botiquín con nosotras.

El mechero terminó por calentarse demasiado y tuve que apagarlo y sujetarlo por la parte de plástico para no quemarme. La señora mayor que acompañaba a la de la pistola, recogió nuestras armas y los cuatro desandamos el camino hasta la entrada al pasillo en donde esperaban nuestros compañeros. El Cirujano nos observó con cautela y cuando vio a las dos mujeres que nos acompañaban pareció relajarse y recuperar la sonrisa. Carla miraba con interés, arrodillada al lado de Jon Sang.

–Oh –gimió la señora al ver a nuestro compañero con el rostro ensangrentado y desmayado en el suelo. Se arrodilló a su lado dejando los rifles en el suelo y rebuscando en una de las bolsas de plástico. Sacó un botiquín con la característica cruz roja impresa en el lateral blanco y lo abrió.

Mientras se ocupaba de Jon Sang nosotros nos mantuvimos apartados observando como se movía con seguridad y decisión. Sabía lo que estaba haciendo.

–Es enfermera –nos informó como si hubiera leído mis pensamientos. Vaya, parece que habíamos tenido un golpe de buena suerte por fin. Siempre es bueno tener a una enfermera en el grupo.

–Oye, ¿no llevareis agua en una de esas bolsas? –pregunté sintiendo la pastosidad de mi boca al hablar. ¿Cuanto hacía que no me echaba un trago a la boca? Después de pensar un poco recordé que la noche pasada me bebí un trago de whiskey que obviamente no era lo mismo. Pero no recordaba antes de aquello cuando había bebido agua, quizá había sido en la rápida comida antes de entrar a la ciudad. Puede que antes. Parecía que hacía una eternidad.

La joven asintió y sacó de la misma bolsa en donde había estado el botiquín una botella de agua mineral y unas latas de comida en conserva. Me eché un largo trago que apaciguó mi acuciante sed y le entregué la botella a Carla que hizo lo propio. Después El Cirujano y finalmente se acabó la botella JB.

Antes de darnos la oportunidad de abrir las latas de comida la enfermera dijo:

–Necesito más luz, aquí no veo nada –era cierto. Desde donde nos encontrábamos se podía ver las puertas de la entrada, de cristal y el ventanal en el techo sobre la fuente muerta, pero fuera era todo oscuridad.

–Vamos a movernos hasta donde tenemos luz –ordenó rápidamente la joven.

Aquella determinación me sorprendió. Aunque quizá iba acompañada de el hecho de que seguía sujetando la pistola con una mano.

Recogimos todo y entre El Cirujano y yo levantamos al inconsciente Jon Sang, cada uno de un brazo. De ese modo nos marchamos avanzando despacio e internándonos en la oscuridad del pasillo, flanqueados por docenas de locales comerciales abandonados hacía tiempo pero llenos de mercancía.

lunes, 26 de marzo de 2007

Dia 12 - Segunda Parte

La luz matinal entró por las rendijas de la persiana creando halos de luz amarillenta en la que flotaban cientos de partículas de polvo. Un silencio sepulcral nos rodeaba. Sentado en una esquina de la habitación sucia y abandonada sentí como las tripas me rugían. Se suponía que las cosas tenían que ir a mejor, pero para divertimento de un dios bromista y malévolo cada vez iban peor. Mi mochila con la mayor parte de nuestras provisiones y mi cuchillo había quedado en la nave industrial. Solo teníamos la mochila de El Cirujano y los dos rifles de asalto. No teníamos agua potable y solo un par de latas de conservas. Lo primero ahora era encontrar provisiones y, sobre todo, agua.

El Cirujano y Carla estaban durmiendo a mi lado. Jon Sang estaba tumbado, cerca de nosotros, en el suelo. Su rostro estaba lleno de heridas que habían dejado de sangrar hacía pocas horas. Ninguna era importante pero si muy dolorosas, sobretodo las que tenía en los párpados. Había tenido una suerte inaudita ya que ningún trocito de cristal le había dañado los ojos. Al principio pensamos que había quedado ciego, pero tras un exhaustivo examen por parte de El Cirujano, quedamos satisfechos. En cualquier caso necesitaba que le curáramos las heridas y extrajéramos los trozos de vidrio que aún se encontraban alojados en algunas heridas. Joder, si era por cuerpos extraños alojados bajo la piel, yo tenía una buena colección en la mejilla y el rostro. También tenía que ocuparme de eso antes de que se me infectaran. Pero necesitábamos pinzas. Si hubiera una mujer con nosotros, seguro que llevaría un par encima. Siempre llevaban cosas inútiles dentro de sus bolsos. Cosas inútiles que ahora nos vendrían de perlas, claro está.

Así que debíamos encontrar un lugar donde reabastecernos y curar nuestras heridas. Así podríamos seguir nuestro camino. También había algo que me rondaba la cabeza. Debía convencer a JB y a Jon Sang para que vinieran con nosotros hasta la capital. Me vendrían bien. Desde que encontró a Carla, El Cirujano no se separaba de ella y ya no podía contar tanto con su ayuda. Además el asunto de Dorf aún no se me había olvidado. Lo cierto es que no le podía acusar de nada, no tenía pruebas y cuanto le conté a JB que las bestias habían matado a su jefe, se lo creyó sin reticencias. ¿Podía ser que yo estuviera intentando ver fantasmas donde no los había? No lo sé, por si acaso, decidí tenerle vigilado.

JB estaba en el otro lado de la habitación, haciendo flexiones y abdominales y otra serie de ejercicios que a juzgar por su aspecto, rollizo, no tenía mucha costumbre de hacer.

Me levanté y caminé hasta allí, tomando asiento junto al sudoroso personaje. Me encendí un cigarrillo y le ofrecí uno. Lo tomó y sentándose a mi lado se lo encendió.

–Nada como un pitillo después del ejercicio –dijo en un susurro echándose a reír. Se cubrió la boca con una mano y trató de controlarse. Creo que este tipo era de esas personas que tienen un sentido del humor peculiar y solo hacen gracia a sí mismos. Aparté esas cavilaciones de mi mente y traté de centrarme en el asunto que me había hecho acercarme a él.

–Antes, hablasteis sobre un centro comercial...

–Si. Está como a unos quince minutos a pie. No está lejos.

–Debemos llegar allí cuanto antes. Necesitamos agua, comida y unas pinzas...

Me observó frunciendo el ceño y pude intuir que estaba pensando en otra de sus bromas sin gracia. Antes de que pudiera decir nada hablé yo:

–Tenemos que sacarle los trozos de ventana a Jon Sang antes de que coja una infección –Asintió sin decir nada, dándole una calada al cigarrillo. –Dentro de unas horas, cuando el sol comience a bajar, nos marcharemos.

Me levanté y volví al lugar en donde había estado sentado. Me acomodé en el suelo y Carla abrió un ojo. Sin decir nada, se acurrucó contra mi brazo y siguió durmiendo. Traté de descansar un poco pero me fue imposible. No dejaba de venirme a la cabeza la imagen de Dorf abierto en canal y de los ojos rojos que me miraban a través de la ventanilla del vehículo.

Llegó la tarde y desperté a mis compañeros. Todos estábamos sedientos y hambrientos. Pero no teníamos más remedio que aguantar hasta tener la oportunidad de saciar nuestras necesidades físicas.

Estábamos preparándonos para salir cuando Carla se acercó a mi por detrás y tiró varias veces de mi camisa para atraer mi atención. Me di la vuelta y agaché poniéndome a su altura.

–¿Dime?

–Tengo que hacer pipí –dijo ella sonrojada y mirando al suelo.

Joder, lo que me faltaba. No podía habérselo dicho a El Cirujano, no, tenía que decírmelo a mí. Y además, qué podía hacer yo al respecto. No podía materializar un cuarto de baño limpio e higiénico con agua corriente y papel. Debió de percibir mi desconcierto en mi rostro, porque dijo:

–Me da miedo ir sola…

Bueno… mientras no tuviera que sujetarle la frente para que hiciera fuerzas, creí ser capaz de hacerlo. Caminamos de la mano hasta el sucio y oscuro cuarto de baño. Yo me quedé fuera y la dejé entrar, pero se detuvo en la entrada y mi miró con el rostro compungido.

–Si cierras la puerta estará todo oscuro…

–Pues déjala abierta –dije yo encontrando mucho sentido a mis palabras.

–Desde aquí me pueden ver… –señaló a los demás que seguían preparándose para nuestra marcha.

–Pues la única luz que tengo es mi mechero –Carla asintió. –Pero… entonces yo tengo que entrar…

–Entra conmigo y ponte de espaldas.

Me encogí de hombros y la acompañé al interior del cuarto que quedó en la más absoluta oscuridad cuando cerramos la puerta. Encendí mi mechero y lo sujeté en alto colocándome de cara a la puerta. Detrás mío, Carla se puso a la tarea. Una vez hubo acabado salimos y nos unimos a los demás. Al salir del cuarto, percibí una mirada velada de mi compañero El Cirujano que me dejó extrañado. No le di importancia y recogí el rifle.

–Vámonos –dijo JB abriendo la marcha.

Una vez fuera nos recibió una fresca brisa que revolvió mis cabellos como caricias. Después del calor agobiante que habíamos pasado dentro de aquel cuchitril, era muy agradable aquel frescor. El sol se había ocultado tras el lejano horizonte y el cielo se teñía de vivos colores pastel.

Si en el pueblo minero habíamos encontrado a un único superviviente, en esta ciudad que era por lo menos el doble de grande, habíamos encontrado a tres (que ahora solo eran dos, claro). Parecía lógico pensar que no encontraríamos a ningún otro superviviente en Barlenton. Sin embargo de vez en cuando podíamos escuchar alguna explosión lejana, ruidos de golpes y griteríos de multitudes. Mi intuición me decía que esas multitudes no eran de supervivientes. Pero claro, si no había más supervivientes, ¿quién les hacía gritar de aquella manera y quién hacía esos ruidos y provocaba esas explosiones?

Caminábamos en fila india. El primero era JB, que conocía el camino y parecía ser el más dispuesto a prestarse a ello (lo cual no hablaba en su favor, si soy sincero), después iba yo, seguido de Jon Sang y de Carla y cerrando nuestra comitiva, caminaba El Cirujano con aquella pueril y socarrona sonrisa. Para entonces yo ya me había acostumbrado a ella, pero JB parecía pensar de otro modo.

Se acercó a mí y me susurró al oído:

–¿Te has fijado en tu amigo?

–No es mi amigo.

–Bueno, da lo mismo… ¿te has fijado en él?

–¿Qué pasa con él?

–Creo que tiene planeado algo.

–Seguramente hace planes como todo el mundo, JB, ¿a qué quieres llegar?

–Pues que nos mira con esa sonrisa maliciosa.

Era increíble como cada uno era subjetivo cuando interpretaba las mismas imágenes que llegaban a su retina. Él veía una sonrisa maliciosa y yo veía una sonrisa pueril. Puede que no fuera ni lo uno ni lo otro, pero claro, cada uno interpretaba la realidad a su manera. Le di un golpe en el hombro (admito que lo hice con fuerza y era una venganza por el golpe que me había dado él la noche anterior en la nave industrial) y le dije sonriente:

–Confía en mí, ese tipo me ha salvado la vida… tres o cuatro veces, ya no me acuerdo. Es de fiar.

A JB no pareció gustarle la libertad que me había tomado con el golpe en el hombro. Me hice el sueco y seguí caminando y mirando al frente.

Doblamos una esquina y frente a nosotros, al final de la calle, estaba el gran edificio que formaba el centro comercial.

¡Que ganas tenía de beber un largo trago de agua!

Nos acercamos con cautela al edificio. Frente a él había un amplio parking con anchas aceras y en la entrada había grandes puertas de cristal que con la electricidad en funcionamiento se abrían automáticamente.

A medida que nos acercábamos nos dimos cuenta de que el bullicio se escuchaba más cercano. La muchedumbre de post-mortem debía de andar cerca, habría que tener cuidado.

Cuando estábamos a unos diez metros de distancia de la entrada principal, percibimos movimiento en el interior.

sábado, 24 de marzo de 2007

Dia 12 - Primera Parte

Salté hacia detrás, entrando por el hueco del portón e inmediatamente después lo deslicé hasta cerrarlo. Todo se sumió en la más absoluta oscuridad y no pude encontrar manera alguna de atrancar el portón.

Comencé a caminar a tientas, tratando de encontrar nuestro vehículo. Varios golpes contra el portón metálico retumbaron por todo el espacio interior, haciendo ecos que regresaban débiles pero tenebrosos. Estiré los brazos hacia delante y me arriesgué a echar a correr hacia delante, con el peligro que entrañaba darme de morros contra lo que buscaba.

Me detuve. Había corrido demasiado, ya tenía que haber llegado hasta el vehículo.

Más golpes contra la puerta. No aguantaría mucho.

Saqué del bolsillo mi mechero y lo encendí. Una cálida burbuja luminosa creció a mi alrededor. Ahí estaba, a menos de medio metro a mi derecha. Habría pasado corriendo sin darme cuenta y sin encontrarlo nunca. Entré raudamente y conecté los sistemas electrónicos. Arranqué el motor y, tras encender los faros delanteros, aceleré a toda velocidad directo hacia la oficina. Pude ver como El Cirujano me hacía señas con las manos desde la puerta. Dentro JB y Jon Sang se movían de un lado a otro.

Por fin el portón cedió y soltándose de sus goznes cayó contra el suelo de cemento de la nave retumbando por la oscuridad. Vi en el espejo retrovisor como una marea de siluetas entraban por el hueco, iluminados a contraluz por la pálida luz lunar.

Pocos metros antes de estrellarme contra la oficina, pisé el freno a fondo y girando el volante el vehículo derrapó quedando a escasos dos metros de la puerta y de mi compañero.

–¡Subir! –exclamé.

El Cirujano entró corriendo en la oficina y al momento volvió a salir con su mochila en la espalda y de la mano de Carla. Mi mirada se fijó en la cintura de los pantalones de mi compañero. Su cuchillo de caza estaba metido en ella. Vino a mi memoria la imagen del torso de Dorf abierto como un libro, mostrando una oquedad vacía que debiera haber estado llena de órganos. Sentí desconfianza y sobre todo no me gustó nada que estuviera tan cerca de Carla. Pero todo aquello tendría que esperar, antes debíamos salir de aquel embrollo.

El Cirujano y Carla entraron a los asientos traseros y cerraron la puerta. Mientras JB y Jon Sang salieron de la oficina y se acercaron al vehículo. Antes de entrar comenzaron a disparar ráfagas hacia la masa de post-mortem y bestias que se acercaban rápidamente hacia nosotros. Los fogonazos parpadeantes de los dos rifles nos mostraban una terrorífica imagen de decenas de siluetas que comenzaban a abrirse en abanico cerrando nuestra huída.

–Nos tenemos que marchar –me dijo El Cirujano apoyando una mano sobre mi hombro.

–¡Vamos! ¡Subir de una vez! –grité a los dos que seguían fuera disparando sin hacer demasiado efecto a nuestros perseguidores.

JB no esperó más y entró al vehículo tomando asiento en la parte trasera junto a El Cirujano y Carla. Jon Sang disparó un par de ráfagas más y finalmente tomó asiento en el sitio del copiloto cerrando de un golpe. Antes de que la puerta se hubiera cerrado del todo, pisé el acelerador a fondo y las ruedas traseras giraron un instante hasta que tomaron tracción y nos impulsaron a toda velocidad contra la masa de siluetas.

–Ponte el cinturón, cariño –escuché como le decía El Cirujano a Carla. No es mala idea, este trayecto iba a ser movidito.

Varios post-mortem salieron volando golpeados por nuestro vehículo y nos vimos libres de obstáculos. Pero poco más adelante se encontraba la pared de la nave. Era de metal y rápidamente hice memoria. Recordé que las planchas de metal que la formaban no eran demasiado gruesas. No quedaba más remedio, debía arremeter la pared con el vehículo para salir de allí.

Aceleré hasta el máximo de velocidad justo antes de la colisión. Apreté con fuerza el volante y los dientes. Escuché como JB comenzó a gritar en el asiento trasero.

El golpe fue tremendo. Mi cuerpo se vio proyectado hacia delante y sentí como golpeaba el volante con la frente, pero no pareció dolerme. Momentáneamente perdí de vista el exterior, cuando se me oscureció la vista. Pero pronto me recuperé y en un acto reflejo giré a tiempo antes de golpear una farola.

Respiré aliviado mientras tomaba una calle girando en la esquina de la nave tratando de alejarme lo antes posible del lugar. Pero un golpe en el techo de chapa nos hizo alzar la cabeza a todos.

–¡¿Qué es eso?! –aulló JB por encima del ruido que hacía el viento al entrar por la ventanilla del copiloto sin cristal.

Otro golpe y esta vez acompañado de cuatro garras afiladas como cuchillos atravesando el techo como si se tratara de mantequilla.

–¡Tenemos uno en el techo! –exclamó El Cirujano sacando el cuchillo de su pantalón y preparándose para utilizarlo.

Una mirada entre Jon Sang y yo, bastó para que me entendiera. Alzó su rifle y descargó una ráfaga que produjo un coladero en la chapa alrededor de la garra. Esta desapareció pero no vimos que cayese ningún cuerpo detrás de nosotros a la calzada así que disparó una segunda ráfaga.

Entonces un golpe en el capó nos hizo volver la cabeza hacia delante. Estaba allí, de pié, observándonos con sus ojillos rojos y brillantes. Estaba acuclillado y con las garras clavadas a la chapa así que los volantazos que di de un lado a otro no lo hicieron caer.

Y para colmo de males una nube de humo blanco comenzó a emerger del radiador delantero del vehículo. El golpe debía de haber dañado el sistema de refrigeración. Dentro de poco, cuando subiera la temperatura lo suficiente, el motor terminaría por estallar como una bomba. ¡Dios, el combustible era hidrogeno líquido!

Antes de que Jon Sang pudiera preparar su arma para descargar otra ráfaga, esta vez hacia delante, la bestia lanzó un brazo contra la luna delantera haciéndola añicos. Una lluvia de pequeños trozos de vidrio cayó sobre nosotros. Sentí como se abrían varios cortes por mi rostro y cuello, pero en aquel momento no sentí dolor alguno. Daba la impresión de que la adrenalina que corría por mis venas cancelaba todo sentido del dolor en mi cuerpo.

Escuché como Jon Sang, gritaba de dolor tapándose el rostro con las manos. Entonces, aún concentrado en mi copiloto, vi como alguien se lanzaba desde el asiento trasero por el hueco central de los asientos delanteros. Era El Cirujano y llevaba el cuchillo en la mano. Lanzó una estocada precisa que detuvo un zarpazo dirigido hacia mi rostro a pocos centímetros de mí. Pude oler el nauseabundo olor que emanaba la piel verdosa del ser. El cuchillo se había clavado en el antebrazo de la bestia y al retirar el brazo se llevó el arma con él.

En aquel momento, Jon Sang, apretando los dientes y aguantando el dolor, con el rostro ensangrentado, dirigió el cañón del rifle hacia delante, sin apuntar, y apretó el gatillo. La ráfaga empezó demasiado alejada pero pronto alcanzó su objetivo y lo lanzó hacia delante.

El vehículo dio un brinco cuando pasó por encima del cuerpo sin vida del ser.

Respiré profundamente, aliviado. Eché un vistazo a los indicadores y la temperatura se acercaba ya a el límite peligroso. Frené de golpe exhortándolos a salir rápidamente. No me pidieron explicaciones, todos salieron rápidamente. Entre JB y yo, ayudamos a Jon Sang y corrimos hasta la esquina de un edificio cercano. Giramos en ella poniéndonos a cubierto justo en el momento que el motor hacía explosión lanzándonos al suelo.

–La explosión los atraerá, debemos salir de aquí, rápidamente –dijo El Cirujano.

Yo asentí, sintiendo como la cabeza me daba vueltas y los oídos me pitaban.

Mientras nos alejábamos por la oscura calle sentí como varias gotas de sangre resbalaban por mi frente y el dolor aumentaba a medida que la adrenalina desaparecía de mi cuerpo. Sentía varios cuerpos extraños por mi cuello, algún cristal que seguía alojado bajo mi piel, y el pulso me retumbaba dentro del cráneo.

Nos habíamos salvado por los pelos. Sin embargo, no podía dejar de pensar en cómo iba a explicar a nuestros nuevos compañeros la desaparición de Dorf.

viernes, 23 de marzo de 2007

Dia 11 - Cuarta Parte

–¡Nos han encerrado aquí! –exclamé frustrado y golpeando el volante con mis puños.

–¿Qué? –preguntó El Cirujano desde la oscuridad en el asiento trasero.

–Que nos han encerrado.

–No, han entrado detrás de nosotros.

–¿Seguro? Yo no los he visto.

No hizo falta que me respondiera. Escuchamos como alguien golpeaba en mi ventanilla con los nudillos. Apagué el motor y salimos del vehículo a tientas cuando JB encendió una linterna iluminando un pequeño espacio de la espesa oscuridad.

–Seguidme –dijo JB con aquella manera de hablar tan peculiar.

Lo seguimos sin saber hacia dónde nos dirigíamos. A nuestro alrededor un mar de sombras se deslizaba apartándose de la luz de la linterna y cerrando el paso detrás nuestro. Carla caminaba junto a mi compañero cogida de su mano. Cualquiera diría que son padre e hija.

Al fin llegamos a una oficina en uno de los extremos de la nave industrial. Entramos y tras cerrar la puerta encendieron una bombilla que colgaba del techo, que iluminó toda la estancia. Había un escritorio en un rincón cubierto por papeles. Apoyadas contra una pared había unas estanterías llenas de archivadores. Junto al escritorio, en el suelo, había un ordenador probablemente roto, por el aspecto que mostraba.

El que nos parecía el líder corrió la mesa y la colocó en el centro mientras los otros sacaban sillas para que todos tomásemos asiento, nosotros tres a un lado y ellos tres al otro.

–¿Vosotros habéis hecho explotar ese camión? –pregunté sacando un cigarrillo y encendiéndomelo.

JB asintió riendo.

–Si, tío. Vamos a freír a esos cabrones, ya veréis.

Estimé oportuno que era buena oportunidad para presentarnos y tras decirle nuestros nombres JB hizo lo propio con los suyos. El tipo que había vigilado a El Cirujano se llamaba Jon Sang y el que parecía ser el líder se llamaba Dorf. JB nos contó que eran habitantes de la ciudad, él era un técnico en comunicaciones, "el silencioso de los ojos rasgados", como lo describió nuestro parlanchín anfitrión, conducía vehículos de mercancías y Dorf trabajaba en una de las fábricas de la ciudad.

–Desde que llegó la plaga, macho, hemos sobrevivido como verdaderos soldados... ¡con un par de huevos! –exclamó JB mientras nos contaba sus andanzas. –Nos atrincheramos aquí en esta nave y de vez en cuando hacemos salidas para ir eliminando a cosas de esas. Ahí fuera tenemos preparada una buena. Hemos hecho estallar el camión, para atraer a los que se encuentren cerca y tenemos preparadas multitud de minas que cuando estallen se los llevarán al infierno... –se echó a reír de una manera muy escandalosa y exagerada.

–¿No pensáis salir de aquí? –pregunté cuando dejó de reír.

–No. Tenemos que limpiar la ciudad de muertos... o no muertos, según se mire –volvió a reír estirando el brazo y soltándome un fuerte golpe en el hombro que casi me tiró de la silla. Intenté pasarlo por alto, eran nuestros nuevos compañeros y a pesar de que no me fiaba ni un pelo, como he dicho en muchas ocasiones, cuantos más seamos, más posibilidades de sobrevivir tengo yo. –Hemos aguantado muy hasta hace unos días. Cada vez se acercan más, pero los mantenemos a raya.

–Tendremos que buscar otro escondrijo –habló por primera vez Jon Sang. JB lo miró con expresión de fastidio. Me dio la impresión de que le molestaba que le quitaran el protagonismo.

–Puedo coger uno –como si no le interesara la conversación, Dorf me pidió un cigarrillo. No sin sentir algo de fastidio, le entregué uno junto al mechero. Se lo encendió aspirando el humo con un gesto de satisfacción casi enfermiza. Yo debí de poner aquella cara cuando me fumé el primero en el pueblo minero.

–Si, pero por ahora estamos bien aquí –continuó JB –además, ahora somos más y podremos con esos cabrones.

–Nosotros no nos vamos a quedar –dijo El Cirujano observando intensamente a JB. Una alarma comenzó a sonar en mi cabeza. Aquella mirada, medio divertida, muy inteligente, no me gustó un pelo. Mi compañero estaba pensando algo. Tenía la misma expresión que un crío mientras mira su pastel de cumpleaños e imagina lo bueno que va a saber.

–Solo queremos provisiones y combustible, como dije antes –le informé yo, tratando de atraer su atención. –No nos vamos a quedar.

Una serie de explosiones distantes y distorsionadas nos sobresaltaron. JB se echó a reír poniéndose en pié y alzando los puños.

–SIII... ¡Los hemos pillado! –exclamó danzando por la sala.

–Mañana os acompañaremos a un centro comercial donde encontrareis todo lo que necesitáis –dijo Dorf levantándose. –Ahora deberíais descansar. Yo haré la primera guardia. Tu –me señaló con un dedo –harás la segunda y tu, Jon Sang, harás la tercera.

Sin decir más, se marchó, exhalando una nubecilla de humo azulado a su paso.

Nosotros tres no teníamos sueño así que seguimos sentados en la mesa, charlando levemente en susurros. Jon Sang se tumbó en una esquina y pronto estuvo profundamente dormido. JB estuvo paseando por el exterior de la oficina y incluso le vimos dando puñetazos al aire cuando creía que no mirábamos.

Un rato después, debió de cansarse y se tumbó en otra esquina quedando dormido en pocos minutos.

Saqué de mi mochila la botella de whiskey y le di un buen trago. Hacía rato que lo necesitaba.

–Apuesto mis pulmones a que ese tal Dorf nos tiene una preparada –me susurró El Cirujano.

–Yo tampoco me fió de él, pero ¿qué podemos hacer?

Mi compañero frunció los labios pensativo. Preferí no saber qué le pasaba por la cabeza.

Con la espalda cansada, me senté en el suelo, contra la pared. Di otro trago de licor y guardé la botella en mi mochila.

El Cirujano y Carla también tomaron asiento a mi lado y nos quedamos así durante largo rato, sin hablar, en silencio. Carla no tardó mucho en caer en un profundo y tranquilo sueño. Y al rato, también mis parpados comenzaron a ceder al cansancio acumulado.

No estoy seguro de cuanto rato había pasado, pero abrí los ojos algo sobresaltado al sentir un peso sobre mi pecho. Cuando vi lo que me oprimía, me relajé. Carla se había acurrucado a mi lado y había acabado abrazándome como a un osito de peluche gigante. Seguía durmiendo con una expresión angelical en el rostro.

El Cirujano no estaba. Extrañado, traté de deshacerme del abrazo de la pequeña, pero cada vez que conseguía separarme un poco, ella, en sueños, se volvía a pegar a mí. Desistí finalmente, dándolo por imposible y esperé un rato, mirando el techo y pensando en todo lo que me había ocurrido aquellos días.

Me apeteció un cigarrillo, pero el paquete empezado estaba sobre la mesa. Así que cogí uno nuevo y tras abrirlo saqué un cigarrillo. Me guardé la cajetilla en el bolsillo del pantalón y encendí el pitillo que sostenía entre los labios. Aquello siempre me había ayudado a relajarme y pensar. Trataba de recordar el camino que había que seguir en la capital para llegar hasta el edificio donde, presuntamente estarían los ordenadores centrales.

Entonces apareció El Cirujano por la puerta.

–¿Dónde habías estado? –inquirí en un susurró prácticamente inaudible.

–Tenía ganas de mear –dijo sonriente. Parecía muy feliz. Normalmente solía tener aquella pueril sonrisa en el rostro, pero ahora parecía francamente eufórico. No le di importancia (mi compañero era demasiado complicado como para psicoanalizarlo a aquellas horas de la noche).

–Ayúdame –dije señalando a Carla, aún abrazada a mi pecho –tengo que hacer la guardia.

El Cirujano asintió y se sentó junto a nosotros. Con una delicadeza extrema cogió las manos de Carla y las deslizó hasta él. Ella sin percatarse de nada, abrazó al nuevo receptor de su abrazo.

Me levanté, estirando las piernas y los brazos y salí de la oficina. Todo a mi alrededor estaba sumido en la más absoluta oscuridad a excepción de una fina línea de pálida luz veinte o treinta metros frente a mi. Caminé con cuidado hacia allí mientras daba caladas despreocupadas a mi cigarrillo.

Por fin alcancé el portón ligeramente abierto, por donde entraba aquella débil y pálida luz lunar. Me asomé al exterior y vi que Dorf estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la parte exterior del portón. Parecía haberse quedado dormido. Pero tras una mirada más detenida, pude ver que su torso estaba desnudo y una horrible herida lo recorría desde el ombligo hasta la garganta.

La primera reacción fue la de mirar alrededor en busca de post-mortem o algo peor. No vi nada. Claro que las altas naves industriales de alrededor proyectaban espesas sombras que no llegaban a iluminar la luz lunar.

Me agaché junto a Dorf y le palpé en el hombro, tratando de cerciorarme de que estaba efectivamente muerto. Su cuerpo frío, se deslizó hasta topar con el suelo quedando tumbado de lado. Pero en aquella posición vi como su pecho se abría como un libro por la herida que era más profunda de lo que me había parecido en un primer lugar. Bajo la capa de piel que se había abierto pude ver que había un amplio hueco vacío. ¡Le faltaban los órganos! No había mas que una húmeda y maloliente cavidad.

Un rugido salvaje se elevó en la noche haciendo que todos los cabellos de mi cuerpo se erizaran como electrificados por un campo magnético. Al final de la calle, entre dos naves industriales, vi como unas siluetas se acercaban en mi dirección, presididas por unos ojos brillantes y rojos que parecían flotar en la noche.

Otro rugido sonó a mi izquierda, mucho más cercano. Miré hacia allí y girando en la esquina de nuestra nave, apareció una bestia... no, dos... tres... Había tres con sus correspondientes ojos rojos como la sangre.

¡Dios! ¡Estamos perdidos!

Dia 11 - Tercera Parte

El vehículo se detuvo rápidamente en medio de la calzada mientras los tres observábamos las feroces llamas ardiendo en la estructura del camión casi calcinada por la explosión.

–¿Estáis bien? -pregunté mirando por encima de mi hombro a mis dos compañeros que viajaban en los asientos traseros.

El Cirujano, impasible como siempre, sonreía mientras se colocaba cómodamente en el asiento. Carla, con una expresión de pavor en el rostro, asintió en silencio.

Unos golpes en mi ventanilla nos sobresaltaron. Un tipo nos observaba desde la oscuridad. No pude distinguir muy bien sus rasgos, medio iluminado por las llamas del incendio, pero distinguí que era corpulento.

–No abras -me susurró El Cirujano desde el asiento trasero.

Me pareció un buen consejo y me preparé para arrancar a toda velocidad para marcharnos de allí. Pero antes de hacerlo, vi como un fusil apuntaba a mi cabeza desde el otro lado del cristal. Aquello me dejó congelado.

–¡Salir!

Miré por encima de mi hombro y vi que mi compañero ya no sonreía, otra figura oscura lo apuntaba a través de su ventanilla con otro rifle. Sin decir nada más, mi compañero abrió su puerta y salió. Yo lo imité y salí al frescor de la noche.

El tipo que me apuntaba con el fusil de asalto no era precisamente corpulento. Más bien le sobraban unos kilos aunque seguro que era de aquellas personas que decían que eran de hueso ancho. Tenía el pelo corto, rojizo y llevaba unas gafas de montura de plástico.

–¿Qué hacéis aquí? ¿Quienes sois? –me preguntó con la mayor chulería que había escuchado en mi vida. ¿Este tipo quién era? Eché un vistazo alrededor antes de contestar, buscando a más de ellos. Solo vi a uno más, apoyado contra la pared de la nave más cercana. Observaba el camión en llamas como hipnotizado.

–Venimos del pueblo minero al norte de aquí, pero no somos de aquí y estamos de paso.

Mi interlocutor me miró con una expresión dura y desafiante. Era casi como una pose, una máscara para esconder sus verdaderas emociones. Aquel escrutinio no me pareció sincero.

–¿Había...?

–Sí, el pueblo está plagado –contesté frunciendo el ceño. Había preguntado con cierto tinte de miedo. No cuadraba con esa mirada dura y desafiante. Continué – hemos escapado por los pelos.

–Nosotros llevamos resistiendo desde hace dos semanas –dijo con un tono de orgullo en su voz que no me gustó nada.

–Simplemente necesitamos provisiones y combustible, después nos marcharemos.

El Cirujano caminó hasta mi lado, seguido por el otro. Mi interlocutor bajó su arma y sonrió ampliamente, sustituyendo la mirada desafiante por una pueril. Extendió la mano y dijo:

–Yo soy John Bennet, pero me llaman JB –le estreché la mano. –A ver qué podemos hacer...

–Lo primero es salir de la calle, llegarán en pocos minutos –dijo el tipo que se apoyaba contra la pared de la nave industrial sin retirar la mirada de las llamas.

Entonces me di cuenta de que la persona que tomaba las decisiones allí era el silencioso entre las sombras. Así que debía cuidarme de él y no del tipo de la mirada desafiante, el tal JB.

­–Seguidnos con el vehículo –continuó el líder.

El Cirujano y yo compartimos una mirada de complicidad. Los dos pensábamos lo mismo. Aquel tipo era peligroso. No parecía contento con nuestra llegada y podía crear problemas. Lo mejor sería largarnos de allí lo antes posible.

A pesar de haber comenzado nuestras andaduras juntos tan solo cinco días antes, mi compañero y yo habíamos llegado a conectar. De hecho dudaba fuertemente sobre las razones por las que habían encarcelado a El Cirujano. Comenzaba a pensar que todo había sido ya sea un error judicial o lo habían utilizado de chivo expiatorio. La manera de tratar a Carla. Todas las ocasiones en las que me había salvado la vida. Cada vez me convencía más de que mi compañero no era un peligroso psicópata asesino.

Entramos al vehículo de nuevo cerrando las puertas.

–¿Quienes son? –preguntó Carla con esa vocecilla tan dulce que tenía.

–No lo sabemos, pequeña, pero no te preocupes –le aseguró El Cirujano apretando su pequeñita mano.

–¿Qué opinas? –inquirí acelerando lentamente mientras giraba el volante para seguir a los tres desconocidos.

–Que no debemos fiarnos.

Asentí mientras controlaba el vehículo en su lento avance. Los tres tipos armados nos dirigieron hacia una nave industrial apartada de la carretera. Una vez allí, abrieron la puerta de tres metros de altura que giró suavemente sobre sus goznes.

Deslicé el vehículo a la oscuridad del interior cuando ocurrió algo de lo más inesperado y frustrante. Escuchamos como el portón se cerró detrás nuestro, pero no había visto a los tres entrar. Estaban esperando fuera mientras yo aceleraba al interior que ahora estaba sumido en la más absoluta oscuridad.

–¡Mierda!

miércoles, 21 de marzo de 2007

Dia 11 - Segunda Parte

El mapa electrónico en tres dimensiones que mostraba el panel de la computadora de abordo indicaba que la población a la que se acercaban se llamaba Barlenton. Me pasé al asiento del copiloto, sintiendo el viento que entraba por la ventanilla rota golpeando mi cara para trastear con la computadora.

Nos habíamos deshecho del post-mortem que había quedado atascado en la ventanilla. Paramos a varios kilómetros del pueblo y con la ayuda de El Cirujano, mientras Carla nos observaba desde el interior del vehículo, estiramos de las dos piernas del gordo y una vez lo sacamos del hueco, entramos rápidamente al vehículo y salimos a toda velocidad de allí. No creímos conveniente llegar a una población con uno de aquellos seres colgando del flanco del vehículo.

Con los cabellos alborotados, comencé a indagar en la base de datos buscando información sobre la población que se acercaba a nosotros a velocidad constante desde el lejano horizonte. Se trataba de una ciudad mayor que la que habíamos dejado atrás. De unos quince mil habitantes, según las estadísticas. En el extrarradio se ubicaban grandes zonas industriales y en el centro de estas estaban los edificios de viviendas. Pasábamos de un pueblo minero a una ciudad industrial. Dentro de poco averiguaríamos si el cambio era positivo.

Asomé la cabeza por el hueco sin cristal y sentí el fuerte azote del viento contra mi rostro. Era agradable y refrescante. Dentro del habitáculo se había concentrado mucho calor, a pesar del agujero por el que ahora sacaba la cabeza. El problema era que el aire que entraba estaba caliente y seco y no nos podíamos permitir encender el aire acondicionado para no gastar más combustible del necesario. También era esta la razón de que El Cirujano, ahora al volante, no acelerase más de la cuenta. Una buena velocidad constante era lo que más económico nos resultaría.

-¿Has visto eso? –inquirió mi compañero señalando con un dedo hacia los edificios que se acercaban a nosotros.

-¿El qué? –escruté el horizonte frente a nosotros tratando de encontrar algo fuera de lo común. Pero no vi nada. Cuando estaba a punto de volver a preguntar, me percaté de una columna de humo gris que se elevaba hacia el cielo azul y completamente despejado. –¿Te refieres a ese humo?

-Sí.

No hizo falta hablar más. Entendí y compartí perfectamente su preocupación. Si había una columna de humo que se veía desde esta distancia, debía de causarla un incendio importante. Y después de la experiencia que habíamos atravesado en el pueblo minero, nos temíamos lo peor.

El Cirujano deceleró la marcha un poco.

-Igual deberíamos dar la vuelta a través del desierto –me dijo sin apartar la vista del frente.

Mi primer impulso era exactamente aquel. Evitar acercarnos más a Barlenton, dar un rodeo por el desierto y reincorporarnos a la carretera después para continuar de camino a la capital. Aquello implicaba aguantar con los suministros que teníamos en las mochilas y con el combustible que nos quedaba en el depósito. Había unos cuatro mil ochocientos kilómetros de distancia. Conduciendo sin detenernos y a mayor velocidad podíamos llegar en dos días. Pero teníamos combustible para la mitad de viaje, así que al final tendríamos que detenernos en algún lugar para repostar. No sabíamos cuando íbamos a poder repostar, lo que nos obligaba a circular a la mitad de velocidad, economizando el combustible y alargando el viaje a cuatro días. Yo en la mochila, había metido comida para dos días, pero claro, contaba con una sola boca que alimentar, y una botella de agua mineral de dos litros aún llena. El Cirujano tenía incluso menos, lo que le quedaba desde el día que nos encontramos con Eloy en el supermercado, es decir un par de latas de conservas, una caja de cereales y un botellín de agua de un cuarto de litro por la mitad.

Eché un vistazo al mapa y después de Barlenton, la siguiente ciudad estaba a cuatrocientos kilómetros. A la velocidad actual y contando con que tendríamos que dar un rodeo llegaríamos en unas diez o doce horas. Para entonces sería ya de noche lo que haría más fácil nuestro aprovisionamiento, pero el problema seguía residiendo en nuestros actuales suministros, más concretamente en el agua. Considerando que llevábamos horas sin refrescar nuestras gargantas y con el calor sofocante que hacía, pronto nos quedaríamos sin agua. Antes de que se pusiera el sol nos habríamos quedado sin agua.

Le trasmití mis impresiones a El Cirujano y el escuchó en silencio. Mientras le hablaba, me di cuenta de que aquella característica sonrisa que siempre solía tener dibujada en los labios, había desaparecido. El hecho de quedarse sin agua, parecía preocuparle sobremanera. Aquel tipo, cada día me dejaba más perplejo. Daba la impresión de que nuestra actual situación le preocupaba más que los peligros que habíamos atravesado en el pueblo minero.

-Está claro... –dijo volviendo a recuperar el entusiasmo (y la sonrisa).

-Eso parece –me volví en el asiento para mirar a nuestra silenciosa acompañante y le pregunté –¿qué te parece parar allí para descansar un poco?

Carla se encogió de hombros mientras observaba a través de su ventanilla el monótono desierto. Temí que todo aquello le hubiera afectado sobremanera y estuviera al borde del shock. Pero, ni mi compañero ni yo éramos psicólogos así que nada podíamos hacer.

-Creo que deberíamos parar aquí y esperar a que se haga de noche para entrar en la ciudad –dije yo volviéndome hacia delante.

-Si, será lo mejor –corroboró El Cirujano.

Detuvo el vehículo en la calzada y apagó el motor. El silencio se cernió sobre nosotros, roto momentáneamente por una ráfaga de viento cálido que arrastraba polvo en su corta vida. Los cristales tenían una capa importante de aquel polvo que parecía hallarse sobre cualquier superficie en contacto con el aire exterior. El sol, alto en su cenit, continuaba aumentando la temperatura ambiente y lo único que nos daba un respiro era la sombra que nos proporcionaba el habitáculo del vehículo.

Decidimos hacer turnos para dormir y a mi me tocó la primera guardia. Tres horas después, según el reloj en el panel del ordenador, desperté a El Cirujano y fue mi turno para dormitar un poco. Si bien, no conseguí conciliar el sueño y me limité a descansar con los parpados tornados escuchando la respiración suave y acompasada de Carla y las súbitas ráfagas de viento.

Horas más tarde, con el sol rayando el horizonte y a punto de esconderse tras él, decidimos acercarnos a Barlenton. Me senté al volante y El Cirujano tomó asiento detrás, junto a Carla. Mientras avanzábamos los últimos kilómetros hasta las primeras edificaciones, parte de un complejo industrial, pude escuchar como El Cirujano y Carla cuchicheaban animadamente. “Supongo que eso descarta el shock emocional...” pensé con alivio. Era mejor tener a una cría con plenas facultades que a una cría medio autista y bloqueada.

Las tripas me rugían como leones encerrados en jaulas y me giré dispuesto a informarles de que debíamos comer algo. Sin embargo me encontré con que los dos se afanaban en rebañar el contenido de un par de latas de conservas, dando ligeros tragos a la botella, prácticamente finiquitada, de agua mineral que tenía mi compañero.

-Me pasáis una de esas latas, tengo hambre –dije sonriendo mientras los dos me miraban como si hubiese interrumpido una reunión de extrema importancia y privacidad.

El cirujano me pasó una abierta y mientras controlaba el volante con la mano izquierda iba cogiendo comida, con la mano libre, del recipiente apoyado en mi regazo.

Alcanzamos las primeras naves industriales. Todas las luces estaban apagadas y un silencio sepulcral rodeaba todo. No tenía signos de abandono. Claro que eso no nos decía nada, ya que la plaga no llevaba tanto tiempo en el pueblo minero. Si es que había llegado hasta allí, no haría demasiado.

Entonces un destello me deslumbró seguido de una tremenda explosión que hizo vibrar el suelo. Frené en seco lanzando a los dos ocupantes de detrás contra los asientos delanteros. Gracias a que no llevábamos mucha velocidad no tuvimos que lamentar daño alguno.

Mas adelante en medio de la calzada y junto a un cruce los restos de un camión eran devorados por las llamas mientras una espesa nube de humo negro se elevaba hacia el oscuro cielo. Aquel camión no había estallado por casualidad, había sido intencionado y tenía la sospecha de que la intención era la de detener nuestro avance.

Eso era bueno y malo. Bueno porque la inteligencia de los post-mortem no era suficiente como para planear algo así (su comportamiento en el pueblo minero me corroboraba esto), y malo porque eso quería decir que los que habían preparado aquella trampa, podían ser bestias.

lunes, 19 de marzo de 2007

Dia 11 - Primera Parte

Estaba sentado frente a la pantalla del salón viendo un programa infantil que me gustaba mucho. Los rayos del sol entraban por las ventanas iluminando la sala con una cálida luz dorada.

El vaso lleno de fresca agua que sujetaba en mi mano condensaba gotas de agua en su superficie que acababan cayendo en mi pierna desnuda. Era una sensación agradable que contrastaba con el acuciante calor del día veraniego.

Mi madre entró al salón con una sonrisa en el rostro.

-Nos vamos. Tu hermana está en el dormitorio. Ten cuidado ¿eh?

-Si mama –contesté yo con una voz pueril y aguda.

Mi padre entró también y se despidió de mi. Después se marcharon dejándonos solos a mi hermana y a mi. Era la primera vez que nos dejaban solos. Iban a celebrar su aniversario. Y me habían dejado a mí al cargo de mi hermanita.

Las horas pasaban y yo seguí viendo la televisión, programa tras programa. Mi hermana, como de costumbre, seguía en su habitación. Debía de estar jugando con alguna muñeca. No me preocupé de averiguarlo. Por aquella época, mi hermana era uno de los problemas de mi vida. Como era la pequeña, todas las atenciones y mimos iban dirigidas hacia ella. Por supuesto, cuando pasaba algo y había que echar una bronca, siempre era yo el objetivo de los enfados de mis padres.

Fui a la cocina y cogí un refresco de la nevera. Mis padres no me habrían dejado, pero estando ellos ausentes, me permití tomarme aquella libertad. Algún beneficio tendría que me hubiesen dejado al cargo de mi hermanita.

Aprovechando que me había levantado, me acerqué al dormitorio de mi hermana. Estaba vacío. ¿Dónde se había metido? Recorrí toda la planta alta en su busca. No la encontré. Mientras pensaba en los escondrijos habituales en donde se solía esconder cuando jugaba miré por la ventana que había en el dormitorio de mis padres. Desde allí tenía una bonita vista del valle. Justo debajo estaba la parte trasera de nuestro jardín, rodeado por una bonita valla de madera pintada de blanco y en el centro la piscina.

Entonces la encontré. Mi hermanita estaba jugando con una pelota hinchable en el jardín, junto a la piscina.

Fastidiado por haber estado buscándola, bajé al salón y continué viendo la serie de dibujos animados.

Paso mucho rato y la serie terminó. Agudicé el oído, pero no escuchaba nada. Algo extrañado salí por la puerta del salón que daba al jardín. Mi hermana no estaba allí.

¿Dónde se había metido ahora?

Estaba a punto de recorrer la casa de nuevo cuando me percaté de un detalle que llamó mi atención. La pelota hinchable estaba flotando sobre la superficie de agua de la piscina.

Sentí como unas inmensas nauseas se acumulaban en la boca de mi estómago.

Eché a correr hacia allí y me asomé, sin estar muy seguro de lo que iba a encontrarme, pero con temor de todos modos.

El cuerpo inerte de mi hermana pequeña flotaba boca abajo junto al borde de la piscina. Sus cabellos castaños abiertos en abanico escondiendo su pálido rostro.

Desperté sobresaltado y sudando. El corazón me latía a cien por hora y las palmas de mis manos estaban mojadas pero frías. Había sido un sueño.

Tardé unos segundos en ubicarme. Estaba en uno de los asientos traseros del vehículo que había encontrado abandonado en la calle y avanzábamos de camino a la capital de Ypsilon-6 por una carretera secundaria. Cuando los primeros rayos del sol aparecieron por el horizonte, El Cirujano me relevó al volante y yo aproveché para echar una siesta.

En el asiento a mi lado dormía plácidamente Carla. Su sedoso cabello castaño desparramado por el pecho. A la luz diurna del mediodía, pude observar los suaves rasgos de la pequeña y sentí aquella presión en el pecho. Ahora entendía de dónde provenían aquellas emociones. Había olvidado por completo aquella etapa de mi infancia. Era como si hubiese construido un muro alrededor de aquel recuerdo y la pequeña Carla hubiese actuado como un martillo para derribarlo.

Aquella era la razón de que me sintiera responsable. Y también me di cuenta de que aquel sentimiento de responsabilidad era irreal, por lo tanto. Era un acto reflejo de mi subconsciente que trataba de enmendar aquel error fatídico de mi infancia. Por mucho que cuidase a Carla, mi hermanita no regresaría. Era una emoción irracional, sin lógica... desechable. Siempre había creído que nuestras vidas debían guiarse por la lógica y la razón, no por los pulsos del subconsciente. Esta era la razón de que todo me hubiese ido tan bien hasta que me empapelaron. Y no había que olvidar que la razón para que me cogieran fue por fiarme de mis sentimientos y no de mi razón.

Además, mi compañero me lo había puesto más fácil. Parecía sentir cierta responsabilidad sobre la niña. Eso me quitaba un peso de encima...

-Nos acercamos a una población –dijo El Cirujano sacándome de mis cavilaciones.

Eché un ojo por encima del asiento, a través de la luna frontal, y vi un grupo de edificios pequeños que aparecían por el horizonte.

Una duda se formó en mi mente... ¿se habría extendido la plaga de post-mortem hasta allí?