viernes, 23 de marzo de 2007

Dia 11 - Tercera Parte

El vehículo se detuvo rápidamente en medio de la calzada mientras los tres observábamos las feroces llamas ardiendo en la estructura del camión casi calcinada por la explosión.

–¿Estáis bien? -pregunté mirando por encima de mi hombro a mis dos compañeros que viajaban en los asientos traseros.

El Cirujano, impasible como siempre, sonreía mientras se colocaba cómodamente en el asiento. Carla, con una expresión de pavor en el rostro, asintió en silencio.

Unos golpes en mi ventanilla nos sobresaltaron. Un tipo nos observaba desde la oscuridad. No pude distinguir muy bien sus rasgos, medio iluminado por las llamas del incendio, pero distinguí que era corpulento.

–No abras -me susurró El Cirujano desde el asiento trasero.

Me pareció un buen consejo y me preparé para arrancar a toda velocidad para marcharnos de allí. Pero antes de hacerlo, vi como un fusil apuntaba a mi cabeza desde el otro lado del cristal. Aquello me dejó congelado.

–¡Salir!

Miré por encima de mi hombro y vi que mi compañero ya no sonreía, otra figura oscura lo apuntaba a través de su ventanilla con otro rifle. Sin decir nada más, mi compañero abrió su puerta y salió. Yo lo imité y salí al frescor de la noche.

El tipo que me apuntaba con el fusil de asalto no era precisamente corpulento. Más bien le sobraban unos kilos aunque seguro que era de aquellas personas que decían que eran de hueso ancho. Tenía el pelo corto, rojizo y llevaba unas gafas de montura de plástico.

–¿Qué hacéis aquí? ¿Quienes sois? –me preguntó con la mayor chulería que había escuchado en mi vida. ¿Este tipo quién era? Eché un vistazo alrededor antes de contestar, buscando a más de ellos. Solo vi a uno más, apoyado contra la pared de la nave más cercana. Observaba el camión en llamas como hipnotizado.

–Venimos del pueblo minero al norte de aquí, pero no somos de aquí y estamos de paso.

Mi interlocutor me miró con una expresión dura y desafiante. Era casi como una pose, una máscara para esconder sus verdaderas emociones. Aquel escrutinio no me pareció sincero.

–¿Había...?

–Sí, el pueblo está plagado –contesté frunciendo el ceño. Había preguntado con cierto tinte de miedo. No cuadraba con esa mirada dura y desafiante. Continué – hemos escapado por los pelos.

–Nosotros llevamos resistiendo desde hace dos semanas –dijo con un tono de orgullo en su voz que no me gustó nada.

–Simplemente necesitamos provisiones y combustible, después nos marcharemos.

El Cirujano caminó hasta mi lado, seguido por el otro. Mi interlocutor bajó su arma y sonrió ampliamente, sustituyendo la mirada desafiante por una pueril. Extendió la mano y dijo:

–Yo soy John Bennet, pero me llaman JB –le estreché la mano. –A ver qué podemos hacer...

–Lo primero es salir de la calle, llegarán en pocos minutos –dijo el tipo que se apoyaba contra la pared de la nave industrial sin retirar la mirada de las llamas.

Entonces me di cuenta de que la persona que tomaba las decisiones allí era el silencioso entre las sombras. Así que debía cuidarme de él y no del tipo de la mirada desafiante, el tal JB.

­–Seguidnos con el vehículo –continuó el líder.

El Cirujano y yo compartimos una mirada de complicidad. Los dos pensábamos lo mismo. Aquel tipo era peligroso. No parecía contento con nuestra llegada y podía crear problemas. Lo mejor sería largarnos de allí lo antes posible.

A pesar de haber comenzado nuestras andaduras juntos tan solo cinco días antes, mi compañero y yo habíamos llegado a conectar. De hecho dudaba fuertemente sobre las razones por las que habían encarcelado a El Cirujano. Comenzaba a pensar que todo había sido ya sea un error judicial o lo habían utilizado de chivo expiatorio. La manera de tratar a Carla. Todas las ocasiones en las que me había salvado la vida. Cada vez me convencía más de que mi compañero no era un peligroso psicópata asesino.

Entramos al vehículo de nuevo cerrando las puertas.

–¿Quienes son? –preguntó Carla con esa vocecilla tan dulce que tenía.

–No lo sabemos, pequeña, pero no te preocupes –le aseguró El Cirujano apretando su pequeñita mano.

–¿Qué opinas? –inquirí acelerando lentamente mientras giraba el volante para seguir a los tres desconocidos.

–Que no debemos fiarnos.

Asentí mientras controlaba el vehículo en su lento avance. Los tres tipos armados nos dirigieron hacia una nave industrial apartada de la carretera. Una vez allí, abrieron la puerta de tres metros de altura que giró suavemente sobre sus goznes.

Deslicé el vehículo a la oscuridad del interior cuando ocurrió algo de lo más inesperado y frustrante. Escuchamos como el portón se cerró detrás nuestro, pero no había visto a los tres entrar. Estaban esperando fuera mientras yo aceleraba al interior que ahora estaba sumido en la más absoluta oscuridad.

–¡Mierda!

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