viernes, 16 de marzo de 2007

Dia 10 - Segunda Parte

La bestia se abría paso entre la multitud de post-mortem hacia la verja.

Una silueta apareció en el jardín y se acercó a Carla. Mi corazón dio un salto en el pecho temiendo lo peor. Pero, tras la primera impresión, pude diferenciar los rasgos del recién aparecido. ¡Era El Cirujano! Se acercó a la niña y esta se percató de su presencia demasiado tarde. Echó a correr pero él la agarró tapándole la boca. Cogiéndola en brazos se la llevó fuera de mi campo visual hacia la esquina de la casa.

¿Qué diablos intentaba hacer? El Cirujano no era tonto y no se dejaría coger. Debía tener alguna idea para salir de aquel lugar. Pero la única salida era la verja que estaba abarrotada con aquellas cosas, andantes y con tumores en la cima de los cráneos. Si la bestia alcanzaba la verja, seguramente conseguiría derribarla y entrarían todos cazando a sus víctimas arrinconadas. ¿Cuál era el plan de El Cirujano?

Me estrujé el cerebro intentando averiguar qué tenía pensado mi compañero. Entonces caí en la cuenta y me pregunté cómo había entrado en la villa. La verja había estado cerrada y solo yo la había abierto. Quizá había alguna salida por la parte trasera, si bien yo no la había visto cuando estuve observando a través de las ventanas. Corrí por la calle hacia el muro y siguiéndolo giré al final de este para alcanzar la parte trasera. Cuando giré en la última esquina del muro, vi que El Cirujano estaba en lo alto del muro, ayudando a subir a Carla que aún estaba dentro.

Un golpe seguido de chirriar metálico nos alertó de que habían conseguido derribar la verja y ya estarían dando la vuelta a la casita para alcanzarnos. Tras meter el rifle en mi mochila, salté agarrando el borde superior del muro y me icé haciendo acopio de todas mis fuerzas. Una vez en el estrecho borde superior observé el panorama. Carla no alcanzaba a agarrar las manos extendidas de El Cirujano que se afanaba en gritarle que dirá saltos y que él la agarraría. Y por otro lado una nutrida masa de post-mortem aparecían por ambos lados de la casa en dirección a la niña, gritando y gimiendo como animales. El cerco se iba cerrando cuando yo agarré el arma y comencé a disparar hacia ellos. El Cirujano se percató de mi presencia pero siguió concentrado en tratar de agarrar a la pequeña que veía como la muerte se le acercaba en forma de docenas de grotescos rostros pálidos con las fauces abiertas.

¿Cómo podía haber permitido que aquello ocurriera? Si le pasaba algo malo a Carla sería mi culpa y de nadie más. Fue tan grande la sensación de culpabilidad y odio a mí mismo que sentí, que salté al jardín sin pensarlo dos veces. Sentí como el tobillo me giraba de manera dolorosa y yo caía contra la fresca hierba rodando junto a la niña. Me levanté y sin perder tiempo agarré a Carla por las axilas y la lancé contra las manos abiertas de El Cirujano. Este la agarró y la ayudó a bajar por el otro lado del muro de piedra. Yo mientras, me giré en redondo y reanudé mi, poco efectivo ataque contra la multitud. Apretaba y apretaba el gatillo, sintiendo como el retroceso hacía que la culata me golpeara el hombro.

La bestia asomó por una de las esquinas y comenzó a abrirse camino hacia mi, empujando o pisando a todo el que se ponía por delante.

Disparé una última vez y el arma dejó de funcionar. La energía se había agotado. Era el fin, mi tiempo había terminado...

-Max, dame la mano... -una voz, lejana pero conocida, me gritó desde las alturas. Alcé la mirada y vi como un siempre sonriente José "El Cirujano" González me observaba con los brazos extendidos sobre mí.

Tirando el rifle contra los post-mortem (lo cual, dicho de paso, no sirvió de nada) les insulté con un grito feroz. Estiré los brazos sobre mi cabeza y salté agarrando la mano que mi compañero me ofrecía. ¡Dios, era la tercera vez que salvaba mi vida! ¿Realmente era este tipo un psicópata asesino que debía estar encerrado en una cárcel espacial? Comenzaba a dudarlo. Para mí empezaba a tomar la forma de un ángel de la guarda...

Sin embargo, no estaba a salvo aún. Una fría mano agarró mi pantorrilla tirando hacia abajo haciendo que El Cirujano estuviera a punto de caer. Pero, haciendo contra peso con su cuerpo, consiguió aguantar sin soltarme. Yo me debatí, pataleando al post-mortem, tratando de zafarme. Hasta que una de las patadas que le propiné en la mandíbula sonó con un terrible crujido. Supongo que le debí de romper el cuello. Lo bueno era que dejó de agarrarme y mi compañero me pudo aupar hasta el borde superior del muro.

Nos miramos un breve instante y yo no pude más que sonreír agradecido. Él, que ya sonreía... que nunca dejaba de sonreír, me hizo un gesto para que bajase por el otro lado. Asentí, pero no había llegado a bajar cuando escuché el terrible rugido. La bestia estaba a escasos dos metros del muro. Dios sabía qué podría hacer aquella cosa, lo que no dudaba era que fuera capaz de saltar por encima del muro, como nosotros, así que grité a Carla, que nos observaba desde abajo abrazándose el cuerpo en silencio:

-¡Corre, Carla, corre!

El Cirujano me dio un empujón y caí con las manos por delante golpeándome el hombro y pelándome los brazos. Alcé la mirada y vi como del otro lado aparecía la bestia, como una silueta borrosa y oscura, a la vez que un rayo rasgaba el cielo negro iluminando la escena y haciendo temblar el suelo con un tremendo trueno, y alcanzaba a El Cirujano empujándolo hacia el exterior. Los dos cayeron envueltos en un forcejeo. La enorme masa verde-amarillenta de la bestia ocupando la mayor parte del revoltijo de piernas y brazos que peleaban entre sí.

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