martes, 27 de marzo de 2007

Dia 12 - Tercera Parte

–He visto algo –nos informó JB. La verdad era que tanto él como Jon Sang, como yo, habíamos visto lo mismo, pero daba la impresión como que quería dejar constancia de que había sido él el primero, aún a costa de delatar nuestra posición.

–Sshh... –le hice callar, lo cual no debió de sentarle muy bien, por la expresión de su rostro. No tenía tiempo de tanta tontería pueril, así que respiré hondo y agarrando con fuerza el fusil me dispuse a adelantarme para echar un vistazo mientras mis compañeros esperaban parapetados tras la furgoneta. Sin embargo, no llegué a hacerlo. JB se lanzó a la carrera sin darme tiempo a reaccionar.

–¡Esperar ahí! –dijo en voz alta mientras corría hacia la entrada del centro comercial.

–Como siga gritando así se va a enterar todo el vecindario –me dijo Jon Sang en un susurro. Asentí impotente.

JB corrió hasta toparse con la pared del edificio a un lado de las puertas de cristal de la entrada. Se pegó al muro y se asomó a la entrada. Nos miró e hizo señas para que nos acercáramos. Le dije a los demás que esperase allí y me acerqué yo solo hasta su lado.

–No hay nadie.

–¿Estás seguro? Antes he visto movimiento –le dije recuperando el aliento tras la corta carrera.

El bullicio aumentó repentinamente. Debían de haber invadido una calle cercana que desembocaba en el centro comercial. El tiempo apremiaba y debíamos hacer algo. Hice señas a los otros para que se acercaran y mientras lo hacían, JB y yo nos asomamos a las puertas de cristal para ver como podíamos entrar. No se abrieron automáticamente, lo cual nos indicaba que no había alimentación eléctrica en el edificio. Nos colocamos cada uno a un lado y estiramos de las hojas de vidrio. Las puertas cedieron sin mucha resistencia y todos entramos. Al soltarlas se volvieron a deslizar a sus lugares de origen cerrando el paso.

Dentro, el silencio y las sombras imperaban en el lugar. Nos encontrábamos en una gran sala con una fuente apagada en el centro, sobre esta en el techo a diez metros, había una cristalera que dejaba pasar la tenue luz del moribundo día que llegaba a su fin. En el extremo opuesto de la sala comenzaban dos pasillos, uno a cada lado, que se perdían en la oscuridad. Multitud de comercios se alineaban a los lados, ahora cerrados y vacíos.

Tras echar una rápida mirada por el amplio espacio para asegurarnos de que no había nadie, nos internamos por uno de los pasillos. Al comienzo de él nos detuvimos. Jon Sang necesitaba descansar. Los dolores eran ahora más intensos y sentía mareos y mucho cansancio. Decidimos que Carla y El Cirujano se quedarían al cuidado de él y JB y yo iríamos a por las provisiones.

No habíamos avanzado más de veinte pasos por el pasillo cuando vimos un par de siluetas frente a nosotros. Estaban cubiertas por las sombras y no podíamos distinguir bien sus rasgos. Pasaron varios segundos sin que nadie dijese nada. La tensión se palpaba en el ambiente, pero parecía que alzar la voz en aquel inmenso silencio era un sacrilegio. Al final, una de las siluetas decidió hablar:

–¿Quienes sois? –habló una voz femenina y por el timbre parecía ser joven.

–Somos supervivientes ¿y vosotros? –respondió JB con cierto tono de orgullo sin tapujos.

Nosotras también –contestó la joven no sin cierto orgullo y pronunciando la primera palabra con tono de rectificación.

Saqué mi mechero del bolsillo y lo encendí estirando el brazo. El halo de luz amarillenta no llegó suficientemente lejos para discernir sus rasgos, pero pudimos distinguir que se trataban de dos mujeres, la que había hablado más joven que la otra. Esta llevaba unas bolsas de plástico en las manos y la primera nos apuntaba con una pistola automática.

–Venga, cariño, estamos todos en el mismo lado, ¿por qué no bajas el arma? –dijo JB avanzando unos pasos hacia ella con actitud fanfarrona.

Ella dio un paso adelante entrando en el campo de luz. Rondaría los treinta, un largo y negro cabello enmarcaba su precioso rostro de grandes ojos verdes. Miraba a JB desafiante. Bajó el arma sin dejar de sujetarla con ambas manos y le apuntó a la entrepierna.

–Si quieres cambiar de sexo sigue acercándote.

JB se paró en seco y su sonrisa desapareció, tornándose en una expresión pálida y nerviosa. La situación no podía ser más desastrosa. Nos encontramos con más supervivientes y en lugar de aunar fuerzas nos vemos en una situación de peligro. La verdad era que debía admitir que esa mujer tenía pelotas. Dos tipos armados con rifles de asalto, que podían acabar con sus vidas en menos de un segundo, aparecían de repente y sola se enfrentaba a ellos con una pistola como único arma.

–Vamos a relajarnos, ¿eh? –traté de calmar la tensión que podía cortarse con un cuchillo. Dejé mi arma en el suelo y le dije, con un gesto, a JB que hiciera lo mismo. Una vez nos vio desarmados, la joven pareció relajarse un poco, pero no dejó de apuntar hacia la entrepierna de mi acompañante. –Solamente queremos provisiones, para eso hemos venido. Además tenemos a un herido y necesitamos curarlo...

Ante mi comentario sobre un herido, la expresión de desafío y desconfianza se diluyó un poco de su rostro y terminó por bajar el arma del todo. Ella asintió y dijo:

–Vale, vamos a ver a ese herido, llevamos un botiquín con nosotras.

El mechero terminó por calentarse demasiado y tuve que apagarlo y sujetarlo por la parte de plástico para no quemarme. La señora mayor que acompañaba a la de la pistola, recogió nuestras armas y los cuatro desandamos el camino hasta la entrada al pasillo en donde esperaban nuestros compañeros. El Cirujano nos observó con cautela y cuando vio a las dos mujeres que nos acompañaban pareció relajarse y recuperar la sonrisa. Carla miraba con interés, arrodillada al lado de Jon Sang.

–Oh –gimió la señora al ver a nuestro compañero con el rostro ensangrentado y desmayado en el suelo. Se arrodilló a su lado dejando los rifles en el suelo y rebuscando en una de las bolsas de plástico. Sacó un botiquín con la característica cruz roja impresa en el lateral blanco y lo abrió.

Mientras se ocupaba de Jon Sang nosotros nos mantuvimos apartados observando como se movía con seguridad y decisión. Sabía lo que estaba haciendo.

–Es enfermera –nos informó como si hubiera leído mis pensamientos. Vaya, parece que habíamos tenido un golpe de buena suerte por fin. Siempre es bueno tener a una enfermera en el grupo.

–Oye, ¿no llevareis agua en una de esas bolsas? –pregunté sintiendo la pastosidad de mi boca al hablar. ¿Cuanto hacía que no me echaba un trago a la boca? Después de pensar un poco recordé que la noche pasada me bebí un trago de whiskey que obviamente no era lo mismo. Pero no recordaba antes de aquello cuando había bebido agua, quizá había sido en la rápida comida antes de entrar a la ciudad. Puede que antes. Parecía que hacía una eternidad.

La joven asintió y sacó de la misma bolsa en donde había estado el botiquín una botella de agua mineral y unas latas de comida en conserva. Me eché un largo trago que apaciguó mi acuciante sed y le entregué la botella a Carla que hizo lo propio. Después El Cirujano y finalmente se acabó la botella JB.

Antes de darnos la oportunidad de abrir las latas de comida la enfermera dijo:

–Necesito más luz, aquí no veo nada –era cierto. Desde donde nos encontrábamos se podía ver las puertas de la entrada, de cristal y el ventanal en el techo sobre la fuente muerta, pero fuera era todo oscuridad.

–Vamos a movernos hasta donde tenemos luz –ordenó rápidamente la joven.

Aquella determinación me sorprendió. Aunque quizá iba acompañada de el hecho de que seguía sujetando la pistola con una mano.

Recogimos todo y entre El Cirujano y yo levantamos al inconsciente Jon Sang, cada uno de un brazo. De ese modo nos marchamos avanzando despacio e internándonos en la oscuridad del pasillo, flanqueados por docenas de locales comerciales abandonados hacía tiempo pero llenos de mercancía.

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