viernes, 23 de marzo de 2007

Dia 11 - Cuarta Parte

–¡Nos han encerrado aquí! –exclamé frustrado y golpeando el volante con mis puños.

–¿Qué? –preguntó El Cirujano desde la oscuridad en el asiento trasero.

–Que nos han encerrado.

–No, han entrado detrás de nosotros.

–¿Seguro? Yo no los he visto.

No hizo falta que me respondiera. Escuchamos como alguien golpeaba en mi ventanilla con los nudillos. Apagué el motor y salimos del vehículo a tientas cuando JB encendió una linterna iluminando un pequeño espacio de la espesa oscuridad.

–Seguidme –dijo JB con aquella manera de hablar tan peculiar.

Lo seguimos sin saber hacia dónde nos dirigíamos. A nuestro alrededor un mar de sombras se deslizaba apartándose de la luz de la linterna y cerrando el paso detrás nuestro. Carla caminaba junto a mi compañero cogida de su mano. Cualquiera diría que son padre e hija.

Al fin llegamos a una oficina en uno de los extremos de la nave industrial. Entramos y tras cerrar la puerta encendieron una bombilla que colgaba del techo, que iluminó toda la estancia. Había un escritorio en un rincón cubierto por papeles. Apoyadas contra una pared había unas estanterías llenas de archivadores. Junto al escritorio, en el suelo, había un ordenador probablemente roto, por el aspecto que mostraba.

El que nos parecía el líder corrió la mesa y la colocó en el centro mientras los otros sacaban sillas para que todos tomásemos asiento, nosotros tres a un lado y ellos tres al otro.

–¿Vosotros habéis hecho explotar ese camión? –pregunté sacando un cigarrillo y encendiéndomelo.

JB asintió riendo.

–Si, tío. Vamos a freír a esos cabrones, ya veréis.

Estimé oportuno que era buena oportunidad para presentarnos y tras decirle nuestros nombres JB hizo lo propio con los suyos. El tipo que había vigilado a El Cirujano se llamaba Jon Sang y el que parecía ser el líder se llamaba Dorf. JB nos contó que eran habitantes de la ciudad, él era un técnico en comunicaciones, "el silencioso de los ojos rasgados", como lo describió nuestro parlanchín anfitrión, conducía vehículos de mercancías y Dorf trabajaba en una de las fábricas de la ciudad.

–Desde que llegó la plaga, macho, hemos sobrevivido como verdaderos soldados... ¡con un par de huevos! –exclamó JB mientras nos contaba sus andanzas. –Nos atrincheramos aquí en esta nave y de vez en cuando hacemos salidas para ir eliminando a cosas de esas. Ahí fuera tenemos preparada una buena. Hemos hecho estallar el camión, para atraer a los que se encuentren cerca y tenemos preparadas multitud de minas que cuando estallen se los llevarán al infierno... –se echó a reír de una manera muy escandalosa y exagerada.

–¿No pensáis salir de aquí? –pregunté cuando dejó de reír.

–No. Tenemos que limpiar la ciudad de muertos... o no muertos, según se mire –volvió a reír estirando el brazo y soltándome un fuerte golpe en el hombro que casi me tiró de la silla. Intenté pasarlo por alto, eran nuestros nuevos compañeros y a pesar de que no me fiaba ni un pelo, como he dicho en muchas ocasiones, cuantos más seamos, más posibilidades de sobrevivir tengo yo. –Hemos aguantado muy hasta hace unos días. Cada vez se acercan más, pero los mantenemos a raya.

–Tendremos que buscar otro escondrijo –habló por primera vez Jon Sang. JB lo miró con expresión de fastidio. Me dio la impresión de que le molestaba que le quitaran el protagonismo.

–Puedo coger uno –como si no le interesara la conversación, Dorf me pidió un cigarrillo. No sin sentir algo de fastidio, le entregué uno junto al mechero. Se lo encendió aspirando el humo con un gesto de satisfacción casi enfermiza. Yo debí de poner aquella cara cuando me fumé el primero en el pueblo minero.

–Si, pero por ahora estamos bien aquí –continuó JB –además, ahora somos más y podremos con esos cabrones.

–Nosotros no nos vamos a quedar –dijo El Cirujano observando intensamente a JB. Una alarma comenzó a sonar en mi cabeza. Aquella mirada, medio divertida, muy inteligente, no me gustó un pelo. Mi compañero estaba pensando algo. Tenía la misma expresión que un crío mientras mira su pastel de cumpleaños e imagina lo bueno que va a saber.

–Solo queremos provisiones y combustible, como dije antes –le informé yo, tratando de atraer su atención. –No nos vamos a quedar.

Una serie de explosiones distantes y distorsionadas nos sobresaltaron. JB se echó a reír poniéndose en pié y alzando los puños.

–SIII... ¡Los hemos pillado! –exclamó danzando por la sala.

–Mañana os acompañaremos a un centro comercial donde encontrareis todo lo que necesitáis –dijo Dorf levantándose. –Ahora deberíais descansar. Yo haré la primera guardia. Tu –me señaló con un dedo –harás la segunda y tu, Jon Sang, harás la tercera.

Sin decir más, se marchó, exhalando una nubecilla de humo azulado a su paso.

Nosotros tres no teníamos sueño así que seguimos sentados en la mesa, charlando levemente en susurros. Jon Sang se tumbó en una esquina y pronto estuvo profundamente dormido. JB estuvo paseando por el exterior de la oficina y incluso le vimos dando puñetazos al aire cuando creía que no mirábamos.

Un rato después, debió de cansarse y se tumbó en otra esquina quedando dormido en pocos minutos.

Saqué de mi mochila la botella de whiskey y le di un buen trago. Hacía rato que lo necesitaba.

–Apuesto mis pulmones a que ese tal Dorf nos tiene una preparada –me susurró El Cirujano.

–Yo tampoco me fió de él, pero ¿qué podemos hacer?

Mi compañero frunció los labios pensativo. Preferí no saber qué le pasaba por la cabeza.

Con la espalda cansada, me senté en el suelo, contra la pared. Di otro trago de licor y guardé la botella en mi mochila.

El Cirujano y Carla también tomaron asiento a mi lado y nos quedamos así durante largo rato, sin hablar, en silencio. Carla no tardó mucho en caer en un profundo y tranquilo sueño. Y al rato, también mis parpados comenzaron a ceder al cansancio acumulado.

No estoy seguro de cuanto rato había pasado, pero abrí los ojos algo sobresaltado al sentir un peso sobre mi pecho. Cuando vi lo que me oprimía, me relajé. Carla se había acurrucado a mi lado y había acabado abrazándome como a un osito de peluche gigante. Seguía durmiendo con una expresión angelical en el rostro.

El Cirujano no estaba. Extrañado, traté de deshacerme del abrazo de la pequeña, pero cada vez que conseguía separarme un poco, ella, en sueños, se volvía a pegar a mí. Desistí finalmente, dándolo por imposible y esperé un rato, mirando el techo y pensando en todo lo que me había ocurrido aquellos días.

Me apeteció un cigarrillo, pero el paquete empezado estaba sobre la mesa. Así que cogí uno nuevo y tras abrirlo saqué un cigarrillo. Me guardé la cajetilla en el bolsillo del pantalón y encendí el pitillo que sostenía entre los labios. Aquello siempre me había ayudado a relajarme y pensar. Trataba de recordar el camino que había que seguir en la capital para llegar hasta el edificio donde, presuntamente estarían los ordenadores centrales.

Entonces apareció El Cirujano por la puerta.

–¿Dónde habías estado? –inquirí en un susurró prácticamente inaudible.

–Tenía ganas de mear –dijo sonriente. Parecía muy feliz. Normalmente solía tener aquella pueril sonrisa en el rostro, pero ahora parecía francamente eufórico. No le di importancia (mi compañero era demasiado complicado como para psicoanalizarlo a aquellas horas de la noche).

–Ayúdame –dije señalando a Carla, aún abrazada a mi pecho –tengo que hacer la guardia.

El Cirujano asintió y se sentó junto a nosotros. Con una delicadeza extrema cogió las manos de Carla y las deslizó hasta él. Ella sin percatarse de nada, abrazó al nuevo receptor de su abrazo.

Me levanté, estirando las piernas y los brazos y salí de la oficina. Todo a mi alrededor estaba sumido en la más absoluta oscuridad a excepción de una fina línea de pálida luz veinte o treinta metros frente a mi. Caminé con cuidado hacia allí mientras daba caladas despreocupadas a mi cigarrillo.

Por fin alcancé el portón ligeramente abierto, por donde entraba aquella débil y pálida luz lunar. Me asomé al exterior y vi que Dorf estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la parte exterior del portón. Parecía haberse quedado dormido. Pero tras una mirada más detenida, pude ver que su torso estaba desnudo y una horrible herida lo recorría desde el ombligo hasta la garganta.

La primera reacción fue la de mirar alrededor en busca de post-mortem o algo peor. No vi nada. Claro que las altas naves industriales de alrededor proyectaban espesas sombras que no llegaban a iluminar la luz lunar.

Me agaché junto a Dorf y le palpé en el hombro, tratando de cerciorarme de que estaba efectivamente muerto. Su cuerpo frío, se deslizó hasta topar con el suelo quedando tumbado de lado. Pero en aquella posición vi como su pecho se abría como un libro por la herida que era más profunda de lo que me había parecido en un primer lugar. Bajo la capa de piel que se había abierto pude ver que había un amplio hueco vacío. ¡Le faltaban los órganos! No había mas que una húmeda y maloliente cavidad.

Un rugido salvaje se elevó en la noche haciendo que todos los cabellos de mi cuerpo se erizaran como electrificados por un campo magnético. Al final de la calle, entre dos naves industriales, vi como unas siluetas se acercaban en mi dirección, presididas por unos ojos brillantes y rojos que parecían flotar en la noche.

Otro rugido sonó a mi izquierda, mucho más cercano. Miré hacia allí y girando en la esquina de nuestra nave, apareció una bestia... no, dos... tres... Había tres con sus correspondientes ojos rojos como la sangre.

¡Dios! ¡Estamos perdidos!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena entrada, la historia se ha puesto emocionante, felicidades.

Paul J. Martin dijo...

Muchas gracias por leer esta serie y me alegro que te esté gustando. Agradezco mucho que os tomeis el tiempo de leerla. A ver como sale de esta nuestro protagonista... :)

Korvec dijo...

De este capítulo yo me quedo con la frase: "cuantos más seamos, más posibilidades de sobrevivir tengo yo". Toda una declaración de intenciones.