sábado, 3 de mayo de 2008

Offtopic - Cuanto tiempo

Hola a todos, me da vergüenza decirlo pero hace muchísimo tiempo que no escribo. Como me imagino, os habreis dado cuenta. Mi vida ha estado ajetreada últimamente y siempre encontraba una escusa para dejar la escritura para el día después. Tanto a sido así, que fijaos, no escribo desde finales de Enero y ya estamos a Mayo... Eso son tres meses... joderrr.
En fin, que nadie se preocupe, porque he regresado. Eso sí, no prometo nada sobre el ritmo que voy a llevar, supongo que no será tanto como al principio, pero creo que puedo sacar una entrada por semana. Espero que esteis satisfechos...

(Ya tenía yo mono de zombies y naves espaciales)

Esto podíamos tomárnolo como si hubiera sido la primera temporada de una serie de televisión. Ya sabeis que suelen acabar en un clifhanger. A partir de ahora, sería pues la segunda temporada.

En fin, pronto llegará la nueva entrada y volveremos a vivir las aventuras (o desventuras) de Max y sus compañeros.

Un saludo.
PJM

sábado, 26 de enero de 2008

Día 20 - Octava Parte

Relatado por Jon Sang

Kevin me miró con el ceño fruncido y apretó los párpados. Me hizo una seña con la mano para que me quedase allí y avanzó hasta la siguiente esquina sin hacer el más mínimo ruido, pisando con suavidad sobre la delgada capa de nieve que había en el borde del asfalto. Asomó la cabeza ligeramente y volvió a echarse atrás. Retrocedió lentamente con una expresión, que no me gustó ni un pelo, en el rostro.

–¿Qué ocurre? –pregunté con cierta ansiedad.

Kevin negó con la cabeza para hacerme callar y me indicó que le siguiera. Yo obedecí sin rechistar y lo seguí hasta la entrada de la casa, junto a la que habíamos estado esperando. Kevin trató de abrir la puerta principal, pero esta estaba cerrada. No podíamos forzarla sin hacer ruido así que mientras Kevin buscaba otra manera de entrar, tuve una idea. Me acerqué a una de las ventanas del frente de la fachada y la empujé hacia dentro, para ver si estaba bien sujeta. Pude sentir como el cerrojo que la sujetaba en su lugar, no estaba pasado del todo y cedía ligeramente. Empujé con un poco más de fuerza y la hoja cedió abriéndose con tanta fuerza que estuvo a punto de golpearse contra la pared. Justo antes de hacerlo, la agarré con la mano y la detuve.

–Kevin –susurré llamando a mi compañero. Este se giró y al ver lo que había conseguido, me sonrió, se acercó a mí y me palmeó el hombro amistosamente, asintiendo.

Entramos por el alfeizar de la ventana a la cocina abandonada de la casa. Sin embargo, encontramos varios detalles que nos dejaron desconcertados. Una cazuela con sobras de comida estaba encima de la mesa, en el centro de la cocina. Los restos no estaban ni siquiera resecos. No debía de llevar más de dos horas.

Caminamos con mucho cuidado, sin hacer ruido hasta la puerta. Esta estaba entre abierta. Me asomé por la rendija y vi un pasillo corto con puertas a los lados y que se abría en una sala de estar. Kevin me apartó y pasó primero, con el arma preparada para disparar. Avanzamos por el corto pasillo, Kevin con la espalda pegada a la pared de la derecha y yo con mi espalda contra la opuesta. Nos asomamos a la sala de estar, estaba en penumbra y en silencio. Sin embargo pudimos ver el cuerpo de un individuo, apostado frente a una ventana con las cortinas venecianas a medio cerrar, observando el exterior.

Kevin alzó el dedo índice a la altura de los labios, en un gesto que obedecí manteniéndome en silencio. Después me indicó, también por medio de gestos, que permaneciese allí donde me encontraba, que él se hacía cargo.

Caminó, agachado, con el cuerpo en tensión. Avanzando muy lentamente, apoyando los pies de una manera muy calculada y meticulosa, pero sin dejar de observar a el tipo de la ventana ni un momento. Cuando estuvo a un metro de su espalda, se lanzó como un felino y le golpeó la nuca con la culata del rifle. El tipo se desplomó en el suelo con un ruido seco y quedó inmóvil y en silencio.

–¿Lo has matado? –pregunté esperando que la respuesta fuera negativa.

Kevin negó con al cabeza sonriendo.

–Tranquilo, despertará dentro de un rato y solo tendrá un terrible dolor de cabeza.

Le devolví la sonrisa y me acerqué con cuidado para no tropezar con ningún mueble. Si bien no había nada repartido por al sala. Todas las sillas y mesas habían sido empujadas hasta las paredes de alrededor. Parecía que hubiesen preparado la habitación para otras actividades que no eran las propias para una sala de estar. Hicimos rodar el cuerpo del tipo hasta colocarlo boca arriba. Y para nuestra sorpresa, sus rasgos eran los de una persona normal. Su piel tenía un tono saludable, no tenía ojeras, ni las venas resaltaban azuladas contra la pálida piel. No era un post-mortem.

–Me alegro de que no lo hayas matado... –susurré, más para mí mismo que para mi compañero.

–¿Quién demonios es entonces? –preguntó Kevin, alzando la mirada hacia mí –¿Y qué coño estaba haciendo allí plantado, mirando por la ventana?

Los dos nos levantamos y acercamos a la ventana por la que antes mirara el otro. Se podía ver una calle trasera detrás de un pequeño y nevado jardincito. Al otro lado de la calle había otra casa, más grande, pero igual de abandonada y silenciosa.

–Mira eso –espetó Kevin entornando los ojos a través de una de las rendijas de la persiana.

–¿El qué? –inquirí tratando de encontrar aquello que le había llamado tanto la atención.

–Eso –me contesto señalando con un dedo en la dirección que miraban sus azules ojos.

Entonces lo vi. Un pequeño y sutil movimiento detrás de las persianas cerradas en las ventanas principales de la fachada de la casa al otro lado de la calle. Allí dentro había alguien.

Por la calle aparecieron los post-mortem que habíamos estado siguiendo. Se movían lentamente y parecían seguir buscando el origen de los disparos que habíamos escuchado hacía rato. Se arrastraron hasta un lugar en la calle que no podíamos ver por que lo tapaba la valla de madera alrededor del jardincito y se agacharon como fieras. Pudimos escuchar los sonidos del festín. Estaban devorando algo.

–Vamos al piso superior, desde allí veremos mejor –me susurró Kevin.

Subimos a la planta superior y nos asomamos a la ventana de un dormitorio que estaba justo encima de la sala de estar. Desde allí pudimos ver que lo que estaban devorando era el cuerpo muerto de un joven. No parecía haber estado infectado, pero sí estaba muerto antes de que llegasen los post-mortem.

Entonces una figura borrosa y muy veloz de tamaño inmenso y brillante color blanco saltó desde un lado de la calle y se abalanzó sobre los no muertos. La bestia se erguía sobre las cuatro patas y su cuerpo estaba cubierto de una abundante melena blanca. La cabeza, pequeña y angulosa acababa en una enorme boca llena de dientes puntiagudos y largos. Los ojos eran pequeños y negros, faltos de toda emoción. Las patas eran esbeltas y fuertes pero no tenían más que unas pequeñas garras que más le servían para excavar que para luchar. De los lados de las fauces le chorreaban hilos de saliva que caían sobre la nieve tiñéndola de rojo.

En pocos segundos acabó con los post-mortem y comenzó a devorarlos, junto al cuerpo del otro. Los sonidos de huesos rotos y tendones saltando me hizo sentir nauseas y tuve que retirarme de la ventana y sentarme en la cama. Respiré profundamente tratando de recuperar la compostura.

–Mira.

–¿Qué? –pregunté volviendo a asomarme con cuidado a la ventana. Kevin dirigió mi mirada hacia la puerta trasera de la casa al otro lado de la calle. Tenía una ventana en la parte superior, cubierta por una cortina recia de tela. Pero una mano apartó un poco la cortina y un rostro se asomó por el hueco un instante, después desapareció y la cortina regresó a su lugar.

–Vamos a vigilar esa casa –ordenó Kevin. –Esto no me huele bien.

martes, 8 de enero de 2008

Día 20 - Séptima Parte

Relatado por Jon Sang

Kira y Max se alejaron hacia el otro lado de la calle. El cielo, blanquinoso, triste, nublado, vaticinaba precipitaciones. Kevin me observó, como inquiriendo si estaba preparado. Yo asentí y nos pusimos en marcha. Kevin avanzaba delante, con su rifle preparado para disparar y yo detrás con el cuchillo bien sujeto en mi mano derecha.

Antes de perderla de vista, eché una última mirada a la casa en donde se habían quedado El Cirujano y Carla. No me sentía cómodo dejándolos solos detrás; sin armas. Pero hubiera sido más peligroso para la pequeña haber venido así que en parte me alegré de que se quedara con El Cirujano. Desde que lo conocí me había demostrado que era de confianza.

Aspiré con fuerza aquel gélido aire de las montañas. Eran mis montañas al fin y al cabo. Yo había nacido en Ypsilon-6 y no sentía lo mismo que Max o que El Cirujano. Para mí todo lo que estaba ocurriendo era una tragedia mucho mayor. Aquel era mi hogar y estaba destrozado. Asolado por una enfermedad horrible que me obligaba a abandonar el planeta cuando lo único que quería era que todo volviera a ser como antes.

Y sin embargo, a pesar de sentir aquellas montañas como parte de mi hogar, no había estado allí en toda mi vida. Era curioso como podías sentir aquello por algo que no conocías.

Nos acercamos a la primera casa. Silenciosa y con aspecto de abandono nos observaba como la calavera de un gigante muerto durante siglos. Las ventas oscuras hacían las veces de cuencas vacías; las paredes de madera, con la pintura descorchada del color de los huesos, el jardín invadido por hierbajos y plantas silvestres.

Entramos dentro esperando encontrarlo todo en tan mal estado como en el exterior. Pero para nuestra sorpresa, todo estaba como si los dueños de la casa se acabaran de marchar. Si no fuera por la gruesa capa de polvo que lo cubría todo, parecería que los inquilinos estaban a punto de regresar.

De la cocina surgía un hedor a comida en mal estado que me produjo arcadas, si bien encontramos en la despensa algunos tarros con comida en conserva. La metimos en nuestras mochilas y emergimos al frío de la calle de nuevo.

Continuamos hasta la siguiente casa. La puerta delantera estaba cerrada a cal y canto. Tuvimos que forzar la cerradura para entrar. Una vez dentro nos encontramos con un recinto en semi-penumbra. Las persianas estaban echadas y un tufo a polvo y aire viciado nos echó para atrás. Aguantamos respirando con la boca e inspeccionamos en interior en busca de algo que nos pudiera servir.

Mientras rebuscaba por los cajones de la sala de estar, junto al equipo de entretenimiento virtual escuché como Kevin me llamaba con susurros roncos. Su voz venía de la cocina. Me acerqué, caminando con cuidado para no hacer ruido y lo encontré agazapado junto a la única ventana de la habitación. Las persianas estaban bajadas como en el resto de la casa, pero quedaban algunas rendijas abiertas por las que se colaban unos rayos de luz alrededor de los que danzaban miles de motas de polvo.

Me acerqué pero antes de alcanzar a mi compañero, este se percató de mi presencia y giró la cabeza. Me miró con los ojos desorbitados y tras poner el dedo índice frente a sus labios, en un gesto que exigía silencio, me indicó que me acercara. Yo en silencio y con mucho cuidado, le obedecí. Me coloqué a su lado y acerqué mis ojos a una de las rendijas que quedaban abiertas en la persiana. Al principio el cambió de iluminación me deslumbró pero pronto mi visión se acostumbró y pude percibir el exterior. Era una especie de patio trasero, rodeado por una valla metálica que se había derribado por la mitad, dejando un hueco de varios metros por el que se podía acceder. Danzando como un borracho sin alma, un post-mortem caminaba haciendo eses y sin rumbo fijo.

Me volví hacia Kevin con los ojos como platos y sintiendo un sudor frío corriendo por mi frente. Él moviendo los labios, casi sin emitir sonido, me dijo:

–Donde hay uno... hay más...

Yo asentí entendiendo lo que me decía. Nuestra búsqueda había sido fructífera, si bien la única cosa que no queríamos encontrar era aquella que habíamos hallado.

–Debemos avisar a los demás y marcharnos de aquí cuanto antes.

Kevin apretó los labios y asintió con el rostro sombrío. Habíamos creído que podíamos descansar un tiempo en aquel pueblo, pero parecía que el destino nos tenía reservados otros planes.

Entonces escuchamos un distante estallido. Y no solo eso, vimos como no éramos los únicos que lo habíamos escuchado. El no muerto del patio trasero se había detenido bruscamente y había vuelto su cabeza hacia la dirección de la que provenía el sonido. Habría jurado que había sido un disparo. Pero quién había disparado. Max tenía un rifle de plasma y Kira un cuchillo, habrían encontrado a otras personas sin infectar, pero si era así, porqué habían disparado. Más post-mortem...

Inmediatamente después, el no muerto comenzó a cojear hacia el hueco en la valla para salir de allí. Se movía en la dirección de la que había venido el disparo.

Kevin me hizo un gesto con la cabeza y se marchó hacia la entrada de la casa. Yo lo seguí tratando de ser lo más silencioso que pude. Alcanzamos la puerta delantera y Kevin asomó ligeramente la cabeza al exterior. Esperé impaciente, dejando que el militar profesional tomara la iniciativa.

Volvió a meter la cabeza y entornó la puerta para que no escapara el sonido de su voz.

–Hay tres caminando junto al que hemos visto detrás –me susurró frunciendo el ceño. –Creo que deberíamos seguirlos y averiguar quién ha disparado, por si acaso necesitan ayuda.

–Sí, creo que es buena idea –contesté yo, contento de ser el perseguidor de aquellas criaturas, por una vez.

Esperamos unos minutos para que tomaran cierta distancia y después salimos a la calle, sintiendo el frío contra nuestros rostros. El terreno estaba cubierto por una manta de nieve que crujía bajo el peso de nuestros cuerpos. Pequeños copos de nieve descendían desde el cielo como si fuera algodón, describiendo círculos, desafiando a la gravedad. Las nubes sobre nuestras cabezas eran más gruesas y oscuras, bloqueando la luz del sol, tiñendo nuestro alrededor de un gris ceniciento.

Avanzábamos con lentitud, ocultándonos donde podíamos: detrás de una casa, detrás de un tronco de árbol (raquítico y sin hojas), tras un contenedor de basuras.

Los post-mortem caminaban con lentitud pero sin síntomas de cansancio. Lo único que los movía era el instinto salvaje de un animal voraz y sin alma. Emitían gruñidos y gemidos que en tantas ocasiones me habían aterrorizado. Sin embargo ahora nos ayudaban a seguirlos desde una mayor distancia, eran una ventaja. De aquel modo no nos teníamos que arriesgar, y podíamos mantener una distancia prudencial.

Aquello me trajo a la mente la ocasión que había acompañado a mi padre de caza en las junglas al sur de las montañas. No debía tener más de diez años cuando mi padre me despertó a altas horas de la madrugada y me había susurrado al oído que me vistiera que tenía una sorpresa. Me preparé rápidamente, lavándome la cara en el lavabo del baño y poniéndome lo primero que encontré de ropa. Después montamos en el deslizador de mi padre. Mi madre y mis hermanas pequeñas seguían durmiendo. El cielo estaba oscuro y las estrellas brillaban titilando. Mi padre encendió los motores y el aparato se elevó varios metros sobre el asfalto del aparcamiento de casa. Después de comprobar en el radar que no había vehículos cerca, accionó los controles y salimos disparados hacia los cielos a gran velocidad. Pronto alcanzamos una velocidad de crucero de trescientos kilómetros por hora en dirección sur, sobrevolando la ciudad a dos mil metros de altura. En unos segundos dejamos atrás los últimos suburbios de la ciudad y solo se veía desierto de tierra rojiza bajo nosotros.

Poco después el cielo comenzó a aclarar y a tornarse de violetas y rosas al tiempo que el sol se acercaba cada vez más al horizonte. Unas pocas y pequeñas nubes surcaban los cielos por el oeste, pero por lo demás no se veía nada más en kilómetros a la redonda. Pronto alcanzamos las montañas del sur. Mi padre tuvo que empujar los mandos hacia detrás para hacer ascender el vehículo a mayor altura.

Con la cabina presurizada, no sentíamos los cambios de presión o de temperatura, pero en pocos segundos habíamos ganado varios miles de metros más de altura. La sierra montañosa se movía veloz bajo nosotros como si de una maqueta se tratara.

Un rato después de dejar las montañas muy lejos, comenzamos a ver vegetación bajo nosotros. Mi padre deceleró a la vez que hizo descender el aparato hasta posarlo en un claro entre los árboles tropicales.

Descendimos del deslizador y mi padre sacó del maletero una escopeta de caza. A mí me dio un cuchillo con su funda que me colgué en el cinturón y una cantimplora llena de fresca agua. El se colocó otra en el cinturón y un cuchillo de mayores dimensiones, también en su funda.

–Vamos Jon Sang –me dijo. Yo asentí sonriente. Estaba muy emocionado por ir de caza con mi padre. Llevaba mucho tiempo insistiendo para que me llevara y mi madre siempre había acabado convenciendo a mi padre de que yo era demasiado pequeño para ir. Pero no sabía como, al fin había cedido y me había traído. Era feliz.

Nos alejamos del vehículo por un camino horadado entre la vegetación, seguramente por las bestias de la jungla.

El cielo había clareado y el sol comenzaba a lanzar sus rayos sobre las altas copas de los monumentales árboles. Extraños animales voladores, canturreaban desde las ramas y otros pequeños roedores correteaban entre nuestros pies.

Mi padre me iba indicando los nombres de cada bestia con la que nos cruzábamos y me contaba algo sobre su comportamiento, de qué se alimentaban y por quién eran cazados. No me costó mucho tiempo darme cuenta de que al final, nosotros, los seres humanos, estábamos a la cabeza de la cadena alimenticia.

Un par de horas después, cansado de tanto andar. Le pedí a mi padre que nos sentásemos un rato a descansar sobre un tronco caído e invadido por verdes musgos. Estábamos allí, reposando un poco y hablando de los deberes que me habían mandado en la escuela el pasado viernes, cuando escuchamos unos crujidos no muy lejos, tras unos arbustos. Nos asomamos para ver qué había hecho ruido y vimos que se trataba de un cuadrúpedo con magníficos cuernos en la cabeza, patas poderosas y aspecto bonachón. Eran un buí, un herbívoro autóctono de aquellas latitudes. Sus cuatro cuernos eran el símbolo de su sexo y servían para disputarse a las hembras de la manada. Sin embargo cuando a depredadores se trataba, lo que mejor sabían hacer era correr y escapar del peligro. Podían alcanzar los setenta kilómetros por hora en pocos segundos, y avanzar por la jungla a toda velocidad sin golpearse contra los innumerables árboles que rodeaban todo.

Mi padre alzó el rifle, ajustándose la culata contra el hombro y centrando la mirilla con su ojo derecho. Yo lo observaba con reverencia. Entonces, escuché el estallido del disparo y me asusté tanto que me caí al suelo de bruces, sintiendo el corazón galopando bajo mi pequeño pecho. Los pájaros sobre nuestras cabezas echaron a volar asustados y el buí saltó tratando de escapar. Si bien no pudo avanzar mucho, el proyectil lo había alcanzado en el muslo izquierdo haciéndole caer al tropezar con su pata inutilizada.

Escuché los lamentos del animal moribundo y a los otros de su manada mientras corrían a toda velocidad para escapar del peligro.

Ahora, caminando sobre la capa quebradiza de nieve, junto a Kevin, acechando a bestias sin alma, recordaba lo que había sentido aquella mañana con mi padre. Echaba mucho de menos a mi familia. Era la primera vez desde que comenzara la epidemia que era capaz de recordar a un miembro de mi familia tal y como era antes de convertirse en... uno de ellos. Hasta aquel momento, la única imagen que tenía de mi padre era la de un ser, despiadado y rabioso, con la saliva cayendo de su boca abierta, la expresión de sus ojos vacía, el color pálido y casi translúcido de su piel... Le había mordido un perro en la calle y pasó varios días enfermo, con fiebre y escalofríos hasta que por fin murió y se convirtió en un post-mortem. Saltó del sofá y le arrancó varios dedos a mi hermana de un bocado. Después trató de abrirme la garganta con sus dientes pero yo lo detuve. Lo empujé contra el sofá y con un candelabro que había sobre un mueble en el salón le abrí el cráneo acabando con su no vida.

Aquello era algo que me acompañaría hasta el día en que muriera, pero estaba contento. Contento de ser capaz de recordarlos como eran antes. Contento de no perder la razón. Contento por haber vivido una jornada de caza con mi padre cuando tenía diez años.

Habíamos alcanzado la calle que dividía el pueblo en dos y los cuatro post-mortem la cruzaron entrando en la zona a donde habían ido Kira y Max.

¿Estarían bien? Hacía horas que nos habíamos separado.

Los no muertos avanzaban más lentamente. Parecían no saber muy bien a donde seguir a partir de allí. Pero aún así seguían avanzando. Cada pocos metros alguno se paraba y giraba su cabeza hacia un lado y después hacia el otro. Pero al final continuaba detrás de los otros que seguían moviéndose.

Kevin me iba indicando por donde avanzar, cuando detenerme y cuando quedarme en silencio. Me hacía señas con la cabeza y la mano izquierda, mientras sujetaba con la diestra el rifle. Por supuesto yo no rechistaba y hacía todo lo que me decía. Él era el profesional, sabía de lo que hablaba, era más inteligente hacerle caso en todo. Los cuatro a los que seguíamos, se internaron por una estrecha calle entre dos casas y giraron hacia la derecha. Nosotros nos quedamos en la primera esquina, a unos veinte metros de la que habían tomado ellos, dando tiempo para que se alejaran. Pero entonces escuchamos unos ruidos. Me recordaron a los documentales que emitían en la televisión sobre el mundo salvaje. Eran ruidos parecidos a los que hacían las bestias cuando engullían carne cruda.