domingo, 9 de diciembre de 2007

OFF TOPIC - Nuevo capítulo largamente esperado

Hola a todos. Hoy os escribo para deciros que no me he muerto :) Sigo aquí con ganas de continuar la historia. Ya he comenzado a escribir el nuevo capítulo que será más largo de lo acostumbrado (supongo que después de tanto tiempo sin escribir, será de agradecer).

Me he tomado un pequeño descanso y por eso hace casi un mes que no escribo. Pero no lo he dejado, que quede claro, sigo elucubrando nuevas aventuras para los protagonistas y nuevas dificultades. Sé que debería haber escrito antes para dejaros saber lo que ocurría, pero ya sabeis lo que ocurre cuando te tomas un tiempo para descansar del PC, que al final ni siquiera lo tocas en todo el día.

Pero bueno, aquí estoy de nuevo, como ya he dicho, con parte del capítulo siguiente ya escrito. Me queda poco para acabarlo así que en uno o dos días lo colgaré.

Bueno, hasta pronto.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Día 20 - Sexta Parte

La noche llegó por fin y la luz dejó de entrar por las rendijas de la persiana. Dentro del salón estábamos a oscuras a excepción de la débil luz lunar que entraba por ventana y que perfilaba los objetos en la habitación sin llegar a iluminarlos con detalle. Horst se había quedado dormido en su silla, con la cabeza colgando sobre el pecho y respirando con fuerza.

En un momento dado escuchamos susurros provenientes de otra habitación de la casa. No pudimos descifrar lo que decían pero por lo menos eso quería decir que no nos habían dejado solos con nuestro guardia dormido.

–¿Qué hacemos? –inquirió Kira en un impaciente susurro.

–No lo sé –contesté en el tono más bajo que alcanzaba mi garganta.

Las muñecas me dolían tanto, en el lugar en donde las ligaduras mordían mi carne, que había llegado un momento en el que pareció desaparecer de golpe. Únicamente cuando movía las manos, por poco que fuera, un latigazo de dolor me subía por el antebrazo hasta alcanzar el hombro. Había llegado a la conclusión de que aquella no era la mejor manera de escapar. Debían pensar alguna otra manera, ¿pero cuál?

–Pues será mejor que pensemos en algo, y pronto –susurró Kira frunciendo el ceño profundamente –no quiero averiguar cuales son los métodos que el tal Joaquín tiene para sacar información.

–Juan –le corregí, y al momento me di cuenta de lo estúpido que era ponerme a corregirle por utilizar el nombre incorrecto en una situación así.

–Juan, Joaquín, José. Qué más da.

Arqueé las cejas asintiendo. Daba lo mismo.

–El caso es que no me ha gustado un pelo el tono que ha utilizado antes cuando nos ha dicho que al final hablaríamos –terminó de explicar Kira, entre susurros, sin que le volviera a interrumpir.
Tenía razón. Juan había dicho que hablaríamos. Literalmente había dicho: “Hablareis... tenlo por seguro.” En un tono socarrón y malicioso. Si lo que quería era meternos miedo, lo había conseguido. Pero también cabía la posibilidad de que sus amenazas veladas e indirectas fueran completamente reales, lo cual me asustaba más aún. En la prisión espacial las había pasado canutas, en alguna que otra ocasión había estado en peligro de muerte, pero nunca me torturaron...

Horst emitió un sonoro ronquido y se despertó carraspeando y tosiendo. Se frotó la cara con la pálida mano de dedos delgados y peludos y nos miró, levantando una ceja, en la oscuridad.

–¿No dormís? –nos preguntó en un tono amistoso.

Kira volvió la cabeza hacia un lado y no dijo nada. Nunca la había visto tan enfurecida. Si consiguiera deshacerse de los nudos, sería capaz de sacarle el corazón... pero los nudos eran muy buenos...

Horst se levantó de la silla y dejó el cuchillo sobre el asiento. Nos miró desde las sombras, su rostro oscurecido, su pose arrogante, las manos apoyadas en las caderas y con la cabeza ligeramente ladeada. Su silueta se perfilaba contra el tenue resplandor de la luna que entraba por las ventanas.

Resopló y se acercó un par de pasos a nosotros. Entonces me percaté de que no nos observaba a los dos, más bien su atención estaba centrada en Kira. Aquello me aceleró el corazón y sentí como la sangre me hervía en las venas. Forcejeé con las cuerdas atadas a mis muñecas, pero no pude soltarme. Sólo conseguí agrandar mis heridas. Tenía el rostro contraído y lo observaba enfurecido. Creía intuir lo que debía de estar pasando por la cabeza de Horst y no me gustaba un pelo. Quería soltar mis manos y rodear su cuello con ellas, apretando hasta que dejara de moverse. Pero no podía. Estaba impotente, frente a aquel macabro espectáculo que tanto miedo me daba pero que parecía tan inminente.

Horst se colocó delante de Kira, inclinando la cabeza, mirándola con malicia.

–¡Si la tocas te mato! –le espeté mirándolo con un odio que me estaba comiendo desde dentro, que aceleraba mi corazón y me hacía temblar las manos cerradas en puños.

Giró la cabeza para echarme una mirada de desdén y sonrió, enseñando su blanca dentadura. Sin decir nada, volvió a centrar su atención en mi compañera y alargó la mano hacia uno de sus pechos. Lo manoseó y masajeó con brusquedad, excitándose más a cada momento. Con la otra mano comenzó a tocarse la entrepierna, mientras esta se hinchaba.

–¡Hijo de puta! –grité ya sin preocuparme de que nos escuchara Juan, si es que estaba aún en la casa.

Forcejeé con las cuerdas atadas a mis tobillos tanto como con las de mis muñecas, me agité y luché, haciendo fuerza por liberarme. Sentía como los tendones de mi cuello se tensaban y sobresalían grotescamente. Pero no conseguía nada, aparte de lacerarme más la piel que tocaba mis ligaduras.

Kira se mantenía en silencio y sin dejar de observar con fijación los ojos de su agresor. No gritaba, solo fruncía el ceño y lo miraba con odio. No se revolvía ni intentaba apartarse de la mano que ahora estrujaba su pecho. No me lo podía creer, ¿qué diablos esperaba para demostrar su frustración y enfado? Yo estaba allí dejándome la piel por liberarme para tratar de detener aquel acto atroz y mientras ella, que era la afectada, después de haber escenificado una escena de odio y furia sin igual, perdía el habla y las ganas de defenderse. No me lo podía creer. ¿Quizá había entrado en shock?

Horst alargó la otra mano y manoseó ambos pechos como si se tratara de masa para hacer pan, más que partes de el cuerpo de otra persona. Amasaba y giraba, pellizcaba y apretaba. Se acercó otro poco hasta chocar con las rodillas flexionadas de Kira.

Agarró la camiseta de Kira y la estiró hacia arriba exponiendo el sujetador blanco que llevaba puesto. Horst lo admiró como si se tratara de una obra de arte, o quizá más bien, como si se tratara de un delicioso plato de comida que estuviera a punto de engullir. Había un brillo de lujuria y deseo en sus ojos y su mirada era oscura e inhumana. Parecía un predador a punto de atacar a su presa indefensa e ignorante. Horst debía ser una de aquellas personas a las que les gustaba ver sufrir a los demás y que le excitaba tener poder sobre otras personas, tenerlas a su merced.

Después de mirar durante unos segundos deslizó una de las copas del sujetador hacia abajo, mostrando el pecho desnudo de Kira. A continuación, hizo lo mismo con el otro. Los miró unos instantes más, y finalmente empezó a manosearlos con brusquedad. Kira apretó los ojos, como si sintiera dolor, pero no salió sonido alguno de su garganta. Era demasiado orgullosa para quejarse y demostrar a su enemigo que sufría.

Yo seguía forcejeando con las cuerdas. Me daba la impresión que los nudos de mis manos estaban quizá un poco más flojos, así que seguí estirando con todas mis fuerzas, tratando de liberarme.

Horst dio un paso adelante, colocándose de pie, una pierna a cada lado de las de ella, su entrepierna a pocos centímetros del cuerpo de Kira. Con una mano se bajó la cremallera del pantalón y con la otra sacó su pene, completamente erecto y pulsando al compás de su acelerado corazón. Ella, lo miraba al rostro con la cara relajada, como si se hubiera abstraído de aquel lugar y estuviera escondida en el interior de su mente. Horst se agarró el miembro con la mano derecha y comenzó a masturbarse mirando los voluptuosos pechos de Kira. El frío de la noche no parecía afectarle ni importarle lo más mínimo. Tampoco parecía preocupado por que lo descubrieran en aquel momento.

–Cabrón... –espeté observando como su sexo estaba a pocos centímetros del rostro de la mujer a la que amaba. Si hubiera sido capaz, se lo habría cercenado y se lo habría metido por la boca hasta que se ahogara.

Entonces Horst gimió y sus ojos se abrieron como platos y se deslizaron hacia arriba hasta desaparecer y quedar en blanco. Un instante después estaba tirado en el suelo junto a Kira, inmóvil y sin conocimiento.

Me quedé atónito. ¿Qué había ocurrido? Entonces lo entendí. La rodilla derecha de Kira estaba un palmo más alta que la otra. De alguna manera había conseguido soltar el nudo que le ataba el tobillo y propinarle un rodillazo terrible en los testículos. Después de una observación más detenida vi que el pie derecho de mi compañera estaba descalzo. Así que deduje que el nudo lo habían hecho al zapato y ella había conseguido sacar el pie dejando el zapato atado junto a la pata de la silla.

–¡Pedazo de cabrón! –espetó Kira fulminando con la mirada el cuerpo inmóvil de nuestro guardián.

Respiré aliviado, pero no pude decir nada, las venas aún me palpitaban en las sienes y la sensación de impotencia seguía reconcomiéndome por dentro.

–Venga, –me dijo Kira sonriendo con perspicacia –vamos a salir de aquí.

Apretó los párpados y frunció el gesto, moviendo la pierna izquierda a un lado y otro hasta que el pié que seguía aferrado salió disparado hacia arriba libre al fin, si bien descalzo, como el otro. Plantó los pies en el suelo de madera y haciendo fuerza con las piernas se puso en pie. Aunque la postura era un tanto incómoda, las piernas rectas y el torso doblado en un ángulo de noventa grados, obligado por el respaldo de la silla que seguía atado a su espalda.

Dando pasitos pequeños se acercó a mi. Se agachó hasta colocar su rostro a la altura de mis manos y trató de desatarme con los dientes. Pero no fue capaz. Los nudos era muy buenos.
–Déjalo. Sal de aquí y busca a los demás. Ya vendréis a por mí más adelante –le susurré con una sonrisa en el rostro y una mirada de súplica en los ojos.

–De eso ni hablar, si no salimos los dos, no salimos ninguno.

Eso zanjó el tema, así que me concentré en el problema de deshacerme de mis nudos. Miré en derredor en busca de algo con lo que pudiéramos ayudarnos. Y mi mirada se detuvo ante el cuchillo que Horst había dejado en el asiento de la silla que había ocupado anteriormente.

–El cuchillo, –le dije y Kira se giró para mirar hacia la silla y al verlo me sonrió –deprisa...

Con pasitos pequeños se movió hasta delante de la silla y agarró el mango del cuchillo con los dientes. Dio la vuelta y comenzó a regresar pero tropezó con algo y cayó de bruces, el cuchillo botando hasta la pared, a un metro de distancia.

–¡Puta! –gritó Horst, que había agarrado a Kira del tobillo y la miraba con un rostro arrugado y enrojecido por la furia.

Ella le propinó un fuerte golpe en la cara con el pie que tenía libre, pero no lo detuvo.

Horst se levantó y caminó hasta donde había quedado el arma blanca, recogiéndola del suelo. Kira mientras, trataba de levantarse, pero no era capaz con la silla atada a la espalda y ella tumbada de lado en el suelo.

El otro, caminó hasta ponerse sobre Kira y la miró con odio y rencor. Aún tenía el pene fuera de los pantalones, pero ahora estaba fláccido y colgando.

–Ahora vas a aprender, puta –se limpió la comisura de la boca con el dorso de la mano que empuñaba el cuchillo –primero te voy a abrir la garganta y después te follaré hasta reventarte por dentro.

Se me hizo un nudo en el estómago. Quería gritar, patalear, saltar y atacar, pero no podía.

Estaba atado y tenía el cuerpo completamente contraído, como cuando viajas en un vehículo y te das cuenta de que vas a chocar contra un obstáculo. Las cejas arqueadas, los ojos abiertos de par en par, una gota de sudor resbalando por mi sien hasta mi barbilla... Impotencia y miedo, aquello era lo que sentía.

Horst comenzó a agacharse cuando sonó un disparo y un boquete se abrió en su pecho salpicando de sangre el bello rostro de Kira. El cuerpo sin vida del cabrón calló al suelo a un lado dejando ver una figura, perfilada contra la ventana ligeramente iluminada que sostenía alguna clase de rifle.

Lo primero que sentí fue alivio. Pero pronto fue reemplazado por la desconfianza de aquella silueta anónima que había salvado la vida de Kira.

sábado, 13 de octubre de 2007

Día 20 - Quinta Parte

Allí dentro no sentíamos el frío del exterior. Todo lo contrario, hacía calor a pesar de habernos quitado los abrigos. Hacía mucho rato que sentía sed, pero había aguantado sin decir nada. Lo que menos me apetecía en aquel momento era tener que pedirle algo a Horst el melenas. Él había tomado asiento en una silla frente a nosotros y junto a las ventanas cerradas por las persianas.

Habían pasado varias horas desde que nos capturaran y aún no habían dado señales de vida. La única compañía que habíamos tenido era la del silencioso Horst. No habíamos escuchado ningún ruido y conversación en el resto de la casa. Era como si todos se hubieran marchado a otro lugar. Las maderas del suelo y techo, crujían de vez en cuando creando un ambiente algo siniestro.

–¿Lleváis aquí desde que apareció la epidemia? –inquirió Kira de repente, con un tono de voz suave y calculado.

Horst levantó la cabeza, parecía que se estuviera quedando dormido, y la miró con el ceño fruncido. Parecía sorprendido de que Kira fuera capaz de hablar de un modo civilizado después de que había sido ella la que se había comportado de un modo más frío y rencoroso.

–Sí.

–Nosotros escapamos de Barlenton.

Horst asintió apretando los labios y preguntó:

–¿Qué tal está todo por allí?

–Peor que aquí –Kira suspiró desalentada. Me pregunté que tramaba. ¿Trataba de ganarse la confianza de el melenudo para ver si nos soltaba? –Completamente lleno de cadáveres andantes y hambrientos.

–Te entiendo... –susurró Horst mientras desaparecía la sonrisa de sus labios.

–Aquí no hemos visto a ninguno.

–Ya –se removió en la silla acomodándose mejor. –Por este lado no hay más. Pero al otro lado del pueblo aún se puede ver alguno.

Kira me echó una mirada furtiva en un instante que Horst no nos miraba. Leí en sus ojos lo que estaba pensando. Estaba preocupada por los demás. Sobre todo por Jon Sang y por Kevin que habían ido al otro lado del pueblo para inspeccionarlo. ¿Cómo estarían nuestros amigos? ¿Tendrían ellos algo que ver con los disparos que escuchamos al poco de llegar a aquella casa?

Todas aquellas cuestiones me rondaban por la cabeza, pero un presente más inminente aclamaba toda mi atención; cómo íbamos a escapar de nuestro encierro y cómo ibamos a reunirnos con nuestros compañeros.

–¿Os habéis deshecho de ellos vosotros? –inquirió Kira.

Yo me mantenía en silencio. Parecía que la táctica de Kira estaba dando resultado y no quería estropearlo todo rompiendo mi silencio.

–¿Nosotros? –se echó a reír como si la respuesta a su pregunta fuera demasiado obvia. –Por supuesto que no. Hay... otros por aquí. Otras cosas... más grandes y peligrosas que los zombies...

Kira y yo, volvimos a mirarnos, pero esta vez Horst se percató de ello.

–No sabéis a qué me refiero, ¿verdad? –nos preguntó sonriente. Negamos meneando la cabeza y él continuó, con el tono de voz del que sabe más de lo que le gustaría: –ya los conoceréis...

Los tres caímos en un tenso silencio, nosotros dejando que nuestra imaginación llenara los vacíos de su historia y él con recuerdos poco agradables que le ensombrecieron el rostro.

Varias horas pasaron en silencio. Horst se levantó y paseó por la habitación. De vez en cuando miraba por las rendijas abiertas en las persianas de las ventanas y otras veces se asomaba a la entrada, en busca de algo que no llegaba a encontrar. Deduje que tenía ganas de dar el relevo y ocuparse de otros enseres. Llevaba vigilándonos ya mucho rato y debía estar harto de ello.

En el exterior pudimos ver como la luz menguaba progresivamente a medida que se acercaba el anochecer. Escuché como mi estómago rugía de hambre. La sed también me martirizaba. Si bien en los últimos días de mi vida, estaba alcanzando una resistencia a tales males que creía inexistente en el ser humano. Incluso, en mi largo periplo en la prisión espacial, la situación que había vivido era mucho más halagüeña; a pesar de los períodos de inanición o de negación de agua, sabía que no nos dejarían morir. Sabía que al final siempre volvían con comida y con agua. La esperanza me hacía llevar aquella situación con mayor holgura. Pero en aquel maldito planeta, había pasado momentos en los que la esperanza brillaba por su ausencia y todos los pronósticos eran pésimos. El horizonte de mi futuro, cubierto de nubes oscuras de tormenta. Todo ello, me había hecho comprobar los límites de resistencia del ser humano in situ. Así que, el hecho de no haber comido ni bebido nada desde la pasada mañana, no me afectó psicológicamente. Simplemente era una leve molestia en mi garganta y estómago.

Kira me preocupaba. A pesar de que ella había pasado malos momentos símiles a los míos, el sentimiento que albergaba mi corazón por ella me hacía más débil ante su sufrimiento. La miré, con los ojos acuosos y llenos de preocupación. Ella tenía la cabeza inclinada sobre el pecho y los párpados cerrados. Su respiración era lenta y tranquila. Parecía estar durmiendo. Seguía teniendo el gorro de lana enfundado en la cabeza y mechones de pelo negro asomaban por los lados cubriendo los lados de su rostro. Su camiseta blanca de tirantes estaba empapada por la zona de las axilas y cientos de perlas de sudor le cubrían la aterciopelada piel del escote. Yo no estaba pasando tanto calor, pero ella parecía estar achicharrándose. Seguramente sentiría más sed que yo, pero también era más orgullosa que yo. No pediría agua. Estaba convencido de ello. Morirían de deshidratación antes de doblegarse ante nuestros captores.

Horst regresó del vestíbulo observándome con nerviosismo y fastidio. Miró a Kira y vi como el deseo afloraba en su rostro mientras sus ojos subían y bajaban por su figura. Apreté los puños tratando de soltarme, pero volvió a ser inútil. La cuerda de nylon estaba muy bien atada y lo único que conseguía era que me mordiera la piel de las muñecas hasta encontrar tejidos más blandos.

–Tengo mucha sed –dije exagerando mi estado, hablando en un susurro y con voz seca. Horst me miró y apretó los labios. Parecía estar calculando la veracidad de mis palabras. –Por favor –supliqué una vez más.

Pareció ceder y se marchó por la puerta. Caminó un buen trozo hasta detenerse fuera de nuestro campo visual. Pude escuchar como hablaba en susurros con alguien, pero no entendí lo que decían.

–Tenemos que escapar de aquí –me susurró Kira.

Asentí sin dejar de mirar la puerta de entrada al salón.

–¿Puedes soltarte? –le pregunté.

–No.

–Yo tampoco.

Horst dejó de hablar y escuché como sus pasos regresaban por el suelo de madera. Entró al salón con una botella de plástico llena de agua hasta arriba. Se acercó a mi y me ayudó a beber un pequeño trago. Después se colocó frente a Kira, que lo miraba con intensidad y el ceño fruncido, y le dio un poco de beber también. Regresó a su silla y tomó asiento. Bebió un largo trago, dejando la botella medio llena apoyada en el suelo junto a una de las patas de sus silla y continuó vigilándonos.

La noche iba a ser larga.

sábado, 6 de octubre de 2007

Día 20 - Cuarta Parte

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Observé al tipo de las gafas y el pelo blanco. Su expresión era de seguridad, de inteligencia. No tuve ninguna duda de que si nos negábamos a soltar las armas, ordenaría a sus hombres que nos acribillaran. Me volví hacia Kira. Ella me miraba con el ceño fruncido y los labios apretados. Suspiré. No teníamos alternativa. Los segundos pasaban y debíamos tomar una decisión..

Asentí pero Kira meneó, ligeramente, la cabeza. Se negaba a deponer las armas. Era tozuda, sin embargo no teníamos otra opción. Me agaché y dejé en el suelo el rifle de plasma; después le di un puntapié lanzándolo hacia nuestro interlocutor. Kira me miró enfurecida, pero cedió al fin y lanzó su cuchillo junto al rifle..

–Bien, –hizo un gesto al tipo de la melena negra y este recogió nuestras armas y entró a la casa seguido por Sara. –Por aquí..

Nos indicó que le siguiéramos con un ademán de su mano y se giró, dándonos la espalda, caminando hacia la puerta abierta. Kira arrancó gruñendo, moviéndose rápido hacia la casa. Yo antes de marcharme eché un vistazo a los que aún nos apuntaban con las armas automáticas. Los adultos parecían muy concentrados en nosotros, pero el chico, tenía la típica expresión de miedo. Podía ver como gruesas gotas de sudor se le habían acumulado por la frente, su piel estaba pálida y la rodilla le temblaba. En un principio, pensé que sería por la situación, demasiada tensión para un crío de su edad. Pero después me percaté de que no hacía más que mirar hacia los lados de la calle, como si esperase encontrar algo. ¿A qué le tenía tanto miedo?.

Entramos a la casa, pasando por un vestíbulo inmerso en la penumbra, y accedimos a una sala de estar amplia en la que los muebles habían sido arrastrados hasta las paredes para quitarlos de en medio. Un espacio vacío de cuatro por cuatro metros en mitad de la sala nos esperaba. Curiosamente, había una alfombra, llena de polvo pero que en sus mejores momentos habría sido muy cara, en aquel lado de la habitación. De los que nos habían estado apuntando, solo dos nos escoltaron hasta allí, al resto los perdí de vista. El tipo del pelo canoso y el otro de la melena arrastraron dos sillas de madera, también lujosas, hasta el centro del espacio vacío y nos indicaron que debíamos tomar asiento en ellas. Así lo hicimos y en menos de un minuto estábamos atados de manos y pies a nuestros asientos sin posibilidad de escapar..

–Bueno, –comenzó el del pelo blanco y las gafas poniéndose de cuclillas frente a mí –ahora que estamos en una posición mucho más cómoda podremos hablar..

–No tenemos nada que hablar con tigo –espetó Kira fulminándolo con la mirada..

–Eso depende de vosotros, claro. Pero hemos empezado mal –extendió su mano derecha hacia mí con una amplia sonrisa en los labios, –mi nombre es Juan Tribillo –esperó unos instantes como si realmente pretendiera que me desatara y le diera un apretón de manos. –Vaya, lo siento, no me he dado cuenta..

El otro de melena se echó a reír con las manos metidas en los bolsillos. Juan se levantó haciendo esfuerzo y apoyándose en las rodillas. “Nota mental” pensé, “tiene las articulaciones jodidas.” Se alejó unos pasos hacia la ventana. Las persianas estaban bajadas y solo entraban finas rayas de luz blanquecina..

–Parece que tienen calor –dijo el de la melena. Se volvió hacia Sara que permanecía detrás nuestra y le ordenó –Dame el cuchillo..

Ella obedeció sin decir palabra. Lo agarró y se acercó a Kira. Apreté los dientes tanto que sentí como si las mandíbulas me fueran a estallar en mil pedazos. Pero eso era lo que menos me preocupaba. El filo del cuchillo de cocina, que antes llevara Kira, desprendió reflejos. Yo mientras no dejaba de mover las manos a un lado y a otro, tratando de aflojar el nudo que me las apresaba..

El tipo, que sujetaba el cuchillo, insertó la hoja por el hueco del cuello del abrigo de Kira y comenzó a rasgarlo hasta llegar a su regazo. Allí pegó un tirón partiendo en dos la pieza de ropa. Después hizo otros cortes por los brazos y espalda hasta que pudo quitarle todo el abrigo sin necesidad de desatarla. Cuando hubo acabado, se acercó a mí y procedió del mismo modo. En uno de los movimientos, no calculó bien y me hizo un corte en el hombro que sentí como se humedecía con sangre cálida. Apreté los dientes, pero no mostré signo de dolor que él pudiera ver.
Mientras, Juan había permanecido de cara a la ventana, dándonos la espalda y en silencio. Entonces, repentinamente, se dio la vuelta y dijo:.

–Ya vale Horst –el tipo de la melena, Horst, dio un paso atrás y soltó el cuchillo sobre el suelo de madera, fuera de la alfombra. Este se clavó en posición vertical. Después embutió sus manos en los bolsillos de sus pantalones y nos observó con una sonrisa maliciosa. Juan se acercó unos pasos hacia nosotros y preguntó: –¿Dónde está vuestro vehículo?.

–No tenemos –respondí..

–No te creo. –Respiró profundamente y continuó como dándome una segunda oportunidad para responder a su pregunta –No habríais podido subir toda la montaña, con la nieve y el frío. ¿Dónde está vuestro vehículo?.

–Subimos la mayor parte del trayecto en autobús –le expliqué en el tono más neutro que pude, –pero nos quedamos sin gasolina y continuamos a pie hasta el pueblo..

–Ya..

Se paseo de un lado a otro con las manos sujetas a la espalda. Los dos hombres que nos habían escoltado observaban, con miradas sombrías, la escena desde la puerta de la sala. Y Sara había tomado asiento sobre una cómoda de madera sintética, detrás de Horst..

–Siento comunicaros –dijo Juan, deteniéndose frente a Kira –que no me creo lo que me habéis contado. Y hasta que me digáis toda la verdad, no os soltaremos..

“Cabrón” pensé; pero me mantuve en silencio..

Entonces, sorprendiendo a todos, escuchamos unos disparos en el exterior. Después el grito de una mujer y muchos pasos corriendo hacia la casa. Una puerta se abrió y cerró de golpe un momento después. Una mujer lloraba..

–¿Qué diablos...? –masculló Horst y se marchó hacia el vestíbulo siguiendo a los dos tipos que nos habían escoltado hasta el interior..

–Vigílalos –le ordenó Juan a Sara y después se marchó detrás de los otros..

Giré la cabeza hacia Kira y la interrogué con la mirada. Ella se encogió de hombros sin dejar de fruncir el ceño. Escuchamos pero no podíamos descifrar lo que hablaban. Solo éramos capaces de captar murmullos sin sentido y el reiterante llanto de mujer. ¿O era un niño...? ¿Quizá fuera el niño el que lloraba?.

–Llévatelo... –llegué a escuchar que le decía Juan a alguien..

Unos minutos después, regresaron Juan y Horst. Los otros ya no aparecieron..

–Dejaremos esta conversación para otro momento. Mañana –se volvió hacia su compañero y le dijo: –Horst, tu harás la primera guardia. Sara, ocupa tu puesto en la puerta trasera... ah, y llévate el rifle de plasma, quizá lo necesites..

Sara obedeció sin decir nada y se marchó por la puerta que habíamos entrado. Después, Juan se acercó a mí, e inclinándose y colocando su rostro a un palmo del mío, me susurró..

–Hablareis... tenlo por seguro..

Después, sonriendo maliciosamente se marchó, dejándonos a solas con Horst el melenudo.

lunes, 1 de octubre de 2007

Día 20 - Tercera Parte

El cielo blanco e iluminado uniformemente parecía disolverse con el blanco de los altos picos y montes que nos rodeaban por doquier. Aquel lado del pueblo no eran más que un grupo poco numeroso de casas prefabricadas de madera sintética y plástico y unos pocos comercios. Los jardines, rodeados de cercas de postes de madera pintados de blanco, estaban descuidados y completamente cubiertos de nieve. Aquel invierno no sobreviviría ninguna planta. Me resultaba increíble que aún existiera un pueblecito de aquellas características en nuestra galaxia. Sin discos de comunicación por satélite, sin vehículos voladores, sin tecnología doméstica, etc.

Un silencio sepulcral nos rodeaba. Era inquietante, fantasmagórico. El suave viento ululaba contra las esquinas de los edificios y nos golpeaba los rostros desnudos. Sentía la nariz y las orejas escocidas y adormiladas.

La joven a la que seguíamos no parecía estar lo suficientemente abrigada para aguantar aquella temperatura. Sin embargo, parecía no acusar el frío y se movía sin dificultad sobre la espesa capa de nieve del suelo. Yo, por otro lado, caminaba como si fuera pisando huevos. Los pies se me quedaban atascados de vez en cuando, y estuve a punto de caer en un par de ocasiones (cosa que evitó Kira de manera diestra y discreta). Siempre he odiado la nieve, el frío, la ropa gruesa, los guantes y todo lo que tenga algo de relación con el invierno. A mí lo que me gustaba era la playa... El simple pensamiento de una playa tropical, con sus palmeras altas y repletas de cocos, me hacía sentirme más desdichado; porque miraba a mi alrededor y no veía más que blancura y más blancura, en el cielo, en las montañas y sobre el terreno que caminábamos.

Pasamos junto a una casa que tenía un bonito y amplio porche. En él, había colgado un columpio que se mecía empujado por la suave brisa. La cadena de metal oxidado, de la que colgaba, chirriaba como un gato moribundo. Desde que llegué a aquel planeta no había vivido una situación tan tétrica como aquella. Me recordaba a las numerosas películas de terror en tres dimensiones que había visto de joven, pero con el aliciente de que esto era real, y los no-muertos también lo eran.

Llevábamos dos días sin cruzarnos con ninguna de aquellas cosas y ya empezaba a pensar que quizá estaba loco y lo había imaginado todo. Por desgracia, aquel no era el caso, yo estaba realmente en ese maldito planeta, y realmente me perseguían cadáveres para devorarme. Pero desde que comenzamos el ascenso de las montañas, no nos habíamos encontrado con ninguno. ¿Quizá no les guste el frío? Claro que por aquellos parajes, había poca población, o lo que es lo mismo, pocos candidatos a convertirse en post-mortem.

–Por aquí –nos guió la joven señalando una calle más estrecha que corría entre dos casas.

Nada más entrar por aquella callejuela, me sentí observado y tenía la extraña sensación de que nos estábamos metiendo en una emboscada. Pero qué sentido tendría que aquella chica nos tendiera una trampa cuando podíamos echarle una mano a ella y a los otros tres que decía que estaban con ella. Por si acaso, agarré con fuerza el rifle de plasma, preparado para atacar si algo me olía mal. Kira, que no perdía detalle de nada, se percató y vi como se pasaba el cuchillo a la diestra y lo sujetaba con firmeza.

Caminamos hasta la parte trasera de la primera fila de casas y allí la callejuela se cruzaba con otras paralelas a la carretera principal. Allí Sara nos condujo hacia una casa con el mismo aspecto abandonado de las demás pero que era más grande y más lujosa.

–Es aquí –nos comunicó deteniéndose delante de ella.

Kira y yo la observamos durante unos breves instantes y después nos miramos inquisitivamente. Los dos pensábamos lo mismo. ¿Sería seguro entrar? La sensación de que nos observaban seguía estando allí.

–Por qué no les dices a tus amigos que salgan –le dijo Kira. Claro era lo más acertado y menos arriesgado para nosotros.

La idea no pareció entusiasmar a Sara. Parecía tener miedo de estar en la calle, pero asintió y sin decir más caminó por un tramo del jardín que tenía huellas frescas hasta la puerta y se perdió en el oscuro y silencioso interior.

–¿Qué opinas de todo esto? –me preguntó sin quitar el ojo del hueco de la puerta.

–No estoy muy tranquilo, si te soy sincero. Tengo la impresión de que nos están observando desde hace rato.

–Ya lo sé. Pero no es una sensación... –fruncí el ceño y la miré extrañado.

–¿Qué quieres decir?

–En la casa que hay detrás de nosotros, he visto que la cortina de una de las ventanas se agitaba cuando hemos pasado junto a ella.

Aquello no me gustó un pelo. Si no tenían malas intenciones, ¿por qué no se mostraban abiertamente? ¿Por qué esconderse de nosotros? ¿Nos tenían miedo?

–Tu, atento a la retaguardia, yo me ocupo del frente –me dijo Kira.

Fruncí los labios y apreté los dedos contra el plástico y el acero del rifle de plasma a la espera de que aparecieran nuestros nuevos amiguitos.

Entonces apareció Sara por la puerta abierta de la casa, seguida de un par de personas. Un tipo de unos cuarenta y tantos años, con el pelo cano, una barba de varios días y gafas la siguió; después salió un joven que rondaría los dieciséis o diecisiete años, con el pelo negro y sucio que le llegaba hasta los hombros y una expresión desafiante en el rostro. Solo eran dos y Sara. Ella había dicho tres en la casa. ¿Sería el otro el que estaba espiándolos desde la casa de detrás?

Sara se apartó a un lado y no dejaba de mirar a ambos lados de la callejuela. Parecía esperar que apareciera algo de un momento a otro.

–Hola –dijo el tipo más mayor de las gafas.

–Hola –respondí sin prestar mucha atención. A pesar de estar mirándolo a él, estaba centrando toda mi atención a cualquier sonido que escuchase en nuestra retaguardia. Giré mi cuerpo ligeramente y de ese modo podía ver por el rabillo del ojo una buena franja. No quería que se dieran cuenta de que sabíamos que nos vigilaban desde detrás.

–Si no sois del grupo de rescate, ¿qué hacéis aquí? –preguntó.

Kira me miró, como preguntado si me importaba que respondiera ella. Yo asentí con la cabeza.

–Vamos de camino a la capital y hemos parado aquí para conseguir alimentos.

El tipo nos escrutó con intensidad, como sopesando si Kira era sincera.
–¿Hay más de vosotros?

–No –mintió Kira para mi sorpresa. Debía de haber intuido algo que se me escapaba, estaba demasiado pendiente de la retaguardia para fijarme en nuestro interlocutor.

–Bien –terminó el otro asintiendo con la cabeza.

Escuché un ruido a nuestra espalda. Me di la vuelta rápidamente y vi que habían aparecido dos personas de la casa que había detrás nuestra. Apunté a uno de ellos pero no sirvió de nada. Eran un hombre y una mujer y ambos iban armados con escopetas de caza con las que nos estaban apuntando. Después me percaté de que otros dos habían aparecido a nuestra izquierda, apuntándonos uno con una pistola y otro con un rifle de plasma y a nuestra derecha un crío apareció con otra pistola.

–Como podéis ver –el cuarentón desarmado gesticuló con su mano señalando a sus compañeros, –estáis rodeados. Por favor, dejad vuestras armas en el suelo y acercaros...

domingo, 23 de septiembre de 2007

Día 20 - Segunda Parte

Alcancé el vestíbulo y salté sobre las escaleras, subiendo de tres en tres en grandes zancadas y sin preocuparme por no hacer ruido. Giré a la izquierda y corrí hasta la puerta abierta que daba a una habitación sobre el salón del piso de abajo. Entré y vi como una mujer con el pelo largo, sucio y atado en una coleta, forcejeaba con Kira en el suelo. La mujer parecía joven, rondaría la treintena y enseñaba los dientes como un animal rabioso a punto de morder a su victima en la yugular.

Apunté a la atacante que luchaba con mi compañera en el suelo, pero no conseguía tener un tiro seguro, ellas se revolcaban y golpeaban contra los muebles. El cuchillo de Kira estaba en el suelo, abandonado junto a mis pies.

–¡Quítamela de encima! –exclamó Kira sujetando a la otra por el cuello y la muñeca de una mano. Ella, con la mano libre no dejaba de golpear a Kira en el lado de la cabeza. –¡QUÍTAMELA!

Me colgué el rifle a la espalda y corrí hacia las dos mujeres enzarzadas. En cuanto tuve una buena oportunidad deslicé mi brazo alrededor del cuello de la atacante y apreté con todas mis fuerzas. Pronto se olvidó de Kira y comenzó a tironear de mi brazo, pero ya era demasiado tarde. En poco más de un minuto, sentí como sus músculos perdían fuerza y todo su peso colgaba de mi bíceps.

Kira se apartó rápidamente y se levantó, respirando con dificultad. Se sentó en una cama que había en medio de la habitación y trató de recuperar el aliento. Solté el cuerpo inmóvil de la mujer y me senté junto a mi compañera, observando la ropa con la que iba vestida la misteriosa atacante. La ropa no estaba limpia, pero no era vieja, ni estaba descastada. No había ni una sola mancha de sangre o herida a la vista; claro que medio cuerpo estaba contra el suelo y fuera del alcance mi vista...

–Creía que no respiraban... –susurré sintiendo como mi corazón recuperaba el ritmo normal.

–¿Qué? –dijo al fin Kira mirándome con el ceño fruncido.

–Que no sabía que los infectados respiraran...

–No es una infectada –me dijo y yo me quedé paralizado. No era una post-mortem. Por eso respiraba, claro. No sabía como no había caído antes. Eso quería decir... Eso quería decir que acababa de asfixiar a una persona. Una persona que seguramente creía que nosotros éramos zombies y veníamos a matarla. Dios...

–He matado a una mujer... –dije, mirando a Kira con los ojos abiertos de par en par y la mandíbula dislocada.

–No la has matado –me dijo señalando a la mujer inmóvil y tirada en el suelo. –Aún respira, ¿no ves?

Volví la cabeza hacia la mujer, en el suelo, y vi como efectivamente su espalda se hinchaba y deshinchaba con lentitud. Sólo la había dejado inconsciente. Gracias a Dios. No quería tener la sangre de una mujer inocente sobre mi conciencia. A pesar de todo lo que había pasado desde que llegara a aquel maldito planeta, no era un asesino y no quería empezar a serlo.

Kira se levantó y recogió su cuchillo, sujetándoselo en el cinturón, a la espalda. Se apoyó contra el quicio de la puerta y se frotó el lado de la cabeza que la otra había golpeado.

Entonces me fijé en la habitación en la que estábamos. Era un dormitorio con posters infantiles colgados de la pared. Estaba la cama sobre la que seguía sentado, perfectamente hecha, un armario de madera sintética y un escritorio del mismo material y tono. Por la ventana entraba suficiente luz para iluminar toda la estancia. Miré el exterior y vi que el cielo seguía completamente blanco y difuminado, si bien la nieve había dejado de caer.

­–¿Crees que estará sola? –inquirió Kira sin dejar de observar el inmóvil cuerpo de la mujer.

–No sé –meneé la cabeza hacia los lados. –Pero por las pintas que lleva, juraría que no se ha duchado en bastante tiempo. Si hay más de ellos, deben de estar aislados desde hace tiempo.

Kira asintió sin decir más. Aún respirando agitadamente.

Decidimos esperar a que despertara y preguntarle directamente a ella. Un cuarto de hora después, la mujer se agitó y levantó la cabeza. De un brinco se dio la vuelta y nos observó desde el suelo. Su rostro era un poema sobre el terror y la furia, todo mezclado. Yo apunté mi arma hacia ella, indicándole, sin decir palabra, que no se moviera. La mujer apretó la mandíbula pero se mantuvo quieta, como rendida.

–¿Quién eres? –preguntó Kira desde el hueco de la puerta.

La mujer frunció el ceño y la miró con sorpresa. Como si el hecho de escucharle decir palabras le sorprendiera enormemente.

–Sara... –susurró al fin. Me fijé en ella con mayor detalle y vi como sus azules ojos me observaban con atención. A pesar de estar sucia y descuidada se podía ver que era una joven bella. Sus pómulos pronunciados y labios gruesos y carnosos, sumados a los ojos de un azul tan intenso me hipnotizaron al momento.

–¿Hay alguien más contigo? –inquirió Kira rompiendo el hechizo que parecía haber caído sobre mí. Desvié mi mirada hacia mi compañera y vi que no se había dado cuenta. Observaba detenidamente a la nueva.

–Sí –se levantó y dio unos pasos hacia atrás hasta pegar su espalda contra el armario de madera sintética. –Tres más. ¿Sois del grupo de rescate?

Fruncí los labios apesadumbrado y miré a Kira. Ella me miró a su vez con el ceño fruncido. ¿No le habíamos hecho esa pregunta a Kevin cuando nos lo encontramos a las afueras de Barlenton? Si no se lo habíamos dicho, era lo que habíamos estado pensando todos dentro del autobús. Era lo normal. Pero desgraciadamente, no éramos de ningún grupo de salvamento.

–No –le dije yo al fin. –Tratamos de llegar a la capital.

–Ah... –susurró sin esperanza bajando la mirada hasta el suelo. Después, como tratando de olvidar esto último, me miró de nuevo y dijo: –venir conmigo, os presentaré a los demás.

Kira y yo la seguimos hasta el exterior y por la calle cubierta de varios centímetros de nieve.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Off Topic - Encuestas

Hoy inauguro oficialmente las encuestas de Prisión Infernal.

Iré posteando encuestas relacionadas con la historia, personajes, escenarios, etc. para recoger vuestras impresiones. Siempre es más fácil y rápido, hacer click en una encuesta que dejar un comentario :)

En fin, espero que os guste la idea. Si alguien tiene alguna propuesta para hacer una encuesta, por favor, que no dude en dejarme un comentario.

Un saludo.

martes, 11 de septiembre de 2007

Día 20 - Primera Parte

Los rayos del sol entraron por la ventana y me golpearon en el rostro desperezándome. Abrí los ojos y miré en derredor. Seguía en la habitación de la casa en las montañas. Kira dormía a mi lado. Su pecho ascendía y descendía bajo las sábanas en un ritmo acompasado y tranquilo. Me incorporé en la cama apoyando la espalda en la pared y la observé con deseo. Sus largos cabellos estaban desparramados por la almohada, como un intenso mar marrón que cubría su sedosa piel. Sus voluptuosos labios estaban entre abiertos. La cicatriz en su mejilla. Todo de ella me tenía maravillado. Era un ángel caído del cielo para estar con migo. Con ella había vuelto a creer en la posibilidad de querer a otro ser humano más que mi propia vida.

Había alguien más en la habitación con nosotros. Me volví y vi que Carla estaba apoyada contra el quicio de la puerta abierta. Me estaba observando con una sonrisa en el rostro. Al ver que la miraba levantó su pequeña manita y me saludó en silencio. Yo la correspondí sonriendo y me levanté de la cama, procurando no despertar a Kira.

Solo iba vestido con los pantalones vaqueros pero no tenía frío. La casa en la que estábamos no debía haber permanecido mucho tiempo desatendida, ya que seguía estando aislada del frío del exterior.

Salí al pasillo y seguí a Carla hasta la sala de estar donde la noche anterior había estado tomando un café con mis compañeros. Y como la noche anterior, ellos también estaban allí.

Jon Sang me ofreció una humeante taza de chocolate caliente. La tomé con un asentimiento de cabeza y tomé asiento en uno de los sillones frente a los humeantes rescoldos de la chimenea.

–Bueno ¿cómo vamos a hacerlo? –pregunté.

Los tres se mantuvieron en silencio. Parecían no haberlo decidido aún. Por fin, Kevin abrió la boca y me dijo:

–Creo que deberíamos dividirnos en dos y unos inspeccionar las casas al este y los otros las que están al oeste. Cada grupo a un lado de la carretera.

Kira apareció por el pasillo, con cara de dormida y preguntó:

–¿Cuando empezamos?

–Tu deberías quedarte para descansar –dije con rapidez y determinación.

–De eso nada, yo voy a salir, igual que tú...

–No, tu no vas a salir, te quedarás a descansar –dije tratando de sonar firme. –Además, alguien se tiene que quedar a cuidar de Carla...

–Ya me quedo yo con Carla –dijo El Cirujano de repente. Después dio un sorbo al café que estaba bebiendo y me observó con su pueril sonrisa.

Me volví hacia Kira y vi que me miraba con enfado. Lo que había dicho le había ofendido. Ya empezábamos, no iba a ser todo color de rosa...

–Vale, vale... iremos Kira y yo en un grupo y Jon Sang y Kevin en el otro –les dije zanjando el tema. Volví a mira a Kira antes de que se marchara y vi como me miraba meneando la cabeza, con el ceño fruncido. Después se marchó para prepararse.

Estábamos los cuatro de pie, frente a la casa en la que nos habíamos refugiado la pasada noche. El viento empujaba los copos de nieve contra nuestros rostros desde el norte. Kevin iba armado con su rifle de asalto y yo llevaba el rifle de plasma. Jon Sang y Kira no tenían otras armas que los cuchillos de cocina que habíamos traído con nosotros.

–Bien, tened mucho cuidado –nos dijo Kevin en voz alta para que le pudiéramos escuchar por encima del rugido del viento. –Siempre que abráis una puerta, colocaros uno a cada lado... tened vigiladas todas las salidas... gritar si necesitáis ayuda, acudiremos lo antes posible.

Kira y yo asentimos y nos despedimos. Cruzamos la carretera y nos dirigimos a la primera casa que había junto a esta. Nos habíamos vestido con ropas que habíamos encontrado en los armarios de la casa que ocupamos la noche anterior. Yo seguía llevando mis pantalones vaqueros pero arriba me había calado un jersey de lana y una cazadora para la nieve de color rojo. Kira se había puesto unos pantalones recios de nylon y una chaqueta parecida a la mía de color azul claro; además, se había embutido la cabeza en un gorro blanco de lana con dibujos rojos y verdes. Irónicamente, teníamos el aspecto de simples turistas que hubieran venido a disfrutar de un fin de semana esquiando. Lo que no encajaba con aquella imagen pacífica y vacacional era el rifle de plasma que llevaba yo en las manos y el cuchillo de cocina de veinte centímetros que Kira sujetaba con su diestra.

La tormenta amainó un poco cuando alcanzamos la puerta principal de la primera casa.

–¿Listo? –inquirió Kira apoyándose contra la puerta y sujetando el picaporte con la mano libre.

Yo me posicioné frente a la puerta y apuntando con mi arma asentí. Ella, contó hasta tres y abrió la puerta de golpe apartándose del hueco para dejarme vía libre para abrir fuego. La hoja de madera de la puerta giró sobre los goznes hasta golpear la pared por el lado interior; el ruido fue engullido rápidamente por el, cada vez más tranquilo, aullido del viento. Una oleada de copos de nieve brillantes entraron al silencioso interior cayendo rápidamente al suelo de madera y desapareciendo en no menos tiempo.

Entré de golpe girando noventa grados con el rifle por delante, preparado para disparar a cualquier cosa que se moviera en el silencioso interior. Kira me siguió, entrando en el recibidor y cerrando la puerta detrás nuestra. El aullido del viento murió en un instante. Era extraño el pasar de tanto ruido a un silencio tan poco natural. Me recordó al interior de una tumba y un escalofrío me recorrió la espalda hasta erizarme los cabellos de la nuca.

Había una puerta a cada lada y unas escaleras que subían al piso superior. Kira me llamó a atención agarrándome del brazo y con gestos, en silencio, me dijo que ella tomaría el piso superior y yo el inferior. No me gustó nada la idea de separarnos pero accedí en silencio. Si no nos repartíamos las casas, nos costaría demasiado tiempo inspeccionar todo el pueblo.

Se marchó, ascendiendo las escaleras de madera sin hacer nada de ruido. La verdad era que había tenido una buena idea, yo pesaba más y seguro que habría hecho crujir los tablones de madera de las escaleras con mi peso. No sin hacer un esfuerzo para concentrarme en mi tarea, me alejé de las escaleras pasando por una de las puertas. Entré a la cocina. Era grande y tenía una hilera de armarios y una encimera en medio del espacio, además de las normales ubicadas contra la pared del fondo. Las múltiples ventanas iluminaban el espacio lo suficiente como para que no hubiera sombras por ninguna esquina.

Respiré profundamente y continué caminando hasta el final de la estancia, para salir por la otra puerta. Esta daba a un corto pasillo de unos tres metros de largo. Había otras tres puertas, delante y a ambos lados. La de la derecha era exterior y debía dar al patio trasero, decidí dejar aquello para el final. Abrí la de la izquierda. Daba a un pequeño cuarto de baño sin ventanas y poco iluminado. No había nada allí. Regresé al pasillo y atravesé la última puerta entrando al enorme salón. Había una mesa larga de ocho plazas en un extremo y dos sofás y tres sillones alrededor de un equipo de entretenimiento en el otro. Todo en silencio y vacío. Me acerqué a la enorme mesa de madera y pasé uno de mis dedos sobre su superficie blanquecina. Tras la yema de mi dedo iba quedando un rastro más oscuro, el color real de la madera barnizada. Me miré el dedo. Polvo. Era polvo. Una capa gruesa de polvo que podía ver sobre todos los muebles de la casa. Hacía tiempo que la casa estaba vacía. Probablemente antes de que la plaga se extendiera por el planeta.

Si era cierto que llevaba tanto tiempo abandonada, no íbamos a entrar nada útil allí. Me dispuse a ir en busca de Kira para pasar a la siguiente vivienda cuando escuché un golpe en el piso superior, sobre mi cabeza, seguido por el grito de una mujer. Era Kira quien había gritado, reconocí su voz. Me eché a correr, sintiendo sudor en las palmas de mis manos y el corazón palpitando dentro de mi pecho como una fiera rabiosa que tratase de escapar de su jaula de huesos.

Off Topic - Vacaciones bien merecidas

Hola a todos. Lo primero, pediros disculpas por mi ausencia. Esta vez, sí que ha sido por mis vacaciones. Aún no las he terminado, pero después de tomarme la mayor parte de los días para descansar, me he vuelto a poner frente al teclado de mi PC y he escrito un nuevo capítulo. Habíamos dejado la historia en el principio de una nueva etapa que me emociona. Es un nuevo tercio en la historia que me da la oportunidad de profundizar en los personajes y refrescar todo el argumento un poco para que no llegue a ser repetitivo o aburrido. Creo que os va ha gustar esta nueva etapa que comencé hace unos pocos capitulos y que retomo ahora.
En fin, cualquier comentario, opinión (protesta por mi tardanza), por favor, no dudeis en postearla como comentario.
Nada más, os dejo con el nuevo capítulo que espero os guste y os entretenga tanto como me ha entretenido a mí mientras los escribía.

Un saludo.

sábado, 25 de agosto de 2007

Día 19 - Quinta Parte

Sentí como mi cuerpo estaba apoyado contra una superficie blanda. Pero no estaba fría, así que no debía ser nieve. Abrí los parpados y me encontré en un espacio oscuro a excepción de un tenue resplandor que entraba por el hueco de una puerta a unos metros de distancia. Yo no estaba al nivel del suelo, así que supuse que estaba sobre una cama. ¿Cómo había llegado hasta allí? Moví los dedos de las manos y comprobé que no me dolían y ya no estaban entumecidos. Si bien aún sentía mi cuerpo frío como un termo de hielo. A mi derecha podía escuchar la respiración acompasada de alguien durmiendo. Alargué la mano y sentí el cuerpo de alguien, recostado a mi lado. Me incorporé y eché un vistazo. Me costó unos minutos distinguir en la oscuridad el bello rostro de Kira. Así que habíamos sobrevivido. Aparté la manta que me cubría y sentí como emanaba calor de ella. Me aseguré de que Kira quedaba bien tapada y caminé hasta la salida de la habitación.

El viento aullaba en el exterior rozando las paredes exteriores. Podía sentir la madera del suelo bajo mis pies desnudos. Era cálida al tacto, pero no estaba templada por métodos artificiales.

Salí a un pasillo largo y con varias puertas cerradas a los lados. La luz provenía del final del mismo. Caminé hacia allí apoyando las manos en las paredes de los lados para guardar el equilibrio. Al final, el pasillo se abrió en una amplia sala con muebles toscos y escasos. La débil luz creaba sombras danzantes que no dejaban de moverse de un lado a otro. La fuente de luz no era otra cosa que una hoguera en una chimenea empotrada en una de las paredes de la sala. Los cristales de dos ventanas en la pared contigua lanzaban destellos fugaces pero escondían el exterior. Jon Sang, Kevin y El Cirujano estaban sentados en unos sillones alrededor de la lumbre.

–Hola –susurré avanzando hacia el sofá de dos plazas y dejándome caer sobre él.

Los tres se dieron la vuelta sobresaltados y me observaron. Jon Sang sonreía, estaba contento de verme despierto, no cabía duda. El Cirujano tenía aquella peculiar sonrisa pueril, como siempre. Y Kevin me observó con el semblante oscuro, el ceño fruncido. No parecía estar descontento por verme, pero tampoco percibí alegría.

–¿Cómo te encuentras? –preguntó Jon Sang cuando hube tomado asiento junto a ellos.

–Bien... creo –respondí en un susurro grave. Me froté las manos que aún sentía frías y levanté las palmas frente al fuego, sintiendo su tibieza. Cuando sentí el calor entrando por mis dedos continué: –¿Qué ocurrió? ¿Cómo llegamos hasta aquí?

–Cuando te marchaste –me contó El Cirujano –seguimos adelante hasta que encontramos la primera casa del poblado, esta. Cogí varias prendas de más abrigo y volví al camino para buscarte. Después de mucho buscar te encontré tirado en el suelo y medio enterrado en la nieve. –Hice un gesto con la cabeza en señal de agradecimiento. No se dio por aludido y continuó con su narración: –Estabas cerca de la muerte; y Kira también... os traje hasta aquí y después de quitaros toda la ropa os metimos en esa cama, bien cubiertos con varias mantas. Por lo que puedo ver, te has repuesto rápido.

Asentí sonriendo a mi amigo. Ya había perdido la cuenta de las veces que me había salvado el culo. Desde luego que si alguna vez conseguíamos escapar de aquel maldito planeta, le debía muchas cervezas. Le estaría eternamente agradecido. Aún no sabía cual era la razón por la que arriesgaba su vida por mí, pero lo agradecí de todos modos. Quizá la cuestión fuera que yo era un malpensado de escándalo y que en mi fuero interno creyese que toda acción bien intencionada escondía un interés oculto y muy poco altruista. Pero claro, esa podía ser mi impresión del mundo, pero no por ello la realidad del mismo. A lo mejor el interesado era yo y como reza el antiguo refrán "piensa el ladrón que todos son de su condición".

Opté por no darle más vueltas, so pena de sentirme más miserable aún y acepté una taza de café humeante que Jon Sang me ofreció. Bebí un sorbo del cálido brebaje y me sentí revitalizado cuando sentí el calor del líquido bajando hasta mi estómago.

Las llamas saltaban y los tablones crepitaban en el hogar a la vez que las sombras les seguían el ritmo danzando por toda la habitación y creando un ambiente surrealista y misterioso.

Kevin no había abierto la boca en todo el rato que había estado allí, pero me observaba con atención. Como inspeccionándome. Supuse que su entrenamiento militar lo obligaba a asegurarse de que ciertamente estaba bien y no había sufrido la congelación de ninguna parte de mi cuerpo.

–¿Habéis encontrado alimentos? –inquirí tras dar un pequeño sorbo de café y escaldarme la lengua en el proceso.

–Sí, pero la mayoría están caducados –me respondió Jon Sang. Después de unos segundos añadió: –Eso sí, agua tenemos para rato...

Sonrió y yo le correspondí con una sonrisa un poco forzada, pero que estimé suficiente para no parecer descortés con mi compañero. Si bien no era el agua lo que me preocupaba en aquellos momentos. Era más que obvio que agua íbamos a tener toda la que necesitásemos con tanta nieve por todos lados. Ahora nuestra prioridad era el alimento y el calor. El tema del calor lo parecían tener bajo control, la casa en la que estábamos estaba bien aislada y podíamos hacer fuego, pero no así el de los alimentos. Tendríamos que pensar algo.

–¿Quizá haya animales en estas montañas que podamos cazar? –sugerí.

–No creo que haya muchos animales, pero aún así... –me contestó Jon Sang –¿y si están infectados?

Tenía razón. Era una posibilidad. Recordé los lobos y las bestias voladoras con las que nos habíamos encontrado. Bebí otro sorbo de café ardiente y frunciendo el rostro traté de pensar en otra posibilidad.

Los troncos de madera crepitaban en la lumbre lanzando chispas que se escapaban por el agujero de la chimenea.

–Creo que antes de tomar ninguna decisión debemos inspeccionar todo el pueblo –dijo Kevin. –Puede que encontremos a alguien escondido en alguna casa.

Asentí. Había dado por hecho que ya habrían investigado el resto del pueblo.

–Buena idea –dije dando otro sorbo al brebaje.

Kevin sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo de su pernera y me ofreció uno. Cogí agradecido y me lo coloqué entre los labios. Él sacó uno para sí y rebuscó en otro bolsillo sacando el mechero. Encendió ambos cigarrillos y se guardó todo en el bolsillo. El humo desaparecía entre las sombras que nos rodeaban.

–Hagámoslo cuando salga el sol –dijo El Cirujano.

–Buena idea –dijo Kevin. –Yo haré la primera guardia.

El Cirujano y Jon Sang se marcharon a un dormitorio vacío para descansar. Yo me quedé con Kevin, terminando mi cigarrillo. En el exterior el viento seguía aullando como un animal enfurecido y podía escuchar como la nieve golpeaba contra los cristales haciendo el mismo sonido que la lluvia contra el vidrio.

–Será mejor que descanses. Mañana será un día largo –me dijo él.

Yo asentí. Dejé la taza sobre una mesa a medio terminar y lancé la colilla al fuego.

–Nos vemos mañana –dije a la vez que me marchaba de vuelta a la cama en donde Kira seguía durmiendo plácidamente.

sábado, 18 de agosto de 2007

Día 19 - Cuarta Parte

Jon Sang manejaba el largo vehículo con precaución pero poca seguridad. Cada vez que nos acercábamos a una curva cerrada, él soltaba el acelerador y casi detenía el autobús por completo al entrar en ella. El cielo se iluminó un poco más pero llegó hasta un punto que no pasó. La capa de nubes que lo cubría entristecía el ambiente. La luz grisácea pintaba todo el ambiente de tonalidades del blanco y del negro, haciéndonos creer que a través de las ventanas veíamos una de aquellas viejas películas en dos dimensiones que ni siquiera tenían color.

Yo me había sentado solo en los asientos junto a los que Carla dormía tranquilamente. Kira sin embargo, se había marchado hasta la última fila de asientos y se había tumbado allí. Creo que pretendía descansar un rato. No comprendía la razón por la que no me había invitado a tumbarme con ella, pero la respeté y no se lo mencioné. Tendría tiempo para preguntarle más adelante. O al menos eso esperaba. El combustible no duraría mucho más y el día avanzaba sin descanso. Si nos quedábamos tirados muy lejos del pueblo, el camino hasta él a pie sería criminal y cabía la posibilidad de que no sobreviviéramos en caso de que nos pillara la noche. A medida que avanzábamos y ganábamos altura, la temperatura descendía. El único de nosotros que estaba más abrigado era Kevin, con sus ropas militares, poco apropiadas para el calor del desierto, pero que ahora le resultarían muy útiles.

Carla se despertó. Levantó la cabeza y me buscó en el interior del autobús. Cuando me encontró, me miró con los ojos hinchados y legañosos y su rostro se iluminó con una sonrisa.

–Hola –le susurré sonriendo y sintiendo como la piel cercana a los raspones de mi cara se estiraba y me producía punzadas de dolor.

–Hola. –Miró en derredor a través de las ventanas y preguntó: –¿Aún no hemos llegado?

Meneé la cabeza frunciendo los labios y arqueando las cejas. Ella se encogió de hombros y se levantó. Sujetándose a los asientos cruzó el pasillo y se sentó en el asiento junto al mío. Cogió mi brazo y lo colocó sobre sus hombros. Se acomodó en el hueco entre mi brazo y mi pecho y cerró los ojos, bostezando. Sentí la tibieza de su pequeño y frágil cuerpo y volví a sentir aquel calor dentro de mi pecho. Era una sensación muy dulce; como si pudiese aspirar hasta que me reventaran los pulmones, como si fueran pozos sin fondo. Me picaron los ojos al humedecerse con lágrimas. Pero no eran de tristeza. No me costó nada reprimirlas, si bien aquello me descolocó. ¿Qué me estaba pasando? ¿Acaso me estaba convirtiendo en un mojigato, un sentimental que se echa a llorar ante la primera prueba de afecto?

Suspiré profundamente, la cabecita de Carla ascendiendo sobre mi pecho, y recuperé el control.

Hasta hacía poco, había pensado que el golpe de suerte que tuve al escapar de la prisión se había visto ocultado por tanta mala suerte desde aquel momento, hacía ya muchos días. Pero quizá no todo lo que me había ocurrido desde entonces había sido para peor. Con Carla, tenía la sensación de que había cerrado un círculo, de que había cicatrizado una antigua y sangrante herida desde mi infancia. Era como si hubiera recuperado a mi hermanita. Kira me había ayudado a recuperar el amor que había perdido con la traición de aquella mujer en la capital de este maldito planeta. Y con Jon Sang y sobre todo con El Cirujano, había vuelto a confiar en unos compañeros y ahora ya amigos. Era como uno de aquellos viajes de iniciación que tanto pregonaban los místicos. Sin embargo no había nada místico en todo el asunto. Más bien habían sido las circunstancias negativas las que me habían forzado, las que me habían revuelto el interior de mi alma y me habían obligado a ver las cosas desde otra perspectiva.

El autobús saltó sobre un bache en el camino y Carla abrió los ojos con alarma. Pero al momento, tras mirar mi tranquilo rostro, se cerraron como si tuviera pesas de plomo atadas a los párpados. Apretujé su cuerpecillo contra mí y sentí como ella me abrazaba con fuerza. Mi pequeña Carla...

Los parches de nieve eran cada vez más abundantes y el terreno más rocoso. La escasa vegetación que habíamos dejado atrás desapareció por completo.

Y entonces el motor eléctrico disminuyó de velocidad. El autobús seguía moviéndose pero con menor velocidad y fuerza. Poco después nos detuvimos. Finalmente había ocurrido. Nos habíamos quedado sin combustible. Jon Sang accionó el freno de mano y se giró en el asiento. Me dedicó una mirada de disculpa como si hubiera sido culpa suya. Yo me encogí de hombros y le sonreí. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Carla levantó la cabeza, esta vez completamente alerta.

–¿Ya hemos llegado? –dijo sonriendo.

–Ya casi –contesté yo haciendo un gesto para que se levantara del asiento para dejarme pasar.

El Cirujano y Kevin caminaron por el pasillo central hasta donde Jon Sang nos miraba sin expresión alguna en su rostro. Yo me reuní con ellos. Kira no se levantó de donde estaba. Parecía seguir durmiendo.

–Avisa a Kira, anda –le dije a Carla cuando se acercó a nosotros. No quería que escuchara lo que teníamos que hablar.

–Bueno, ¿y ahora qué? –inquirió Jon Sang cuando la niña se había alejado.

–Haremos lo que habíamos quedado que haríamos –dijo El Cirujano con un tono de voz cortante. En su rostro no había ni rastro de aquella sonrisa pueril, lo que me preocupaba.

–Vámonos entonces –zanjó Kevin accionando el interruptor que abría la puerta. Esta se deslizó hacia un lado dejando entrar una oleada de viento helado que nos dejó paralizados. –Lo mejor será moverse rápido, andar deprisa, quiero decir. Así nos mantendremos en calor.

Arqueé las cejas asintiendo y frotándome los brazos desnudos. Tenía todos los pelos de punta por el cambio de temperatura tan brusco.

Nos cargamos con todos nuestros enseres y comenzamos el arduo camino.

–¿Qué tal? ¿Has descansado? –le pregunté a Kira.

Ella asintió sonriéndome pero no dijo nada.

Kevin abría la marcha, caminando por el centro de la calzada con el rifle colgado del hombro. Después le seguía El Cirujano, con una mochila en la espalda. Jon Sang avanzaba detrás de este, inclinado por el peso de su propia mochila, la que más peso llevaba. Cerrando la columna, íbamos Carla y yo de la mano y Kira a nuestro lado.

Nuestras bocas eran chimeneas de humo blanco que emanaba cuando hablábamos. El aire frío me quemaba los pulmones al aspirar. De vez en cuando una fuerte ráfaga de viento gélido nos azotaba desde las cumbres obligándonos a inclinarnos contra él para poder seguir avanzando. El frío parecía adormilar el dolor de mi rostro, lo cual agradecí, porque me regaló unas horas de descanso. Podía pensar con mayor claridad y concentrarme en el esfuerzo de la caminata y del frío. Pero por otro lado, eso era prueba suficiente de la temperatura a la que nos estábamos enfrentando y lo peligroso que sería que nos cayera la noche encima. Como el cielo estaba encapotado, no había manera de saber cuando llegaría ese momento. Quizá Kevin llevase un reloj de pulsera, pero me daba miedo preguntarle, por si me decía que habíamos pasado ya el medio día.

Unas horas después de haber comenzado la caminata hicimos un alto y tomamos asiento en el borde del asfalto, a pocos centímetros de la nieve que ya cubría todo el terreno como si se tratara de un impoluto manto blanco. Nos acurrucamos unos a otros dándonos calor. La pobre Carla estaba tiritando. Yo sentía los dedos de las manos entumecidos y atontados. No aguantaríamos mucho de aquel modo. Comimos algo rápidamente y volvimos a ponernos en marcha. Calculé que no habríamos estado más de media hora parados, pero lo sentimos terriblemente en las extremidades. A pesar del cansancio me arrepentí de habernos parado. El frío nos mordía la piel como un terrible animal que quisiera quitarnos primero las partes más vulnerables de nuestra anatomía para después seguir con el resto de nosotros. Las orejas de Jon Sang estaban rojas como tomates y no podía ni tocárselas de lo mucho que le dolían.

Me acerqué a Carla y le deshice la coleta que llevaba anudada en la nuca. Su cabello le protegería las orejas y la nuca.

Avanzábamos lentamente. Jon Sang y El Cirujano caminaban codo con codo, casi pegados detrás de Kevin que seguía abriendo el camino. Yo avanzaba con Carla pegada a mi costado y de vez en cuando le restregaba los brazos para darle calor. Kira caminaba la última, rezagada y con el semblante pálido.

Varias horas transcurrieron sin que ninguno abriera la boca. Estábamos cansados de la caminata pero ninguno pensaba en detenerse. Hacerlo significaría la muerte.

El viento aumentó de intensidad y soplaba continuo y nos traía copos de nieve que nos golpeaban el rostro y se nos metían en los ojos cegándonos. Justo lo que necesitábamos, una tormenta de nieve. El aullido era ensordecedor y en pocos minutos dejamos de ver mucho más adelante. Una cortina blanca calló sobre nosotros y nos impedía ver más allá de varios metros por delante de Kevin.

El Cirujano se volvió y me gritó algo que no conseguí entender. Se detuvo y me acerqué a él encogiéndome de hombros. Ahora prácticamente arrastraba a Carla.

–¡Kira! –me repitió por encima del rugido del viento en mis oídos.

Me volví y entonces entendí lo que me estaba diciendo. No había ni rastro de nuestra compañera. Cierto era que mi campo visual no iba más allá de cinco metros. Cogí a Carla en brazos y se la coloqué a El Cirujano a la espalda. Ella se agarró desorientada y aturdida.

–¡Seguir adelante! –grité –¡Ahora os alcanzo!

Me di media vuelta y comencé a caminar de regreso por el camino que habíamos andado hacía escasos minutos. Observé el suelo que pisaba y me percaté de que la nieve comenzaba a cubrir el negro asfalto con una fina capa blanca y pronto desaparecería bajo ella. Sería imposible encontrar el camino. Estaríamos perdidos para siempre. Debía darme prisa.

Eché a andar con rapidez, siguiendo las huellas que habíamos dejado y que desaparecían ante mis ojos.

Pocos minutos después eché la mirada al suelo y no vi el asfalto. Me detuve. Miré en derredor, buscando señales del camino, pero no encontré ninguna. La ventisca agitaba mis cabellos en todas direcciones y los copos de nieve me mordían las heridas del rostro haciendo que me lagrimearan los ojos.

–¡Kira! –aullé, tratando de que mi voz se escuchara por encima del aullido terrible del viento. Si bien sabía que mi grito se perdería entre el viento y sería inaudible a pocos metros. –¡Kiraaa!

¿Qué podía hacer?

Me agaché en cuclillas y rasqué la capa de nieve en busca del asfalto. Las puntas de los dedos me gritaron de dolor. Los tenía rojos y completamente entumecidos. Me costaba moverlos, como si estuvieran atrofiados.

Me sentí desfallecer. Como si todas las energías se me escaparan por los poros de la piel. Y entonces... vi algo unos metros a mi derecha. Un bulto tirado en el suelo. Me acerqué hasta allí a cuatro patas y suspiré aliviado. Era Kira. Había perdido el conocimiento y estaba tirada y medio enterrada en nieve en el suelo. Hice acopio de todas las fuerzas que me quedaban y me la cargué a la espalda, dejando la mochila en el suelo. Pronto desaparecería bajo la nieve.

Comencé el camino de regreso. Si bien no estaba seguro de llevar la dirección correcta. Caminaba lentamente, temeroso de dar un paso sobre algún acantilado. Mi mente pareció elevarse sobre nuestros cuerpos como si pudiera mirar hacia abajo y verme cargando con el cuerpo de Kira. Como si me hubiera desconectado de toda sensación física. Sentía como los parpados me pesaban y amenazaban con cerrarse.

No veía nada más que blancura por todos lados. Era como estar suspendido en el espacio profundo pero en lugar de ser este negro como la noche, era blanco y estaba lleno de pequeñas partículas que me golpeaban por todos lados como pequeñas cuchillas afiladas.

No sé cuanto rato estuve andando de aquel modo, pero al final me desplomé sobre la suave manta blanca. Mi rostro estaba medio enterrado dejando solo uno de mis ojos por encima de la nieve. Entorné el párpado y me pareció ver algo más adelante. Sería una de aquellas alucinaciones, como las que se tienen cuando se camina mucho rato bajo el intenso sol. La nieve debía tener un efecto similar en la mente.

Sentí como el parpado se me cerraba y todo cambió del blanco al negro...

lunes, 13 de agosto de 2007

Día 19 - Tercera Parte

El cielo se aclaraba pero no llegaba a tomar una tonalidad azulada, se iluminaba blanquecino y triste. Frente a nosotros el este el oculto horizonte oriental debía estar ya completamente iluminado. Pero la zona de cielo que podíamos ver seguía en penumbras y sin estrellas. Un fuerte viento había comenzado a soplar desde las cumbres de las montañas bajando la temperatura hasta tal punto que tuve que cerrar todas las ventanas del vehículo para que los demás, que aún dormían no se resfriaran. La cuesta por la que ascendía la carretera era ahora muy pronunciada y mantenía el acelerador apretado hasta el fondo para que el autobús no decelerara. El motor eléctrico no era muy potente y no estaba preparado para manejar esta clase de subidas. No dejaba de ser un vehículo para cortas distancias. El lector de combustible marcaba menos de medio depósito. Nos duraría unas cuantas horas más y después... Dios diría. Pero era un problema, porque no llevábamos ropas de abrigo y la temperatura, a medida que subíamos, bajaba más y más. Mientras pudiéramos avanzar con el autobús, estábamos resguardados del mordisco del viento helado que bajaba de los altos picos nevados, pero si nos quedábamos sin combustible y debíamos seguir a pie... no sabía si aguantaríamos.

Escuché como alguien se movía detrás mío. Eché un vistazo y vi que El Cirujano se había despertado y se acercaba hacia mi asiento. Que poco dormía. Lo había relevado hacía tres o cuatro horas y ya estaba despierto. No entendía como era capaz de aguantar con tan poco descanso. Se acercó hasta mi lado y miró a través del parabrisas delantero.

Hacía poco que había apagado las luces delanteras del autobús, el cielo iluminaba lo suficiente para seguir sin ellas y además, así ahorraríamos combustible (otras de las razones por las que no había encendido la calefacción). Mi compañero suspiró.

–¿Cómo vamos?

–Bien –respondí sin mucha seguridad en mi voz. –Estas montañas no acaban nunca. No creo que antes de la infección utilizaran mucho este camino.

–Estoy de acuerdo contigo, pudiendo sobrevolar las montañas, no pasarían por aquí muchas veces.

Continuamente debía girar y girar en curvas cerradas y ciegas que rodeaban riscos y barrancos de cientos de metros de altura. En la mayoría de los casos no había vallas ni quitamiedos y la carretera se estrechaba. En varias ocasiones tuve que arreglármelas para girar en una curva con un despeñadero a menos de medio metro de las ruedas del autobús.

Cogí la botella de plástico de agua mineral que tenía en el salpicadero y bebí un poco. Después se la pasé a mi compañero. Tomó un trago y tras enroscar el tapón la volvió a dejar donde había estado antes.

–¿Tienes hambre? –me preguntó.

–Sí.

Se marchó hacia detrás, por el pasillo central que separaba los dos grupos de asientos. Al poco regresó con dos barritas energéticas en la mano. Abrió el envoltorio de una y me la entregó. Después abrió el otro envoltorio y se metió una buena porción. Yo lo imité y sentí como me dolía el lado derecho de la mandíbula al masticar. La piel me tiraba en aquel lado del rostro y sentía como comenzaban a cicatrizar los raspones que me hice la noche anterior. Seguía sintiendo cierta sordera en el oído izquierdo, pero el derecho me funcionaba bien. Aguanté el dolor ya que mi estómago se llevaba quejando bastante rato ya. Hacía muchas horas que estábamos de ayuno. No habíamos comido nada desde la tarde del día anterior. Recordé a Carla y me preocupó el hecho de que no estuviéramos más pendientes de ella. No dejaba de ser una niña y a pesar de que la situación nos estuviera sobrepasando a todos, a los adultos quiero decir, no era excusa para no prestarle la atención que se merecía.

Una fuerte ráfaga de viento golpeó el lateral del autobús y lo zarandeó. Sujeté el amplio volante con fuerza y conseguí mantenerlo recto evitando que nos despeñáramos.

–Si no acaban con nosotros los post-mortem, lo hará este maldito viento –comenté más para mí mismo que para mi compañero que seguía masticando a mi lado, sujeto a un agarradero en el frente del salpicadero.

Alguien bostezó por la parte trasera del habitáculo. El Cirujano echó un vistazo y sonrió.

–Nuestro nuevo compañero se ha despertado –me susurró como un comentario privado y siguió comiendo con la vista fija en la carretera que teníamos delante.

Kevin se acercó a nosotros, estirando los brazos y volviendo a bostezar.

–Hola –nos dijo cuando consiguió cerrar la boca.

Tosió carraspeando y tomó un trago de la cantimplora que llevaba colgada del cinturón militar, frunciendo el rostro en el gesto característico del que acaba de beber un trago de algún licor fuerte. Se percató de que lo habíamos visto y nos ofreció la cantimplora con un gesto. Los dos meneamos la cabeza y se la volvió a colgar del cinto.

Se sacó un cigarrillo y lo encendió, aspirando el humo con placer.

–¿Cuanto combustible nos queda? –preguntó mirando por encima de mi hombro al panel de instrumentos del salpicadero. –Bueno –se respondió a sí mismo –aún tenemos suficiente. Seguramente llegaremos hasta la siguiente estación de abastecimiento.

–¿Hay una más adelante? –pregunté con curiosidad.

–Sí. Está a medio camino de Osgar, un pueblecito en la cima de estas cumbres.

Fruncí los labios asintiendo en silencio. eso era bueno... suponiendo que aún quedara alguien con vida. Con vida y que no estuviera muerto, claro está.

Terminé la barrita energética y tras abrir un poco la ventana junto a mi asiento la eché fuera. El fuerte viento se la tragó lanzándola al precipicio en una lenta caída de cientos de metros. Volví a cerrar la ventana y sentí un escalofrío por el frescor que había entrado por el hueco en un momento. No llevaba más que unos pantalones vaqueros y una camiseta de manga corta. El cabello de los brazos se me erizó en un escalofrío que pasó pronto.

Giré el autobús en otra curva cerrada y salimos a una recta bastante larga que corría por la ladera de la montaña. A un par de kilómetros había una explanada en la que habían construido un pequeño complejo de dos edificios. Uno más amplio en el centro y otro más pequeño a un lado. El tejado del grande, se extendía varios metros después de la fachada creando un parapeto bajo el cual había surtidores para el repostaje de combustible.

Salí de la carretera y aparqué el autobús bajo el tejado de la estación, junto a uno de los surtidores. Apagué el motor y me levanté del asiento del conductor, estirando las piernas que tenía entumecidas. Kira y Jon Sang se despertaron y se reunieron en la parte delantera con nosotros. Carla se revolvió en sueños pero siguió durmiendo.

Nos tomamos varios minutos para inspeccionar el terreno sin abrir la puerta. No queríamos que ocurriera como en la ocasión anterior. Cuando estuvimos todo lo seguros que podíamos estar, apreté el interruptor de la puerta. Esta se abrió dejando pasar una ráfaga helada de viento que nos pilló desprevenidos. Sin más dilación salimos al exterior y cerramos la puerta dejando a la pequeña en el interior, protegida del frío.

En esta ocasión salimos con todas las armas listas para defendernos. Kira con el bate de aluminio, Jon Sang y El Cirujano con sendos cuchillos de cocina, Kevin con su rifle automático de asalto y yo con el rifle de plasma.

Lo primero que hicimos fue inspeccionar todo el complejo separados en dos grupos: Kira y yo por un lado y El Cirujano, Jon Sang y Kevin por el otro. Estaba abandonado y por las pintas hacía mucho tiempo que no pasaba nadie por ahí. Más de lo que había durado la infección. Comprobamos los niveles de combustible de los surtidores y todos estaban a cero. También miramos en el interior de los edificios, en busca de provisiones o armas. No había nada en el interior aparte de viejos muebles y aparatos electrónicos estropeados y llenos de polvo.

Nos reunimos junto al autobús.

–No nos queda otra alternativa que continuar adelante y confiar en que llegaremos a Osgar con lo que nos queda de combustible.

–¿Cuanta distancia habrá hasta allí? –preguntó Jon Sang.

–No lo sé, siempre he ido en deslizador –contestó Kevin. –A mach dos las distancias siempre parecen más pequeñas.

Todos menos Kevin y El Cirujano estábamos tiritando de frío. El helado viento nos mordía sin piedad la desnuda carne de nuestros brazos. Eché un vistazo hacia lo alto de la montaña. A no mucha distancia se podían ver los primeros parches blancos de nieve, al principio escasos y muy separados, pero a medida que ascendía con la mirada más abundantes y espesos.

–Creo que vamos a tener problemas con el frío –comenté apretando la mandíbula y sintiendo el dolor de mi rostro magullado.

–Hombre, mientras nos quedemos dentro del bus estaremos bien –dijo Jon Sang con tono tranquilizador.

–No nos queda suficiente combustible para llegar al pueblo –explicó Kevin antes de que yo lo hiciera por él.

–¡Joder! –exclamó Jon Sang pateando el suelo y tratando de entrar en calor.

–No nos queda otra opción, seguiremos hasta donde podamos con el autobús –dijo El Cirujano al fin –y recemos para que si nos quedamos tirados, podamos llegar hasta allí antes del anochecer.

viernes, 10 de agosto de 2007

Día 19 - Segunda Parte

Kira detuvo el vehículo en mitad de la calzada para que Carla pudiera desahogar su vejiga. El motor se silenció y las luces murieron. Una oscuridad profunda y tensa nos engulló. Todos salimos al frescor del exterior y estiramos las piernas. Llevábamos varias horas de viaje, remontando las altas montañas de la oscura sierra que se alzaba sobre nuestras cabezas únicamente visible porque la mitad del cielo estaba completamente a oscuras y sin estrellas. Kira se equipó con una potente linterna y acompañó a Carla. Se alejaron varios metros de la carretera y de nosotros y se ocultaron tras unos arbustos. Podía ver como el haz brillante de la linterna nacía en el suelo y se perdía en la distancia saltando desde un peñasco cercano hacia el vacío. Jon Sang caminó hasta el arcén de la carretera, al otro lado del autobús y orinó allí. El Cirujano, Kevin y yo nos quedamos junto a la puerta del vehículo.

Nuestro nuevo compañero sacó un paquete de cigarrillos de uno de los bolsillos del pantalón y le ofreció a El Cirujano, este negó con la cabeza, después me ofreció a mí y yo sí que accedí. Cogí uno y me lo encendí con mi propio mechero.

–¿Aún queréis llegar hasta la capital? –inquirió Kevin echando humo azulado por la boca mientras hablaba.

–Sí –respondí.

Suspiró y meneó la cabeza. No daba la impresión de que le pareciera buena idea.

–¿No crees que sea una buena idea? –le pregunté. Tenía curiosidad por saber cuál era la razón por la que se había unido a nosotros y no se había quedado en la ciudad, luchando con los demás.

–Creo que es una idea suicida.

–Entonces ¿por qué has venido?

–No quería morir.

Una respuesta tan buena como cualquier otra. Ninguno de nosotros quería morir, pero él era el único que tenía esa mirada de completa perdida de esperanza, un desánimo tan profundo que parecía estar a punto de romper a llorar en cualquier momento.

–Ninguno queremos, por eso continuamos adelante; continuamos de camino a la capital donde... podremos encontrar ayuda.

Se echó a reír, pero no era una risa alegre, más bien era una risa nerviosa.

–¿Qué te hace pensar que la gente de la capital no ha sido infectada? –me preguntó dando una calada al cigarrillo.

–Pues... no lo sé. Pero si no vamos, nunca lo sabremos.

–Eso es cierto.

–Claro.

–Sí –terminó él y después caímos en un incómodo silencio.

Me volví hacia el lugar en donde aún refulgía el haz blanco de la linterna. En aquel momento la luz se elevó hasta por lo menos un metro del suelo y comenzó a moverse hacia nosotros en un vaivén. Ya regresaban. Poco después las dos emergieron de entre las sombras y Kira apagó la linterna. Carla caminaba a su lado sujeta a la mano de ella. No pude reprimir una sonrisa al ver a la pequeña. Su pelo estaba todo revuelto y sucio, sus ropas, rotas, desgastadas y sucias, pero aún así, tenía un aspecto inmejorable. Por lo menos para mi.

–Sube y échate a dormir –le dijo Kira dedicándole una dulce sonrisa. La pequeña hizo caso sin decir ni una palabra y subió al vehículo por la puerta abierta. –¿Y Jon Sang, dónde está?

–Ha ido al otro lado a echar una meada –le respondí yo acercándome a ella. Me volví hacia los otros y les dije: –vamos a descansar unos minutos, ahora volvemos.

Kira me miró con sorpresa, pero no dijo nada. Puse mi brazo sobre sus hombros atrayéndola hacia mí y caminamos por el arcén, cuesta arriba. La luz de las estrellas iluminaba lo justo para no tropezar, pero nuestro alrededor se difuminaba hasta perderse en un mar de sombras a una distancia de tres metros. Caminamos unos instantes sin hablar.

–¿Qué tal te encuentras? –inquirió ella mirándome en la oscuridad. Yo sentí su mirada, penetrante, si bien su rostro estaba cubierto por las sombras.

–Mejor, pero sigo algo mareado y cada vez me duelen más las heridas de la cara.

–Te desinfecté los arañazos con alcohol, me extraña que no te despertaras.

–Supongo que el golpe que me di en la cabeza fue de órdago.

–Lo fue, cuando te vi desde la ventana del autobús pensé que te habías roto la cabeza.

–Ya.

Me detuve y la sujeté de las manos.

–Te he traído hasta aquí para hablar en privado –susurré. –¿Nos podemos fiar de Kevin?

–No lo sé. Creo que sí.

–¿Por qué?

–Porque no quería venir. Al principio insistió en quedarse y morir junto a sus compañeros. Pero Carla lo agarró de la mano y tiró de él hasta que accedió a entrar en el autobús –me explicó Kira.

–No jodas... –sonreí sintiendo cierto orgullo subiéndome por el pecho. –Es una monada de cría...

–Shh... calla...

Se acercó a mí y me dio un beso en los labios. Yo la abracé con fuerza, abarcando todo su cuerpo entre mis brazos. Kira me abrió la boca y me buscó la lengua con la suya. Mis manos se movían con pasión por todo su cuerpo, acariciando con dulzura y con arrebato al mismo tiempo.

Kira se separó de mí al fin y comenzó el camino de regreso. Me quedé algo descolocado pero al momento comencé a notar un palpitante dolor, acompasado con los agitados latidos de mi corazón, en el lado derecho de la cabeza. No estaba en condiciones para emociones tan fuertes y ella lo sabía. Pero era como si no hubiera podido aguantar aquel arrebato de pasión. Me hacía sentir un candor dulce en el corazón que me llenaba de ánimo y esperanza. Sí. Íbamos a salir de allí con vida. Encontraríamos una nave espacial en la capital y escaparíamos de aquel maldito planeta.

El cigarro se me había caído al asfalto. Cogí la colilla y di una última calada antes de volver a soltarla sobre la cálida carretera y aplastarla con el zapato.

Sonreí y antes de que Kira desapareciera entre las sombras, la seguí de vuelta al vehículo, cuesta abajo.

Un viento frío nos golpeaba desde un lado alborotándome el pelo que comenzaba a estar demasiado largo. El flequillo me caía sobre la frente y se me metía en los ojos. Por la nuca, podía sentir como me había crecido bastante también. Me froté el lado izquierdo de la cara con la mano y sentí como la barba ya no me pinchaba; me había crecido mucho los últimos días. De echo, había dejado de picarme. O quizá fuera por el dolor que me palpitaba en la otra mitad del rostro.

Regresamos junto al autobús. Jon Sang se había reunido con los otros dos.

–¿Dónde estabais? –preguntó.

–Quería estirar las piernas –expliqué sin darle importancia.

–Habéis visto eso –nos dijo Kevin señalando hacia el norte con una mano.

Todos nos volvimos y miramos en aquella dirección. A bastantes kilómetros, al pie de la montaña que ahora estaba muy por debajo de nosotros, podíamos ver un fulgor rojizo. Era Travenr ardiendo. No dijimos nada. ¿Qué podíamos decir ante un espectáculo así?

–Por lo menos el fuego devorará a los no-muertos –susurró Jon Sang.

–Sí –asintió Kira a mi lado.

Pasaron unos minutos en silencio en los que nadie abrió la boca y no hicimos otra cosa que observar la extraña escena. Un océano de sombras iluminado débilmente por las estrellas y un fulgor fluctuante en la base de la montaña. Si no fuera por el hecho de que veníamos de allí y sabíamos lo que había ocurrido, no habríamos podido adivinar qué producía aquel resplandor.

–Debemos seguir –dijo El Cirujano a la vez que se giraba y entraba al autobús. Los demás lo seguimos. Él se sentó en el sitio del conductor y arrancó el motor. Una vez que estuvimos todos dentro, cerró la puerta y aceleró por la carretera encendiendo los focos delanteros para iluminar el camino.

Carla se había tumbado en dos asientos en la parte delantera del vehículo y ya dormía plácidamente. Kira y yo nos sentamos juntos en la siguiente fila para estar cerca. Jon Sang y Kevin, se sentaron por separado unas filas más atrás.

Seguimos nuestro camino, sin saber qué nos depararía el destino.