sábado, 13 de octubre de 2007

Día 20 - Quinta Parte

Allí dentro no sentíamos el frío del exterior. Todo lo contrario, hacía calor a pesar de habernos quitado los abrigos. Hacía mucho rato que sentía sed, pero había aguantado sin decir nada. Lo que menos me apetecía en aquel momento era tener que pedirle algo a Horst el melenas. Él había tomado asiento en una silla frente a nosotros y junto a las ventanas cerradas por las persianas.

Habían pasado varias horas desde que nos capturaran y aún no habían dado señales de vida. La única compañía que habíamos tenido era la del silencioso Horst. No habíamos escuchado ningún ruido y conversación en el resto de la casa. Era como si todos se hubieran marchado a otro lugar. Las maderas del suelo y techo, crujían de vez en cuando creando un ambiente algo siniestro.

–¿Lleváis aquí desde que apareció la epidemia? –inquirió Kira de repente, con un tono de voz suave y calculado.

Horst levantó la cabeza, parecía que se estuviera quedando dormido, y la miró con el ceño fruncido. Parecía sorprendido de que Kira fuera capaz de hablar de un modo civilizado después de que había sido ella la que se había comportado de un modo más frío y rencoroso.

–Sí.

–Nosotros escapamos de Barlenton.

Horst asintió apretando los labios y preguntó:

–¿Qué tal está todo por allí?

–Peor que aquí –Kira suspiró desalentada. Me pregunté que tramaba. ¿Trataba de ganarse la confianza de el melenudo para ver si nos soltaba? –Completamente lleno de cadáveres andantes y hambrientos.

–Te entiendo... –susurró Horst mientras desaparecía la sonrisa de sus labios.

–Aquí no hemos visto a ninguno.

–Ya –se removió en la silla acomodándose mejor. –Por este lado no hay más. Pero al otro lado del pueblo aún se puede ver alguno.

Kira me echó una mirada furtiva en un instante que Horst no nos miraba. Leí en sus ojos lo que estaba pensando. Estaba preocupada por los demás. Sobre todo por Jon Sang y por Kevin que habían ido al otro lado del pueblo para inspeccionarlo. ¿Cómo estarían nuestros amigos? ¿Tendrían ellos algo que ver con los disparos que escuchamos al poco de llegar a aquella casa?

Todas aquellas cuestiones me rondaban por la cabeza, pero un presente más inminente aclamaba toda mi atención; cómo íbamos a escapar de nuestro encierro y cómo ibamos a reunirnos con nuestros compañeros.

–¿Os habéis deshecho de ellos vosotros? –inquirió Kira.

Yo me mantenía en silencio. Parecía que la táctica de Kira estaba dando resultado y no quería estropearlo todo rompiendo mi silencio.

–¿Nosotros? –se echó a reír como si la respuesta a su pregunta fuera demasiado obvia. –Por supuesto que no. Hay... otros por aquí. Otras cosas... más grandes y peligrosas que los zombies...

Kira y yo, volvimos a mirarnos, pero esta vez Horst se percató de ello.

–No sabéis a qué me refiero, ¿verdad? –nos preguntó sonriente. Negamos meneando la cabeza y él continuó, con el tono de voz del que sabe más de lo que le gustaría: –ya los conoceréis...

Los tres caímos en un tenso silencio, nosotros dejando que nuestra imaginación llenara los vacíos de su historia y él con recuerdos poco agradables que le ensombrecieron el rostro.

Varias horas pasaron en silencio. Horst se levantó y paseó por la habitación. De vez en cuando miraba por las rendijas abiertas en las persianas de las ventanas y otras veces se asomaba a la entrada, en busca de algo que no llegaba a encontrar. Deduje que tenía ganas de dar el relevo y ocuparse de otros enseres. Llevaba vigilándonos ya mucho rato y debía estar harto de ello.

En el exterior pudimos ver como la luz menguaba progresivamente a medida que se acercaba el anochecer. Escuché como mi estómago rugía de hambre. La sed también me martirizaba. Si bien en los últimos días de mi vida, estaba alcanzando una resistencia a tales males que creía inexistente en el ser humano. Incluso, en mi largo periplo en la prisión espacial, la situación que había vivido era mucho más halagüeña; a pesar de los períodos de inanición o de negación de agua, sabía que no nos dejarían morir. Sabía que al final siempre volvían con comida y con agua. La esperanza me hacía llevar aquella situación con mayor holgura. Pero en aquel maldito planeta, había pasado momentos en los que la esperanza brillaba por su ausencia y todos los pronósticos eran pésimos. El horizonte de mi futuro, cubierto de nubes oscuras de tormenta. Todo ello, me había hecho comprobar los límites de resistencia del ser humano in situ. Así que, el hecho de no haber comido ni bebido nada desde la pasada mañana, no me afectó psicológicamente. Simplemente era una leve molestia en mi garganta y estómago.

Kira me preocupaba. A pesar de que ella había pasado malos momentos símiles a los míos, el sentimiento que albergaba mi corazón por ella me hacía más débil ante su sufrimiento. La miré, con los ojos acuosos y llenos de preocupación. Ella tenía la cabeza inclinada sobre el pecho y los párpados cerrados. Su respiración era lenta y tranquila. Parecía estar durmiendo. Seguía teniendo el gorro de lana enfundado en la cabeza y mechones de pelo negro asomaban por los lados cubriendo los lados de su rostro. Su camiseta blanca de tirantes estaba empapada por la zona de las axilas y cientos de perlas de sudor le cubrían la aterciopelada piel del escote. Yo no estaba pasando tanto calor, pero ella parecía estar achicharrándose. Seguramente sentiría más sed que yo, pero también era más orgullosa que yo. No pediría agua. Estaba convencido de ello. Morirían de deshidratación antes de doblegarse ante nuestros captores.

Horst regresó del vestíbulo observándome con nerviosismo y fastidio. Miró a Kira y vi como el deseo afloraba en su rostro mientras sus ojos subían y bajaban por su figura. Apreté los puños tratando de soltarme, pero volvió a ser inútil. La cuerda de nylon estaba muy bien atada y lo único que conseguía era que me mordiera la piel de las muñecas hasta encontrar tejidos más blandos.

–Tengo mucha sed –dije exagerando mi estado, hablando en un susurro y con voz seca. Horst me miró y apretó los labios. Parecía estar calculando la veracidad de mis palabras. –Por favor –supliqué una vez más.

Pareció ceder y se marchó por la puerta. Caminó un buen trozo hasta detenerse fuera de nuestro campo visual. Pude escuchar como hablaba en susurros con alguien, pero no entendí lo que decían.

–Tenemos que escapar de aquí –me susurró Kira.

Asentí sin dejar de mirar la puerta de entrada al salón.

–¿Puedes soltarte? –le pregunté.

–No.

–Yo tampoco.

Horst dejó de hablar y escuché como sus pasos regresaban por el suelo de madera. Entró al salón con una botella de plástico llena de agua hasta arriba. Se acercó a mi y me ayudó a beber un pequeño trago. Después se colocó frente a Kira, que lo miraba con intensidad y el ceño fruncido, y le dio un poco de beber también. Regresó a su silla y tomó asiento. Bebió un largo trago, dejando la botella medio llena apoyada en el suelo junto a una de las patas de sus silla y continuó vigilándonos.

La noche iba a ser larga.

7 comentarios:

Txalin dijo...

aqui seguimos al pie del cañon ;)

Paul J. Martin dijo...

Me alegro.

Un saludo.

Pablo V dijo...

y para cuando la procima entrada...!!!???

todo bien ..

Paul J. Martin dijo...

Pues pronto, la verdad que he estado un poco desconectado estos últimos días, pero prometo ponerme a ello para sacar el próximo capítulo pronto. Además, quería empezar a hacer los capítulos más largos que de costumbre, con eso de que tardo más en escribirlos, por lo menos si son más largos sería mejor para vosotros, no?

En fín.

Un saludo.

Pablo V dijo...

exelente.. lo espero con ansias.. por lo menos aca tenes un lector fiel.. sigo tu historia desde el principio.

de donde sos??

Paul J. Martin dijo...

Vivo en Zaragoza, España.

Me alegro de que te guste la historia, me da muchos ánimos para continuar.

Un saludo y gracias.

Txalin dijo...

Actualizameeee!! :P