lunes, 1 de octubre de 2007

Día 20 - Tercera Parte

El cielo blanco e iluminado uniformemente parecía disolverse con el blanco de los altos picos y montes que nos rodeaban por doquier. Aquel lado del pueblo no eran más que un grupo poco numeroso de casas prefabricadas de madera sintética y plástico y unos pocos comercios. Los jardines, rodeados de cercas de postes de madera pintados de blanco, estaban descuidados y completamente cubiertos de nieve. Aquel invierno no sobreviviría ninguna planta. Me resultaba increíble que aún existiera un pueblecito de aquellas características en nuestra galaxia. Sin discos de comunicación por satélite, sin vehículos voladores, sin tecnología doméstica, etc.

Un silencio sepulcral nos rodeaba. Era inquietante, fantasmagórico. El suave viento ululaba contra las esquinas de los edificios y nos golpeaba los rostros desnudos. Sentía la nariz y las orejas escocidas y adormiladas.

La joven a la que seguíamos no parecía estar lo suficientemente abrigada para aguantar aquella temperatura. Sin embargo, parecía no acusar el frío y se movía sin dificultad sobre la espesa capa de nieve del suelo. Yo, por otro lado, caminaba como si fuera pisando huevos. Los pies se me quedaban atascados de vez en cuando, y estuve a punto de caer en un par de ocasiones (cosa que evitó Kira de manera diestra y discreta). Siempre he odiado la nieve, el frío, la ropa gruesa, los guantes y todo lo que tenga algo de relación con el invierno. A mí lo que me gustaba era la playa... El simple pensamiento de una playa tropical, con sus palmeras altas y repletas de cocos, me hacía sentirme más desdichado; porque miraba a mi alrededor y no veía más que blancura y más blancura, en el cielo, en las montañas y sobre el terreno que caminábamos.

Pasamos junto a una casa que tenía un bonito y amplio porche. En él, había colgado un columpio que se mecía empujado por la suave brisa. La cadena de metal oxidado, de la que colgaba, chirriaba como un gato moribundo. Desde que llegué a aquel planeta no había vivido una situación tan tétrica como aquella. Me recordaba a las numerosas películas de terror en tres dimensiones que había visto de joven, pero con el aliciente de que esto era real, y los no-muertos también lo eran.

Llevábamos dos días sin cruzarnos con ninguna de aquellas cosas y ya empezaba a pensar que quizá estaba loco y lo había imaginado todo. Por desgracia, aquel no era el caso, yo estaba realmente en ese maldito planeta, y realmente me perseguían cadáveres para devorarme. Pero desde que comenzamos el ascenso de las montañas, no nos habíamos encontrado con ninguno. ¿Quizá no les guste el frío? Claro que por aquellos parajes, había poca población, o lo que es lo mismo, pocos candidatos a convertirse en post-mortem.

–Por aquí –nos guió la joven señalando una calle más estrecha que corría entre dos casas.

Nada más entrar por aquella callejuela, me sentí observado y tenía la extraña sensación de que nos estábamos metiendo en una emboscada. Pero qué sentido tendría que aquella chica nos tendiera una trampa cuando podíamos echarle una mano a ella y a los otros tres que decía que estaban con ella. Por si acaso, agarré con fuerza el rifle de plasma, preparado para atacar si algo me olía mal. Kira, que no perdía detalle de nada, se percató y vi como se pasaba el cuchillo a la diestra y lo sujetaba con firmeza.

Caminamos hasta la parte trasera de la primera fila de casas y allí la callejuela se cruzaba con otras paralelas a la carretera principal. Allí Sara nos condujo hacia una casa con el mismo aspecto abandonado de las demás pero que era más grande y más lujosa.

–Es aquí –nos comunicó deteniéndose delante de ella.

Kira y yo la observamos durante unos breves instantes y después nos miramos inquisitivamente. Los dos pensábamos lo mismo. ¿Sería seguro entrar? La sensación de que nos observaban seguía estando allí.

–Por qué no les dices a tus amigos que salgan –le dijo Kira. Claro era lo más acertado y menos arriesgado para nosotros.

La idea no pareció entusiasmar a Sara. Parecía tener miedo de estar en la calle, pero asintió y sin decir más caminó por un tramo del jardín que tenía huellas frescas hasta la puerta y se perdió en el oscuro y silencioso interior.

–¿Qué opinas de todo esto? –me preguntó sin quitar el ojo del hueco de la puerta.

–No estoy muy tranquilo, si te soy sincero. Tengo la impresión de que nos están observando desde hace rato.

–Ya lo sé. Pero no es una sensación... –fruncí el ceño y la miré extrañado.

–¿Qué quieres decir?

–En la casa que hay detrás de nosotros, he visto que la cortina de una de las ventanas se agitaba cuando hemos pasado junto a ella.

Aquello no me gustó un pelo. Si no tenían malas intenciones, ¿por qué no se mostraban abiertamente? ¿Por qué esconderse de nosotros? ¿Nos tenían miedo?

–Tu, atento a la retaguardia, yo me ocupo del frente –me dijo Kira.

Fruncí los labios y apreté los dedos contra el plástico y el acero del rifle de plasma a la espera de que aparecieran nuestros nuevos amiguitos.

Entonces apareció Sara por la puerta abierta de la casa, seguida de un par de personas. Un tipo de unos cuarenta y tantos años, con el pelo cano, una barba de varios días y gafas la siguió; después salió un joven que rondaría los dieciséis o diecisiete años, con el pelo negro y sucio que le llegaba hasta los hombros y una expresión desafiante en el rostro. Solo eran dos y Sara. Ella había dicho tres en la casa. ¿Sería el otro el que estaba espiándolos desde la casa de detrás?

Sara se apartó a un lado y no dejaba de mirar a ambos lados de la callejuela. Parecía esperar que apareciera algo de un momento a otro.

–Hola –dijo el tipo más mayor de las gafas.

–Hola –respondí sin prestar mucha atención. A pesar de estar mirándolo a él, estaba centrando toda mi atención a cualquier sonido que escuchase en nuestra retaguardia. Giré mi cuerpo ligeramente y de ese modo podía ver por el rabillo del ojo una buena franja. No quería que se dieran cuenta de que sabíamos que nos vigilaban desde detrás.

–Si no sois del grupo de rescate, ¿qué hacéis aquí? –preguntó.

Kira me miró, como preguntado si me importaba que respondiera ella. Yo asentí con la cabeza.

–Vamos de camino a la capital y hemos parado aquí para conseguir alimentos.

El tipo nos escrutó con intensidad, como sopesando si Kira era sincera.
–¿Hay más de vosotros?

–No –mintió Kira para mi sorpresa. Debía de haber intuido algo que se me escapaba, estaba demasiado pendiente de la retaguardia para fijarme en nuestro interlocutor.

–Bien –terminó el otro asintiendo con la cabeza.

Escuché un ruido a nuestra espalda. Me di la vuelta rápidamente y vi que habían aparecido dos personas de la casa que había detrás nuestra. Apunté a uno de ellos pero no sirvió de nada. Eran un hombre y una mujer y ambos iban armados con escopetas de caza con las que nos estaban apuntando. Después me percaté de que otros dos habían aparecido a nuestra izquierda, apuntándonos uno con una pistola y otro con un rifle de plasma y a nuestra derecha un crío apareció con otra pistola.

–Como podéis ver –el cuarentón desarmado gesticuló con su mano señalando a sus compañeros, –estáis rodeados. Por favor, dejad vuestras armas en el suelo y acercaros...

2 comentarios:

Pablo V dijo...

muy bueno loco ...

Paul J. Martin dijo...

Gracias... aunque no sé como tomarme eso de "loco" :)

Un saludo.