domingo, 23 de septiembre de 2007

Día 20 - Segunda Parte

Alcancé el vestíbulo y salté sobre las escaleras, subiendo de tres en tres en grandes zancadas y sin preocuparme por no hacer ruido. Giré a la izquierda y corrí hasta la puerta abierta que daba a una habitación sobre el salón del piso de abajo. Entré y vi como una mujer con el pelo largo, sucio y atado en una coleta, forcejeaba con Kira en el suelo. La mujer parecía joven, rondaría la treintena y enseñaba los dientes como un animal rabioso a punto de morder a su victima en la yugular.

Apunté a la atacante que luchaba con mi compañera en el suelo, pero no conseguía tener un tiro seguro, ellas se revolcaban y golpeaban contra los muebles. El cuchillo de Kira estaba en el suelo, abandonado junto a mis pies.

–¡Quítamela de encima! –exclamó Kira sujetando a la otra por el cuello y la muñeca de una mano. Ella, con la mano libre no dejaba de golpear a Kira en el lado de la cabeza. –¡QUÍTAMELA!

Me colgué el rifle a la espalda y corrí hacia las dos mujeres enzarzadas. En cuanto tuve una buena oportunidad deslicé mi brazo alrededor del cuello de la atacante y apreté con todas mis fuerzas. Pronto se olvidó de Kira y comenzó a tironear de mi brazo, pero ya era demasiado tarde. En poco más de un minuto, sentí como sus músculos perdían fuerza y todo su peso colgaba de mi bíceps.

Kira se apartó rápidamente y se levantó, respirando con dificultad. Se sentó en una cama que había en medio de la habitación y trató de recuperar el aliento. Solté el cuerpo inmóvil de la mujer y me senté junto a mi compañera, observando la ropa con la que iba vestida la misteriosa atacante. La ropa no estaba limpia, pero no era vieja, ni estaba descastada. No había ni una sola mancha de sangre o herida a la vista; claro que medio cuerpo estaba contra el suelo y fuera del alcance mi vista...

–Creía que no respiraban... –susurré sintiendo como mi corazón recuperaba el ritmo normal.

–¿Qué? –dijo al fin Kira mirándome con el ceño fruncido.

–Que no sabía que los infectados respiraran...

–No es una infectada –me dijo y yo me quedé paralizado. No era una post-mortem. Por eso respiraba, claro. No sabía como no había caído antes. Eso quería decir... Eso quería decir que acababa de asfixiar a una persona. Una persona que seguramente creía que nosotros éramos zombies y veníamos a matarla. Dios...

–He matado a una mujer... –dije, mirando a Kira con los ojos abiertos de par en par y la mandíbula dislocada.

–No la has matado –me dijo señalando a la mujer inmóvil y tirada en el suelo. –Aún respira, ¿no ves?

Volví la cabeza hacia la mujer, en el suelo, y vi como efectivamente su espalda se hinchaba y deshinchaba con lentitud. Sólo la había dejado inconsciente. Gracias a Dios. No quería tener la sangre de una mujer inocente sobre mi conciencia. A pesar de todo lo que había pasado desde que llegara a aquel maldito planeta, no era un asesino y no quería empezar a serlo.

Kira se levantó y recogió su cuchillo, sujetándoselo en el cinturón, a la espalda. Se apoyó contra el quicio de la puerta y se frotó el lado de la cabeza que la otra había golpeado.

Entonces me fijé en la habitación en la que estábamos. Era un dormitorio con posters infantiles colgados de la pared. Estaba la cama sobre la que seguía sentado, perfectamente hecha, un armario de madera sintética y un escritorio del mismo material y tono. Por la ventana entraba suficiente luz para iluminar toda la estancia. Miré el exterior y vi que el cielo seguía completamente blanco y difuminado, si bien la nieve había dejado de caer.

­–¿Crees que estará sola? –inquirió Kira sin dejar de observar el inmóvil cuerpo de la mujer.

–No sé –meneé la cabeza hacia los lados. –Pero por las pintas que lleva, juraría que no se ha duchado en bastante tiempo. Si hay más de ellos, deben de estar aislados desde hace tiempo.

Kira asintió sin decir más. Aún respirando agitadamente.

Decidimos esperar a que despertara y preguntarle directamente a ella. Un cuarto de hora después, la mujer se agitó y levantó la cabeza. De un brinco se dio la vuelta y nos observó desde el suelo. Su rostro era un poema sobre el terror y la furia, todo mezclado. Yo apunté mi arma hacia ella, indicándole, sin decir palabra, que no se moviera. La mujer apretó la mandíbula pero se mantuvo quieta, como rendida.

–¿Quién eres? –preguntó Kira desde el hueco de la puerta.

La mujer frunció el ceño y la miró con sorpresa. Como si el hecho de escucharle decir palabras le sorprendiera enormemente.

–Sara... –susurró al fin. Me fijé en ella con mayor detalle y vi como sus azules ojos me observaban con atención. A pesar de estar sucia y descuidada se podía ver que era una joven bella. Sus pómulos pronunciados y labios gruesos y carnosos, sumados a los ojos de un azul tan intenso me hipnotizaron al momento.

–¿Hay alguien más contigo? –inquirió Kira rompiendo el hechizo que parecía haber caído sobre mí. Desvié mi mirada hacia mi compañera y vi que no se había dado cuenta. Observaba detenidamente a la nueva.

–Sí –se levantó y dio unos pasos hacia atrás hasta pegar su espalda contra el armario de madera sintética. –Tres más. ¿Sois del grupo de rescate?

Fruncí los labios apesadumbrado y miré a Kira. Ella me miró a su vez con el ceño fruncido. ¿No le habíamos hecho esa pregunta a Kevin cuando nos lo encontramos a las afueras de Barlenton? Si no se lo habíamos dicho, era lo que habíamos estado pensando todos dentro del autobús. Era lo normal. Pero desgraciadamente, no éramos de ningún grupo de salvamento.

–No –le dije yo al fin. –Tratamos de llegar a la capital.

–Ah... –susurró sin esperanza bajando la mirada hasta el suelo. Después, como tratando de olvidar esto último, me miró de nuevo y dijo: –venir conmigo, os presentaré a los demás.

Kira y yo la seguimos hasta el exterior y por la calle cubierta de varios centímetros de nieve.

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