martes, 11 de septiembre de 2007

Día 20 - Primera Parte

Los rayos del sol entraron por la ventana y me golpearon en el rostro desperezándome. Abrí los ojos y miré en derredor. Seguía en la habitación de la casa en las montañas. Kira dormía a mi lado. Su pecho ascendía y descendía bajo las sábanas en un ritmo acompasado y tranquilo. Me incorporé en la cama apoyando la espalda en la pared y la observé con deseo. Sus largos cabellos estaban desparramados por la almohada, como un intenso mar marrón que cubría su sedosa piel. Sus voluptuosos labios estaban entre abiertos. La cicatriz en su mejilla. Todo de ella me tenía maravillado. Era un ángel caído del cielo para estar con migo. Con ella había vuelto a creer en la posibilidad de querer a otro ser humano más que mi propia vida.

Había alguien más en la habitación con nosotros. Me volví y vi que Carla estaba apoyada contra el quicio de la puerta abierta. Me estaba observando con una sonrisa en el rostro. Al ver que la miraba levantó su pequeña manita y me saludó en silencio. Yo la correspondí sonriendo y me levanté de la cama, procurando no despertar a Kira.

Solo iba vestido con los pantalones vaqueros pero no tenía frío. La casa en la que estábamos no debía haber permanecido mucho tiempo desatendida, ya que seguía estando aislada del frío del exterior.

Salí al pasillo y seguí a Carla hasta la sala de estar donde la noche anterior había estado tomando un café con mis compañeros. Y como la noche anterior, ellos también estaban allí.

Jon Sang me ofreció una humeante taza de chocolate caliente. La tomé con un asentimiento de cabeza y tomé asiento en uno de los sillones frente a los humeantes rescoldos de la chimenea.

–Bueno ¿cómo vamos a hacerlo? –pregunté.

Los tres se mantuvieron en silencio. Parecían no haberlo decidido aún. Por fin, Kevin abrió la boca y me dijo:

–Creo que deberíamos dividirnos en dos y unos inspeccionar las casas al este y los otros las que están al oeste. Cada grupo a un lado de la carretera.

Kira apareció por el pasillo, con cara de dormida y preguntó:

–¿Cuando empezamos?

–Tu deberías quedarte para descansar –dije con rapidez y determinación.

–De eso nada, yo voy a salir, igual que tú...

–No, tu no vas a salir, te quedarás a descansar –dije tratando de sonar firme. –Además, alguien se tiene que quedar a cuidar de Carla...

–Ya me quedo yo con Carla –dijo El Cirujano de repente. Después dio un sorbo al café que estaba bebiendo y me observó con su pueril sonrisa.

Me volví hacia Kira y vi que me miraba con enfado. Lo que había dicho le había ofendido. Ya empezábamos, no iba a ser todo color de rosa...

–Vale, vale... iremos Kira y yo en un grupo y Jon Sang y Kevin en el otro –les dije zanjando el tema. Volví a mira a Kira antes de que se marchara y vi como me miraba meneando la cabeza, con el ceño fruncido. Después se marchó para prepararse.

Estábamos los cuatro de pie, frente a la casa en la que nos habíamos refugiado la pasada noche. El viento empujaba los copos de nieve contra nuestros rostros desde el norte. Kevin iba armado con su rifle de asalto y yo llevaba el rifle de plasma. Jon Sang y Kira no tenían otras armas que los cuchillos de cocina que habíamos traído con nosotros.

–Bien, tened mucho cuidado –nos dijo Kevin en voz alta para que le pudiéramos escuchar por encima del rugido del viento. –Siempre que abráis una puerta, colocaros uno a cada lado... tened vigiladas todas las salidas... gritar si necesitáis ayuda, acudiremos lo antes posible.

Kira y yo asentimos y nos despedimos. Cruzamos la carretera y nos dirigimos a la primera casa que había junto a esta. Nos habíamos vestido con ropas que habíamos encontrado en los armarios de la casa que ocupamos la noche anterior. Yo seguía llevando mis pantalones vaqueros pero arriba me había calado un jersey de lana y una cazadora para la nieve de color rojo. Kira se había puesto unos pantalones recios de nylon y una chaqueta parecida a la mía de color azul claro; además, se había embutido la cabeza en un gorro blanco de lana con dibujos rojos y verdes. Irónicamente, teníamos el aspecto de simples turistas que hubieran venido a disfrutar de un fin de semana esquiando. Lo que no encajaba con aquella imagen pacífica y vacacional era el rifle de plasma que llevaba yo en las manos y el cuchillo de cocina de veinte centímetros que Kira sujetaba con su diestra.

La tormenta amainó un poco cuando alcanzamos la puerta principal de la primera casa.

–¿Listo? –inquirió Kira apoyándose contra la puerta y sujetando el picaporte con la mano libre.

Yo me posicioné frente a la puerta y apuntando con mi arma asentí. Ella, contó hasta tres y abrió la puerta de golpe apartándose del hueco para dejarme vía libre para abrir fuego. La hoja de madera de la puerta giró sobre los goznes hasta golpear la pared por el lado interior; el ruido fue engullido rápidamente por el, cada vez más tranquilo, aullido del viento. Una oleada de copos de nieve brillantes entraron al silencioso interior cayendo rápidamente al suelo de madera y desapareciendo en no menos tiempo.

Entré de golpe girando noventa grados con el rifle por delante, preparado para disparar a cualquier cosa que se moviera en el silencioso interior. Kira me siguió, entrando en el recibidor y cerrando la puerta detrás nuestra. El aullido del viento murió en un instante. Era extraño el pasar de tanto ruido a un silencio tan poco natural. Me recordó al interior de una tumba y un escalofrío me recorrió la espalda hasta erizarme los cabellos de la nuca.

Había una puerta a cada lada y unas escaleras que subían al piso superior. Kira me llamó a atención agarrándome del brazo y con gestos, en silencio, me dijo que ella tomaría el piso superior y yo el inferior. No me gustó nada la idea de separarnos pero accedí en silencio. Si no nos repartíamos las casas, nos costaría demasiado tiempo inspeccionar todo el pueblo.

Se marchó, ascendiendo las escaleras de madera sin hacer nada de ruido. La verdad era que había tenido una buena idea, yo pesaba más y seguro que habría hecho crujir los tablones de madera de las escaleras con mi peso. No sin hacer un esfuerzo para concentrarme en mi tarea, me alejé de las escaleras pasando por una de las puertas. Entré a la cocina. Era grande y tenía una hilera de armarios y una encimera en medio del espacio, además de las normales ubicadas contra la pared del fondo. Las múltiples ventanas iluminaban el espacio lo suficiente como para que no hubiera sombras por ninguna esquina.

Respiré profundamente y continué caminando hasta el final de la estancia, para salir por la otra puerta. Esta daba a un corto pasillo de unos tres metros de largo. Había otras tres puertas, delante y a ambos lados. La de la derecha era exterior y debía dar al patio trasero, decidí dejar aquello para el final. Abrí la de la izquierda. Daba a un pequeño cuarto de baño sin ventanas y poco iluminado. No había nada allí. Regresé al pasillo y atravesé la última puerta entrando al enorme salón. Había una mesa larga de ocho plazas en un extremo y dos sofás y tres sillones alrededor de un equipo de entretenimiento en el otro. Todo en silencio y vacío. Me acerqué a la enorme mesa de madera y pasé uno de mis dedos sobre su superficie blanquecina. Tras la yema de mi dedo iba quedando un rastro más oscuro, el color real de la madera barnizada. Me miré el dedo. Polvo. Era polvo. Una capa gruesa de polvo que podía ver sobre todos los muebles de la casa. Hacía tiempo que la casa estaba vacía. Probablemente antes de que la plaga se extendiera por el planeta.

Si era cierto que llevaba tanto tiempo abandonada, no íbamos a entrar nada útil allí. Me dispuse a ir en busca de Kira para pasar a la siguiente vivienda cuando escuché un golpe en el piso superior, sobre mi cabeza, seguido por el grito de una mujer. Era Kira quien había gritado, reconocí su voz. Me eché a correr, sintiendo sudor en las palmas de mis manos y el corazón palpitando dentro de mi pecho como una fiera rabiosa que tratase de escapar de su jaula de huesos.

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