viernes, 10 de agosto de 2007

Día 19 - Segunda Parte

Kira detuvo el vehículo en mitad de la calzada para que Carla pudiera desahogar su vejiga. El motor se silenció y las luces murieron. Una oscuridad profunda y tensa nos engulló. Todos salimos al frescor del exterior y estiramos las piernas. Llevábamos varias horas de viaje, remontando las altas montañas de la oscura sierra que se alzaba sobre nuestras cabezas únicamente visible porque la mitad del cielo estaba completamente a oscuras y sin estrellas. Kira se equipó con una potente linterna y acompañó a Carla. Se alejaron varios metros de la carretera y de nosotros y se ocultaron tras unos arbustos. Podía ver como el haz brillante de la linterna nacía en el suelo y se perdía en la distancia saltando desde un peñasco cercano hacia el vacío. Jon Sang caminó hasta el arcén de la carretera, al otro lado del autobús y orinó allí. El Cirujano, Kevin y yo nos quedamos junto a la puerta del vehículo.

Nuestro nuevo compañero sacó un paquete de cigarrillos de uno de los bolsillos del pantalón y le ofreció a El Cirujano, este negó con la cabeza, después me ofreció a mí y yo sí que accedí. Cogí uno y me lo encendí con mi propio mechero.

–¿Aún queréis llegar hasta la capital? –inquirió Kevin echando humo azulado por la boca mientras hablaba.

–Sí –respondí.

Suspiró y meneó la cabeza. No daba la impresión de que le pareciera buena idea.

–¿No crees que sea una buena idea? –le pregunté. Tenía curiosidad por saber cuál era la razón por la que se había unido a nosotros y no se había quedado en la ciudad, luchando con los demás.

–Creo que es una idea suicida.

–Entonces ¿por qué has venido?

–No quería morir.

Una respuesta tan buena como cualquier otra. Ninguno de nosotros quería morir, pero él era el único que tenía esa mirada de completa perdida de esperanza, un desánimo tan profundo que parecía estar a punto de romper a llorar en cualquier momento.

–Ninguno queremos, por eso continuamos adelante; continuamos de camino a la capital donde... podremos encontrar ayuda.

Se echó a reír, pero no era una risa alegre, más bien era una risa nerviosa.

–¿Qué te hace pensar que la gente de la capital no ha sido infectada? –me preguntó dando una calada al cigarrillo.

–Pues... no lo sé. Pero si no vamos, nunca lo sabremos.

–Eso es cierto.

–Claro.

–Sí –terminó él y después caímos en un incómodo silencio.

Me volví hacia el lugar en donde aún refulgía el haz blanco de la linterna. En aquel momento la luz se elevó hasta por lo menos un metro del suelo y comenzó a moverse hacia nosotros en un vaivén. Ya regresaban. Poco después las dos emergieron de entre las sombras y Kira apagó la linterna. Carla caminaba a su lado sujeta a la mano de ella. No pude reprimir una sonrisa al ver a la pequeña. Su pelo estaba todo revuelto y sucio, sus ropas, rotas, desgastadas y sucias, pero aún así, tenía un aspecto inmejorable. Por lo menos para mi.

–Sube y échate a dormir –le dijo Kira dedicándole una dulce sonrisa. La pequeña hizo caso sin decir ni una palabra y subió al vehículo por la puerta abierta. –¿Y Jon Sang, dónde está?

–Ha ido al otro lado a echar una meada –le respondí yo acercándome a ella. Me volví hacia los otros y les dije: –vamos a descansar unos minutos, ahora volvemos.

Kira me miró con sorpresa, pero no dijo nada. Puse mi brazo sobre sus hombros atrayéndola hacia mí y caminamos por el arcén, cuesta arriba. La luz de las estrellas iluminaba lo justo para no tropezar, pero nuestro alrededor se difuminaba hasta perderse en un mar de sombras a una distancia de tres metros. Caminamos unos instantes sin hablar.

–¿Qué tal te encuentras? –inquirió ella mirándome en la oscuridad. Yo sentí su mirada, penetrante, si bien su rostro estaba cubierto por las sombras.

–Mejor, pero sigo algo mareado y cada vez me duelen más las heridas de la cara.

–Te desinfecté los arañazos con alcohol, me extraña que no te despertaras.

–Supongo que el golpe que me di en la cabeza fue de órdago.

–Lo fue, cuando te vi desde la ventana del autobús pensé que te habías roto la cabeza.

–Ya.

Me detuve y la sujeté de las manos.

–Te he traído hasta aquí para hablar en privado –susurré. –¿Nos podemos fiar de Kevin?

–No lo sé. Creo que sí.

–¿Por qué?

–Porque no quería venir. Al principio insistió en quedarse y morir junto a sus compañeros. Pero Carla lo agarró de la mano y tiró de él hasta que accedió a entrar en el autobús –me explicó Kira.

–No jodas... –sonreí sintiendo cierto orgullo subiéndome por el pecho. –Es una monada de cría...

–Shh... calla...

Se acercó a mí y me dio un beso en los labios. Yo la abracé con fuerza, abarcando todo su cuerpo entre mis brazos. Kira me abrió la boca y me buscó la lengua con la suya. Mis manos se movían con pasión por todo su cuerpo, acariciando con dulzura y con arrebato al mismo tiempo.

Kira se separó de mí al fin y comenzó el camino de regreso. Me quedé algo descolocado pero al momento comencé a notar un palpitante dolor, acompasado con los agitados latidos de mi corazón, en el lado derecho de la cabeza. No estaba en condiciones para emociones tan fuertes y ella lo sabía. Pero era como si no hubiera podido aguantar aquel arrebato de pasión. Me hacía sentir un candor dulce en el corazón que me llenaba de ánimo y esperanza. Sí. Íbamos a salir de allí con vida. Encontraríamos una nave espacial en la capital y escaparíamos de aquel maldito planeta.

El cigarro se me había caído al asfalto. Cogí la colilla y di una última calada antes de volver a soltarla sobre la cálida carretera y aplastarla con el zapato.

Sonreí y antes de que Kira desapareciera entre las sombras, la seguí de vuelta al vehículo, cuesta abajo.

Un viento frío nos golpeaba desde un lado alborotándome el pelo que comenzaba a estar demasiado largo. El flequillo me caía sobre la frente y se me metía en los ojos. Por la nuca, podía sentir como me había crecido bastante también. Me froté el lado izquierdo de la cara con la mano y sentí como la barba ya no me pinchaba; me había crecido mucho los últimos días. De echo, había dejado de picarme. O quizá fuera por el dolor que me palpitaba en la otra mitad del rostro.

Regresamos junto al autobús. Jon Sang se había reunido con los otros dos.

–¿Dónde estabais? –preguntó.

–Quería estirar las piernas –expliqué sin darle importancia.

–Habéis visto eso –nos dijo Kevin señalando hacia el norte con una mano.

Todos nos volvimos y miramos en aquella dirección. A bastantes kilómetros, al pie de la montaña que ahora estaba muy por debajo de nosotros, podíamos ver un fulgor rojizo. Era Travenr ardiendo. No dijimos nada. ¿Qué podíamos decir ante un espectáculo así?

–Por lo menos el fuego devorará a los no-muertos –susurró Jon Sang.

–Sí –asintió Kira a mi lado.

Pasaron unos minutos en silencio en los que nadie abrió la boca y no hicimos otra cosa que observar la extraña escena. Un océano de sombras iluminado débilmente por las estrellas y un fulgor fluctuante en la base de la montaña. Si no fuera por el hecho de que veníamos de allí y sabíamos lo que había ocurrido, no habríamos podido adivinar qué producía aquel resplandor.

–Debemos seguir –dijo El Cirujano a la vez que se giraba y entraba al autobús. Los demás lo seguimos. Él se sentó en el sitio del conductor y arrancó el motor. Una vez que estuvimos todos dentro, cerró la puerta y aceleró por la carretera encendiendo los focos delanteros para iluminar el camino.

Carla se había tumbado en dos asientos en la parte delantera del vehículo y ya dormía plácidamente. Kira y yo nos sentamos juntos en la siguiente fila para estar cerca. Jon Sang y Kevin, se sentaron por separado unas filas más atrás.

Seguimos nuestro camino, sin saber qué nos depararía el destino.

No hay comentarios: