miércoles, 8 de agosto de 2007

Día 19 - Primera Parte

Mi cuerpo se agitó y recuperé la conciencia. Abrí los ojos para encontrarme en un mar de sombras. Podía escuchar el ronroneo del motor eléctrico. Eso quería decir que estaba dentro del autobús y este estaba en marcha. Me incorporé con trabajo en los asientos donde había estado recostado. La débil luz de las estrellas entraba por las ventanas iluminando pobremente el interior del vehículo. Me había colocado a mitad de camino del final y desde allí podía ver delante mía la espalda de El Cirujano, la de Jon Sang y a Kira en el volante.

–Hola –dijo una dulce voz a mi derecha.

Me volví hacia allí y vi que Carla estaba sentada en uno de los asientos del otro lado del pasillo, a mi misma altura. Me observaba con el rostro iluminado por una amplia sonrisa. Un brillo especial ardía en sus ojos.

–¿Qué tal pequeña? –le pregunté sonriendo.

Me incorporé del todo y sentí como todo me daba vueltas. Lo mismo que hubiera sentido si me acabara de beber una botella de whiskey entera, pero sin haber probado ni gota. Sentí nauseas pero las reprimí haciendo acopio de toda mi concentración. No quería vomitar en el autobús, sería muy desagradable, y menos aún delante de la pequeña Carla, se asustaría y preocuparía. Ahora que tenía aquella dulce sonrisa y parecía no sentir miedo, no quería estropearlo.

Alguien tosió unas filas más atrás. Fruncí el ceño y volví a mirar a todos. Jon Sang, El Cirujano, Kira y Carla. Todos estaban a la vista, no faltaba nadie. ¿Quién había tosido detrás mía entonces?

Me volví y pude ver una oscura figura apoyada contra el cristal de mi lado un par de filas de asientos por detrás. Las sombras le cubrían el rostro y lo único que pude ver fue el brillo de sus ojos.

La cabeza seguía dándome vueltas y aún no podía pensar con toda claridad. El otro pareció percatarse de mí y me habló con una voz ronca y llena de desánimo.

–Hola.

No pude identificarlo. No sabía quién era. Miré a Carla y ella seguía mirándome con dulzura y sin preocupación. Si ella no estaba preocupada y los demás miraban hacia el frente despreocupadamente, sería porque no representaba peligro alguno. Pero aún así me intrigaba aquel personaje envuelto en las sombras.

–¿Fumas? –me preguntó con la misma voz ronca y grave.

–Si.

Vi como se movía pero no pude atravesar las sombras para averiguar qué es lo que hacía. Un momento después vi como me ofrecía algo en la mano estirada hacia mí. Me levanté sujetándome a los cabezales de los asientos y caminé con cuidado hasta la fila en la que estaba él, tomando asiento al otro lado del pasillo. Una vez allí pude ver lo que me ofrecía, un cigarrillo. Lo tomé y me lo coloqué entre los labios. Ahora que estaba más cerca, apreciaba que vestía ropas militares, o muy parecidas a las militares. Sin embargo su rostro seguía ensombrecido por las sombras.

Un chasquido de luz frente a su cabeza y una llama amarillenta se encendió iluminando al sujeto. La llama pertenecía a un mechero que él había encendido para prender el cigarrillo que llevaba colgando de los labios. La llama se reflejaba en sus húmedos ojos dándoles un aspecto demoníaco. Sus pómulos creaban sombras oscuras en las cuencas de sus ojos creando la ilusión de que estaba observando a una calavera parlante y las sombras de sus cejas se estiraban por su amplia frente como los cuernos de un sátiro de las antiguas mitologías de los tiempos clásicos de la tierra. Sobre el labio superior le brillaban pálidas canas en un espeso bigote. Aquel rostro, a pesar de la distorsión que creaban las fluctuantes llamas del mechero, me sonaba de algo.

La llama desapareció y solo quedó el fulgor de las brasas de la punta del cigarrillo. Me entregó el pequeño cilindro de metal y se volvió a apoyar contra la ventana exhalando humo azulado por encima de la cabeza. Me encendí el mío aspirando el ansiado veneno y le devolví el mechero.

–¿No me recuerdas? –me preguntó carraspeando antes de hablar; su voz grave como si procediera de ultratumba.

–No –respondí negando con la cabeza.

¿El control de carretera?

Entonces caí. Aquel bigote y aquella mirada triste y sin esperanza. El guardia que nos había recibido al llegar a la ciudad.

–Ahora te recuerdo, tu eras el guardia que nos recibió... –susurré exhalando una bocanada de humo al hablar– junto a ese otro tipo tan grande...

–Si. Gregor, se llamaba Gregor... –su voz se entrecortó y volvió a carraspear.– Era mi subordinado y un buen amigo.

Rememoré lo que había ocurrido la pasada tarde y estimé justo pensar que nos habían tratado bien. Al fin y al cabo, nos dejaron repostar y recoger provisiones.

–Yo estaba delante cuando llegó su hora...

La voz se le entrecortó y creí que se echaría a llorar, pero no lo hizo, volvió a carraspear y dio una larga calada al cigarrillo. El capullo brilló dibujando sus rasgos en las sombras con tonos rojizos, después desaparecieron cuando exhaló el humo azulado por las fosas nasales. Eché un vistazo hacia la parte delantera y vi como Carla nos observaba con atención. Jon Sang se había vuelto también y me miraba con una sonrisa. Me hizo un gesto con la cabeza y yo le devolví el saludo alzando la mano en silencio.

En el exterior, todo estaba a oscuras. Densas sombras reinaban entre las rocas y peñascos que pasaban junto a nosotros a los lados de la calzada. El vehículo tomó una curva cerrada y comenzó a ascender de manera acusada. Parecía que por fin habíamos alcanzado las montañas. El motor se quejó pero nuestra velocidad no disminuyó.

–La sierra –me dijo el otro oteando a través de su ventana que ahora miraba hacia la ciudad que habíamos dejado atrás. A una distancia de unos diez kilómetros se podían ver fuegos devorando altos edificios, pero nada más. Todo lo demás era un mar de negrura.

Yo me volví para mirar por mi ventana y vi como las rocas ascendían y se perdían en la altura, difuminándose en la oscuridad. No podía calcular cuanta altura tenía aquella pared de roca.

–Quizá esto signifique nuestra salvación –comenté dando una calada al cigarrillo. La cabeza me dio más vueltas, si es que era posible. El mareo que llevaba de por sí y el humo que estaba tragando, iban a acabar haciéndome vomitar. Solté la colilla en el suelo de goma y la aplasté pisándola con fuerza.

–¿Qué tal tu cabeza?

–¿Eh? –inconscientemente levanté mi mano hasta tocarme el lado derecho de mi rostro y me encontré con algo que no esperaba. En primer lugar me dio una punzada de dolor allí donde mis dedos rozaron y en segundo lugar, pude sentir como aquella zona estaba húmeda y blanda. Tenía todo aquel lado de mi cara lleno de heridas. Después de una rápida inspección ciega, por medio del tacto y del dolor, pude comprobar que tenía heridas de diverso tipo desde la barbilla hasta la sien, incluyendo mi oreja. Sin embargo si no me tocaba, no me dolía. Era increíble que semejante destrozo no me causara un dolor continuo e insoportable. Aunque, por supuesto, me alegre de que fuera así.

–Joder –susurré apartando la mano –debo de tener un aspecto terrible...

El otro se echó a reír pero acabó tosiendo y volviendo a carraspear.

–Sí... no tienes buena pinta... de hecho, te pareces a uno de ellos –dijo volviendo a reír y apagando su colilla en el suelo como había hecho yo antes. Extendió el brazo ofreciéndome su mano –Mi nombre es Kevin Leroux.

–Max McMahon –dije estrechándole la mano con fuerza.

–Encantado...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Ya tas de vuelta, que tal las vacaciones? xD

Anónimo dijo...

Que alegria,que alboroto,una nueva entrada,con un nuevo loco....
Buena entrada,como punto de inflexion...¿A donde vamos ahora?
La sierra esta bien,pero alli ..¿habra alguna nave?

Paul J. Martin dijo...

Jeje, muy buena txalin, pero por desgracia o por suerte, aún no me he cogido las vacaciones...

Por ahora ellos van de camino a la sierra montañosa, para llegar hasta la capital, pero bueno, ya veremos qué pasa... desde luego que fácil no lo van a tener, jejeje.

Un saludo.