domingo, 22 de julio de 2007

Día 18 - Decimoprimera Parte

Salté al exterior sintiendo como un fresco viento azotaba desde las cercanas montañas que nos observaban como sombras gigantescas y casi invisibles en el oscuro horizonte sureño. Escuché como El Cirujano saltaba al asfalto detrás de mí y me sentí orgulloso de él. Quizá su pasado haya sido oscuro, fuera de la ley, pero en aquel presente me estaba demostrando que podía contar con él, que era mi compañero, que era mi amigo. Hasta entonces, podía tener mis dudas sobre sus intenciones, pero en aquel momento todas desaparecieron al unísono. Me seguía para ayudar a Jon Sang. Lo más sensato hubiera sido quedarse dentro del vehículo y a la primera señal de peligro, salir de allí como alma que lleva el diablo. Sin embargo, había decidido seguirme para salvar a nuestro compañero. No sabía si lo habían encarcelado injustamente, pero a decir verdad, no me importaba.

Di la vuelta al autobús por la parte delantera girando hacia la bocacalle donde se defendían Jon Sang y los demás de su grupo. Una bestia se fijó en nuestro compañero y flexionando sus extremidades inferiores se preparó para arrojarse sobre él. Yo detuve mi carrera y apuntando rápidamente apreté el gatillo. Un haz luminoso salió del cañón de mi rifle y lo golpeó en el flanco tirándolo al suelo y dejándolo momentáneamente inmóvil.

–¡Jon Sang, corre! –gritó la voz de El Cirujano a mi espalda mientras pasaba junto a mí como una exhalación lanzándose contra un par de post-mortems con el bate de aluminio en las manos.

Yo los cubrí lo mejor que pude, disparando a diestro y siniestro, despejando el camino y librándolos de molestias innecesarias.

–¡Vamos! ¡Rápido! –les grité sin dejar de disparar hacia uno y otro lado.

Jon Sang echó a correr hacia mi y El Cirujano lo siguió avanzando de espaldas, lanzando golpes con el bate, destrozando huesos y cráneos a diestro y siniestro.

Casi me era imposible escuchar mi propia voz cuando les gritaba que se dieran prisa dado el gran escándalo de armas de fuego que retumbaban en mis oídos. Podía ver los destellos de cientos de rifles disparando hacia los no muertos y las bestias. Aullidos de terror de los pobres infelices que caían en sus garras y los gritos de ánimo que algunos daban a sus compañeros. Era un total caos de luz y ruido que me nublaba la mente.

Pero, repentinamente hubo un relámpago a mi lado y todo se detuvo. Algo me golpeó en el lateral izquierdo tirándome al suelo y me golpeé la cabeza contra el duro y cálido asfalto. Sentí como mi mejilla se arañaba contra la calzada y el dolor me invadía de nuevo. Grité de dolor pero no pude escuchar mi propia voz a pesar de que sentí el dolor que me provocó el aire al salir con semejante fuerza por mi garganta. Entonces me di cuenta de que todo se había quedado en silencio a excepción de un molesto y monótono zumbido que aquejaba mis oídos. Era como tener un maldito mosquito dentro de mi cabeza. No sabía si estaba boca-arriba, boca-abajo o de lado. Era la misma sensación que sentía cuando se iniciaba un salto en una nave interplanetaria, la gravedad artificial dejaba de funcionar y arriba parecía estar abajo y la derecha parecía estar a la izquierda; tu cabeza daba vueltas dentro de sí misma (o eso parecía) y tú no conseguías encontrar tu equilibrio.

Una fuerte mano me agarró el hombro y comenzó a zarandearme. Me sentí molesto y no deseaba otra cosa que se detuviera y me dejara en paz. Entonces volvía recordar dónde estaba y temí lo peor: un post-mortem me había alcanzado y trataba de hincarme el diente. Me revolví como loco tratando de zafarme de sus mandíbulas. Grité como loco lanzando golpes al vacío oscuro y siniestro que me rodeaba. Pero aquella oscuridad no era otra cosa que mis párpados cerrados con fuerza. Los abrí y me encontré con el rostro preocupado de Jon Sang, mirándome con los ojos abiertos de par en par. Sus labios se movían pero yo no podía escuchar nada más que el molesto zumbido que aumentaba de volumen a cada segundo que pasaba. Era la mano de mi compañero la que me zarandeaba del hombro y parecía querer decirme algo, pero no podía oírle. Aquel desagradable zumbido era ahora insoportable y parecía ser lo que me ensordecía ante los desesperados aspavientos de mi compañero.

Jon Sang tiró de mí con fuerza y me ayudó a ponerme en pie. El suelo no estaba estable, podía sentir como se deslizaba bajo mis pies como si fuera una balsa que navegara sobre un mar embravecido. A pesar de no poder fijar la vista en un lugar, llegué a ver a El Cirujano golpeando a varios no muertos con el bate. Sentí unas fuertes vibraciones que casi me hicieron volver a caer al suelo, pero Jon Sang estaba ahí para sujetarme y evitarlo.

El Cirujano corrió hasta donde estábamos y me gritó algo. Esta vez pude escuchar unos ligeros gemidos por encima del zumbido, pero no fue suficiente para que le entendiera. Sin embargo hizo gestos con las manos y eso sí que lo entendí. Me decía que me moviera, y por la manera de decirlo, intuí que la cosa no pintaba bien. Sin embargo yo seguía sin poder caminar. El suelo se movía y movía. Me pareció increíble que ellos pudieran correr con tanta facilidad en aquel terreno tan inestable.

Jon Sang, sujetándome del brazo, me hizo dar la vuelta y me ayudó a alejarme de allí. A mi lado, pude ver un enorme cráter en el asfalto que no dejaba de moverse hacia los lados. Sentí como las tripas se me revolvían y una arcada me subió por la garganta, pero tragué con fuerza y la reprimí.

Cientos de destellos parpadeaban a mí alrededor y volví a sentir otra vibración que hizo temblar mis huesos. Sin embargo a pesar de todo aquel alboroto, Jon Sang no parecía afectado y seguía tirando de mí y evitando que cayese como un torpe niño que estuviera aprendiendo a caminar.

La tempestad bajo mis pies parecía amainar y me resultaba más fácil avanzar sin trastabillar. El zumbido en mis oídos había alcanzado niveles agonizantes pero comenzaba a escuchar todo el caos que se desenvolvía a mi alrededor como lejanos susurros de una batalla librada hacía cientos de años.

El autobús se acercaba a nosotros como una imponente bestia primigenia de ojos luminosos.

Finalmente alcanzamos la entrada del mismo y con la ayuda de Jon Sang y de la pequeña Carla ascendí los escalones hasta el interior. Ella me guió hasta los asientos y caí sobre ellos tendiéndome cuan largo era. Cerré los ojos pero pronto los volvía a abrir al darme cuenta de que la sensación de mareo aumentaba con ellos cerrados.

Sentí como las vibraciones del motor eléctrico aumentaban de potencia y escuché un lejano motor acelerando a toda velocidad.

Antes de caer en un pozo de oscuridad y silencio (incluso sin zumbidos) pude ver como varios rostros me observaban desde las alturas, por encima de los respaldos de los asientos. Allí estaban Carla, Jon Sang y El Cirujano.

¿Dónde estaba Kira?

Lo último que pensé, antes de sumirme en la inconsciencia, fue ¿Dónde estás Kira?¿Estás asalvo?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

geniales estas ultimas entradas.Me dio mucho palo que Jon Sang dejara al grupo,pero por lo visto,al final no se separaran...
Y Kira..¿Donde esta Kira?
Sigue asi,maestro,que aqui me espero a que me sirvas otra racion...

Anónimo dijo...

pinta bien, pinta bien... :)

Paul J. Martin dijo...

Gracias por vuestros comentarios. Hay que darse cuenta de que Jon Sang es nativo del planeta y por supuesto tenía ganas de ayudar en esa ciudad. Pero parece ser que su destino no es ese, su destino está ligado a los demás del grupo. O eso parece por el último capitulo.
Pero claro, quién soy yo para decir nada... solo soy un mensajero... yo solo soy el que os pasa el diario de Max, nada más...

Un saludo.

Anónimo dijo...

Tas de vacaciones o algo? :P