martes, 17 de julio de 2007

Día 18 - Décima Parte

El motor del autobús rugía como un animal enfurecido mientras volábamos a toda velocidad por las calles vacías. En las curvas las ruedas chirriaban contra el asfalto perdiendo agarre, pero El Cirujano demostró ser un buen conductor porque mantuvo el vehículo y a nosotros, sus ocupantes, a salvo. Los sonidos de combate se acercaban, cada vez menos repetidos por ecos y más directos.

Los edificios eran más altos, ahora llegaban hasta las diez plantas, y había menos espacio entre ellos. Las calles eran más estrechas también, por lo que perdimos la columna de humo hacía rato. Todos estábamos sentados en los asientos y bien sujetos, para evitar ser zarandeados en alguna de las curvas, a excepción del tipo armado que nos había pedido ayuda. Él estaba de piel, junto a la puerta, asido de la mejor manera que podía. Guiaba a El Cirujano por el laberinto de calles indicando el camino más rápido para llegar hasta el lugar donde quería estar.

El cielo se había oscurecido casi por completo y ahora avanzábamos con las luces del autobús iluminando el camino. Podíamos ver un resplandor rojizo más adelante que fluctuaba. Parecía ser la luz de un incendio.

A los lados, corriendo por las aceras, vimos a varias personas armadas. El vigilante de la estación pidió a El Cirujano que los recogiéramos. Fuimos recogiendo a los rezagados a medida que avanzamos hasta juntarnos con un grupo de veinte, distribuidos por los asientos vacíos del vehículo.

Seguimos avanzando a toda velocidad hasta alcanzar el lado este del centro de la ciudad. Nuestro guía ordenó a El Cirujano que se detuviera y este lo hizo, un tanto bruscamente.

Nos detuvimos en una plaza iluminada por una enorme hoguera que ardía en el centro. Las sombras bailaban por las fachadas de los edificios que nos rodeaban como figuras danzantes y poseídas por alguna clase de éxtasis. Varios grupos de personas armadas cubrían las tres calles que entraban a la plaza desde el este, disparando sus armas. Los resplandores de los disparos iluminaban intermitentemente sus rostros de manera grotesca y onírica.

El Cirujano abrió la puerta y dejó que todos nuestros acompañantes bajaran a la carrera para unirse a sus compañeros. Una explosión iluminó toda la plaza deslumbrándonos e hizo retumbar las ventanas con un rugido tremendo. Carla, sentada a mi lado, se abrazó a mí con fuerza cerrando los ojos.

El tipo que nos había guiado, desde el hueco de la puerta, nos dijo:

–¡Muchas gracias, ahora si continuáis por esa bocacalle y después del segundo cruce giráis hacia la derecha, llegareis a la avenida que sale de la ciudad en dirección al sur!

El Cirujano asintió y cerró la puerta.

–Será mejor que nos larguemos de aquí, esto se pone feo –nos dijo echando un vistazo en la dirección en la que se había marchado nuestro guía para unirse a sus compañeros que luchaban sin descanso en las entradas de las calles, cubiertos en las esquinas o asomados a las ventanas de los pisos bajos.

Por la que estaba más cerca a nosotros, pude ver como una masa de cientos de cuerpos se movía hacia la plaza. Eran post-mortem. Cientos de ellos. Todos avanzando con lentitud. Caía uno y aparecían tras él diez más. Esto tiene muy mala pinta, pensé sacudiendo la cabeza.

Entonces vimos como una sombra, más oscura que el cielo sobre nuestras cabezas, saltaba por encima de la última línea de post-mortem y caía sobre uno de los defensores. Este aulló de terror, tratando de escapar a cuatro patas. Pero no tenía ninguna posibilidad. Nosotros que teníamos alguna experiencia en esta clase de situaciones lo sabíamos a ciencia cierta. La sombra terrible, no era otra cosa que una bestia de ojos bermejos y luminosos. Volvió a saltar, esta vez un espacio más corto, y calló sobre el pobre infeliz que seguía gritando de terror. Lanzando sus fauces como una bestia sobre la cabeza de su víctima, le hizo callar para siempre.

–Creo que sería buena idea marcharse ahora –susurró Kira sin dejar de mirar por la ventana en aquella dirección.

Tenía razón y mi compañero El Cirujano estuvo de acuerdo con ella. Apretó el acelerador hasta el fondo y tras un breve chirrido de las ruedas sobre el asfalto, salimos disparados hacia la bocacalle que nos habían indicado.

Cuando casi habíamos alcanzado la salida de la plaza Carla chilló:

–¡Jon Sang!

Yo la miré sobresaltado. Había vuelto a abrir los ojos y miraba el exterior, hacia las ventanas del lado izquierdo, con una expresión de terror y preocupación.

Sin comprender qué quería decir, seguí la dirección de su mirada y vi, entre las sombras danzantes de la gran hoguera, que efectivamente nuestro compañero se hallaba apostado en una de las esquinas atacadas, armado con un rifle automático de asalto, disparando a la muchedumbre de post-mortem que se acercaban peligrosamente hacia los defensores.

–¡Para! –grité a El Cirujano para que detuviera el autobús. Este volvió la cabeza hacia mí y al ver mi expresión frenó tan bruscamente que por un instante pensé que iba a salir volando y a estrellarme contra el parabrisas delantero. –¡Jon Sang! ¡Está ahí!

Un par de bestias aparecieron al frente de aquella masa de post-mortems y comenzaron a despedazar a los defensores que luchaban junto a nuestro compañero.

Me deshice del fuerte abrazo de Carla y tras agarrar el rifle de plasma corrí hasta la puerta del autobús.

–¡Abre! –le chillé a mi compañero. Este accionó el interruptor que abría la puerta y saltó del asiento para seguirme.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta tu historia, porfa no la dejes.

saludos.

Paul J. Martin dijo...

No te preocupes, no la pienso dejar. Pero como ya he explicado en algún offtopic y en algún comentario, últimamente tengo mucho trabajo y llego a casa hecho una piltrafa. Claro que eso no quiere decir que la vaya a dejar, simplemente que no me da para escribir todos los días como al principio. Pero intento escribir todo lo que puedo.
De todos modos agradezco mucho tus ánimos.

Gracias por leer esta historia.

Un saludo.