sábado, 18 de agosto de 2007

Día 19 - Cuarta Parte

Jon Sang manejaba el largo vehículo con precaución pero poca seguridad. Cada vez que nos acercábamos a una curva cerrada, él soltaba el acelerador y casi detenía el autobús por completo al entrar en ella. El cielo se iluminó un poco más pero llegó hasta un punto que no pasó. La capa de nubes que lo cubría entristecía el ambiente. La luz grisácea pintaba todo el ambiente de tonalidades del blanco y del negro, haciéndonos creer que a través de las ventanas veíamos una de aquellas viejas películas en dos dimensiones que ni siquiera tenían color.

Yo me había sentado solo en los asientos junto a los que Carla dormía tranquilamente. Kira sin embargo, se había marchado hasta la última fila de asientos y se había tumbado allí. Creo que pretendía descansar un rato. No comprendía la razón por la que no me había invitado a tumbarme con ella, pero la respeté y no se lo mencioné. Tendría tiempo para preguntarle más adelante. O al menos eso esperaba. El combustible no duraría mucho más y el día avanzaba sin descanso. Si nos quedábamos tirados muy lejos del pueblo, el camino hasta él a pie sería criminal y cabía la posibilidad de que no sobreviviéramos en caso de que nos pillara la noche. A medida que avanzábamos y ganábamos altura, la temperatura descendía. El único de nosotros que estaba más abrigado era Kevin, con sus ropas militares, poco apropiadas para el calor del desierto, pero que ahora le resultarían muy útiles.

Carla se despertó. Levantó la cabeza y me buscó en el interior del autobús. Cuando me encontró, me miró con los ojos hinchados y legañosos y su rostro se iluminó con una sonrisa.

–Hola –le susurré sonriendo y sintiendo como la piel cercana a los raspones de mi cara se estiraba y me producía punzadas de dolor.

–Hola. –Miró en derredor a través de las ventanas y preguntó: –¿Aún no hemos llegado?

Meneé la cabeza frunciendo los labios y arqueando las cejas. Ella se encogió de hombros y se levantó. Sujetándose a los asientos cruzó el pasillo y se sentó en el asiento junto al mío. Cogió mi brazo y lo colocó sobre sus hombros. Se acomodó en el hueco entre mi brazo y mi pecho y cerró los ojos, bostezando. Sentí la tibieza de su pequeño y frágil cuerpo y volví a sentir aquel calor dentro de mi pecho. Era una sensación muy dulce; como si pudiese aspirar hasta que me reventaran los pulmones, como si fueran pozos sin fondo. Me picaron los ojos al humedecerse con lágrimas. Pero no eran de tristeza. No me costó nada reprimirlas, si bien aquello me descolocó. ¿Qué me estaba pasando? ¿Acaso me estaba convirtiendo en un mojigato, un sentimental que se echa a llorar ante la primera prueba de afecto?

Suspiré profundamente, la cabecita de Carla ascendiendo sobre mi pecho, y recuperé el control.

Hasta hacía poco, había pensado que el golpe de suerte que tuve al escapar de la prisión se había visto ocultado por tanta mala suerte desde aquel momento, hacía ya muchos días. Pero quizá no todo lo que me había ocurrido desde entonces había sido para peor. Con Carla, tenía la sensación de que había cerrado un círculo, de que había cicatrizado una antigua y sangrante herida desde mi infancia. Era como si hubiera recuperado a mi hermanita. Kira me había ayudado a recuperar el amor que había perdido con la traición de aquella mujer en la capital de este maldito planeta. Y con Jon Sang y sobre todo con El Cirujano, había vuelto a confiar en unos compañeros y ahora ya amigos. Era como uno de aquellos viajes de iniciación que tanto pregonaban los místicos. Sin embargo no había nada místico en todo el asunto. Más bien habían sido las circunstancias negativas las que me habían forzado, las que me habían revuelto el interior de mi alma y me habían obligado a ver las cosas desde otra perspectiva.

El autobús saltó sobre un bache en el camino y Carla abrió los ojos con alarma. Pero al momento, tras mirar mi tranquilo rostro, se cerraron como si tuviera pesas de plomo atadas a los párpados. Apretujé su cuerpecillo contra mí y sentí como ella me abrazaba con fuerza. Mi pequeña Carla...

Los parches de nieve eran cada vez más abundantes y el terreno más rocoso. La escasa vegetación que habíamos dejado atrás desapareció por completo.

Y entonces el motor eléctrico disminuyó de velocidad. El autobús seguía moviéndose pero con menor velocidad y fuerza. Poco después nos detuvimos. Finalmente había ocurrido. Nos habíamos quedado sin combustible. Jon Sang accionó el freno de mano y se giró en el asiento. Me dedicó una mirada de disculpa como si hubiera sido culpa suya. Yo me encogí de hombros y le sonreí. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Carla levantó la cabeza, esta vez completamente alerta.

–¿Ya hemos llegado? –dijo sonriendo.

–Ya casi –contesté yo haciendo un gesto para que se levantara del asiento para dejarme pasar.

El Cirujano y Kevin caminaron por el pasillo central hasta donde Jon Sang nos miraba sin expresión alguna en su rostro. Yo me reuní con ellos. Kira no se levantó de donde estaba. Parecía seguir durmiendo.

–Avisa a Kira, anda –le dije a Carla cuando se acercó a nosotros. No quería que escuchara lo que teníamos que hablar.

–Bueno, ¿y ahora qué? –inquirió Jon Sang cuando la niña se había alejado.

–Haremos lo que habíamos quedado que haríamos –dijo El Cirujano con un tono de voz cortante. En su rostro no había ni rastro de aquella sonrisa pueril, lo que me preocupaba.

–Vámonos entonces –zanjó Kevin accionando el interruptor que abría la puerta. Esta se deslizó hacia un lado dejando entrar una oleada de viento helado que nos dejó paralizados. –Lo mejor será moverse rápido, andar deprisa, quiero decir. Así nos mantendremos en calor.

Arqueé las cejas asintiendo y frotándome los brazos desnudos. Tenía todos los pelos de punta por el cambio de temperatura tan brusco.

Nos cargamos con todos nuestros enseres y comenzamos el arduo camino.

–¿Qué tal? ¿Has descansado? –le pregunté a Kira.

Ella asintió sonriéndome pero no dijo nada.

Kevin abría la marcha, caminando por el centro de la calzada con el rifle colgado del hombro. Después le seguía El Cirujano, con una mochila en la espalda. Jon Sang avanzaba detrás de este, inclinado por el peso de su propia mochila, la que más peso llevaba. Cerrando la columna, íbamos Carla y yo de la mano y Kira a nuestro lado.

Nuestras bocas eran chimeneas de humo blanco que emanaba cuando hablábamos. El aire frío me quemaba los pulmones al aspirar. De vez en cuando una fuerte ráfaga de viento gélido nos azotaba desde las cumbres obligándonos a inclinarnos contra él para poder seguir avanzando. El frío parecía adormilar el dolor de mi rostro, lo cual agradecí, porque me regaló unas horas de descanso. Podía pensar con mayor claridad y concentrarme en el esfuerzo de la caminata y del frío. Pero por otro lado, eso era prueba suficiente de la temperatura a la que nos estábamos enfrentando y lo peligroso que sería que nos cayera la noche encima. Como el cielo estaba encapotado, no había manera de saber cuando llegaría ese momento. Quizá Kevin llevase un reloj de pulsera, pero me daba miedo preguntarle, por si me decía que habíamos pasado ya el medio día.

Unas horas después de haber comenzado la caminata hicimos un alto y tomamos asiento en el borde del asfalto, a pocos centímetros de la nieve que ya cubría todo el terreno como si se tratara de un impoluto manto blanco. Nos acurrucamos unos a otros dándonos calor. La pobre Carla estaba tiritando. Yo sentía los dedos de las manos entumecidos y atontados. No aguantaríamos mucho de aquel modo. Comimos algo rápidamente y volvimos a ponernos en marcha. Calculé que no habríamos estado más de media hora parados, pero lo sentimos terriblemente en las extremidades. A pesar del cansancio me arrepentí de habernos parado. El frío nos mordía la piel como un terrible animal que quisiera quitarnos primero las partes más vulnerables de nuestra anatomía para después seguir con el resto de nosotros. Las orejas de Jon Sang estaban rojas como tomates y no podía ni tocárselas de lo mucho que le dolían.

Me acerqué a Carla y le deshice la coleta que llevaba anudada en la nuca. Su cabello le protegería las orejas y la nuca.

Avanzábamos lentamente. Jon Sang y El Cirujano caminaban codo con codo, casi pegados detrás de Kevin que seguía abriendo el camino. Yo avanzaba con Carla pegada a mi costado y de vez en cuando le restregaba los brazos para darle calor. Kira caminaba la última, rezagada y con el semblante pálido.

Varias horas transcurrieron sin que ninguno abriera la boca. Estábamos cansados de la caminata pero ninguno pensaba en detenerse. Hacerlo significaría la muerte.

El viento aumentó de intensidad y soplaba continuo y nos traía copos de nieve que nos golpeaban el rostro y se nos metían en los ojos cegándonos. Justo lo que necesitábamos, una tormenta de nieve. El aullido era ensordecedor y en pocos minutos dejamos de ver mucho más adelante. Una cortina blanca calló sobre nosotros y nos impedía ver más allá de varios metros por delante de Kevin.

El Cirujano se volvió y me gritó algo que no conseguí entender. Se detuvo y me acerqué a él encogiéndome de hombros. Ahora prácticamente arrastraba a Carla.

–¡Kira! –me repitió por encima del rugido del viento en mis oídos.

Me volví y entonces entendí lo que me estaba diciendo. No había ni rastro de nuestra compañera. Cierto era que mi campo visual no iba más allá de cinco metros. Cogí a Carla en brazos y se la coloqué a El Cirujano a la espalda. Ella se agarró desorientada y aturdida.

–¡Seguir adelante! –grité –¡Ahora os alcanzo!

Me di media vuelta y comencé a caminar de regreso por el camino que habíamos andado hacía escasos minutos. Observé el suelo que pisaba y me percaté de que la nieve comenzaba a cubrir el negro asfalto con una fina capa blanca y pronto desaparecería bajo ella. Sería imposible encontrar el camino. Estaríamos perdidos para siempre. Debía darme prisa.

Eché a andar con rapidez, siguiendo las huellas que habíamos dejado y que desaparecían ante mis ojos.

Pocos minutos después eché la mirada al suelo y no vi el asfalto. Me detuve. Miré en derredor, buscando señales del camino, pero no encontré ninguna. La ventisca agitaba mis cabellos en todas direcciones y los copos de nieve me mordían las heridas del rostro haciendo que me lagrimearan los ojos.

–¡Kira! –aullé, tratando de que mi voz se escuchara por encima del aullido terrible del viento. Si bien sabía que mi grito se perdería entre el viento y sería inaudible a pocos metros. –¡Kiraaa!

¿Qué podía hacer?

Me agaché en cuclillas y rasqué la capa de nieve en busca del asfalto. Las puntas de los dedos me gritaron de dolor. Los tenía rojos y completamente entumecidos. Me costaba moverlos, como si estuvieran atrofiados.

Me sentí desfallecer. Como si todas las energías se me escaparan por los poros de la piel. Y entonces... vi algo unos metros a mi derecha. Un bulto tirado en el suelo. Me acerqué hasta allí a cuatro patas y suspiré aliviado. Era Kira. Había perdido el conocimiento y estaba tirada y medio enterrada en nieve en el suelo. Hice acopio de todas las fuerzas que me quedaban y me la cargué a la espalda, dejando la mochila en el suelo. Pronto desaparecería bajo la nieve.

Comencé el camino de regreso. Si bien no estaba seguro de llevar la dirección correcta. Caminaba lentamente, temeroso de dar un paso sobre algún acantilado. Mi mente pareció elevarse sobre nuestros cuerpos como si pudiera mirar hacia abajo y verme cargando con el cuerpo de Kira. Como si me hubiera desconectado de toda sensación física. Sentía como los parpados me pesaban y amenazaban con cerrarse.

No veía nada más que blancura por todos lados. Era como estar suspendido en el espacio profundo pero en lugar de ser este negro como la noche, era blanco y estaba lleno de pequeñas partículas que me golpeaban por todos lados como pequeñas cuchillas afiladas.

No sé cuanto rato estuve andando de aquel modo, pero al final me desplomé sobre la suave manta blanca. Mi rostro estaba medio enterrado dejando solo uno de mis ojos por encima de la nieve. Entorné el párpado y me pareció ver algo más adelante. Sería una de aquellas alucinaciones, como las que se tienen cuando se camina mucho rato bajo el intenso sol. La nieve debía tener un efecto similar en la mente.

Sentí como el parpado se me cerraba y todo cambió del blanco al negro...

2 comentarios:

supermarron dijo...

Muy buena tanda de entradas.

A pesar de que la frecuencia de publicación ya no sea tan alta, la calidad no se resiente.

Sigue dandonos estos cliffhangers entre capítulos, pero no tardes tanto en resolverlos :P

Anónimo dijo...

muy buena entrada.
felicitaciones ..