domingo, 11 de marzo de 2007

Dia 8 - Sexta Parte

Me llamó la atención que El Cirujano respirase de una manera tan fuerte.

Eloy seguía roncando en el mismo rincón. No se había movido ni un ápice en las... (eché un vistazo al reloj) cuatro horas que habían pasado. Se le veía muy confiado. Obviamente yo no temía que nos hiciera nada, pero si solo supiera con quien estaba compartiendo el sueño... En fin, como pensé antes, era mejor que no supiera nada sobre nosotros (sobre todo no debía saber nada de mi peculiar compañero). Me levanté estirando los brazos para desperezarme. Había tenido tiempo para pensar mucho. Demasiado. Era como si hubiese regresado a la prisión. Encerrado en aquella cocina. Sin ver la luz del sol. Sin respirar aire fresco. Una mierda. Se supone que debía de estar disfrutando de mi recién recuperada libertad. Como he dicho, una mierda.

Caminé en silencio entre las encimeras metálicas y los armarios, seguramente abarrotados de utensilios culinarios. La respiración de El Cirujano sonaba cerca de la puerta bloqueada que daba al salón de cenas del restaurante. Me moví hacia allí. Tenía cierta curiosidad por ver a mi compañero durmiendo. Quería comprobar si su expresión era de tranquilidad o si, por el contrario, podía distinguir cierto sentimiento de culpabilidad. ¿No suelen decir que las personas malas no duermen tranquilos, que sus atormentadas conciencias no los dejan descansar? Quería comprobar si en el caso de El Cirujano aquello se cumplía.

Pero cuando llegué al último tramo no lo encontré donde se suponía debía estar. Al acercarme más, comprobé que el sonido procedía del otro lado de la puerta bloqueada. Ahora no sonaba como una respiración fuerte, sino como un olfateo. Me detuve, sintiendo como el corazón me daba un vuelco. Una inyección de adrenalina se trasladó por mis venas. Las sombras a mi alrededor se aclararon y el silencio se llenó de sonidos que antes no percibía. Pies arrastrándose. El roce de tela. Leves gemidos. Y aquel peculiar pero preocupante olfateo.

Sentí el contacto de algo frío sobre mi hombro. Dí un brinco y el corazón casi saltó a través de mi boca. Era El Cirujano y me estaba indicando con un gesto que no hiciera ruido. Asentí, a la vez que trataba de tranquilizarme. Tanto susto iba a acabar con mi salud. "Están ahí fuera" dijo mi compañero moviendo los labios pero sin dejar escapar el más mínimo sonido. Volví a asentir. Debíamos marcharnos inmediatamente antes de que se decidieran a entrar. Me pregunté cómo diablos nos habían encontrado.

El olfateo continuó mientras yo regresé a mi rincón para recuperar mi mochila y el rifle de plasma. El Cirujano cargó con la suya y se movió hasta la salida trasera. Yo me moví hasta donde Eloy seguía roncando con placentera tranquilidad, ajeno a lo que ocurría a su alrededor. El suyo si que era un sueño profundo, me dije. Le tapé la boca con fuerza y cuando abrió los ojos asustado le hice el gesto universal de "Silencio". Aquello pareció asustarlo incluso más aún, si cabía. Sentí como comenzaba a temblar. Lo solté y me acerqué a la salida. Joder, el bigotudo me había dejado la mano llena de asquerosas babas. Me limpié en el pantalón tratando de reprimir una arcada.

Entonces me di cuenta de que había dejado de llegar sonidos del otro lado de la barricada. Ni olfateos, ni gemidos, ni roces... nada. Se habían dado cuenta de la falta de los ronquidos, estaba seguro. Entrarían de un momento a otro. Así que tomé una decisión arriesgada y le susurré a Eloy, que se afanaba en recoger sus bártulos y meterlos en una bolsa de tela azul:

-Déjalo, están a punto de entrar...

Nada más decir aquello un terrible estruendo nos sobresaltó. Un segundo golpe fortísimo contra el armario metálico que bloqueaba la salida lo terminó por derribar y pudimos ver, a pesar de la sombras a una bulliciosa masa de cuerpos post-mortem y en el centro una silueta de mayor tamaño coronada por una pequeña cabeza en la que dos ojos terribles, brillaban con una sobrenatural fosforescencia roja. Un rugido, similar al de un león o un tigre, reverberó por las paredes de la cocina.

Aquello terminó de convencer a Eloy que soltó todo y echó a correr hacia donde estábamos nosotros. El Cirujano no esperó y tras abrir la puerta saltó fuera a toda velocidad. Yo parecía estar hipnotizado por aquellos ojos rojos. A pesar de sentir un terror absoluto ante semejante rugido animal, sentía como si manos invisibles me sujetaran las piernas sin dejarme partir.

Un segundo rugido me sacó de mi ensimismamiento haciéndome reaccionar. Eloy pasó como un rayo saliendo por la puerta. Alcé el rifle y disparé varios tiros hacia no muertos que comenzaban a trepar sobre el derribado armario para entrar a la cocina. La enorme silueta oscura de brillantes ojos seguía allí quieta, sin moverse. Aquella cosa no parecía ser como los otros, puro instinto y nada de razonamiento, este parecía ser inteligente. Era solo una impresión, pero como tampoco estaba demasiado interesado en comprobarlo, volvía a disparar una última vez y salí tras mis dos compañeros.

Tal y como me había imaginado, en ocho horas podían pasar muchas cosas y una de ellas era que se nos jodiera el plan. La ley de Murphy nunca falla.

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