jueves, 15 de marzo de 2007

Dia 9

Conseguimos perder a nuestros perseguidores y escondernos en una casita en los lindes orientales del pueblo. Alrededor había un muro de piedra que alcanzaba los dos metros. En el lado occidental había una gran valla metálica con un sistema informático de apertura. Mis conocimientos electrónicos me sirvieron para ganarnos el acceso y volver a cerrar con llave. Entramos a la casa por una ventana abierta y dentro encontramos el deseado cobijo que los dos necesitábamos. Habíamos estado casi una hora avanzando a gran velocidad para alejarnos de ellos y estábamos exhaustos. Sobretodo Carla, que no había dicho ni una palabra desde el incidente en el balcón.

La pequeña se tumbó en un rincón del salón, poco iluminado y yo me recosté en el sofá. Pronto nos quedamos dormidos.

Cuando desperté todo se hallaba a oscuras. Eché un vistazo a un reloj digital sobre la pantalla de televisión. Marcaba las tres de la madrugada. La noche era silenciosa e impenetrable a través de las ventanas. Una leve brisa soplaba agitando las ramas secas de un solitario arbusto plantado en medio del pobre jardín que había en el lado oriental de la propiedad. Me acerqué hasta Carla que dormía con tranquilidad. Habría que solucionar el problema del calzado de la pequeña. Tenía los pies completamente negros y llenos de llagas. Una cosa era caminar por el suelo embaldosado de su antigua casa y otra muy distinta era correr por el asfalto.

Busqué por la casa, en el piso superior y tuve suerte. Una de las habitaciones estaba decorada como la tendría un joven. Rebusqué por el armario y encontré ropa que debía de haber pertenecido a un chico de no más de quince años. Habría que ajustarla, pero serviría. Cogí unos pantalones, una camiseta y unas botas. Bajé a la planta baja y entré en la cocina. Probé el grifo del fregadero. Un chorro sin fuerza de agua caía a través del tubo metálico. Llené una cazuela con agua y cogí un trapo de tela.

Regresé al salón y encontré a Carla sentada en el sofá observando la oscuridad que había tras las sucias ventanas. Me acerqué a ella y dejé sobre la mesa de centro todo lo que había ido recogiendo.

-Aquí tienes ropa limpia... con este trapo y el agua límpiate un poco...

Dicho lo cual regresé a la cocina.

Aquella niña era de lo más extraña. Todos los críos que había conocido en su vida eran pesados, ruidosos y mal educados. Carla por el otro lado era como una sombra. Me seguía a todos lados pero en silencio. Me daba la sensación de estar solo, lo cual tiene sus atractivos. Mis últimos compañeros, tanto El Cirujano como Eloy, habían sido para mí, meros seguros de vida. Nunca he sido una persona que necesitase tener cerca a otros para sentirse bien. Por eso siempre me ha ido tan bien por mi cuenta en mis negocios. En la actual situación me aproveché de tener compañía. Como había pensado en multitud de ocasiones durante estos pocos días, si eramos tres, las probabilidades de morir se reducían por tres. Pero con Carla era diferente. Ella más que reducir las probabilidades se las aumentaba, ahora no solo debía responsabilizarse de sí mismo.

De camino a aquel escondite, había estado pensando. No podría cargar mucho tiempo con ella. Era un objetivo fácil para los post-mortem (como había llegado a llamarlos). Tendría que encontrar a alguien que pudiera hacerse cargo de ella. Yo no podía (y no quería) cargar con aquella responsabilidad. Nofui capaz de dejarla atrás, con todos esas cosas intentando entrar al piso. Si bien, la prioridad ahora era encontrar a alguien que pudiera hacerse cargo de ella.

¿Y si... y si la dejaba en aquella casa apartada y aparentemente protegida, mientras yo acudía a la capital para avisarles de que mandasen a alguien para recogerla? Aquel plan solo sería viable si había suficientes víveres para ella. Al fin y al cabo había aguantado mucho tiempo sola...

Así pues, estaba decidido. Iría solo a la capital a buscar ayuda. De ese modo no correríamos peligros innecesarios ni ella ni yo. Me movería mucho más rápidamente solo.



Carla apareció en la cocina, vestida con la ropa nueva y con las botas en los pies. Su rostro estaba limpio y estaba peinando su largo cabello con un cepillo que había encontrado por la casa. Verla así me hizo sentir como las tripas me daban un vuelco. ¡No! No podía dejarme llevar por sentimentalismos. ¿Por qué me hacía sentir de aquella manera esta pequeña niña? La respuesta estaba en el fondo de mi mente, pero no era capaz de verlo. Algo en ella me revolucionaba las entrañas...

Daba lo mismo, ya me había decidido y si había algo que me caracterizara era que cuando tomaba una decisión, la llevaba acabo hasta el final...


2 comentarios:

Txalin dijo...

Luke, yo soy tu padre xD

Paul J. Martin dijo...

Eres un freaky tío... pero yo más "Un anillo para gobernarlos a todos!"