Dia 8 - Cuarta Parte (Amanecer)
Eloy saboreó el ardiente licor antes de tragarlo frunciendo la expresión. El Cirujano parecía distraído, pero yo escuchaba con sumo interés las palabras de nuestro nuevo compañero.
-Al principio simplemente encontraron una galería oscura y profunda que no impresionó a nadie. No era ni la primera ni (creíamos) la última que se encontrase. No hubo más que un pequeño artículo en uno de los periódicos del pueblo. Pero, pocos días más tarde los trabajadores que habían estado explotando la veta de hierro y habían encontrado la gruta, cayeron enfermos. En cosa de cuarenta y ocho horas, todos estaban metidos en la cama con altas fiebres. Desde la capitál, mandaron ordenes de que no se transladasen a los enfermos al hospital central por peligro de contagio y fueron los médicos los que vinieron a visitarlos a sus casas.
Vacié mi vaso y Eloy ofreció echarme más tequila, pero me negué. Saqué la botella de whiskey que tenía en la mochila y un paquete de cigarrillos. Eché una chorrada generosa de mi licor y me coloqué un cigarrillo entre los labios. El Cirujano me observaba con una leve expresión de desagrado. Estaba claro que él estaba en contra de cualquier vicio pero qué diablos, él tiene sus manías raras, ¿verdad? Así que no le presté la más mínima atención y me centré en la historia que nos relataba Eloy.
-Cada día que pasaba, parecían empeorar. Los médicos no sabían qué les estaba consumiendo por dentro pero todos sospechábamos ya por entonces que la razón había surgido de las oscuras profundidades de aquella gruta...
Bebí un trago de cobrizo licor y sentí como la tibiez bajaba por mi garganta hasta mi estómago. Esto combinado con una profunda calada del cigarrillo me dejó de lo más tranquilo.
-Al quinto día los mineros comenzaron a morir. Les creció una protuberancia en la coronilla de la cabeza, de origen desconocido. Hacía tal presión sobre el cerebro que acababa matando a las víctimas. Se procedió a incinerar los cuerpos lo más rápidamente posible. Los cargaron en un camión y los llevaron a la incineradora que hay en la capital. La última noticia que tuvimos era que el camión nunca llegó a su destino. Mientras los médicos comenzaron a ponerse enfermos con altas fiebres y temblores. No se sabía aún cual era la causa del contagio pero se optó por aislar a los enfermos en el polideportivo hasta que llegasen nuevos médicos que pudieran atenderlos. Nadie vino. Llamamos y llamamos a la capital, pero nadie respondía. Uno o dos se arriesgaron a marcharse para buscar ayuda ellos mismos y nunca regresaron.
Se echó otro trago que yo acompañé con mi propio licor y varias caladas a un nuevo cigarrillo.
-Otros cinco días después de encerrar a los nuevos enfermos -continuó- dejamos de escuchar sus lamentos en el interior del polideportivo y supusimos que habían muerto. Aquella noche desaparecieron varias personas y todo el pueblo se movilizó para buscarlos. Descubrimos que las puertas del polideportivo estaban abiertas y los cadáveres faltaban. Y entonces los vimos... caminaban como moribundos pero en cuanto nos vieron echaron a correr hacia nosotros. No sabíamos que eran peligrosos, así que no escapamos y cuando nos alcanzaron, se lanzaron contra los pobres infelices mordiéndolos en cualquier sitio, comiendo... fue horrible. Cada día que pasaba había más y más. Algunos trataron de darlos caza, pero no había manera de detenerlos, les hicieras lo que les hicieras seguían moviéndose. Poco a poco, fui quedando solo... Sois las primeras personas vivas que veo en una semana.
Los tres guardamos silencio durante unos minutos. Eloy se sirvió otro trago que se echó al coleto de una vez, frunciendo el rostro.
-Está claro lo que debemos hacer -mis dos compañeros me observaron expectantes-. Debemos llegar hasta la capital y escapar del planeta con una nave. ¿Tienes más munición para la escopeta?
-No.
-Entonces el único arma que tenemos son los cuchillos y el rifle de plasma con media batería.
Enrosqué el tape a la botella de whiskey y guardé la botella en mi mochila. Saqué de la misma varias latas de conservas y coloqué una delante de cada uno.
-Ahora comamos, esta noche nos marcharemos de este maldito pueblo.
-Al principio simplemente encontraron una galería oscura y profunda que no impresionó a nadie. No era ni la primera ni (creíamos) la última que se encontrase. No hubo más que un pequeño artículo en uno de los periódicos del pueblo. Pero, pocos días más tarde los trabajadores que habían estado explotando la veta de hierro y habían encontrado la gruta, cayeron enfermos. En cosa de cuarenta y ocho horas, todos estaban metidos en la cama con altas fiebres. Desde la capitál, mandaron ordenes de que no se transladasen a los enfermos al hospital central por peligro de contagio y fueron los médicos los que vinieron a visitarlos a sus casas.
Vacié mi vaso y Eloy ofreció echarme más tequila, pero me negué. Saqué la botella de whiskey que tenía en la mochila y un paquete de cigarrillos. Eché una chorrada generosa de mi licor y me coloqué un cigarrillo entre los labios. El Cirujano me observaba con una leve expresión de desagrado. Estaba claro que él estaba en contra de cualquier vicio pero qué diablos, él tiene sus manías raras, ¿verdad? Así que no le presté la más mínima atención y me centré en la historia que nos relataba Eloy.
-Cada día que pasaba, parecían empeorar. Los médicos no sabían qué les estaba consumiendo por dentro pero todos sospechábamos ya por entonces que la razón había surgido de las oscuras profundidades de aquella gruta...
Bebí un trago de cobrizo licor y sentí como la tibiez bajaba por mi garganta hasta mi estómago. Esto combinado con una profunda calada del cigarrillo me dejó de lo más tranquilo.
-Al quinto día los mineros comenzaron a morir. Les creció una protuberancia en la coronilla de la cabeza, de origen desconocido. Hacía tal presión sobre el cerebro que acababa matando a las víctimas. Se procedió a incinerar los cuerpos lo más rápidamente posible. Los cargaron en un camión y los llevaron a la incineradora que hay en la capital. La última noticia que tuvimos era que el camión nunca llegó a su destino. Mientras los médicos comenzaron a ponerse enfermos con altas fiebres y temblores. No se sabía aún cual era la causa del contagio pero se optó por aislar a los enfermos en el polideportivo hasta que llegasen nuevos médicos que pudieran atenderlos. Nadie vino. Llamamos y llamamos a la capital, pero nadie respondía. Uno o dos se arriesgaron a marcharse para buscar ayuda ellos mismos y nunca regresaron.
Se echó otro trago que yo acompañé con mi propio licor y varias caladas a un nuevo cigarrillo.
-Otros cinco días después de encerrar a los nuevos enfermos -continuó- dejamos de escuchar sus lamentos en el interior del polideportivo y supusimos que habían muerto. Aquella noche desaparecieron varias personas y todo el pueblo se movilizó para buscarlos. Descubrimos que las puertas del polideportivo estaban abiertas y los cadáveres faltaban. Y entonces los vimos... caminaban como moribundos pero en cuanto nos vieron echaron a correr hacia nosotros. No sabíamos que eran peligrosos, así que no escapamos y cuando nos alcanzaron, se lanzaron contra los pobres infelices mordiéndolos en cualquier sitio, comiendo... fue horrible. Cada día que pasaba había más y más. Algunos trataron de darlos caza, pero no había manera de detenerlos, les hicieras lo que les hicieras seguían moviéndose. Poco a poco, fui quedando solo... Sois las primeras personas vivas que veo en una semana.
Los tres guardamos silencio durante unos minutos. Eloy se sirvió otro trago que se echó al coleto de una vez, frunciendo el rostro.
-Está claro lo que debemos hacer -mis dos compañeros me observaron expectantes-. Debemos llegar hasta la capital y escapar del planeta con una nave. ¿Tienes más munición para la escopeta?
-No.
-Entonces el único arma que tenemos son los cuchillos y el rifle de plasma con media batería.
Enrosqué el tape a la botella de whiskey y guardé la botella en mi mochila. Saqué de la misma varias latas de conservas y coloqué una delante de cada uno.
-Ahora comamos, esta noche nos marcharemos de este maldito pueblo.
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