jueves, 29 de marzo de 2007

Dia 12 - Cuarta Parte

Llegamos hasta un local ubicado en lo más profundo del edificio. Estaba iluminado por pequeñas lámparas de queroseno. Una pareja estaba sentada en un rincón sobre un colchón, cuchicheando. Al vernos llegar, se levantaron con expresiones de terror y sorpresa, pero al percatarse de que la joven seguía llevando la pistola en la mano, parecieron relajarse.

El tipo parecía rondar los cuarenta, era alto y le sobraban diez kilos. La alopecia lo había desprovisto de la mayor parte del cabello. Y lo que más llamó mi atención fueron sus ojos azules que parecían brillar con luz propia. La mujer que estaba a su lado, parecía un poco más joven que él, pero de la misma generación. Tenía el pelo recogido en una coleta y unas oscuras ojeras le daban un aspecto demacrado. Curiosamente, los dos vestían ropas limpias y que parecían nuevas y su higiene personal, parecía impecable. A la luz blanca de las lámparas de queroseno pude echar un mejor vistazo de las dos mujeres que nos habíamos encontrado en el pasillo. La enfermera parecía rondar la cincuentena. La joven, en cambio, a la luz, parecía ser más joven de lo que la primera impresión me había dicho… y más guapa también.

Después me di cuenta del aspecto que teníamos nosotros. La verdad era que la primera impresión de cualquiera que nos viera, sería de que éramos post-mortem recientes. Yo tenía una barba de varios días y los cabellos revueltos en la cabeza. Nuestra ropa estaba sucia y rota. No debíamos de oler muy bien, claro que eso yo no lo notaba. El único que tenía un aspecto mínimamente decente era El Cirujano. No sé como se las había arreglado para afeitarse hacía menos de veinticuatro horas. Debía de haberlo hecho con el cuchillo de caza… Me di cuenta que si bien sus pantalones acusaban los últimos días como los de los demás, su camisa seguía tan limpia y nueva como el primer día, con aquel amarillo chillón estampado tan playero. ¡Dios! ¿Cómo era capaz de llevar una camisa tan ridícula?

La enfermera nos indicó un colchón, en un rincón del local, para que tumbáramos a Jon Sang. Una vez lo dejamos allí se afanó con un bote de alcohol, unas gasas y unas pinzas. Cuando acabase con mi compañero, le pediría las pinzas para mí.

El hombre con poco pelo se acercó a nosotros y rápidamente JB le ofreció la mano, presentándose del mismo modo que lo había hecho con migo. Sin embargo el tono que utilizó al decir “nosotros” parecía inducir a que aquí, era él el que tomaba las decisiones. No me gustó un pelo, pero no dije nada. No quería dar la impresión de que nos enfrentábamos por el liderazgo. A mi el liderazgo del grupo me traía sin cuidado, lo que me hubiera gustado dejar claro, que no hice, fue que nadie tomaba decisiones por mi.

–Me llamo Francoise y esta es mi mujer Stefanie –dijo el cuarentón alopécico señalando a la mujer que lo acompañaba.

El Cirujano y yo nos presentamos. Mi compañero parecía incómodo. La sonrisa había desaparecido de sus labios y miraba con cierto recelo a Fracoise.

La chica joven, se acercó dejando la pistola sobre una mesa colocada en el centro del local y se presentó dándonos la mano.

–Me llamo Kira y ya perdonareis mi desconfianza, uno no puede fiarse de nadie en esta situación…

La última en acercarse al pequeño grupo que habíamos formado fue Carla. Con timidez y sin levantar la mirada caminó hasta nosotros tirando de mi camisa.

–Tengo hambre.

–Anda, quien es esta señorita –exclamó Stefanie agachándose hasta ponerse en cuclillas con una cálida sonrisa en el rostro.

Carla se escondió detrás de mí asomando la cabeza sonrojada.

–Se llama Carla y necesita comer… –expliqué.




Horas después, estábamos sentados a la mesa. Habíamos saciado nuestra sed y hambre y charlábamos tranquilamente a la luz de las lámparas de queroseno. Un reloj digital, colgado de una pared, marcaba las once de la noche. Jon Sang, dormía plácidamente con vendas por el rostro después de que la enfermera le administrase un calmante. Ella después se ocupó de mi y llegó a extraerme varios trozos de vidrio del cuello y uno de la mejilla. Me negué rotundamente a que me vendara los cortes y se limitó a echar abundante alcohol en ellos. Me escoció horrores, pero aguanté estoicamente sintiendo como un par de lagrimones caían por mis mejillas. Después se presentó y dijo que se llamaba Irina.

Como habíamos dormido la mañana anterior, no teníamos sueño. Bueno, menos Jon Sang, que por otro lado era lógico que estuviera cansado; había sufrido muchos dolores.

–¿Hacia dónde os dirigíais? –inquirió Francoise. Se dirigió directamente a JB. Se ve que había calado el supuesto de que él estaba a nuestro cargo. “¡Fantasma!”pensé sonriente. En el fondo me hacía gracia aquella manera fanfarrona que tenía de hablar. Como decoraba todo lo que decía con cierto aire de triunfalismo y superioridad. Mientras no nos pusiera en peligro, resultaba cómico.

–Pues, Jon Sang, Dorf y yo estábamos organizando una operación de recaptura de la ciudad, pero –continuó explicando, sin siquiera reparar en el detalle de que ellos no sabían quién era Dorf– cuando ellos aparecieron –hizo un gesto señalándonos a mi y a El Cirujano –los bichos esos nos cercaron en una nave industrial de la zona norte. Tuvimos que salir por patas de allí… Jodo nos libramos por los pelos… eso sí, me cargué todos los hijo-putas que pude… –se echó a reír reclinándose en la silla.

–Nosotros teníamos pensado llegar a la capital –dije yo cuando JB dejó de reírse.

–¿Para qué? La epidemia también se ha extendido allí.

–¿Seguro? –pregunté con ciertas dudas.

–¿No te enteraste? Poco antes de que la situación se descontrolara aquí, emitieron por la televisión un noticiario de emergencia.

–Eh… –tenía que pensar algo rápido, pero me había bloqueado. No podía contarles que éramos presos fugados de una prisión espacial. Eso no ayudaría a acrecentar su confianza en nosotros.

–Nuestra nave se estrelló en el desierto junto al pueblo minero que hay al norte de aquí –explicó El Cirujano con tranquilidad. ¡Se había vuelto loco! ¿Es que pensaba contarles todo? ¿También les contaría que él había sido condenado a cadena perpetua por múltiples asesinatos? –Somos transportistas y tuvimos un fallo en los motores que nos obligó a descender aquí. Es en aquel pueblo donde encontramos a la adorable Carla… –estiró su brazo para acariciar el suave rostro de la pequeña. Ella sonrió agradecida mientras bebía un refresco que le había entregado Stefanie.

Respiré aliviado, recordando que mi compañero, sería lo que fuera, pero desde luego no era un estúpido. Saqué un cigarrillo y me lo encendí con una expresión de placer en el rostro. Percibí desaprobación por parte del matrimonio y de la enfermera, pero la verdad es que me daba lo mismo lo que pudieran pensar. Necesitaba un poco de nicotina y nadie iba a evitar que tomara mi dosis…

–Teníamos previsto ir a la capital para conseguir otra nave y salir de este maldito planeta –dije exhalando una nube azul que se elevó sobre la mesa.

Los demás continuaron charlando. De vez en cuando hablaba JB, arrogante como siempre, pero no presté atención a sus palabras. Lo que me tenía ocupado era la idea de que necesitaba un cambio de planes. El objetivo final seguía siendo llegar hasta la capital, desactivar las defensas del planeta y largarme de aquí con una nave. Pero si conseguía convencer a estos de que me acompañaran… Seríamos cuatro más. Una enfermera, eso siempre venía bien; un matrimonio que seguro atendería mejor a la pequeña Carla, y la joven… La verdad es que no tenía otra utilidad que los huevos que había demostrado tener. Alguien con tantas pelotas seguro que nos vendría bien… bueno… y siendo sincero… era muy atractiva y me gustaba la idea de tenerla cerca.

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