lunes, 19 de marzo de 2007

Dia 11 - Primera Parte

Estaba sentado frente a la pantalla del salón viendo un programa infantil que me gustaba mucho. Los rayos del sol entraban por las ventanas iluminando la sala con una cálida luz dorada.

El vaso lleno de fresca agua que sujetaba en mi mano condensaba gotas de agua en su superficie que acababan cayendo en mi pierna desnuda. Era una sensación agradable que contrastaba con el acuciante calor del día veraniego.

Mi madre entró al salón con una sonrisa en el rostro.

-Nos vamos. Tu hermana está en el dormitorio. Ten cuidado ¿eh?

-Si mama –contesté yo con una voz pueril y aguda.

Mi padre entró también y se despidió de mi. Después se marcharon dejándonos solos a mi hermana y a mi. Era la primera vez que nos dejaban solos. Iban a celebrar su aniversario. Y me habían dejado a mí al cargo de mi hermanita.

Las horas pasaban y yo seguí viendo la televisión, programa tras programa. Mi hermana, como de costumbre, seguía en su habitación. Debía de estar jugando con alguna muñeca. No me preocupé de averiguarlo. Por aquella época, mi hermana era uno de los problemas de mi vida. Como era la pequeña, todas las atenciones y mimos iban dirigidas hacia ella. Por supuesto, cuando pasaba algo y había que echar una bronca, siempre era yo el objetivo de los enfados de mis padres.

Fui a la cocina y cogí un refresco de la nevera. Mis padres no me habrían dejado, pero estando ellos ausentes, me permití tomarme aquella libertad. Algún beneficio tendría que me hubiesen dejado al cargo de mi hermanita.

Aprovechando que me había levantado, me acerqué al dormitorio de mi hermana. Estaba vacío. ¿Dónde se había metido? Recorrí toda la planta alta en su busca. No la encontré. Mientras pensaba en los escondrijos habituales en donde se solía esconder cuando jugaba miré por la ventana que había en el dormitorio de mis padres. Desde allí tenía una bonita vista del valle. Justo debajo estaba la parte trasera de nuestro jardín, rodeado por una bonita valla de madera pintada de blanco y en el centro la piscina.

Entonces la encontré. Mi hermanita estaba jugando con una pelota hinchable en el jardín, junto a la piscina.

Fastidiado por haber estado buscándola, bajé al salón y continué viendo la serie de dibujos animados.

Paso mucho rato y la serie terminó. Agudicé el oído, pero no escuchaba nada. Algo extrañado salí por la puerta del salón que daba al jardín. Mi hermana no estaba allí.

¿Dónde se había metido ahora?

Estaba a punto de recorrer la casa de nuevo cuando me percaté de un detalle que llamó mi atención. La pelota hinchable estaba flotando sobre la superficie de agua de la piscina.

Sentí como unas inmensas nauseas se acumulaban en la boca de mi estómago.

Eché a correr hacia allí y me asomé, sin estar muy seguro de lo que iba a encontrarme, pero con temor de todos modos.

El cuerpo inerte de mi hermana pequeña flotaba boca abajo junto al borde de la piscina. Sus cabellos castaños abiertos en abanico escondiendo su pálido rostro.

Desperté sobresaltado y sudando. El corazón me latía a cien por hora y las palmas de mis manos estaban mojadas pero frías. Había sido un sueño.

Tardé unos segundos en ubicarme. Estaba en uno de los asientos traseros del vehículo que había encontrado abandonado en la calle y avanzábamos de camino a la capital de Ypsilon-6 por una carretera secundaria. Cuando los primeros rayos del sol aparecieron por el horizonte, El Cirujano me relevó al volante y yo aproveché para echar una siesta.

En el asiento a mi lado dormía plácidamente Carla. Su sedoso cabello castaño desparramado por el pecho. A la luz diurna del mediodía, pude observar los suaves rasgos de la pequeña y sentí aquella presión en el pecho. Ahora entendía de dónde provenían aquellas emociones. Había olvidado por completo aquella etapa de mi infancia. Era como si hubiese construido un muro alrededor de aquel recuerdo y la pequeña Carla hubiese actuado como un martillo para derribarlo.

Aquella era la razón de que me sintiera responsable. Y también me di cuenta de que aquel sentimiento de responsabilidad era irreal, por lo tanto. Era un acto reflejo de mi subconsciente que trataba de enmendar aquel error fatídico de mi infancia. Por mucho que cuidase a Carla, mi hermanita no regresaría. Era una emoción irracional, sin lógica... desechable. Siempre había creído que nuestras vidas debían guiarse por la lógica y la razón, no por los pulsos del subconsciente. Esta era la razón de que todo me hubiese ido tan bien hasta que me empapelaron. Y no había que olvidar que la razón para que me cogieran fue por fiarme de mis sentimientos y no de mi razón.

Además, mi compañero me lo había puesto más fácil. Parecía sentir cierta responsabilidad sobre la niña. Eso me quitaba un peso de encima...

-Nos acercamos a una población –dijo El Cirujano sacándome de mis cavilaciones.

Eché un ojo por encima del asiento, a través de la luna frontal, y vi un grupo de edificios pequeños que aparecían por el horizonte.

Una duda se formó en mi mente... ¿se habría extendido la plaga de post-mortem hasta allí?

3 comentarios:

supermarron dijo...

Después de la tempestad llega la calma. Gran capítulo el anterior, con tensión y bien resuelto. Y buena continuación ésta, dando volumen a Max.
Y ahora la hecatombe, ¿no? Llegamos a la capital, y si un pueblecillo ya era peligroso, una urbe futurista puede ser la gran masacre. Y tengo ganas de ver muchas cosas, pero sobre todo al Cirujano siendo quien intuimos que es y a Carla dándole a Max motivos para mantenerla a salvo pateando culos de post-mortem. Que la niñas ya sabemos todos que pueden ser muy malas XD

supermarron dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
supermarron dijo...

Por cierto, la escena de la piscina me ha recordado a un relato corto de Chuck Palahniuk que recomiendo encarecidamente leer:
Tripas

o en el original:
Guts