Dia 8 - Primera Parte (Madrugada)
Un crujido me despertó. Me había quedado dormido mientras disfrutaba del cigarrillo y recordaba viejos tiempos. Eché un vistazo al lugar donde había estado El Cirujano pero lo encontré vacío. Lo primero que cruzó mi cabeza fue que se había marchado mientras yo dormía, dejándome solo. Fue una sensación extraña de soledad e impotencia. Parece mentira como te agarras a un clavo ardiendo cuando no tienes otra cosa a mano... asustarme de perder de vista a un psicópata... a qué había llegado...
Todo el local estaba a oscuras, si bien una tenue iluminación blanquecina entraba por la cristalera del comercio. Alguien me agarró del hombro. Pegué un bote pero no grité porque me taparon la boca. Miré con los ojos desorbitados y vi que era El Cirujano y me hacía señas para que guardara silencio. Asentí y retiró la mano de mi rostro. Hizo un gesto con la cabeza para que mirase hacia el exterior, a través de los cristales, y pude ver como una abundante masa de siluetas se había acumulado frente al local. No hacían el menor ruido, pero pude distinguir que se estaban acercando lentamente ¡Nos habían cercado!
El Cirujano me entregó una mochila de nylon vacía y sonrió. Asentí de nuevo y lo primero que metí en ella fue el cartón de tabaco y la botella empezada de whiskey. Después me arrastré sin hacer ruido hasta la zona de las conservas y metí varias docenas de latas sin siquiera mirar de qué eran.
Mi compañero me hizo señas desde las sombras y me acerqué a él. Había cogido dos cuchillos de cocina de quince centímetros. Me entregó uno a mi y se guardó el otro en una mochila que llevaba él. Ya estábamos listos, ahora había que marcharse de allí.
Entonces me percaté de que no había cogido agua. ¡Mierda! No aguantaríamos mucho sin agua. Comencé a arrastrarme de vuelta hacia la zona del agua cuando la puerta de cristal del local estalló en mil pedazos y varias de las siluetas entraron tropezando con todo y gimiendo como animales.
El Cirujano me agarró de la camisa y tiró de mi hacia el fondo de la tienda. Nos arrastramos lo más rápido que pudimos entre los pasillos internándonos entre las sombras. Llegó un momento que seguía los sonidos que mi compañero hacía al moverse porque no veía ni a dos palmos de mi nariz.
Entonces me golpeé el rostro contra algo metálico dándome la impresión de que me había partido la nariz. Ahogué una maldición y traté de encontrar el camino, pero no veía nada. Detrás de mí podía escuchar como los gemidos y golpes se acercaban cada vez más. Intenté avanzar con una mano por delante, pero no hacía más que topar con estantería tras estantería. Ya no escuchaba a mi compañero, debía de andar muy lejos.
Los gemidos se acercaban cada vez más y yo no conseguía encontrar mi camino.
No me quedaba otra salida que enfrentarme a ellos cuando me alcanzasen... pero me di cuenta, como si acabara de recibir una ducha fría, que no tenía el rifle de plasma. ¿Dónde diablos lo había dejado? Mira que era estúpido, eso tenía que haber sido lo primero para coger. Me la debía de haber dejado atrás donde me había quedado dormido. Enfrentarme a ellos quedaba descartado pues.
Volví a intentar encontrar el camino, pero las malditas estanterías estaban por todos lados... ¿habría llegado a un pasillo sin salida? Aquel pensamiento me hizo enloquecer mientras escuchaba, cada vez con más claridad, los gemidos que se acercaban.
-¿Dónde estás? -susurré desesperado- ¡José! ¿Me oyes?
No obtuve respuesta alguna, a excepción de los gemidos que se intensificaron como respuesta a mis llamadas. No me quedaba otra alternativa, tendría que hacerlo... Saqué del bolsillo de mis pantalones el mechero y lo encendí. Una burbuja de luz amarillenta creció a mi alrededor alejando las sombras. Gracias a Dios no era un pasillo sin salida, simplemente me había estado chocando contra una esquina. Aproveché la luz para echar un vistazo en la dirección de la que venían nuestros perseguidores. Mi mano comenzó a temblar locamente ante la imagen que se ofrecía ante mis ojos. Un tipo alto y fuerte y una mujer mayor caminaban hacia mí. Me observaban con sendas miradas vacías pero terroríficas. Los dos tenían un aspecto deplorable, la piel pálida pero amarillenta ante la luz de mi mechero, los ojos desorbitados e inyectados en sangre, las ropas mugrientas y deshilachadas, él una mortal herida de bala en el pecho y, por supuesto, los dos tenían el tumor carnoso y palpitante en la cima de sus cabezas.
El tipo abrió la boca y un gorgojeo acuoso y gutural surgió de su garganta. Un hilo de babas le escurrió del labio, estirándose hasta el suelo casi.
Algo en mi interior se encendió, como un resorte instintivo que todo ser humano tiene genéticamente y le avisa del peligro de muerte. Me levanté de un salto y eché a correr por el pasillo cubriendo con la palma de mi mano la llama para mantenerla encendida.
Pude escuchar como mis perseguidores echaban a correr a su vez. No me atrevía a mirar por encima de mi hombro, pero hubiera jurado que estaban a menos de metro y medio de mi.
El mango del mechero comenzó a quemar, pero aguanté estoicamente el dolor sabiéndome perdido si este se apagaba y me dejaba en un mar de oscuridad, nada podría salvarme entonces.
¡Un rayo de esperanza! Vi a mi compañero un poco más adelante corriendo también. Lo seguí y llegamos hasta el final del gran local, topando con una pared. Pero había una puerta en aquella pared. El Cirujano entró y sujetó la puerta abierta para que pudiera pasar a la carrera. Cuando lo hice, él la cerró de golpe sujetando el pomo. Caí contra el suelo dejando escapar un alarido de dolor al soltar el mechero por fin.
Nuestros perseguidores chocaron contra la puerta con un ruido metálico que reverberó por las paredes de cemento que nos rodeaban pero que no podíamos ver en la penetrante oscuridad.
-¡Ven a ayudarme, tío! -exclamó El Cirujano con voz agitada. En el fondo aquello me alegro, ya era hora de que algo le afectara ¡joder!
-Ya te echo una mano yo...
¿Quién coño había dicho eso?
-Ah, vale... -contestó mi compañero a aquella voz desconocida que surgía de la oscuridad.
¡Había alguien más allí con ellos! Traté de coger el mechero pero quemaba demasiado y mis dedos ya estaban muy doloridos. Sin embargo no me hizo falta, en aquel momento una luz blanca y aséptica iluminó lo que era un pasillo ancho de suelo de cemento y paredes blancas. Del techo colgaban unos fluorescentes. El pasillo comenzaba en la puerta que habíamos atravesado y continuaba una docena de metros hasta que terminaba en otra puerta mucho más amplia con una persiana metálica cerrándola. Junto a mi compañero, había un tipo, de prominente barriga pelo oscuro y ligeramente canoso, y un espeso bigote sobre los labios.
Lo que más me sorprendió no fue su aspecto sino la escopeta que sujetaba con ambas manos y con la que apuntaba a El Cirujano.
Todo el local estaba a oscuras, si bien una tenue iluminación blanquecina entraba por la cristalera del comercio. Alguien me agarró del hombro. Pegué un bote pero no grité porque me taparon la boca. Miré con los ojos desorbitados y vi que era El Cirujano y me hacía señas para que guardara silencio. Asentí y retiró la mano de mi rostro. Hizo un gesto con la cabeza para que mirase hacia el exterior, a través de los cristales, y pude ver como una abundante masa de siluetas se había acumulado frente al local. No hacían el menor ruido, pero pude distinguir que se estaban acercando lentamente ¡Nos habían cercado!
El Cirujano me entregó una mochila de nylon vacía y sonrió. Asentí de nuevo y lo primero que metí en ella fue el cartón de tabaco y la botella empezada de whiskey. Después me arrastré sin hacer ruido hasta la zona de las conservas y metí varias docenas de latas sin siquiera mirar de qué eran.
Mi compañero me hizo señas desde las sombras y me acerqué a él. Había cogido dos cuchillos de cocina de quince centímetros. Me entregó uno a mi y se guardó el otro en una mochila que llevaba él. Ya estábamos listos, ahora había que marcharse de allí.
Entonces me percaté de que no había cogido agua. ¡Mierda! No aguantaríamos mucho sin agua. Comencé a arrastrarme de vuelta hacia la zona del agua cuando la puerta de cristal del local estalló en mil pedazos y varias de las siluetas entraron tropezando con todo y gimiendo como animales.
El Cirujano me agarró de la camisa y tiró de mi hacia el fondo de la tienda. Nos arrastramos lo más rápido que pudimos entre los pasillos internándonos entre las sombras. Llegó un momento que seguía los sonidos que mi compañero hacía al moverse porque no veía ni a dos palmos de mi nariz.
Entonces me golpeé el rostro contra algo metálico dándome la impresión de que me había partido la nariz. Ahogué una maldición y traté de encontrar el camino, pero no veía nada. Detrás de mí podía escuchar como los gemidos y golpes se acercaban cada vez más. Intenté avanzar con una mano por delante, pero no hacía más que topar con estantería tras estantería. Ya no escuchaba a mi compañero, debía de andar muy lejos.
Los gemidos se acercaban cada vez más y yo no conseguía encontrar mi camino.
No me quedaba otra salida que enfrentarme a ellos cuando me alcanzasen... pero me di cuenta, como si acabara de recibir una ducha fría, que no tenía el rifle de plasma. ¿Dónde diablos lo había dejado? Mira que era estúpido, eso tenía que haber sido lo primero para coger. Me la debía de haber dejado atrás donde me había quedado dormido. Enfrentarme a ellos quedaba descartado pues.
Volví a intentar encontrar el camino, pero las malditas estanterías estaban por todos lados... ¿habría llegado a un pasillo sin salida? Aquel pensamiento me hizo enloquecer mientras escuchaba, cada vez con más claridad, los gemidos que se acercaban.
-¿Dónde estás? -susurré desesperado- ¡José! ¿Me oyes?
No obtuve respuesta alguna, a excepción de los gemidos que se intensificaron como respuesta a mis llamadas. No me quedaba otra alternativa, tendría que hacerlo... Saqué del bolsillo de mis pantalones el mechero y lo encendí. Una burbuja de luz amarillenta creció a mi alrededor alejando las sombras. Gracias a Dios no era un pasillo sin salida, simplemente me había estado chocando contra una esquina. Aproveché la luz para echar un vistazo en la dirección de la que venían nuestros perseguidores. Mi mano comenzó a temblar locamente ante la imagen que se ofrecía ante mis ojos. Un tipo alto y fuerte y una mujer mayor caminaban hacia mí. Me observaban con sendas miradas vacías pero terroríficas. Los dos tenían un aspecto deplorable, la piel pálida pero amarillenta ante la luz de mi mechero, los ojos desorbitados e inyectados en sangre, las ropas mugrientas y deshilachadas, él una mortal herida de bala en el pecho y, por supuesto, los dos tenían el tumor carnoso y palpitante en la cima de sus cabezas.
El tipo abrió la boca y un gorgojeo acuoso y gutural surgió de su garganta. Un hilo de babas le escurrió del labio, estirándose hasta el suelo casi.
Algo en mi interior se encendió, como un resorte instintivo que todo ser humano tiene genéticamente y le avisa del peligro de muerte. Me levanté de un salto y eché a correr por el pasillo cubriendo con la palma de mi mano la llama para mantenerla encendida.
Pude escuchar como mis perseguidores echaban a correr a su vez. No me atrevía a mirar por encima de mi hombro, pero hubiera jurado que estaban a menos de metro y medio de mi.
El mango del mechero comenzó a quemar, pero aguanté estoicamente el dolor sabiéndome perdido si este se apagaba y me dejaba en un mar de oscuridad, nada podría salvarme entonces.
¡Un rayo de esperanza! Vi a mi compañero un poco más adelante corriendo también. Lo seguí y llegamos hasta el final del gran local, topando con una pared. Pero había una puerta en aquella pared. El Cirujano entró y sujetó la puerta abierta para que pudiera pasar a la carrera. Cuando lo hice, él la cerró de golpe sujetando el pomo. Caí contra el suelo dejando escapar un alarido de dolor al soltar el mechero por fin.
Nuestros perseguidores chocaron contra la puerta con un ruido metálico que reverberó por las paredes de cemento que nos rodeaban pero que no podíamos ver en la penetrante oscuridad.
-¡Ven a ayudarme, tío! -exclamó El Cirujano con voz agitada. En el fondo aquello me alegro, ya era hora de que algo le afectara ¡joder!
-Ya te echo una mano yo...
¿Quién coño había dicho eso?
-Ah, vale... -contestó mi compañero a aquella voz desconocida que surgía de la oscuridad.
¡Había alguien más allí con ellos! Traté de coger el mechero pero quemaba demasiado y mis dedos ya estaban muy doloridos. Sin embargo no me hizo falta, en aquel momento una luz blanca y aséptica iluminó lo que era un pasillo ancho de suelo de cemento y paredes blancas. Del techo colgaban unos fluorescentes. El pasillo comenzaba en la puerta que habíamos atravesado y continuaba una docena de metros hasta que terminaba en otra puerta mucho más amplia con una persiana metálica cerrándola. Junto a mi compañero, había un tipo, de prominente barriga pelo oscuro y ligeramente canoso, y un espeso bigote sobre los labios.
Lo que más me sorprendió no fue su aspecto sino la escopeta que sujetaba con ambas manos y con la que apuntaba a El Cirujano.
1 comentario:
Buen final. Sigue así que esto coge velocidad de crucero ya y engancha. Necesito saber quien es ese gordo ya.
XD
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