jueves, 22 de febrero de 2007

Dia 5 - Primera parte

Me he despertado rodeado de un sepulcral silencio. Entonces un pequeño estallido de un fluorescente en el techo del pasillo me ha hecho alzar la mirada hacia arriba. Cables colgantes despedían chispas mientras se mecían de lado a lado amenazadores. Uno de ellos se acercaba peligrosamente a los barrotes de mi celda contra los que mi cuerpo estaba apretado.

De un rápido movimiento me separé sin percatarme de que los barrotes estaban incrustados en el suelo y este estaba formado por planchas de metal que bien habrían transmitido la tensión hasta mi maltrecho y dolorido cuerpo.

Mi cabeza parecía estallar de un dolor punzante en la sien derecha. Me toqué con unos temblorosos dedos y comprobé que sangre seca me manchaba la mitad del rostro. Aquel golpe me debía de haber hecho perder el conocimiento. También sentí el bulto en la parte trasera de mi cráneo de otro golpe. Este lo recodaba perfectamente. Me lo había dado antes de caer inconsciente.

Hice memoria para tratar de averiguar qué había pasado y recordé las explosiones y los vuelcos que dio el suelo bajo mis pies.

Ahora sin embargo, todo estaba inmóvil y en silencio. Conseguí escuchar un lejano gemido moribundo procedente de alguna celda de mi pasillo.

Me asomé al mismo y vi que muchos fluorescentes estaban apagados y otros parpadeaban incansables intentando retomar su verdosa luminosidad. Las chispas saltaban de los lugares más insospechados en donde algún cable roto hacía contacto, pero por lo demás todo estaba inmóvil.

Agarré los barrotes y tiré con fuerza. El cerrojo magnético estaba intacto y no se abrió. Estaba atrapado en aquella tumba volante.

Entonces vi una silueta acercarse. Era Gleny que me observaba con un feo corte en la frente que aún sangraba. Las gotas bermejas le corrían por la mejilla hasta saltar de su barbilla. Sonrió ligeramente.

-Me alegro de verte con vida, Max.

-Yo también me alegro de estar vivo. Ayúdame a salir de aquí.

-Voy...

Un estallido interrumpió a mi compañero. Escuche varias voces gritando. Gleny se apoyó contra la pared del frente y comenzó a disparar un rifle de plasma en dirección a la salida del pasillo.

Un disparo perdido procedente de allí alcanzó uno de los barrotes junto a mi rostro y me tiré al fondo de la celda cubriéndome lo mejor que podía.

El tiroteo duró varios minutos. Unos cuantos alaridos me descubrieron que Gleny era buen tirador, sin embargo una de las balas de los guardias que le disparaban le dio en la garganta y este calló sin vida al suelo mientras borbotones de sangre se desparramaban al frío suelo metálico, ahora lleno de escombros.

Mi única esperanza de escapatoria se había esfumado tan rápidamente como la vida del pobre Gleny.

Escuché como los pasos de los guardias se alejaban de allí. No tenían intención de comprobar si quedaba alguien con vida. Me pensaban dejar allí para que me pudriera. Escuché como uno le decía al otro mientras se alejaban:

-Debemos salir de aquí antes de que estallen los motores...

Así estaban las cosas entonces. Los motores iban a estallar y yo estaba en aquella celda sin posibilidades de escapar.

Intenté aclarar la mente para pensar en alguna escapatoria. Me resultó arto difícil por el incipiente dolor que me atenazaba la sien. Era como si una mano invisible me estuviera martilleando la cabeza incesantemente. Y encima el pulso me retumbaba en los oídos como un martirio añadido.

Entonces mi mirada se detuvo en el rifle de plasma que estaba tirado junto al cuerpo sin vida de Gleny. Tenía que conseguir alcanzarlo. Con él podría abrir la puerta y escapar. Era mi única esperanza.

Estiré el brazo a través de los barrotes metálicos sin preocuparme de los cables colgantes que tan cerca de mi estaban. Mis dedos llegaron un par de centímetros cortos. Intenté embutir mi hombro en el hueco entre los barrotes para ganar algo de distancia pero el hombro chilló en mi cabeza como un poseso. Hasta entonces no me había dado cuenta, pero parecía estar dislocado. Bueno, ya me ocuparía de eso más adelante. Al fin y al cabo, si los motores estallaban conmigo allí, el hombro sería el menor de mis problemas. De hecho, dejaría de tener problemas.

Entonces tuve una idea. Me deshice de la camisa hecha jirones que cubría mi torso y rasgándola hice una especie de cuerda de metro y medio.

Cada movimiento que hacía me resultaba una auténtica odisea de dolor y esfuerzo por todo mi cuerpo. La cabeza a punto de estallar, el hombro dislocado y negándose a completar los movimientos que yo le ordenaba y un punzante dolor en el costado izquierdo. Todo ello se sumaba a la desorientación que sentía y una incipiente sed que me acuciaba.

Até, tras muchos esfuerzos y gemidos de dolor que escapaban por mi garganta, una percha al final de la improvisada camisa-cuerda y la lancé lo más lejos que pude en dirección al arma abandonada.

La percha no pesaba mucho y el primer intento fue un fracaso. Cayó a medio camino. Recogí el invento y lo lancé de nuevo. En esta ocasión cayó junto al arma.

Estiré con cuidado del trozo de tela pero el gancho de la percha no agarró mi objetivo y tuve que intentarlo de nuevo.

Pasaron varios minutos que a mí me parecieron interminables. Tenía que utilizar la mano izquierda para todo, si bien era diestro, entonces el dolor ya no me permitía ni mover el brazo y lo tenía fláccido y colgando contra mi costado.

Tras una infinidad de intentos que ya comenzaban a desesperarme el gancho de la percha entró en el hueco del gatillo y pude acercar el arma lo suficiente para agarrarla a través de los barrotes.

El siguiente problema no tardó en surgir. El rifle no pasaba a través de los barrotes.

Joder! -aullé aliviando ligeramente mi dolor pero no mi frustración.

No me quedaba más remedio que tratar de acertar disparando desde el exterior sujetando el arma a través de los barrotes.

Apunté lo mejor que pude y apreté el gatillo cerrando los ojos.

Una bofetada de calor me golpeó el rostro pero había fallado por poco. Sin embargo la siguiente descarga dio de lleno en el mecanismo de cierre magnético y la puerta se balanceo hacia fuera.

Suspiré aliviado.

Cojeando salí de mi celda y recogí el arma. Lo único que me llevé con migo fue el cuaderno electrónico en el que escribo estas líneas.

Un grito desgarrador me sobresaltó sobremanera. Venía de alguno de los múltiples pasillos de la nave. Era realmente aterrador y estaba lleno del terror más absoluto. No podía imaginar por qué el pobre infeliz había aullado de aquel modo, pero tampoco quería averiguarlo.

Lo primero que debía hacer era averiguar si quedaba alguna cápsula de salvamento y llegar hasta ella. El mejor lugar para averiguar aquella información era sin duda el puente de mando. Y como aún recordaba el recorrido me encaminé hacia allí.

Debía de resultar bastante cómico. Caminaba medio cojo, levantando con dificultad el rifle de plasma con la zurda. En el costado del mismo lado tenía un enorme y feo hematoma que cada minuto se tornaba más oscuro. Tenía medio rostro bañado en sangre reseca y un bulto en el cogote que no parecía dejar de crecer. Finalmente mi brazo derecho colgaba inerte a un lado golpeando mi costado a cada paso. Todo esto sumado con que únicamente vestía los pantalones de tela fina de color azul claro, completamente ennegrecidos de mugre y sangre y hechos jirones por la parte de abajo; y calzaba unas sandalias con una suela insignificante.

Si comparamos los dos últimos momentos en los que he caminado por este pasillo. Tan cierto es que la última vez me hubiera asustado al mirarme ante un espejo como que en esta ocasión me hubiera echado a reír por lo ridículo de mi aspecto.

Claro que no había espejo y el dolor no me permitía encontrar cómica mi situación.

Así, de aquella guisa, salí del pasillo, decidido a alcanzar el puente de mando.

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