Dia 7 - Primera Parte
Unos estallidos me despertaron sobresaltándome. Me senté y escuché con atención, tratando de averiguar el origen de las explosiones. La sala estaba iluminada por un torrente de luz diurna que entraba a través del hueco de una ventana detrás mío. En el centro estaban las cenizas de la pequeña lumbre que El Cirujano había hecho la noche anterior, ahora frías y sin vida. Mi compañero no estaba allí. Me levanté con cuidado y miré alrededor. La sala había sido la cocina de una casa, ahora llena de polvo y silencio. A un lado había una encimera y sobre esta una serie de armarios de madera. Sobre la encimera, un solitario vaso lleno de agua cristalina me esperaba como caído del cielo. La bebí agradecido; El Cirujano estaba en todo.
Salí por la única puerta que había en la cocina y entré a lo que en otro tiempo había sido un salón con decoración moderna, minimalista. Aquella casa no había sido abandonada, eso estaba claro, todo seguía donde sus propietarios lo habían dejado. Congelado en el tiempo, recogiendo polvo. Sobre la mesa de centro, que había frente al sofá, pude ver la mano seccionada que tanto le había entusiasmado a mi singular compañero, la noche de antes.
Volví a escuchar los estallidos, seguidos de pequeños temblores del suelo. Me asomé al hueco de las ventanas que hacía tiempo prescindían del panel de vidrio y observé una ciudad formada por pequeños edificios y casas unifamiliares. Aquella no era la capital de Ypsilon-6. Había vivido en ella y a pesar de haber sido hacía años, recordaba que era mucho más grande.
Salté por la ventana y oteé el cielo. No había una sola nube.
Otro estruendo, pero en esta ocasión pude ver como dos brillantes rayos de energía ascendían, desde algún lejano lugar al sur de mi situación, hacia el azul cielo, perdiéndose en la distancia. Eran las defensas de tierra contra un ataque espacial. ¿Es que estaban siendo atacados por alguien?
El Cirujano asomó la cabeza por la esquina de el edificio que tenía frente a mi. Me saludó, alegre, con una mano. Caminé hacia él.
La verdad es que estaba mucho mejor. El hombro casi no me dolía, el golpe del costado tampoco. Lo que más me molestaba era el corte en la cabeza que seguía doliendo bastante y el hambre que hacía rugir mi estómago.
-¿Has visto eso? -le pregunté señalando el cielo.
-Si, tío, parece que tienen el sistema de defensa automática conectada...
Fruncí el ceño. ¿Qué diablos era "el sistema de defensa automática"? Se lo pregunté y me contó que como en cualquier otra colonia, todos los sistemas de defensa planetaria estarían controlados por un sistema informático. En caso de catástrofe, este se conectaba en posición defensiva automáticamente para garantizar que los pocos supervivientes que hubiera no sufrieran ataque alguno desde el exterior. La única manera de desactivar estos sistemas era desde la sala de control y con la autorización adecuada. Mientras estuvieran activos atacarían a cualquier nave que se acercara a la órbita del planeta.
-Quizá sea eso lo que derribara nuestra nave...
-Eso creo yo.
-¿Qué crees que puede haber causado que se conectaran los sistemas de defensa? -dije, dándome cuenta de que mi compañero era un baúl lleno de sorpresas. Yo esperaba encontrar alguna más.
-Pues no te sé decir... pero apostaría mi hígado a que es lo mismo que mató a toda esta gente -se apartó un paso hacia la derecha abriendo mi campo visual a la calle. Repartidos por el asfalto había multitud de cadáveres de hombres, mujeres y niños. Tuve que cerrar los ojos. Era una visión horrible. El sol del desierto debía de haberlos secado hacía días porque no fui capaz de percibir el hedor de la podredumbre.
¿Qué había ocurrido? ¿Quién había cometido aquella atrocidad?
-Estoy hambriento, vamos a buscar algo para comer -dijo El Cirujano, devolviéndome a la realidad. Desde luego aquel tipo era un verdadero psicópata, ¿cómo podía pensar en comer con aquel espectáculo frente a nuestros ojos?
Asentí aguantando una arcada.
Entramos a un comercio de alimentación a varias manzanas de allí. Buscamos algo que no estuviera en mal estado, sobre todo latas de conservas y agua embotellada. Comimos allí mismo, en silencio. No era capaz de quitarme de la cabeza la imagen de la calle llena de cadáveres.
Un gemido procedente de la trastienda nos sobresaltó. La puerta estaba cerrada pero podíamos escuchar claramente algo al otro lado moviéndose. Agarré con fuerza el rifle de plasma y le hice señas a El Cirujano para que se acercara. Me coloqué delante de la entrada, apuntando he hice un gesto con la cabeza indicando a mi compañero que abriera. Agarró el pomo y comenzó a contar hasta tres en silencio. Observé que su expresión era de total disfrute. Parecía estar jugando a un juego inocente. Yo, en cambio, estaba bastante asustado por lo que podíamos encontrar al otro lado. Tenía un mal presentimiento.
Abrió la puerta con brusquedad apartándose de en medio para dejarme la vía libre para disparar, pero lo que vi me dejó congelado. Una mujer con aspecto demacrado me observaba con los ojos muy abiertos e inyectados en sangre. Sus ropas estaban hechas jirones y mugrientas. Un pecho le asomaba entre las ropas desgarradas. Pero lo que más me llamó la atención fue el tumor que le sobresalía de la cima de la cabeza. Abultado y con pliegues, de color rosado y palpitante. Parecía estar a punto de reventar.
El Cirujano asomó la cabeza con curiosidad y se quedó paralizado ante lo que vio. Al fin, algo que le hacía perder esa sonrisa ridícula e infantil.
La mujer alzó los brazos en mi dirección y saltó como una fiera hacia mi compañero. Me pilló desprevenido y no pude hacer otra cosa que observar como se abalanzaba sobre él tirándolo al suelo. Ella gritaba y gruñía como un animal, enseñando los dientes amarillentos, intentando alcanzar la garganta de El Cirujano. Este luchaba como podía para evitar ser mordido pero la mujer demostraba tener una fuerza descomunal.
Sin pensarlo dos veces apreté el gatillo y el estallido de plasma golpeó el costado de la loca tirándola a un lado. Se quedó en silencio e inconsciente. El Cirujano se arrastró varios metros hacia detrás alejándose de ella lo más que pudo hasta que se topó con el mostrador de la tienda.
Tras unos segundos de silencio y respiración agitada, reaccionamos y nos acercamos con cuidado para observarla con más detenimiento. Mi compañero le buscó el pulso, era muy débil. Y su respiración era prácticamente imperceptible. Sin embargo, apestaba a putrefacción y vimos una fea herida en la nuca por donde sobresalían varias venas y cartílagos. ¿Cómo podía seguir viva?
-Tenemos que marcharnos de este planeta -dije yo con aquel mal presentimiento semejante a un escalofrío en la nuca. Algo malo ocurría allí y no quería averiguar de qué se trataba. Lo único que quería era marcharme.
-Creo que tienes razón. Esta mujer debería estar muerta, mira esta herida, nadie podría seguir vivo así... -contestó él- ...y ¿hueles eso? -yo asentí frunciendo la nariz asqueado- pues es gangrena, la tiene por todo el cuerpo... debería de estar muerta... no entiendo cómo...
No pudo terminar la frase porque la mujer empezó a agitarse y a gemir. Nos apartamos rápidamente.
Sin mediar más palabras, los dos salimos a la carrera del local saltando al aire caluroso del exterior.
Entonces me percaté de que todos los cadáveres que había por la calle tenían un feo y mortal boquete en la parte superior del cráneo, era como si hubiera estallado desde el interior. ¿Qué diablos? pensé asustado...
Un grito animal emergió del interior del comercio y tras una breve mirada echamos a correr calle arriba sin saber lo que nos esperaba a la vuelta de la esquina.
Salí por la única puerta que había en la cocina y entré a lo que en otro tiempo había sido un salón con decoración moderna, minimalista. Aquella casa no había sido abandonada, eso estaba claro, todo seguía donde sus propietarios lo habían dejado. Congelado en el tiempo, recogiendo polvo. Sobre la mesa de centro, que había frente al sofá, pude ver la mano seccionada que tanto le había entusiasmado a mi singular compañero, la noche de antes.
Volví a escuchar los estallidos, seguidos de pequeños temblores del suelo. Me asomé al hueco de las ventanas que hacía tiempo prescindían del panel de vidrio y observé una ciudad formada por pequeños edificios y casas unifamiliares. Aquella no era la capital de Ypsilon-6. Había vivido en ella y a pesar de haber sido hacía años, recordaba que era mucho más grande.
Salté por la ventana y oteé el cielo. No había una sola nube.
Otro estruendo, pero en esta ocasión pude ver como dos brillantes rayos de energía ascendían, desde algún lejano lugar al sur de mi situación, hacia el azul cielo, perdiéndose en la distancia. Eran las defensas de tierra contra un ataque espacial. ¿Es que estaban siendo atacados por alguien?
El Cirujano asomó la cabeza por la esquina de el edificio que tenía frente a mi. Me saludó, alegre, con una mano. Caminé hacia él.
La verdad es que estaba mucho mejor. El hombro casi no me dolía, el golpe del costado tampoco. Lo que más me molestaba era el corte en la cabeza que seguía doliendo bastante y el hambre que hacía rugir mi estómago.
-¿Has visto eso? -le pregunté señalando el cielo.
-Si, tío, parece que tienen el sistema de defensa automática conectada...
Fruncí el ceño. ¿Qué diablos era "el sistema de defensa automática"? Se lo pregunté y me contó que como en cualquier otra colonia, todos los sistemas de defensa planetaria estarían controlados por un sistema informático. En caso de catástrofe, este se conectaba en posición defensiva automáticamente para garantizar que los pocos supervivientes que hubiera no sufrieran ataque alguno desde el exterior. La única manera de desactivar estos sistemas era desde la sala de control y con la autorización adecuada. Mientras estuvieran activos atacarían a cualquier nave que se acercara a la órbita del planeta.
-Quizá sea eso lo que derribara nuestra nave...
-Eso creo yo.
-¿Qué crees que puede haber causado que se conectaran los sistemas de defensa? -dije, dándome cuenta de que mi compañero era un baúl lleno de sorpresas. Yo esperaba encontrar alguna más.
-Pues no te sé decir... pero apostaría mi hígado a que es lo mismo que mató a toda esta gente -se apartó un paso hacia la derecha abriendo mi campo visual a la calle. Repartidos por el asfalto había multitud de cadáveres de hombres, mujeres y niños. Tuve que cerrar los ojos. Era una visión horrible. El sol del desierto debía de haberlos secado hacía días porque no fui capaz de percibir el hedor de la podredumbre.
¿Qué había ocurrido? ¿Quién había cometido aquella atrocidad?
-Estoy hambriento, vamos a buscar algo para comer -dijo El Cirujano, devolviéndome a la realidad. Desde luego aquel tipo era un verdadero psicópata, ¿cómo podía pensar en comer con aquel espectáculo frente a nuestros ojos?
Asentí aguantando una arcada.
Entramos a un comercio de alimentación a varias manzanas de allí. Buscamos algo que no estuviera en mal estado, sobre todo latas de conservas y agua embotellada. Comimos allí mismo, en silencio. No era capaz de quitarme de la cabeza la imagen de la calle llena de cadáveres.
Un gemido procedente de la trastienda nos sobresaltó. La puerta estaba cerrada pero podíamos escuchar claramente algo al otro lado moviéndose. Agarré con fuerza el rifle de plasma y le hice señas a El Cirujano para que se acercara. Me coloqué delante de la entrada, apuntando he hice un gesto con la cabeza indicando a mi compañero que abriera. Agarró el pomo y comenzó a contar hasta tres en silencio. Observé que su expresión era de total disfrute. Parecía estar jugando a un juego inocente. Yo, en cambio, estaba bastante asustado por lo que podíamos encontrar al otro lado. Tenía un mal presentimiento.
Abrió la puerta con brusquedad apartándose de en medio para dejarme la vía libre para disparar, pero lo que vi me dejó congelado. Una mujer con aspecto demacrado me observaba con los ojos muy abiertos e inyectados en sangre. Sus ropas estaban hechas jirones y mugrientas. Un pecho le asomaba entre las ropas desgarradas. Pero lo que más me llamó la atención fue el tumor que le sobresalía de la cima de la cabeza. Abultado y con pliegues, de color rosado y palpitante. Parecía estar a punto de reventar.
El Cirujano asomó la cabeza con curiosidad y se quedó paralizado ante lo que vio. Al fin, algo que le hacía perder esa sonrisa ridícula e infantil.
La mujer alzó los brazos en mi dirección y saltó como una fiera hacia mi compañero. Me pilló desprevenido y no pude hacer otra cosa que observar como se abalanzaba sobre él tirándolo al suelo. Ella gritaba y gruñía como un animal, enseñando los dientes amarillentos, intentando alcanzar la garganta de El Cirujano. Este luchaba como podía para evitar ser mordido pero la mujer demostraba tener una fuerza descomunal.
Sin pensarlo dos veces apreté el gatillo y el estallido de plasma golpeó el costado de la loca tirándola a un lado. Se quedó en silencio e inconsciente. El Cirujano se arrastró varios metros hacia detrás alejándose de ella lo más que pudo hasta que se topó con el mostrador de la tienda.
Tras unos segundos de silencio y respiración agitada, reaccionamos y nos acercamos con cuidado para observarla con más detenimiento. Mi compañero le buscó el pulso, era muy débil. Y su respiración era prácticamente imperceptible. Sin embargo, apestaba a putrefacción y vimos una fea herida en la nuca por donde sobresalían varias venas y cartílagos. ¿Cómo podía seguir viva?
-Tenemos que marcharnos de este planeta -dije yo con aquel mal presentimiento semejante a un escalofrío en la nuca. Algo malo ocurría allí y no quería averiguar de qué se trataba. Lo único que quería era marcharme.
-Creo que tienes razón. Esta mujer debería estar muerta, mira esta herida, nadie podría seguir vivo así... -contestó él- ...y ¿hueles eso? -yo asentí frunciendo la nariz asqueado- pues es gangrena, la tiene por todo el cuerpo... debería de estar muerta... no entiendo cómo...
No pudo terminar la frase porque la mujer empezó a agitarse y a gemir. Nos apartamos rápidamente.
Sin mediar más palabras, los dos salimos a la carrera del local saltando al aire caluroso del exterior.
Entonces me percaté de que todos los cadáveres que había por la calle tenían un feo y mortal boquete en la parte superior del cráneo, era como si hubiera estallado desde el interior. ¿Qué diablos? pensé asustado...
Un grito animal emergió del interior del comercio y tras una breve mirada echamos a correr calle arriba sin saber lo que nos esperaba a la vuelta de la esquina.
3 comentarios:
Esto parece que se está poniendo interesante, parece una buena historia.
Aunque la ortografía tiene que mejorar del todo.
Perdona por el atrevimiento, pero soy bastante crítico. Ya me conoces...
BUEN TRABAJO...
No te preocupes, no es ningún atrevimiento. Me gustan las criticas constructivas. Pero a todo esto, dices que ya te conozco... ¿pues no sé como te voy a conocer, si en tu comentario pone anónimo????
Si por lo menos me hubieras dado una pista...
Gracias por leer las andanzas de Max y sus compañeros y por tu comentario.
Un saludo.
desde luego que esta interesante...
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