lunes, 16 de abril de 2007

Día 15 - Primera Parte

La noche cerrada caía sobre nosotros como una inmensa losa que apoyaba su peso sobre nuestros hombros. Todos caminábamos en silencio, inmersos en cavilaciones.

Al final habíamos tomado la decisión de seguir nuestro plan original. Pero para ello necesitaríamos llegar hasta la capital y para ello un vehículo en el cual cupiésemos todos. Era la mejor opción, ya que ir con dos o tres vehículos era más peligroso.

Esto era lo que pensaban la mayoría, pero no yo. Como de costumbre, desconfiaba de las posibilidades de supervivencia de los demás. En mi opinión la opción de varios vehículos más pequeños era mejor. Y la razón era simple. En caso de peligro, siempre se podían separar en distintas direcciones. Uno estaría condenado, pero los otros estarían salvados. Si viajábamos en un autobús o camión, todos estaríamos acabados y no habría posibilidades de escapatoria.

Estas cosas pasaban en los grupos grandes de personas. Accedían a llevar a cabo tu plan, pero siempre acababan modificándolo de manera que el plan en sí, dejara de tener sentido.

Pero yo no me había conformado con esto. Aquel período de silencio me había servido para idear un nuevo plan. Pero para ello, necesitaba recuperar la confianza de El Cirujano, o por lo menos averiguar si la había perdido en un primer lugar.

Mi compañero caminaba unos metros por delante. Carla avanzaba sujeta a mi mano pero no podía hablar con él delante suya. Me agaché sin dejar de caminar y le susurré a la pequeña en el oído:

–¿Te importaría ir con Irina mientras tengo una charla con José?

Carla asintió sonriente y deceleró el paso para ponerse a la altura de la enfermera que caminaba varios metros por detrás. Yo, al mismo tiempo, aceleré lo justo para ponerme a la altura de mi compañero. Este me echó una mirada críptica y después se centró en la noche que se abría delante de nosotros. Abríamos el paso al resto del grupo así que debíamos estar alerta.

–Hola –susurré sin quitar la vista a la calle oscura y silenciosa que iba apareciendo delante de nosotros.

–Hola.

–¿Qué tal? –raro en mi, pero sentía cierta reticencia hacia la conversación que sabía debíamos tener (si es que quería que mi nuevo plan tuviera éxito).

–Bien –me sonrió. Por lo menos su pueril expresión de despreocupación estaba allí. Esa actitud me vendría bien.

–Bonita noche…

–Al grano, tío –me cortó con suavidad, como el que corta una barra de mantequilla con un cuchillo caliente.

–Quería que aclarásemos lo que ocurrió ayer por la tarde, cuando regresaste con Francoise.

–Si creo que es una buena idea. Aclarémoslo.

“Necesito un cigarrillo” pensé mientras hurgaba en el paquete dentro del bolsillo de mi camisa. Solo dos. ¡Mierda! ¡Mierda! Con bastante fastidio, saqué mi penúltimo cigarrillo y lo encendí. Una vez sentí el venenoso humo llenando mis pulmones, me vi con ánimo para proseguir.

–Lo siento, pero creí que le habías hecho algo a Francoise.

El Cirujano me miró, con la mitad de la boca arrugada en una maliciosa sonrisa y un brillo en los ojos poco alentador.

–Ves, eso es a lo que me refiero –continué sincerándome por completo. –La mirada que me has puesto ahora, la conversación que tuvimos sobre Dorf en la que no me aclaraste nada… ¿qué coño quieres que piense?

Me miró durante varios segundos sin decir nada, sin cambiar de expresión, sin parpadear. Hasta que al final, volvió a centrarse en la carretera que teníamos por delante y me contestó con sorna:

–Siempre me has caído bien… pero te tenía por mas inteligente.

Le di una buena calada al cigarrillo que me estaba sabiendo a poco. “¡Y eso qué coño quiere decir, tío!” exclamé dentro de mi cabeza no pudiendo reproducirlo a viva voz si no quería que se nos echaran encima todos los bichos de la ciudad.

–Explícate –susurré al fin.

–Es evidente que Dorf nos iba a causar problemas… –al fin sabía la verdad… pero no estaba seguro de querer seguir escuchando. No lo pude evitar. Necesitaba escucharlo. –Si él hubiera estado durante el ataque, se habría enfrentado a los cadáveres y todos habríamos perecido en ese lugar. Yo no tengo planeado morir por ahora, ¿y tu?

Lo observé, con el cigarrillo colgando de los labios. El humo ascendiendo por mi rostro, produciendo pinchazos en mis ojos lagrimosos.

–A mí también me dio esa impresión cuando nos los encontramos, si te soy sincero –comenté más para mí que para él. –¿Pero lo tenías que matar? ¿No podías haberle dejado las cosas claras acojonándolo… o algo así?

–Sabes muy bien que no, puedo verlo en tus ojos –me miró intensamente con seriedad.

–Pero… –aún no podía ceder ante la idea de que quizá tuviera razón y me hubiese salvado la vida otra vez más.

–Mira, Max, esta clase de situaciones son las que nos muestran quienes son capaces de sobrevivir y quienes no. Si dudas, mueres. Es así de sencillo. –No sé cómo pero estaba consiguiendo convencerme. Y no era extraño, sus palabras tenían un macabro sentido lógico. Y yo confiaba más en la lógica que el cualquier otra cosa.

–Yo hubiera muerto.

–Sí; y eso es un inconveniente para mi.

Fruncí el ceño observando su rostro serio y concentrado en la oscuridad a nuestro alrededor. Ahí estaba la clave. Lo que me había estado preguntando desde que lo encontré en la colina del desierto, junto a la destrozada nave en la que habíamos sido prisioneros, y me había salvado la vida por primera vez curando mis heridas. Se resolvería la duda más profunda sobre mi compañero. Conseguiría entender sus motivaciones.

–¿Y por qué sería eso un inconveniente para ti? ¿No estás hablando sobre la supervivencia?

Giró la cabeza para echarme una de sus características miradas, sonrisa pueril añadida. Abrió la boca para contestarme pero se detuvo sin emitir sonido alguno.

Me hizo un gesto con la mano para que me detuviese. Así lo hice mientras él se pegaba al muro de ladrillo del edificio que había a nuestra derecha. Me volví, hacia los demás, y les indiqué que nos imitaran, también aplastándome contra el muro.

¿Qué había llamado la atención de mi compañero?

Escuché atentamente y al principio creí no escuchar nada, pero pasados varios segundos en silencio, pude percibir un ligero rumor traído por la suave brisa. Parecía el sonido de cientos de pies caminando sobre asfalto.

Entonces llegó desde las alturas el grito desgarrados de una de aquellas bestias aladas, estaba lejos pero a vuelo de pájaro no tardaría mucho en darnos alcance… si es que eso era lo que pretendía.

Mientras dejábamos pasar el tiempo, en silencio y completamente inmóviles (incluso creo recordar que estaba aguantando la respiración), vi algo por el rabillo del ojo que llamó mi atención. Cuando fijé la mirada en el lugar, descubrí que dos pares de ojos brillantes y rojos nos observaban desde el otro lado de la calle. La oscuridad escondía sus cuerpos llenos de pústulas y verrugas, pero sus incandescentes ojos resaltaban sobre el manto negro de la noche.

El corazón se me aceleró, dentro del pecho, comencé a respirar agitadamente y el característico sudor frío resbaló por mi espalda. Mi cuerpo se preparaba para una buena inyección de adrenalina… seguro que iba a necesitarla…

4 comentarios:

supermarron dijo...

Bueno, después de un periodo desconectado por fin me pongo al día.

La historia es cada vez mejor. Se nota que cada vez conoces mejor a tus personajes, y eso hace que nos los presentes cada vez con más capas.

La acción viene en dosis justas (intuyo que la siguiente entrada será pura adrenalina), y más a esta altura de la aventura donde es más importante que nos impliquemos en la historia de los personajes, para después poder jugar a tu gusto con nosotros.

Sigue así, ni una sóla pega por mi parte.

Anónimo dijo...

Chaval,estas que te sales...una entrada excelente ....Cada vez me siento mas metido en la historia,y aunque sea un hijoputa,me cae de puta madre el cirujano....
Enhorabuena y sigue,campeon...

Paul J. Martin dijo...

Gracias, creo que todos compartimos este sentimiento con el Cirujano :)

Un saludo.

Korvec dijo...

Vaya, me has dejado sin saber cual es la motivación de El cirujano con respecto al protagonista.