jueves, 26 de abril de 2007

Día 15 - Octava Parte

La marea de pasos se escuchaba cerca, muy cerca. Era como el sonido de un lejano trueno que se acerca, lento pero implacable. El sol ya se había escondido tras los edificios que había al otro lado de la calle y habían caído sobre nosotros sus largas sombras. La temperatura dejó de subir lo cual era un alivio. Sin embargo, el peligro inminente que nos acechaba, hacía que surgieran nuevas gotas de sudor por mi frente. Si por lo menos hubiéramos podido dejar la puerta abierta para que entrara algo de aire fresco, la situación sería más llevadera.

JB seguía tiritando como si estuviera metido dentro del congelador de una carnicería. Su tez había perdido todo el color y el cabello de su cabeza estaba completamente empapado de sudor. Incluso sus mofletudas mejillas estaban pálidas como la luna. Aún así, seguía sin dar muestras de tener conciencia de lo que le estaba ocurriendo. Me pregunté qué le estaría pasando por la cabeza en aquellos instantes. ¿Sería real aquella actitud de ignorancia total? Quizá en el fondo de su ser sabía lo que le esperaba y simplemente estaba demasiado asustado como para admitirlo.

Antes o después, se convertiría en uno de los post-mortem y tendríamos que hacer algo al respecto. Jon Sang quizá fuera el mayor impedimento para terminar con aquel peligro de una manera rápida y eficaz. Imaginé que Kira tendría cierto reparo pero al final me apoyaría. Pero, por ahora, mi atención debía centrarse en los que se acercaban por la calle.

Desde luego que, por el ruido que hacían, era casi imposible calcular su número, pero a mí me daba la impresión de que eran numerosos cientos.

Llevábamos varios minutos en silencio. Incluso en un momento dado me encontré aguantando la respiración. Pero no era para tanto. Había una distancia de cuatro metros desde el mostrador, tras el cual nos cobijábamos, y la puerta de salida. Para que nos escucharan los post-mortem tendríamos que hacer bastante ruido. Otra cosa eran las bestias, era posible que sus sentidos también estuviesen mutados (y aumentados) como su fuerza y tamaño. Debíamos contar con esa posibilidad.

JB sufrió un ataque de tos. Se cubrió la boca con una mano y trató de reprimirse pero no fue capaz. Kira y yo nos miramos con preocupación.

–Sshh… –ordenó Jon Sang que estaba sentado a mi derecha.

Me volví hacia él y observé que tenía el ceño fruncido y los labios apretados. Sujetaba el rifle entre las piernas con fuerza. De tanto que apretaba las manos, tenía los nudillos blancos. Nos miramos durante unos instantes y no hizo falta que pronunciásemos palabra alguna. Yo intuía lo que estaba pensando. Veía la duda y el miedo en sus ojos. Él sabía que JB se iba a convertir en un problema, pero era su compañero y no podía aceptar la idea de acabar con su vida.

El rumor de pasos sonó mucho más cerca y un gemido largo y quejumbroso me sobresaltó haciendo que mi corazón galopara dentro del pecho como un caballo desbocado.

Agarrando el borde del mostrador, asomé ligeramente la cabeza para echar un vistazo y vi como los primeros post-mortem aparecían por el escaparate, caminando con dificultad. Algunos parecían no poder mover ciertos músculos o girar ciertas articulaciones. Era evidente que a medida que el tiempo pasaba sus cuerpos se iban deteriorando. Pero no todos estaban en tan mal estado. Algunos parecían recién convertidos y paseaban sin problemas mirando en todas direcciones, en busca de algo a lo que hincarle en diente. Eso sí, sus ropas estaban todas hechas un desastre; sucias, desgarradas, desaparecidas, etc. Una joven que no superaba los veinte años avanzaba vestida únicamente con unos pantalones marrones hechos jirones. Tenía una fea herida en el costado en la que le faltaba masa muscular y por la que asomaban dos costillas, blancas como la tiza y un revoltijo de entrañas rojizas que no pude identificar. Sus pequeños pechos campaban al aire libre sin atraer la atención de ninguno de los hombres que la rodeaba. Ni siquiera a mí me llamaron la atención. El color cerúleo de su piel y los pezones morados le daban un aspecto malsano que más que atraer la mirada la repelían.

Sentí como el estómago me descendía hasta los pies y una nausea me subía por la garganta. Volví a tomar asiento entre Jon Sang y JB, apoyando la espalda contra la pared de cemento. Aspiré profundamente tratando de retener las arcadas que amenazaban con aparecer.

Por el rabillo del ojo pude ver como Kira me observaba con preocupación. Hice como si no hubiera visto nada. Sabía que si trataba de hablar en aquel momento me vomitaría encima.

La mano de JB me agarró el brazo apretando con fuerza. Me volví con el ceño fruncido y pocas ganas de tonterías. Pero al ver su rostro me di cuenta de que no se trataba de eso. En su rostro se podía ver el sufrimiento y agonía del enfermo. Ciertamente lo debía de estar pasando muy mal. La vida no está exenta de ironía, la persona que más trataba de cuidar su imagen era la que estaba sufriendo la peor humillación. Gruesas lágrimas resbalaban a torrentes por sus mejillas y su gesto de súplica debían de tratar de ablandar mi corazón. Cosa que no consiguió. No lo había conseguido Lili, hacía tantos años, en aquel apartamento oscuro y con aquella bata sedosa y transparente, así que él lo tenía difícil. A pesar de haber sufrido ciertos vuelcos emocionales en los días anteriores, con Carla, Kira y El Cirujano, hacia él solo sentía desdén.

Con aquella expresión de súplica me mostró la palma de su otra mano y vi que estaba salpicada de sangre. Tosía sangre. Mala señal. Sin embargo, no me pronuncié al respecto.

Volví a asomar media cabeza por encima del mostrador. La multitud que fluía ahora por delante del comercio era muy numerosa. No podía asegurarlo con total seguridad pero me dio la impresión de que llegaban a bloquear la avenida de extremo a extremo. Era muy probable que fueran los que nos habían perseguido la noche anterior. Sin embargo, ahora parecía haber un mayor número de post-mortem.

La mano de JB volvió a asirme con fuerza tirando de mi. Caí al suelo con el culo y traté de soltarme pero me sujetaba con tenacidad.

–¡Ayúdame! –me pidió en un tono de voz medio, demasiado alto para que ninguno de nosotros nos sintiéramos cómodos. –Por favor…

–Sshhh… –siseó Jon Sang nervioso.

–¡Cállate! –exclamó Kira sujetándolo del otro brazo para apartarlo de mi.

Agradecí su gesto pero solo sirvió para empeorar la situación. JB dio un empentón a nuestra compañera lanzándola a un lado. Ella quedó tumbada en medio del pasillo contiguo al mostrador, desde donde la podían ver los post-mortem que estaban frente a la puerta de entrada.

Aguanté la respiración, esperando escuchar el ruido de cristales rotos mientras una marea de cientos de cadáveres andantes penetraba en el local para devorarnos. Pero no ocurrió. Kira, con rapidez y agilidad felina, saltó tras una estantería medio metro más lejos, encontrando cobijo. Después, volvió la cabeza mirando a JB con rencor.

Este me asió con ambas manos y comenzó a suplicar, lloriqueando, para que le ayudase. Jon Sang no hacía otra cosa que mandarle callar. Yo no sabía que hacer. Apartaba la cabeza abrumado por el aliento pútrido que emanaba de su boca y trataba de soltar mi brazo atenazado por sus febriles manos. Pero no sabía qué hacer para que guardara silencio.

Y entonces ocurrió lo que más habíamos temido. La razón por la que debimos solucionar el problema antes de que apareciesen los post-mortem. Lo que podía hacer que todos pereciésemos allí y en aquel momento.

JB sufrió un ataque de tos. Su espalda se convulsionaba en terribles espasmos y con cada golpe de tos, escupía flemas y sangre que acababan salpicadas por la pared interna del mostrador.

No pude reprimir el reflejo de apartarme para que aquella sustancia asquerosa e infectada que salía de su boca me rozara la piel. Aún no sabíamos qué hacía falta para transmitir el virus, por lo tanto, no quería arriesgarme.

El ataque de tos duró poco y al final JB consiguió retenerlo tapándose la boca con ambas manos. Pero era demasiado tarde.

Agudicé mis oídos para averiguar si habíamos sido descubiertos y no escuché nada. Un silencio sepulcral nos rodeaba. Eso quería decir que todos se habían detenido, habían escuchado la tos y se habían detenido. Los cientos y cientos de no-muertos se hallaban inmóviles en la calle, esperando descubrir una pista sobre el origen del ruido que habían percibido.

Si JB hacía algún ruido, todo terminaría.

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