sábado, 14 de abril de 2007

Día 14 - Novena Parte

Cuando desperté, tuve que parpadear varias veces ante el súbito estallido de luz que entró por mis entrecerrados ojos. Los rayos del sol caían directamente, a través de las ventanas del salón, sobre el sofá donde yo estaba tumbado. Utilizando mi mano como visera, fui capaz de mirar a mi alrededor. Todo estaba en silencio. No había nadie más en la sala. No escuchaba ningún ruido en el exterior. Acaso se habían marchado todos dejándome atrás. Quizá hayan decidido que cargar con un cojo era un problema que tenía fácil solución, abandonarlo a su suerte.

La verdad era que esa idea me atraía. No tendría que escuchar los comentarios de JB, ni aguantar el autismo de Francoise, ni me preocuparía más por las verdaderas intenciones de El Cirujano. De golpe me desharía de muchos quebraderos de cabeza.

Una sola imagen vino a mi cabeza. No fue consciente, simplemente apareció. El rostro, suave y sonrosado, de la pequeña y dulce Carla.

–¿Qué piensas? –dijo una voz que provenía desde fuera de mi campo visual.

Me incorporé en el sofá y vi que Kira estaba apoyada en el arco de la puerta que llevaba a los dormitorios. Se había aseado y cambiado de ropa. Estaba espléndida. El largo cabello ondulado, de color castaño, brillaba dorado ante los rayos solares. Se había puesto una camiseta ajustada que realzaba sus generosos pechos y unos pantalones vaqueros que perfilaban sus voluptuosas curvas. Su mirada estaba iluminada con un extraño brillo. Incluso me parecía ver cierto rubor en sus mejillas, claro que quizá fuera un efecto óptico después de recibir el embate de la luz solar directamente en los ojos.

–Nada.

–Venga, –se acercó y tomó asiento en uno de los sillones apostados a los lados del sofá – la expresión en tu cara no era de tener la mente en blanco.

Escruté su rostro en busca de sospecha o desconfianza, pero no encontré nada de esto. Sólo podía ver curiosidad... y algo más que entonces no supe descifrar.

–De acuerdo –sentí una repentina necesidad de sincerarme con ella (supongo que ayudó mucho que no hubiera nadie más presente). –Al no ver a nadie y no escuchar ningún ruido... he pensado que quizá os habíais marchado sin mi.

–Pues la verdad, no sé si creerte. No parecías asustado...

–No, no lo estaba... –suspiré apoyando la espalda en el respaldo –Más bien cierto alivio...

Nada más decirlo, me di cuenta de lo mal que podían interpretarse aquellas palabras, de lo ofensivas que podían sonar para ella. Pero era demasiado tarde. Ya lo había dicho. Así que traté de poner un rostro de piedra que no le diera pistas acerca de mis pensamientos. Siempre he sido muy orgulloso...

–Te entiendo –mi expresión pétrea desapareció de golpe, siendo sustituida por el asombro y la incredulidad. Mis ojos se debieron de abrir como platos y hasta dejé caer la mandíbula... debía tener un aspecto ridículo, me alegro de no haberme visto en un espejo. Ella hizo caso omiso de mi expresión y continuó –con tanta gente alrededor, parece que vas más seguro, pero en realidad lo que hay son más problemas...

–¡Exacto!

–Tienes que preocuparte no solo de tu propia seguridad, sino de la de los demás, sobretodo si son niñas pequeñas...

Menos mal que no había explicado todo lo que pasaba por mi cabeza. Los dos acabábamos con la misma conclusión, pero para llegar a ella, recorríamos dos caminos distintos. Yo temía por mi seguridad y ella por la de los demás. Creí haber encontrado un alma gemela, pero me había equivocado. Sin embargo no quería parecer un cabrón insensible así que contesté con hipocresía:

–Si, la verdad es que se hace duro asegurarse de que todo el mundo esté a salvo...

Carla apareció por el quicio de la puerta con una amplia sonrisa en el rostro. Caminó rápidamente hasta mi lado y me dijo:

–¿Qué tal estás?

–Bien... bien –no pude reprimir una sonrisa al escuchar su dulce vocecilla. Hablaba en tan contadas ocasiones que cada vez que lo hacía conseguía arrancarme una sonrisa. –Gracias por preguntar.

–De nada.

Tomó asiento a mi lado y aguardó en silencio. Kira me dedicó un gesto que quería decir que tendríamos que acabar la conversación en otro momento.

Entonces Irina apareció también por la misma puerta y se dirigió hacia mi, mirando mi tobillo vendado con curiosidad.

–¿Cómo va ese tobillo?

Se sentó en el sofá, junto a mi y con un gesto me indicó que colocara el pié sobre su regazo. Obedecí como buen paciente y ella se afanó en desventarme la zona escrutándola con atención. Ya no tenía el tobillo inflamado, si bien seguía dolorido. Era capaz de flexionar la articulación, pero con cuidado.

–Te has recuperado fabulosamente, mañana ya podrás caminar sin problemas si sigues así.

–No podemos esperar a mañana, tenemos que marcharnos esta noche –dije con preocupación.

–Si no reposas, no se curará bien y luego será peor.

No quería discutir con ella, había sido muy amable conmigo, pero estaba decidido a reemprender la marcha tan pronto como se hiciera de noche. Necesitaba el apoyo de otro. Miré en derredor, buscando con la mirada a El Cirujano o a Jon Sang, los dos que estaba seguro que apoyarían mi punto de vista. Pero no estaban.

–¿Y los demás? –pregunté cambiando de tema rápidamente.

–Han salido hace un rato, estarán al caer.

–¿A dónde han ido? –inquirí exaltado.

–Han ido a buscar armas –explicó Kira con tono conciliador.

–¿Están locos?

–¿Qué ocurre aquí? –dijo JB apareciendo por la otra puerta con el rostro rojo como un tomate y lleno de brillantes perlas de sudor. –¿A qué tanto escándalo?

–¿Pero no se habían marchado? –le pregunté a Irina sin prestar atención a las palabras del otro.

–No todos, no me habías dejado terminar, solo han salido José y Francoise.

Dejé de hablar. Me recosté en el sofá y traté de disimular. Irina probablemente no se fijaría, pero Kira era observadora, me lo había demostrado antes en nuestra pequeña conversación, y no quería que mi expresión reflejara mis pensamientos. Pero la verdad era que había sentido como si el corazón se me hubiera detenido en el pecho. Fracoise y El Cirujano, solos y hacía rato. Me venía a la memoria la oficina de la nave industrial; como mi compañero salía mientras nosotros dormitábamos dentro y Dorf hacía guardia en la puerta; como El Cirujano regresaba y yo me marchaba con la intención de relevar a Dorf en la guardia; y finalmente como encontraba el cuerpo mutilado de este.

Nadie pareció darse cuenta de lo que me estaba cruzando por la cabeza, pero esto no me hacía sentirme mejor. Seguía preocupado por lo que podría pasar.

En cualquier caso ya no podía hacer nada para impedirlo. Sólo podía esperar a que los acontecimientos se desarrollaran y después, según lo que ocurriese, tomar una decisión.

Una de las razones por las que me sentía tan inquieto era que no quería enfrentarme a la idea de que mi compañero, que en tantas ocasiones me había salvado la vida, resultase un problema para mi supervivencia. Aquello podría desencadenar en una catástrofe. El Cirujano era la persona en la que más podía confiar y, al final, acabaría defendiéndolo delante de los demás. Seguramente JB y Kira se enfrentarían a nosotros y todo podría acabar en un baño de sangre. Y lo más importante, el último arma que nos quedaba, el fusil, lo tenía Jon Sang. En caso de que mis peores temores se hicieran realidad, ¿de qué lado se pondría Jon Sang?

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