Dia 8 - Tercera Parte (Madrugada)
Saltamos a través del hueco a un foso, de un metro de profundidad, donde los camiones de reparto solían aparcar para descargar la mercancía. Mientras volaba por el aire sentí como algo me agarraba la camisa por detrás y tiraba de mi. Escuché como la tela se rasgaba. Por culpa del tirón, perdí el poco equilibrio que podía tener en la maniobra y observé como mi cuerpo se inclinaba hacia delante, peligrosamente, mientras mis manos seguían agarradas al borde del pasillo. Vi como el suelo asfaltado se acercaba rápidamente hacia mi rostro y después oscuridad y silencio.
Murmullos lejanos me llegaban como traídos por la brisa marina, mientras yo me mecía en una barca en medio de un oscuro océano.
Poco a poco recuperé el conocimiento. El Cirujano y Eloy me habían cogido entre los dos, pasando cada brazo alrededor de sus cuellos, y corrían por la calle cargando todo mi peso. Parpadeé, agitando la cabeza ligeramente para espabilarme. Cuando sentí que podía correr por mí mismo, emití un gruñido y los dos me soltaron sonriendo. Eloy estaba rojo como un tomate y surcos de sudor le bajaban por las sienes. Respiraba con dificultad, un desagradable pitido ascendía por su garganta cada vez que aspiraba una bocanada de aire. El Cirujano, por el contrario, estaba tan fresco como siempre. Eché un vistazo por encima de mi hombro y vi como emanaba un chorro de luz blanca por el hueco abierto de la persiana metálica y docenas de los poseídos, por aquella extraña rabia asesina, saltaban al foso sin preocuparse por su integridad física.
-Vamos... seguidme... -nos dijo Eloy tratando de recuperar el resuello- sé donde... nos podemos... esconder...
Echamos a correr de nuevo, amparados por la oscuridad de la noche. Agazapándonos por las sombras y huyendo de la luz lunar que nos acosaba como el foco de un campo de prisioneros nazi. Cada paso que dábamos nos alejaba más del tumulto de gritos y estertores y de la multitud de pasos sobre el asfalto. Nos habían perdido. Habíamos escapado.
Redujimos el paso y finalmente tras girar en varias esquinas alcanzamos nuestro destino. Nos internamos en una callejuela secundaria y avanzamos hasta un portón de madera cerrado con un candado. Eloy abrió y nos dejó pasar. Dentro no se veía nada, estaba completamente oscuro. Cerró tras de sí y accionó un interruptor. El techo se iluminó y El Cirujano y yo observamos que estábamos en una cocina de paredes blancas, encimeras de acero inoxidable, hornos eléctricos, campanas extractoras que ascendían hasta perderse en el techo, etc. En la pared opuesta a la puerta de acceso, había otra salida pero estaba tapada con un armario de acero inoxidable aparentemente vacío.
-No os preocupéis... por la luz... -parecía que fuese a reventar. Eloy daba la impresión de estar sufriendo un ataque al corazón. Esa capa de grasa extra no le servía de mucho en aquellas condiciones de supervivencia-. Coloqué ese armario frente a la puerta... cubriendo las ranuras con mantas... nada de luz escapa a esta cocina...
Tomamos asiento ante una mesa y descansamos. Eloy sacó tres vasos y una botella de tequila transparente. Echó sendos chorros a los vasos y nos los ofreció con una cándida sonrisa. El Cirujano se negó sonriendo.
-Eso te pudrirá el hígado, tío.
-Sospecho que el motivo de mi muerte será otro... -respondió él, completamente serio. Le observé sorprendido. Aquel hombre, había perdido toda esperanza. Simplemente esperaba el momento de su muerte.
-No te preocupes, conseguiremos escapar -dije yo, intentando infundirle ánimos.
-Es imposible. No se puede escapar de aquí -lo miré frunciendo el ceño, incrédulo-. Créeme, llevo en esta situación durante bastante tiempo y lo he intentado todo... Este restaurante es mío... era mío. ¿No os parece bonito?
-La cocina es muy aséptica -comentó El Cirujano observando a su alrededor-. ¿Tienes cuchillos afilados?
Eloy lo miró sorprendido. Yo alcé las cejas encogiéndome de hombros cuando la mirada del bigotudo se centró en mí.
-Es una larga historia... -dije sin importancia. No pensé que fuera ni el momento, ni la situación adecuada para comentarle a nuestro nuevo compañero que eramos dos presos fugados y que en particular mi compañero era un psicópata muy peligroso al que le gustaba diseccionar a sus víctimas cuando aún estaban vivas. Eso no nos ayudaría en este momento-. ¿Entonces, tu estabas cuando ocurrió?
-Claro que estaba ¿qué te creías? -me miró frunciendo el ceño y nos preguntó-: ¿Vosotros no?
-Nuestra nave se estrelló hace unos días en el desierto y no tenemos ni idea de lo que ocurre aquí.
Esa explicación no pareció convencer a Eloy, pero no nos preguntó más y sin dilación, tras echarse al coleto el tequila de su vaso, comenzó su historia:
-Todo empezó hace cosa de un mes -echó otra chorrada de licor al vaso y lo bebió de un trago-. En esta colonia la minería es uno de los recursos más abundantes que tenemos: uranio, plata, carbón, hierro... de todo. Pues bueno, como iba diciendo, hace cosa de un mes, dieron con una nueva falla de hierro. Sin embargo no era demasiado abundante y pronto llegaron al final de ella. Detrás encontraron la entrada a una cueva... y, lo que encontraron allí, fue lo que causó el desastre...
Murmullos lejanos me llegaban como traídos por la brisa marina, mientras yo me mecía en una barca en medio de un oscuro océano.
Poco a poco recuperé el conocimiento. El Cirujano y Eloy me habían cogido entre los dos, pasando cada brazo alrededor de sus cuellos, y corrían por la calle cargando todo mi peso. Parpadeé, agitando la cabeza ligeramente para espabilarme. Cuando sentí que podía correr por mí mismo, emití un gruñido y los dos me soltaron sonriendo. Eloy estaba rojo como un tomate y surcos de sudor le bajaban por las sienes. Respiraba con dificultad, un desagradable pitido ascendía por su garganta cada vez que aspiraba una bocanada de aire. El Cirujano, por el contrario, estaba tan fresco como siempre. Eché un vistazo por encima de mi hombro y vi como emanaba un chorro de luz blanca por el hueco abierto de la persiana metálica y docenas de los poseídos, por aquella extraña rabia asesina, saltaban al foso sin preocuparse por su integridad física.
-Vamos... seguidme... -nos dijo Eloy tratando de recuperar el resuello- sé donde... nos podemos... esconder...
Echamos a correr de nuevo, amparados por la oscuridad de la noche. Agazapándonos por las sombras y huyendo de la luz lunar que nos acosaba como el foco de un campo de prisioneros nazi. Cada paso que dábamos nos alejaba más del tumulto de gritos y estertores y de la multitud de pasos sobre el asfalto. Nos habían perdido. Habíamos escapado.
Redujimos el paso y finalmente tras girar en varias esquinas alcanzamos nuestro destino. Nos internamos en una callejuela secundaria y avanzamos hasta un portón de madera cerrado con un candado. Eloy abrió y nos dejó pasar. Dentro no se veía nada, estaba completamente oscuro. Cerró tras de sí y accionó un interruptor. El techo se iluminó y El Cirujano y yo observamos que estábamos en una cocina de paredes blancas, encimeras de acero inoxidable, hornos eléctricos, campanas extractoras que ascendían hasta perderse en el techo, etc. En la pared opuesta a la puerta de acceso, había otra salida pero estaba tapada con un armario de acero inoxidable aparentemente vacío.
-No os preocupéis... por la luz... -parecía que fuese a reventar. Eloy daba la impresión de estar sufriendo un ataque al corazón. Esa capa de grasa extra no le servía de mucho en aquellas condiciones de supervivencia-. Coloqué ese armario frente a la puerta... cubriendo las ranuras con mantas... nada de luz escapa a esta cocina...
Tomamos asiento ante una mesa y descansamos. Eloy sacó tres vasos y una botella de tequila transparente. Echó sendos chorros a los vasos y nos los ofreció con una cándida sonrisa. El Cirujano se negó sonriendo.
-Eso te pudrirá el hígado, tío.
-Sospecho que el motivo de mi muerte será otro... -respondió él, completamente serio. Le observé sorprendido. Aquel hombre, había perdido toda esperanza. Simplemente esperaba el momento de su muerte.
-No te preocupes, conseguiremos escapar -dije yo, intentando infundirle ánimos.
-Es imposible. No se puede escapar de aquí -lo miré frunciendo el ceño, incrédulo-. Créeme, llevo en esta situación durante bastante tiempo y lo he intentado todo... Este restaurante es mío... era mío. ¿No os parece bonito?
-La cocina es muy aséptica -comentó El Cirujano observando a su alrededor-. ¿Tienes cuchillos afilados?
Eloy lo miró sorprendido. Yo alcé las cejas encogiéndome de hombros cuando la mirada del bigotudo se centró en mí.
-Es una larga historia... -dije sin importancia. No pensé que fuera ni el momento, ni la situación adecuada para comentarle a nuestro nuevo compañero que eramos dos presos fugados y que en particular mi compañero era un psicópata muy peligroso al que le gustaba diseccionar a sus víctimas cuando aún estaban vivas. Eso no nos ayudaría en este momento-. ¿Entonces, tu estabas cuando ocurrió?
-Claro que estaba ¿qué te creías? -me miró frunciendo el ceño y nos preguntó-: ¿Vosotros no?
-Nuestra nave se estrelló hace unos días en el desierto y no tenemos ni idea de lo que ocurre aquí.
Esa explicación no pareció convencer a Eloy, pero no nos preguntó más y sin dilación, tras echarse al coleto el tequila de su vaso, comenzó su historia:
-Todo empezó hace cosa de un mes -echó otra chorrada de licor al vaso y lo bebió de un trago-. En esta colonia la minería es uno de los recursos más abundantes que tenemos: uranio, plata, carbón, hierro... de todo. Pues bueno, como iba diciendo, hace cosa de un mes, dieron con una nueva falla de hierro. Sin embargo no era demasiado abundante y pronto llegaron al final de ella. Detrás encontraron la entrada a una cueva... y, lo que encontraron allí, fue lo que causó el desastre...
2 comentarios:
Me empieza a recordar un poco a "Fantasmas de Marte" de Carpenter
Sepas que te he robao el contador :P
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