Dia 12 - Segunda Parte
La luz matinal entró por las rendijas de la persiana creando halos de luz amarillenta en la que flotaban cientos de partículas de polvo. Un silencio sepulcral nos rodeaba. Sentado en una esquina de la habitación sucia y abandonada sentí como las tripas me rugían. Se suponía que las cosas tenían que ir a mejor, pero para divertimento de un dios bromista y malévolo cada vez iban peor. Mi mochila con la mayor parte de nuestras provisiones y mi cuchillo había quedado en la nave industrial. Solo teníamos la mochila de El Cirujano y los dos rifles de asalto. No teníamos agua potable y solo un par de latas de conservas. Lo primero ahora era encontrar provisiones y, sobre todo, agua.
El Cirujano y Carla estaban durmiendo a mi lado. Jon Sang estaba tumbado, cerca de nosotros, en el suelo. Su rostro estaba lleno de heridas que habían dejado de sangrar hacía pocas horas. Ninguna era importante pero si muy dolorosas, sobretodo las que tenía en los párpados. Había tenido una suerte inaudita ya que ningún trocito de cristal le había dañado los ojos. Al principio pensamos que había quedado ciego, pero tras un exhaustivo examen por parte de El Cirujano, quedamos satisfechos. En cualquier caso necesitaba que le curáramos las heridas y extrajéramos los trozos de vidrio que aún se encontraban alojados en algunas heridas. Joder, si era por cuerpos extraños alojados bajo la piel, yo tenía una buena colección en la mejilla y el rostro. También tenía que ocuparme de eso antes de que se me infectaran. Pero necesitábamos pinzas. Si hubiera una mujer con nosotros, seguro que llevaría un par encima. Siempre llevaban cosas inútiles dentro de sus bolsos. Cosas inútiles que ahora nos vendrían de perlas, claro está.
Así que debíamos encontrar un lugar donde reabastecernos y curar nuestras heridas. Así podríamos seguir nuestro camino. También había algo que me rondaba la cabeza. Debía convencer a JB y a Jon Sang para que vinieran con nosotros hasta la capital. Me vendrían bien. Desde que encontró a Carla, El Cirujano no se separaba de ella y ya no podía contar tanto con su ayuda. Además el asunto de Dorf aún no se me había olvidado. Lo cierto es que no le podía acusar de nada, no tenía pruebas y cuanto le conté a JB que las bestias habían matado a su jefe, se lo creyó sin reticencias. ¿Podía ser que yo estuviera intentando ver fantasmas donde no los había? No lo sé, por si acaso, decidí tenerle vigilado.
JB estaba en el otro lado de la habitación, haciendo flexiones y abdominales y otra serie de ejercicios que a juzgar por su aspecto, rollizo, no tenía mucha costumbre de hacer.
Me levanté y caminé hasta allí, tomando asiento junto al sudoroso personaje. Me encendí un cigarrillo y le ofrecí uno. Lo tomó y sentándose a mi lado se lo encendió.
–Nada como un pitillo después del ejercicio –dijo en un susurro echándose a reír. Se cubrió la boca con una mano y trató de controlarse. Creo que este tipo era de esas personas que tienen un sentido del humor peculiar y solo hacen gracia a sí mismos. Aparté esas cavilaciones de mi mente y traté de centrarme en el asunto que me había hecho acercarme a él.
–Antes, hablasteis sobre un centro comercial...
–Si. Está como a unos quince minutos a pie. No está lejos.
–Debemos llegar allí cuanto antes. Necesitamos agua, comida y unas pinzas...
Me observó frunciendo el ceño y pude intuir que estaba pensando en otra de sus bromas sin gracia. Antes de que pudiera decir nada hablé yo:
–Tenemos que sacarle los trozos de ventana a Jon Sang antes de que coja una infección –Asintió sin decir nada, dándole una calada al cigarrillo. –Dentro de unas horas, cuando el sol comience a bajar, nos marcharemos.
Me levanté y volví al lugar en donde había estado sentado. Me acomodé en el suelo y Carla abrió un ojo. Sin decir nada, se acurrucó contra mi brazo y siguió durmiendo. Traté de descansar un poco pero me fue imposible. No dejaba de venirme a la cabeza la imagen de Dorf abierto en canal y de los ojos rojos que me miraban a través de la ventanilla del vehículo.
Llegó la tarde y desperté a mis compañeros. Todos estábamos sedientos y hambrientos. Pero no teníamos más remedio que aguantar hasta tener la oportunidad de saciar nuestras necesidades físicas.
Estábamos preparándonos para salir cuando Carla se acercó a mi por detrás y tiró varias veces de mi camisa para atraer mi atención. Me di la vuelta y agaché poniéndome a su altura.
–¿Dime?
–Tengo que hacer pipí –dijo ella sonrojada y mirando al suelo.
Joder, lo que me faltaba. No podía habérselo dicho a El Cirujano, no, tenía que decírmelo a mí. Y además, qué podía hacer yo al respecto. No podía materializar un cuarto de baño limpio e higiénico con agua corriente y papel. Debió de percibir mi desconcierto en mi rostro, porque dijo:
–Me da miedo ir sola…
Bueno… mientras no tuviera que sujetarle la frente para que hiciera fuerzas, creí ser capaz de hacerlo. Caminamos de la mano hasta el sucio y oscuro cuarto de baño. Yo me quedé fuera y la dejé entrar, pero se detuvo en la entrada y mi miró con el rostro compungido.
–Si cierras la puerta estará todo oscuro…
–Pues déjala abierta –dije yo encontrando mucho sentido a mis palabras.
–Desde aquí me pueden ver… –señaló a los demás que seguían preparándose para nuestra marcha.
–Pues la única luz que tengo es mi mechero –Carla asintió. –Pero… entonces yo tengo que entrar…
–Entra conmigo y ponte de espaldas.
Me encogí de hombros y la acompañé al interior del cuarto que quedó en la más absoluta oscuridad cuando cerramos la puerta. Encendí mi mechero y lo sujeté en alto colocándome de cara a la puerta. Detrás mío, Carla se puso a la tarea. Una vez hubo acabado salimos y nos unimos a los demás. Al salir del cuarto, percibí una mirada velada de mi compañero El Cirujano que me dejó extrañado. No le di importancia y recogí el rifle.
–Vámonos –dijo JB abriendo la marcha.
Una vez fuera nos recibió una fresca brisa que revolvió mis cabellos como caricias. Después del calor agobiante que habíamos pasado dentro de aquel cuchitril, era muy agradable aquel frescor. El sol se había ocultado tras el lejano horizonte y el cielo se teñía de vivos colores pastel.
Si en el pueblo minero habíamos encontrado a un único superviviente, en esta ciudad que era por lo menos el doble de grande, habíamos encontrado a tres (que ahora solo eran dos, claro). Parecía lógico pensar que no encontraríamos a ningún otro superviviente en Barlenton. Sin embargo de vez en cuando podíamos escuchar alguna explosión lejana, ruidos de golpes y griteríos de multitudes. Mi intuición me decía que esas multitudes no eran de supervivientes. Pero claro, si no había más supervivientes, ¿quién les hacía gritar de aquella manera y quién hacía esos ruidos y provocaba esas explosiones?
Caminábamos en fila india. El primero era JB, que conocía el camino y parecía ser el más dispuesto a prestarse a ello (lo cual no hablaba en su favor, si soy sincero), después iba yo, seguido de Jon Sang y de Carla y cerrando nuestra comitiva, caminaba El Cirujano con aquella pueril y socarrona sonrisa. Para entonces yo ya me había acostumbrado a ella, pero JB parecía pensar de otro modo.
Se acercó a mí y me susurró al oído:
–¿Te has fijado en tu amigo?
–No es mi amigo.
–Bueno, da lo mismo… ¿te has fijado en él?
–¿Qué pasa con él?
–Creo que tiene planeado algo.
–Seguramente hace planes como todo el mundo, JB, ¿a qué quieres llegar?
–Pues que nos mira con esa sonrisa maliciosa.
Era increíble como cada uno era subjetivo cuando interpretaba las mismas imágenes que llegaban a su retina. Él veía una sonrisa maliciosa y yo veía una sonrisa pueril. Puede que no fuera ni lo uno ni lo otro, pero claro, cada uno interpretaba la realidad a su manera. Le di un golpe en el hombro (admito que lo hice con fuerza y era una venganza por el golpe que me había dado él la noche anterior en la nave industrial) y le dije sonriente:
–Confía en mí, ese tipo me ha salvado la vida… tres o cuatro veces, ya no me acuerdo. Es de fiar.
A JB no pareció gustarle la libertad que me había tomado con el golpe en el hombro. Me hice el sueco y seguí caminando y mirando al frente.
Doblamos una esquina y frente a nosotros, al final de la calle, estaba el gran edificio que formaba el centro comercial.
¡Que ganas tenía de beber un largo trago de agua!
Nos acercamos con cautela al edificio. Frente a él había un amplio parking con anchas aceras y en la entrada había grandes puertas de cristal que con la electricidad en funcionamiento se abrían automáticamente.
A medida que nos acercábamos nos dimos cuenta de que el bullicio se escuchaba más cercano. La muchedumbre de post-mortem debía de andar cerca, habría que tener cuidado.
3 comentarios:
Que bueno,primer dia de la semana y ya tenemos entradita.Y ademas,la cosa se pone fea...¿conspiradores o paranoicos? Muy bueno el ritmo,sigue asi....
De conspiraciones nada. Ese Cirujano es un niño malo. La pregunta es ¿que hará con los órganos?.
No,si yo hablaba de J.B y Jon Sang,que para mi tramaban algo ...y el cirujano esta obsesivamente encariñado con Carla
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