lunes, 14 de mayo de 2007

Día 17 - Séptima Parte

El humo del cigarrillo ascendía rizándose en volutas por encima de mi mano. Ya no podía dormir más, me sentía muy descansado, así que había tomado asiento en el sofá del oscuro salón a la espera de que llegara el momento de marcharse. Los muebles del silencioso cuarto de estar no eran más que sombras difuminadas en el oscuro espacio frente a mis ojos. Lo único visible nítidamente era la punta ardiente del pitillo que sujetaba entre el dedo índice y corazón.

Jon Sang estaba en el rellano haciendo la última guardia y Kira seguía durmiendo en la cama de uno de los dormitorios del piso.

En la mesa frente al sofá, la botella de whiskey me observaba paciente pero segura de su destino. Alargué la mano y la agarré por el alargado cuello. Me llevé la boquilla a los labios e inclinando la cabeza me di un trago. El licor bajó por mi garganta con el característico quemazón. Era agradable volver a fumar y beber. Después de la comida, era lo que más había echado de menos. Aquellos momentos de tranquilidad e intimidad me gustaban, porque me servían para analizar los últimos giros en mi vida y de aquel modo poder entender mejor lo que me estaba ocurriendo.

Estaba atrapado en este maldito planeta al que hace muchos años llamé hogar. Para colmo de males, el planeta está plagado de no muertos que me persiguen allá donde me ven y seres terribles, víctimas de horrendas mutaciones, desean mi muerte. A todo esto hay que sumarle que he encontrado un amigo entre toda esta locura, un amigo del que aún dudo porque era compañero mío en la prisión por ser un asesino psicópata; he encontrado un compañero en Jon Sang, no se podía considerar como un amigo, pero sí que era un compañero de los que gusta tener cerca; luego estaba Carla, la pequeña y dulce Carla, la niña que había robado mi corazón y mi cariño casi sin decir una palabra; y finalmente alguien que me hizo sentir algo que hacía muchos años que no sentía, quizá fuera encaprichamiento, pero presentía que era algo más. Muchas cosas me habían ocurrido en poco más de dos semanas. Y la mayor parte de ellas en mi interior, uno de los lugares más inexplorados e inhóspitos del universo.

Muchas cosas. Demasiadas...

Me resultaba difícil asimilar tantas emociones agolpadas en la boca de mi estómago.

Pero claro, no tenía tiempo para todas aquellas moñerías. Dentro de poco nos marcharíamos de la seguridad de aquel escondrijo y nos volveríamos a adentrar en las peligrosas calles nocturnas de la ciudad, llenas de no muertos, bestias y aves mutantes.

Una silueta apareció por el quicio de una de las puertas que daban al salón. Kira se había despertado.

–Hola.

–Hola –respondí mientras le di una última calada al cigarrillo y lo apagaba sobre la tabla de madera de la mesa. Terminé el licor de la botella y la dejé sobre la misma mesa con cuidado de no hacer ruido.

–¿Has descansado?

–Sí.

Jon Sang entró por la puerta de entrada al piso y se acercó en la oscuridad como un fantasma.

–Es hora de marcharse.

Kira y yo asentimos en silencio.

Habíamos preparado una bolsa de viaje con algo de comida y varios cuchillos de cocina que habíamos encontrado. Jon Sang se armó con uno que tenía una hoja de treinta centímetros, Kira otro más pequeño y yo con un bate de baseball de aluminio. De esa guisa salimos del piso y bajamos las escaleras hasta el patio. Nos acercamos a la puerta de cristal y asomamos la cabeza al exterior.

Una suave y fresca brisa nos meció los cabellos. La calle estaba en silencio y vacía. No pudimos percibir ningún movimiento. Las inútiles farolas se mantenían erguidas y apagadas a los lados del asfalto como guardianes durmiendo un letargo eterno. En lo alto, las estrellas brillaban sobre un manto negro y la luna aún no había ascendido.

Jon Sang fue el primero en salir rápido y silencioso, avanzando pegado al muro del edificio calle arriba. Kira me agarró de la mano cuando estaba a punto de salir y me giró el rostro con la que tenía libre. Antes de poder preguntar qué es lo que quería, me plantó un beso en los labios, breve pero intenso, y salió detrás de nuestro compañero con decisión. La observé a medida que se iba alejando y difuminando con las sombras reinantes. Antes de perderla de vista, salí con agilidad del portal sin perderlos de vista.

Mi compañero nos guió por las calles, girando a derecha e izquierda cuando lo creía oportuno. Cuando escuchábamos el lejano rumor de los pasos de los post-mortem, él, inteligentemente, nos hacía dar una vuelta, que a pesar de alargar el trayecto, nos mantenía lejos de ellos.

En un par de ocasiones, escuchamos los graznidos de las aves mutantes sobre nuestras cabezas. Las dos veces, nos detuvimos y echamos cuan largos éramos en el suelo, manteniendo la respiración y esperando a que el peligro pasase. Una vez que estábamos seguros de que se había alejado, nos volvíamos a levantar y continuábamos nuestra marcha, rápida pero sigilosa.

Cruzamos una amplia plaza en el centro de la cual había una gran fuente inanimada y con el poco agua que le quedaba estancada y maloliente. En lo alto del monumento había varias estatuas de piedra de los pioneros en la colonización del espacio. En la base había una placa de cobre con una inscripción. Al pasar junto a ella, pude leer lo que decía: “Larson y Davidenkovic, descubridores de nuevos mundos. 3492 a.d.”. Era común encontrar monumentos dedicados a aquellos dos personajes históricos en las colonias.

Tras casi media hora de camino llegamos a una amplia avenida de por lo menos cuarenta metros de anchura. Mirando en ambas direcciones era imposible ver el final o el principio en aquella oscuridad. Comenzamos a remontar la avenida rápidamente.

Jon Sang se acercó a nosotros y nos dijo en un susurro casi inaudible:

–Un poco más adelante está la estación.

Estaba en lo cierto. Unos metros más adelante divisamos un gran edificio de dos plantas. Las paredes eran de placas de piedra blancas con agujeros en las cuatro esquinas de cada una. Un curioso diseño. No tenía ventanas. Y la fachada delantera una gran puerta hacía las veces de entrada de vehículos y peatones. Esta se hallaba abierta de par en par.

Cruzamos los seis carriles del asfalto hasta el lado del edificio y seguimos avanzando, pero con mayor celeridad ya que estábamos al descubierto y no había donde esconderse en caso de emergencia.

–Ya era hora –susurró una voz grave y queda cuando aún nos faltaban unos pocos metros para alcanzar la puerta de entrada.

Los tres nos detuvimos en seco asustados. Una figura salió a nuestro encuentro. Al principio no era más que una difuminada silueta oscura con forma humana, pero a medida que se fue acercando iba haciéndose más clara, hasta que al final pudimos distinguir la pueril pero irónica sonrisa de El Cirujano.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ahivalaostia!!! por fin vuelve el cirujano. ya le echaba en falta, a el y su tipica sonrisa XDDDDD.

Salu2. Shephard

Anónimo dijo...

Aun sobreviven, y se reencuentran los compañeros,bravo, la historia sigue igual de emocionante.