martes, 8 de mayo de 2007

Día 17 - Cuarta Parte

Kira se apretó todo lo que pudo a mí y me preguntó:

–¿Qué ocurre? ¿Por qué te paras?

–He llegado al final. Espera...

Tenía que haber alguna manera de salir. Siempre la había.

Empuñando el destornillador que aún sujetaba en mi mano, traté de pasarlo por el hueco de las rendijas, pero no cabía. Con la parte metálica de la herramienta metida por el agujero, hice palanca hacia abajo doblando la tira inferior y agrandando el agujero.

¡Eso es! ¡Ahí está la clave!

Seguí haciendo fuerza hasta que el agujero fue lo suficiente grande para que pasara mi mano. La saqué fuera sintiendo el aire fresco revoloteando entre mis dedos. Tanteando con la otra, encajé la punta del destornillador en la cabeza del tornillo y comencé a girar y girar haciendo acopio de todas las fuerzas que pude. No era un movimiento sencillo, debía hacer toda la fuerza con la muñeca y entre el dolor de mis quemaduras y el cansancio que sentía, me resultó difícil pero no imposible, claro está. El arduo deseo de escapar de aquel conducto estrecho, oscuro y lleno de cucarachas me daba fuerzas y ánimos para seguir girando.

Al fin el tornillo salió del agujero y desapareció de mi vista, cayendo hacia abajo. No escuché como golpeaba el suelo, lo que me recordó que estábamos a una altura considerable. Habría que tener mucho cuidado al bajar, sobre todo porque no había espacio suficiente para darse la vuelta e íbamos todos de cara. Pero cada cosa a su debido tiempo, aún me quedaban otros tres tornillos por quitar.

El siguiente me costó más trabajo, pero en un par de minutos lo conseguí quitar.

Mientras me ponía con los dos restantes, oteé el exterior oscuro y silencioso. Parecía que los post-mortem que habían quedado fuera de la tienda habían continuado con su camino. Solo unos pocos se habían quedado atrás, dentro del local. Era una suerte, porque de otro modo, no podríamos salir por ahí.

El tercer tornillo cayó al vacío.

Kira apoyó su mano en mi pierna. La sentí caliente a través de mis pantalones sucios y maltrechos.

Una gota de sudor resbaló por mi frente, bajando por mi entrecejo y acabando en la punta de mi nariz. Me hacía cosquillas, así que soplé para que cayera. Tanto me estaba distrayendo con el picor que el mango del destornillador se me resbaló de la mano y cayó sin que hubiera terminado de quitar el último tornillo.

–¡Joder! –exclamé en un susurro.

–¿Qué pasa? –inquirió Kira apretando mi pierna.

–Nada, nada...

¿Nada? Lo que pasa es que soy el capullo más patoso del mundo... de este por lo menos...

Apreté los labios y fruncí el ceño, pensando en la posible solución a mi nuevo problema. Agarré la rejilla por el hueco y la moví de un lado a otro. Cedía ligeramente.

–Kira.

–Dime.

–Empújame –le dije sujetando con fuerza el panel metálico por el hueco. –Con todas tus fuerzas.

Yo, al mismo tiempo, hice presión hacia delante también. Entre los dos ejercimos suficiente fuerza como para doblar el metal hasta que quedó sujeto por el último tornillo pero abierto como una puerta con un gozne extremadamente duro.

Ahora venía lo difícil. Bueno, difícil no, doloroso.

Me arrastré hacia delante hasta tener medio cuerpo asomando fuera del conducto. El suelo parecía estar a más distancia, sin embargo no dejaba de ser un efecto causado por la oscuridad. Coloqué una mano a cada lado del agujero, en el mismísimo borde. Sintiendo como me daban punzadas de dolor en las quemaduras. Aguantando mi peso con los brazos, saqué las dos piernas y me dejé caer los dos metros y medio. Adelanté el pie que no tenía lesionado y caí con él, rodando por el suelo. Me magullé un poco, pero por lo menos, mi tobillo hinchado no había sufrido el golpe.

Me volví a levantar rápidamente y alzando los brazos indiqué a Kira que se dejara caer. Le agarré de los brazos y después de las axilas. De aquel modo la sujeté cuando sus piernas perdieron el apoyo. Después, entre ella y yo, ayudamos a Jon Sang a descender del mismo modo.

La calle estaba silenciosa y llena de sombras. Una débil y menguante luna brillaba en el cielo sobre nuestras cabezas. Y la suave brisa nos mecía los cabellos, refrescando nuestros doloridos y cansados cuerpos. Los altos y silenciosos edificios nos oteaban desde las alturas como petrificados guardianes gigantescos.

Jon Sang hizo un gesto con la cabeza para que lo siguiéramos y nos marchamos rápidamente sin hacer ruido para no alertar a los post-mortem que seguían dentro de la tienda. Desde el interior del local nos llegaba ruidos de artículos cayendo al suelo y los característicos quejidos y gemidos de los no muertos. Debíamos movernos.

Sentí como se me ponía la piel de gallina por la espalda desnuda. El frescor del viento, era demasiado para mi torso desnudo. Sin embargo, en aquellos momentos lo único que me preocupaba era escapar de allí lo antes posible. Ya me preocuparía del frío después, cuando estuviéramos a salvo. No dejaba de visualizar en mi mente un suave y mullido colchón. Podía incluso sentir el olor a la tela de algodón. También me venían a la cabeza imágenes de platos rebosantes de carne asada y humeante, vasos de vino rojo como la sangre y pasteles de nata y chocolate. Casi podía notar el saber en mi boca de todos esos manjares.

Kira, que avanzaba delante de mí se tropezó en un bordillo y cayó al suelo dándose un buen golpe en el costado. Me arrodillé a su lado y Jon Sang nos observó de pie junto a nosotros, mientras lanzaba nerviosas miradas en todas direcciones, temeroso de que volvieran a aparecer nuestros perseguidores.

–¿Estás bien? –pregunté sujetando su cabeza.

–¿Está bien? –inquirió Jon Sang, a la vez, en un susurro.

–No lo sé –respondí nervioso. Los ojos de Kira estaban cerrados, pero su pecho ascendía y descendía despacio. Respiraba profundamente como si estuviera dormida. –Debe de haberse desmayado.

–Perdió mucha sangre por la herida y no hemos comido en varios días...

–Sí –me dejé caer a su lado, sentándome en el cálido asfalto. Dejé caer los hombros y arqueé la espalda. Yo también estaba hecho polvo. Alcé la mirada para observar a mi compañero y por la expresión de su rostro, él sentía lo mismo.

–Vamos, Max, buscaremos un escondite y comeremos algo.

Asentí y haciendo un esfuerzo tremendo, me levanté. Entre los dos alzamos a Kira y nos pusimos uno a cada lado. Pasamos sus brazos sobre nuestro cuello y la sujetamos por la cintura.

Unos minutos después, al borde de la extenuación, encontramos la entrada a un portal abierta. Accedimos a él y nos escondimos tras el primer tramo de escaleras, donde no nos podía ver desde la calle.

–Tú quédate aquí con ella, yo voy a ver si encuentro una puerta abierta –me dijo Jon Sang.

Nunca me ha gustado que me dieran órdenes, pero, por esta vez, lo pasé por alto. Estaba tan cansado que no tenía ganas ni de contestarle. Asentí y vi como se marchaba, como lo engullía la oscuridad... ¿o eran mis parpados que se cerraban como movidos por una fuerza externa e implacable?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

cojonuda la entrada, es la primera vez que escribo, pero he leido esta serie desde el principio. en definitiva mu wena.

Y a ver cuando vuelve el cirujano que ya le hecho en falta.

animo y a por todas

Anónimo dijo...

Muy bien este episodio de huida y de transicion....sigue asi,que esto esta genial...