martes, 15 de mayo de 2007

Día 17 - Octava Parte

La oscura figura de El Cirujano se acercó un paso, sonriendo en silencio. Los tres lo observamos, sin palabras. Sentí un inmenso alivio al ver a mi amigo. Si él estaba bien querría decir que Carla estaba bien también (o eso esperaba yo).

–Os ha costado mucho llegar aquí... –nos dijo con tono irónico. –Desde luego deberíais hablar con la persona que os enseñó ese atajo para que no lo vuelva a hacer.

Bromeando como siempre.

Entonces, una pequeña cabeza se asomó por el hueco de la puerta y miró en nuestra dirección. Sólo podía tratarse de una persona.

–¡Carla! –exclamé rompiendo el silencio de la avenida. No recordé que estábamos en una situación peligrosa que requería sigilo y cuidado, de hecho sí que lo recordé, pero me dio lo mismo. Cuando me vio, echó a correr hacia mi.

Poco antes de alcanzarme, saltó sobre mis brazos abiertos y me dio un fuerte abrazo que me lleno de alegría y me devolvió la sonrisa a los labios. Sus cabellos castaños me tapaban el rostro y su pequeño cuerpo se convulsionaba entre mis brazos en sollozos silenciosos. Arrodillándome en el suelo para ponerme a su altura, le miré directamente a los acuosos ojos y vi un brillo especial en ellos. No lloraba de tristeza, por contra lo hacía de alegría, tanta alegría que las lágrimas anegaban sus ojos. Sus suaves mejillas estaban sonrojadas y fruncía los labios tratando de aguantar los sollozos.

Iba vestida con ropa limpia y nueva y parecía estar en buen estado. Levanté el rostro para mirar a El Cirujano con el semblante serio y le dije:

–Gracias por cuidar de ella.

Él asintió y sin decir más se dio la vuelta y se marchó hacia la entrada de la estación. Me volvía a levantar y cogía a Carla en brazos siguiendo a mi amigo hacia su escondite. Los otros dos me siguieron en silencio.

Atravesamos la amplia entrada internándonos en sombras más espesas, si cabía. Dejé a Carla en el suelo temiendo tropezar con algo y aplastarla contra el suelo. Ella me sujetó de la mano y guió por la oscuridad. Caminamos hacia una fuente de luz velada a excepción de una pequeña grieta. Parecía ser una puerta sin terminar de cerrar. El Cirujano la alcanzó y abrió para entrar. Una oleada de luz blanca se desparramó hacia nosotros iluminando el camino con claridad. No había nada por en medio y podíamos caminar con seguridad hasta la habitación iluminada. Más allá de la franja iluminada no se podía ver nada. Kira y Jon Sang me caminaban detrás mía en silencio.

Entramos en la sala y la luz me deslumbro durante unos segundos. Pero pronto recobré la vista y me encontré con una imagen que me sorprendió pero que, en un principio no sabría decir por qué, no me preocupó lo más mínimo. Francoise estaba de pié, a unos tres metros de mí. Sostenía una pistola automática apuntada hacia mí.

–¿Qué pasa? –inquirió Kira detrás mía cuando chocó contra mi cuerpo. Jon Sang no dijo nada pero se detuvo con el rostro en un rictus de sorpresa.

Carla no se separó de mí. Parecía creer que estaba más segura a mi lado.

La sala parecía ser una sala de espera de la estación. A ambos lados, pegadas a las paredes había sendas filas de sillas de aspecto cómodo. Entre cada grupo de cuatro sillas había una pequeña mesita de metal con viejas revistas apiladas sobre ellas. Empotrados en el falso techo de placas de metal, había unos tubos fluorescentes que iluminaban la estancia con una luz azulada. En el otro extremo de la sala de espera había otra puerta cerrada y que tenía una manta clavada en el centro con la que debían de tapar el cristal para que no escapase nada de luz al exterior. En el lado más alejado de la entrada había otras tres mantas en el suelo que debían de haberles servido de camas y alrededor estaban los utensilios, ropa y bolsa deportiva de nuestros compañeros.

La situación era de lo más siniestra. Al fin habíamos encontrado a nuestros compañeros pero sin embargo nos encontrábamos amenazados por uno de ellos.

–Baja el arma, Francoise –susurré tratando de tranquilizarlo con calma.

Él no parecía responder. Tenía la mirada de un demente. Parecía haber perdido la cabeza.

–¡Están infectados! ¡Por qué les has dejado entrar! –la pregunta iba dirigida hacia El Cirujano, pero no nos quitaba el ojo de encima.

Di un paso al frente y el apretó la pistola gritando:

–¡Quieto! ¡No te muevas o disparo!

–Tranquilo, tío... tranquilo –dije a la vez que alzaba mi mano en un gesto conciliador.

Con la otra mano empujé a Carla hacia detrás y la coloqué detrás de mí.

–¡No lo veis, traen armas para matarnos y comernos! –exclamó señalando el bate que yo sujetaba con la mano con la que había movido a la pequeña.

–Vale... mira... –me agaché lentamente y deposité la barra metálica en el suelo. Me volví hacia Kira y Jon Sang y asentí con la cabeza para que me imitaran. Lo hicieron de inmediato. –Ves... ya está...

–¡No! ¡No está!

La mano con la que sujetaba la pistola le temblaba con peligro. En cualquier momento apretaría el gatillo sin querer y me metería una bala entre ceja y ceja. Debía pensar en algo que lo relajara.

–¿No ves que estamos bien? –le preguntó Jon Sang.

Una gota de sudor resbaló por la sien de Francoise hasta llegar a su barbilla. La mano le temblaba como si sufriera de parkinson, y su tez estaba pálida como la tiza.

Entonces vi como El Cirujano se movía sigiloso pero rápido como un felino hasta colocarse tras Francoise y entonces la punta de un gran cuchillo de caza asomó por la parte delantera del pecho. Los ojos del herido se abrieron de par en par en una expresión de total estupor. Inclinó el rostro para mirar aquello que le había atravesado el torso sobresaliendo a un lado del esternón.

Un momento después sus ojos perdieron el característico brillo que la vida les infunde y su cuerpo comenzó a caer hacia delante sin nada que lo sujetase. A medida que caía la hoja del cuchillo volvió a introducirse en su cuerpo. Cuando el cuerpo sin vida ya de Francoise estaba a medio camino del suelo embaldosado de mármol, los tres pudimos ver como El Cirujano aún sujetaba el arma con el que había acabado con su vida.

En el mismo momento en que el cadáver golpeó el suelo, su dedo, aún pegado al gatillo, sufrió un estertor de muerte y lo apretó con fuerza. La pistola se disparó y la bala abrió un boquete en la baldosa que había justo debajo. El estruendo resonó por la sala, rebotando contra las paredes. Todos pudimos comprobar como el eco tardó unos segundos en desaparecer.

Todos mirábamos con sorpresa a El Cirujano que nos observaba con una ligera sonrisa en la comisura de sus labios.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Buena entrada gamberro!!

A ver cuando kdamos a tomar algo, ya sabes q yo ya tengo los findes libres!!

Anónimo dijo...

Brutal esta entrada.Que alegria volver a ver al Cirujano tan cabron chiflado como siempre...
Tio,moooooola....
Perdon por no haber entrado antes,es que ando muy liado ultimamente...

Jobove - Reus dijo...

hemos visitado tu blog y lo encontramos muy interesante
si tienes un momento visita el nuestro
http://telamamaria.blogspot.com
en Reus -Catalunya
gracias.

Korvec dijo...

Ya se sabe:

"El cirujano es el que te raja sujetando el cuchillo con la mano".

Anónimo dijo...

ya esta. ya he resuelto el misterio. si miras a un espejo y dices Candyman tres veces , sale el cirujano y te clava un cuchillo en el estomago y te abre en canal.
salu2.El anticiudadano Nº1