viernes, 1 de junio de 2007

Día 18 - Segunda Parte

El motor eléctrico del autobús ronroneaba como un felino dentro del compartimiento que había bajo nuestros pies, impulsando el vehículo por el asfalto requemado de la carretera. A ambos lados habían aparecido colinas rocosas con arbustos desperdigados por doquier que aguantaban las inclemencias del clima desértico.

Kira se había quedado dormida con la cabeza apoyada sobre mi hombro. Carla seguía durmiendo y Jon Sang oteaba la distancia a través de las amplias y sucias ventanas del autobús. El único que no parecía bajo de moral o cansado era mi compañero, el Cirujano. Tarareaba una canción que solo él conocía mientras conducía con seguridad y cautela por la abandonada carretera llena de baches.

¿Cuánto tiempo llevábamos en Ypsilon-6? Más de una semana, eso lo tenía claro, pero no era capaz de calcular la cifra exacta de días que habían pasado desde que nuestra nave se estrellara contra la superficie y escapásemos de prisión. ¿Dos semanas? Habían ocurrido tantas cosas durante este tiempo que me era imposible calcularlo. Seguro que El Cirujano llevaba un recuento exacto de cada día que había pasado en este maldito planeta, pero no yo. Había perdido mi diario hacía mucho tiempo. Estas palabras las escribo desde la distancia del tiempo, ahora que he vuelto a conseguir un cuaderno electrónico en donde relatar mis vivencias. Sin embargo en aquel momento, no recordaba cuanto tiempo había pasado.

–Mira… ahí está –dijo El Cirujano señalando con un dedo hacia el frente.

Escruté la lejanía en busca de lo que había llamado la atención de mi compañero. Había un grupo de pequeños edificios de una sola planta que se acercaban hacia nosotros por la derecha de la carretera.

Con todo el cuidado que pude, para no despertar a Kira, coloqué su cabeza en el respaldo del asiento y me levanté. Sujetándome a los asideros me acerqué hasta el sitio del conductor y pregunté a El Cirujano:

–¿Qué es?

–La estación de repostaje.

Asentí apretando los labios, preocupado por lo que podíamos encontrarnos allí. Si es que la infección había llegado hasta aquel lugar, no podía haber muchos post-mortem.

El Cirujano me miró y sonrió.

–No te preocupes.

Arqueé las cejas encogiéndome de hombros.

–No lo puedo evitar.

Él volvió a centrar su atención en la carretera y a tararear la cancioncita. Como si fuéramos de excursión.

Unos minutos después levantó el pie del acelerador y tomó la salida que llevaba al grupo de edificios a la derecha. La arquitectura de estos era simplista hasta los límites, las fachadas eran blancas y estaban sucias; los tejados planos; una sola planta. Era un pequeño pueblo fantasma que evocaba recuerdos de las viejas películas de vaqueros en dos dimensiones del siglo veinte. Condujo el autobús hasta la estación y allí lo detuvo apagando el motor.

Kira se despertó entonces abriendo los ojos y mirando en todas direcciones alerta.

–¿Dónde estamos? –inquirió parpadeando.

–Hemos llegado a la estación de repostaje –expliqué yo bajando los tres escalones hasta la puerta. El Cirujano la abrió accionando un interruptor en el panel de control y salí al exterior estirando las piernas y los brazos con placer.

Un viento cálido y lleno de polvo me golpeó desde el lado revolviendo mi cabello descuidado y que había crecido mucho desde la última rapada que me dieran en la cárcel. Sentía unas irrefrenables ganas de encenderme un pitillo, pero ya no me quedaban, tendría que conseguir más. Seguro que en la estación había una tienda y allí tendrían con toda probabilidad.

El Cirujano fue el siguiente en descender del interior del vehículo y me puso una mano sobre el hombro.

–¿Qué tal? ¿Has descansado?

Asentí sin contestar. Estaba concentrado en escanear la zona en busca de movimiento y vida o... movimiento sin vida...

–Tenemos que encontrar los generadores y encenderlos para poder repostar cuanto antes y largarnos de aquí –comenté yo sin dejar de mirar hacia el pequeño grupo de edificios frente a nosotros.

Jon Sang descendió entonces estirando los brazos y con gesto de aburrimiento.

–Bueno, ¿y ahora qué?

–Ayúdame, tenemos que hacer funcionar los generadores, pero primero hay que encontrarlos –le dijo El Cirujano divertido.

Los dos se marcharon hacia la entrada del pequeño edificio construido con planchas de latón pintadas de blanco.

Kira bajo después y se unió a mí.

–¿Crees que habrá alguno aquí?

–No sé. Pero lo mejor será marcharnos cuanto antes.

–Sí.

Suspiré, volví el rostro hacia ella y le dije con una sonrisa:

–Voy a buscar tabaco, ¿me acompañas?

Asintió sonriente y los dos nos encaminamos hacia la puerta de vidrio de la tienda en el mismo edificio que la estación. Agarrando el pomo con fuerza estiré y empujé con fuerzas, tratando de abrir la puerta. No se movió. Miré a Kira arqueando las cejas y encogiendo los hombros.

–Supongo que no queda otro remedio –le dije a la vez que me marchaba de regreso al autobús.

Tras unos pocos segundos volvía a estar frente a la puerta con el bate de aluminio entre las manos. Kira dio unos pasos atrás, alejándose de la inevitable lluvia de cristales. Miré a ambos lados preocupado por el ruido que iba a hacer. Levanté el bate; apreté las manos; cogí aire...

¡¡¡¡¡¡RRRUUUMMMMMBBBBRRRR!!!!!!

Un estruendo emergió de las entrañas de la tierra haciendo temblar toda la estructura de la estación. El vidrio de la puerta se agitó tintineando. Kira y yo nos miramos extrañados. ¿Qué había sido eso? ¿Un terremoto?

–Los generadores –dijo ella levantando la mano hasta su cabeza en un gesto de comprensión.

Asentí recordando que precisamente eso era lo que Jon Sang y El Cirujano estaban haciendo. Volví a apretar las manos sobre la goma que rodeaba el final del bate metálico, aspiré aire por la nariz hasta que hube llenado mis pulmones y lancé un fuerte golpe contra el panel de vidrio que entorpecía nuestro camino.

La punta del bate golpeó en la mitad de la puerta. Una telaraña de rajas se abrió desde el punto de impacto hacia los extremos, pero el panel aguantó en su sitio. Era vidrio reforzado para evitar robos... tendría que darle otro fuerte golpe. Volví a alzar mi arma, y apretando los dientes y dejando escapar un grito lancé otro tremendo golpe contra la aparentemente endeble puerta que aguantó el envite estoicamente. Sin embargo, más rajas surcaron toda la superficie y un pequeño agujero apareció justo en el centro de aquella telaraña de grietas.

–¡Joder! –exclamé frustrado.

–Trae –me quitó el bate de las manos –déjame a mí.

Sin tanta concentración como había requerido yo, propinó un golpe junto al pomo y un trozo de vidrio todo agrietado cayó al interior casi sin hacer ruido. El boquete tenía unos quince centímetros de diámetro, suficiente para meter la mano y abrir el pestillo, que es lo que Kira hizo. Después se apartó dejando que la puerta se abriera del todo e hizo un gesto con la mano para dejarme pasar.

–Adelante caballero.

Me eché a reír y entré al frescor y penumbra del interior.

–Eres un crac –le dije sonriente –¿lo sabías?

–Sí.

Nos echamos a reír a la vez que yo me acercaba hasta el mostrador en busca de lo que me había motivado para entrar en un principio. Encontré una estantería llena de paquetes de cigarrillos. Cogí una mochila nueva y con a etiqueta marcando su precio y la llené de ellos. Con aquello tendría para mucho tiempo.

Kira se acercó a mí con una sonrisa en los labios y un brillo especial en los ojos. Algo sorprendido me quedé hipnotizado por su belleza. Ella tomó la mochila de mis manos y la dejó sobre el suelo. Después acercó su rostro al mío y me regaló un apasionado beso. Yo me dejé llevar, sabiendo lo que le pasaba por la cabeza. Estábamos solos. Jon Sang y El Cirujano estaban ocupados con los generadores y aún debían conectar los cables a la batería del autobús. Y Carla estaba dormida dentro de nuestro transporte. Estábamos solos y teníamos un poco de tiempo.

–¡¡¡AAAAhhhhh!!!

Un chillido nos llegó del exterior. Era la pequeña la que gritaba y lo hacía llena de terror.

Corrimos hasta la puerta y a través del hueco pudimos ver como un grupo de cinco bestias a cuatro patas, parecidas a lobos hambrientos, se acercaban a la entrada del autobús donde Carla los observaba con los ojos abiertos de par en par y el rostro ensombrecido por el miedo.

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