miércoles, 27 de junio de 2007

Día 18 - Quinta Parte

Recogí el fusil de plasma que seguía estando junto al asiento del conductor, donde El Cirujano lo había dejado, y marché hasta la puerta del autobús. El canino mutante seguía lanzándose rabioso contra la puerta tratando de derribarla con embistes dignos de el toro más bravo. Me observaba con sus ojos amarillos y legañosos.

En la última embestida que hizo contra la puerta, saltó más alto y golpeó con el hocico el cristal de la mitad superior dejando un rastro de babas que comenzaron a resbalar. Me coloqué frente a la puerta y le dije a Carla sin volver a vista de la bestia.+

–Cuando te avise abres la puerta.

Ella asintió y escuché como se movía detrás mía.

–¿Lista? –pregunté con determinación.

–Sí.

Sujeté con fuerza el rifle y lo apunté hacia fuera. En el exterior, el lobo rabioso se preparó como si supiera lo que tenía planeado. ¿Era posible que la mutación hubiera aumentado no solo su fuerza sino también su inteligencia? Daba lo mismo. Aunque tuviera la inteligencia superdotada de un genio humano, no podría esquivar un disparo.

–¡Ahora!

La puerta se abrió sobre sus engranajes y entonces, el canino se lanzó en su mortífero ataque abriendo las fauces y poniendo las garras por delante. Saboreé el momento dejando que las milésimas de segundo pasaran a la vez que mi enemigo se acercaba a gran velocidad volando por el aire. En el último momento, y no sin una sonrisa malévola en los labios, apreté el gatillo. El haz de plasma salió del cañón de mi rifle e impactó de lleno en el cuerpo de la bestia rabiosa. Esta salió lanzada hacia detrás cayendo al suelo a casi cinco metros de distancia. No estaba muerto, pero sí inconsciente.

Salté al exterior preparado para enfrentarme a las otras bestias mutantes.

La escena que me encontré no fue nada agradable. El Cirujano estaba tumbado boca arriba y uno de los lobos trataba de arrancarle la yugular de un bocado mientras él le sujetaba las fauces con las manos. Kira lanzaba golpes con el bate tratando de mantener a otro lobo a raya, fuera de su alcance. Y Jon Sang se enfrentaba desarmado al último observándolo con resignación, esperando a que llegara el ataque mortal.

Corrí hacia este último y cuando lo tuve a tiro disparé. La bestia mutante cayó al suelo, varios metros más allá, inmóvil.

Kira gritó. Me giré hacia ella y vi como la bestia había saltado y estaba a punto de embestirla. Pero no llegó a hacerlo. El bate lanzó un destello, reflejo del sol, a la vez que describía un círculo alrededor de ella y golpeaba la cabeza del lobo mutante reventándole el cráneo. Una lluvia de huesos, sangre y carne, llovió sobre la arena seca a la vez que el cuerpo sin vida y casi sin cabeza del ser caía inerte.

Sólo quedaba uno. Pero no me dio tiempo a solucionar el problema. Jon Sang, al verse libre de peligro. Corrió hasta donde había quedado el cuchillo de caza de El Cirujano y saltó sobre la bestia que amenazaba la garganta del mismo clavando la gruesa y larga hoja de acero en la base del cráneo.

El Cirujano dejó caer el cuerpo peludo y sin vida a un lado y respiró aliviado. Tenía el rostro empapado de sudor y manchado de tierra rojiza. Respiraba con dificultad. Jon Sang tomó asiento junto a él, descansando también.

–¿Estáis todos bien? –inquirí tratando de relajarme.

Asintieron, pero no hablaron.

Habíamos estado cerca. Cada vez las situaciones se ponían más difíciles y sin embargo parecíamos sobrevivir. Empecé a pensar que teníamos posibilidades de salir de aquel maldito planeta con vida. Todos. Después de las penurias que habíamos pasado juntos se me hacía raro pensar que llegaría el momento en que nos separaríamos y cada cual iría por su camino.

Carla bajó del autobús y corrió hacia mí. Cuando llegó hasta mí, se agarró a mí en un fuerte abrazo y lagrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Respirando aliviado coloqué un brazo sobre su espalda, correspondiendo a su cariño. Apreté con fuerza su cuerpo para que supiera que estaba allí y para que no se preocupara. Traté de tranquilizarla con palabras, pero no eran necesarias. Me abrazo valía mucho más que ninguna palabra. Así que me mantuve en silencio y simplemente la abracé.

Cuando llegara el momento de separarse Carla se quedaría conmigo. No tenía a nadie. Nosotros éramos lo único que le quedaba. Dios... como me recordaba a mi hermanita...

Kira me observaba, apartada y sujetando el bate con fuerza. Su pecho subía y bajaba con cada respiración que hacía, pero sus ojos estaban fijos en mí. Pude ver en su mirada el deseo de imitar a Carla, de tirarse a mis brazos y besarme. Yo deseaba lo mismo, tengo que ser sincero. Pero no podía apartar a la pequeña Carla. Este era su momento y esperaría a que ella decidiera apartarse. Si tenía que pegarme tres horas en aquella postura, abrazado a la pequeña, lo haría. Kira debió de adivinar mis intenciones, porque me dedicó una dulce sonrisa y se marchó hacia el autobús. Se sentó en las escaleras de la entrada y apoyó el bate contra el lado del vehículo.

–Bueno, tenemos que acabar con ellos... –dijo Jon Sang a la vez que se levantaba y, con el cuchillo aún sujeto en la mano derecha, caminaba hasta una de las dos bestias inconscientes. La degolló y se movió hasta la otra. Hizo lo propio y se marchó hacia la tienda a la que habíamos entrado Kira y yo. –Me voy a lavar un poco.

El Cirujano se incorporó y se sentó en el duro terreno seco. Su espalda encorvada, su rostro sucio con costras de tierra reseca, la ropa manchada... no parecía él mismo. Era la primera vez que lo veía en tan malas condiciones. Su rostro había perdido su característica sonrisa pueril. Parecía seriamente afectado.

–¿Estás bien? –le pregunté sin soltar a Carla.

–Sí.

Después, levantó la cabeza y me miró.

Allí estaba. Su sonrisa había vuelto. El color regresaba a su piel y por momentos parecía recuperar el aspecto saludable que tenía de costumbre.

–Esta vez casi no lo cuento... –dijo como si todo aquello no hubiera sido más que una pesada broma.

Off Topic

Siento no poder escribir más amenudo, pero últimamente el trabajo me tiene absorvido.
Desde que me ascendieran y cambiara de puesto, tengo tanto trabajo que podría hacer tantas horas extras como quisiese. No paro en las ocho horas que estoy en la oficina y no puedo hacer como antes que solía escribir allí en los ratos muertos.
Al principio pensé que lo que debía hacer es escribir en casa. Pero claro, estar en casa no quiere decir estar sin hacer nada, también en casa hay mucho que hacer. Y encima, llego tan cansado del curro que me cuesta mucho ponerme a escribir.
En realidad todo esto no es una excusa. Simplemente trato de haceros entender que no escribo menos por que se me halla ido la inspiración o porque me canse de esta historia. La verdad es que no escribo tanto como antes por el trabajo.
Sin embargo, tengo que empezar a organizarme mejor y tratar de escribir un poco todos los días, como hacía antes. Aunque no escriba un capítulo entero al día (como antes), si escribo un poco, igual podía terminar uno cada dos o tres días.

En fín, como ahora iba a colgar un capítulo, he creído que era un buen momento para dar algo de explicaciones.

Sobre todo no os preocupeis. No pienso dejar esta historia a medias. Aún quedan muchas aventuras por delante para nuestros protagonistas. Y existe un final (más o menos). Así que no os teneis que preocupar de que me pierda o no sepa como continuar. El camino que tomarán los personajes hasta ese final es incierto, pero el destino final está muy claro en mi mente.

Sin más, os dejo con un nuevo capítulo del diario de Max.

Un saludo.

viernes, 15 de junio de 2007

Día 18 - Cuarta Parte

Entonces escuché la voz de Jon Sang. No podía ver dónde se encontraba pero su voz venía del exterior.

–¡¡Qué diablos?!

–¡Correr! –gritó Kira junto a mí, casi dejándome sordo.

Las dos bestias mutantes frente a nosotros giraron sus abominables cabezas hacia la derecha y comenzaron a caminar hacia allí, de manera lenta y pausada; preparados para atacar.

–No te muevas –escuchamos decir a El Cirujano con la voz tranquila. No pude detectar ni un ápice de nerviosismo en él. Era increíble la sangre fría que podía llegar a tener en los momentos más tensos.

Uno de los otros dos caninos mutantes, que estaban junto al autobús, se volvió y decidió que aquellas dos nuevas presas eran más fáciles de alcanzar. El otro, no desistió en su búsqueda de una entrada al vehículo.

Carla seguía petrificada tras la puerta de entrada, llorando y mirándonos desconsolada.

Estaba bloqueado. No sabía qué hacer. Si hubiéramos tenido el rifle de plasma con nosotros… todo sería mucho más fácil. La próxima vez seríamos más cautos. Debíamos serlo. El hecho de haber escapado de Barlenton con vida nos había infundido una tranquilidad que no correspondía con la realidad, y esto era una buena prueba de ello.

Kira me agarró del brazo y me apartó de la puerta. Antes de que pudiera protestar ella había salido a la calle empuñando el bate y con una expresión de agresiva determinación en el rostro. Yo salí tras ella sin saber muy bien qué hacer o qué pensaba hacer ella.

Dio unos pasos hacia las bestias y una de estas se percató de nuestra presencia girándose en redondo y encarándonos. Sus gruñidos eran amenazadores e hicieron que mi corazón se acelerara. Sentí como la adrenalina comenzaba a circular por mis venas.

Junto al canino mutante que nos acechaba estaba el otro acercándose con lentitud hacia donde El Cirujano y Jon Sang esperaban quietos y expectantes. Vi como mi compañero sacó su cuchillo de caza del pantalón y lo empuñó. Flexionó las piernas y se puso en posición defensiva, esperando paciente. No dejaba de observar atentamente a la bestia que le gruñía. Jon Sang, al ver el arma que esgrimía su compañero, dio unos pasos hacia detrás y se colocó después de El Cirujano. Yo también me coloqué unos pasos por detrás de Kira. Al fin y al cabo eran ellos dos los que manejaban las únicas armas que teníamos.

Pero poca atención pude prestar a aquel enfrentamiento, ya que escuché como el canino mutante que quedaba junto al autobús se rendía y centraba su atención sobre mí.

Joder –me dije a mí mismo maldiciendo mi mala suerte.

La bestia rabiosa dio unos pasos hacia mí de manera pausada pero amenazante. Sus colmillos sobresalían por sus fauces medio abiertas a la vez que emitía un grave gruñido y me miraba con ojos asesinos.

Eché a correr hacia mi izquierda alejándome de mis compañeros sin saber muy bien qué hacer, pero tratando de alejar esta nueva amenaza de los demás. El lobo mutante dio un salto imposible colocándose delante de mí y cortándome el paso. Estaba a unos dos metros de distancia e intuí que se preparaba para lanzar su ataque final sobre mí. Sus cuartos traseros se hincaron con fuerza sobre el terreno seco y descendió el lomo para darse impulso.

Yo, al mismo tiempo, flexioné las piernas preparándome para esquivarlo, si es que era posible. Y entonces tuve una idea. No era demasiado buena y solo me daría unos momentos más, pero tenía que intentarlo.

Unos metros detrás mío mis compañeros seguían dando vueltas alrededor del grupo de tres mutantes que les observaban con rabia.

Entonces escuché como El Cirujano lanzaba un grito guerrero. En ese mismo instante percibí en la mirada del canino que me acechaba a mí un ligero despiste. Aproveché la oportunidad para hacer una amago de salto hacia la izquierda e inmediatamente salté hacia el lado contrario, lanzándome con fuerza contra el lateral del autobús.

La suerte me sonrió y mi enemigo mordió el anzuelo saltando hacia el lado equivocado. Yo acabé golpeando fuertemente el frío aluminio de la superficie del vehículo pero escapando de una muerte segura y horrible.

Tropezando pero sin caer al suelo corrí a lo largo del autobús tratando de alcanzar la esquina del autobús para darle esquinazo pero antes de llegar vi como la puerta delantera del vehículo se abría ante mi sorprendida mirada. Cuando llegué hasta ella salté dentro y Carla, la pequeña Carla, la inteligente Carla, accionó el interruptor apropiado y la cerró justo en el momento en que la bestia mutante saltaba sobre mí para acabar conmigo. Se golpeó violentamente contra el panel de aluminio abollándolo por el lado exterior.

–Gracias, pequeña –le dije mientras suspiraba aliviado.

–No soy pequeña...

–Sí que lo eres –dije con una amplia sonrisa –pero también eres muy lista y valiente.

Mi comentario la complació y sonrió orgullosa. Coloqué mi mano sobre su pequeño hombro y le dije:

–Ven, vamos a demostrarle a esas cosas lo que quiere decir tener la suerte en contra...

viernes, 8 de junio de 2007

Día 18 - Tercera Parte

Las cinco bestias caminaban a cuatro patas. Sus gruesos y musculosos cuerpos estaban recubiertos por una densa mata de pelo sucio y enmarañado de color gris. Tenían los lomos arqueados y las cabezas gachas, rugiendo mientras se acercaban lentamente, apoyando las patas, de largas garras, con seguridad como si fueran de plomo. Entre los cinco habían formado un semicírculo que iba cerrándose a medida que se acercaban en torno a la puerta abierta del autobús. Carla los observaba con los ojos tan abiertos que parecía que de un momento a otro sus globos oculares se iban a salir de sus cuencas. El labio inferior le temblaba y se agarraba con fuerza al chasis metálico del vehículo con sus pequeñas manitas.

–¡NO! –gritó Kira tratando de zafarse de mi. Yo me mantuve firme y no la solté –¡Déjame! ¡Suelta!

No la solté. La tenía sujeta por los brazos, hincando mis dedos para que no se me escapara. Seguramente más tarde le saldrían moraduras, pero en aquel momento lo único que me preocupara era que no hiciera una locura, estaba desarmada y pretendía salir al encuentro de esas bestias peludas... una locura.

–¡Métete dentro y cierra la puerta! –exclamé por encima de los quejidos de Kira –¡Carla, escucha! ¡Entra dentro y cierra la puerta!

Tanto gritar hizo que tres de los caninos mutados se dieran la vuelta y encaminaran hacia nosotros con los mismos movimientos pausados y amenazadores. Kira se quedó petrificada cuando vio que se nos acercaban tres feroces bestias mutantes que nos enseñaban los afilados, largos y amarillentos colmillos mientras hilos de saliva les escurrían desde las fauces hasta el suelo. Sus ojos amarillos nos observaban maliciosamente.

Carla me hizo caso y saltó al interior del autobús subiendo los escalones como una gacela en peligro y accionó el interruptor que cerraba la puerta. Esta se deslizó interponiéndose entre las dos bestias y ella justo en el momento en que una de ellas saltaba lanzándose en un ataque mortal sobre su presa. Se golpeó el hocico contra el metal emitiendo un quejido y calló al suelo sacudiendo la cabeza.

Las tres que se acercaban a nosotros nos observaban con hambre y gruñían rabiosos. Daban pequeños pasos hacia nosotros, con las cabezas gachas y los lomos arqueados, en posición de ataque.

Estiré de Kira con fuerza metiéndola dentro del local y después cerré la puerta de cristal apoyando ambas manos en ella para mantenerla de aquel modo. Uno de los lobos mutantes saltó contra ella. La golpeó con una fuerza tremenda que casi me hizo caer hacia detrás. Pero no lo hice, aguanté la embestida viendo como las abiertas fauces de la bestia estaban a pocos centímetros de mi rostro. Otra de ellas se lanzó rabiosa contra el cristal. La fuerza de la embestida me sacudió pero conseguí aguantar. Una tras otra se lanzaban contra la puerta tratando de abrirse paso. El grueso panel de vidrio temblaba a cada golpe pero se mantenía en su lugar. Pequeños pedazos de cristal se desprendían de los bordes del boquete que habíamos hecho con el bate, pero nada que pusiera en peligro nuestra seguridad.

Los otros dos lobos mutantes seguían dando vueltas al autobús buscando una entrada por la que acceder hasta Carla, pero no la encontraron. La única manera de entrar era la puerta que ella había cerrado. Por ahora estaba a salvo.

Recordé el único arma que teníamos, el rifle de plasma, pero se había quedado dentro del vehículo, fuera de nuestro alcance.

Mientras seguía aguantando los golpes que las tres bestias daban contra la puerta para entrar. Yo hacía fuerza con los brazos para aguantar las embestidas feroces.

Kira no esperó a que yo pidiera ayuda. Se internó en la tienda, entre las estanterías llenas de artículos en busca de algo que nos sirviera de arma.

De un momento a otro regresarían Jon Sang y El Cirujano sin saber qué les esperaba. Teníamos que hacer algo rápido. Los pillarían desprevenidos y sin un lugar en donde esconderse. Pero no me podía mover. Si me apartaba de la puerta, la echarían abajo.

Trozos de vidrio se desprendían del boquete pero el resto del cristal parecía aguantar por ahora.

Dentro del autobús, pude ver como Carla me observaba desde la puerta cerrada con terror en los ojos y lágrimas resbalando por sus mejillas. Estaba sola y asustada.

Kira regresó un momento después sin haber encontrado nada. Desesperada me miraba con preocupación. Pero yo no sabía qué hacer, cómo actuar. Entonces su rostro se iluminó con una idea y recogió el bate de aluminio del suelo. Lo sujetó con ambas manos poniéndose en posición de ataque detrás mío.

–Cuando salte el próximo, abre la puerta y déjale entrar, después vuelve a cerrar y aguanta –me dijo con autoridad.

Era una idea arriesgada, incluso se podía decir que era una locura, pero qué otra cosa podía hacer. Esperé paciente a que uno de los lobos mutantes saltase contra la puerta y en ese justo instante me aparté del camino abriendo la puerta de par en par. La bestia pasó volando junto a mí. Cuando hubo salvado el umbral, con toda la rapidez de la que fui capaz, cerré la puerta apoyando ambas manos sobre ella para mantenerla de ese modo. No volví la cabeza para que las otras dos no me pillasen de improvisto y poder mantenerlas fuera, confiando en que Kira pudiera ocuparse de la otra. Nuestras vidas dependían de ello.

Escuché como ella gritaba con furia y después un fuerte golpe resonó por todo el local seguido de un quejido canino. Después un par de golpes más, menos potentes, y un silencio sepulcral.

Kira me tocó el hombro. Giré el rostro un instante y me encontré con sus ojos, fijos en los míos, mirándome con determinación y nerviosismo. En el suelo, a un metro de distancia, el cuerpo de la bestia mutante reposaba inmóvil y sin vida sobre un charco de sangre. Lo había conseguido. Con la mano derecha, Kira aún sujetaba el bate que ahora tenía una mancha rojiza que goteaba en el suelo dejando un rastro por donde ella se movía.

–Bien –le dije tratando de infundirle ánimos.

Ella asintió tratando de sonreír pero haciendo una mueca poco convincente. Gruesas gotas de sudor le corrían por la frente, bajando por las sienes hasta saltar desde su barbilla.

Me volví a concentrar en la puerta. Sin embargo los envites habían cesado. Las otras dos bestias mutantes nos observaban a través del transparente cristal de la puerta. Incluso juraría que pude percibir cierto brillo de sorpresa en sus ojos amarillos y malévolos.

Creo que van a cambiar de estrategia...

viernes, 1 de junio de 2007

Día 18 - Segunda Parte

El motor eléctrico del autobús ronroneaba como un felino dentro del compartimiento que había bajo nuestros pies, impulsando el vehículo por el asfalto requemado de la carretera. A ambos lados habían aparecido colinas rocosas con arbustos desperdigados por doquier que aguantaban las inclemencias del clima desértico.

Kira se había quedado dormida con la cabeza apoyada sobre mi hombro. Carla seguía durmiendo y Jon Sang oteaba la distancia a través de las amplias y sucias ventanas del autobús. El único que no parecía bajo de moral o cansado era mi compañero, el Cirujano. Tarareaba una canción que solo él conocía mientras conducía con seguridad y cautela por la abandonada carretera llena de baches.

¿Cuánto tiempo llevábamos en Ypsilon-6? Más de una semana, eso lo tenía claro, pero no era capaz de calcular la cifra exacta de días que habían pasado desde que nuestra nave se estrellara contra la superficie y escapásemos de prisión. ¿Dos semanas? Habían ocurrido tantas cosas durante este tiempo que me era imposible calcularlo. Seguro que El Cirujano llevaba un recuento exacto de cada día que había pasado en este maldito planeta, pero no yo. Había perdido mi diario hacía mucho tiempo. Estas palabras las escribo desde la distancia del tiempo, ahora que he vuelto a conseguir un cuaderno electrónico en donde relatar mis vivencias. Sin embargo en aquel momento, no recordaba cuanto tiempo había pasado.

–Mira… ahí está –dijo El Cirujano señalando con un dedo hacia el frente.

Escruté la lejanía en busca de lo que había llamado la atención de mi compañero. Había un grupo de pequeños edificios de una sola planta que se acercaban hacia nosotros por la derecha de la carretera.

Con todo el cuidado que pude, para no despertar a Kira, coloqué su cabeza en el respaldo del asiento y me levanté. Sujetándome a los asideros me acerqué hasta el sitio del conductor y pregunté a El Cirujano:

–¿Qué es?

–La estación de repostaje.

Asentí apretando los labios, preocupado por lo que podíamos encontrarnos allí. Si es que la infección había llegado hasta aquel lugar, no podía haber muchos post-mortem.

El Cirujano me miró y sonrió.

–No te preocupes.

Arqueé las cejas encogiéndome de hombros.

–No lo puedo evitar.

Él volvió a centrar su atención en la carretera y a tararear la cancioncita. Como si fuéramos de excursión.

Unos minutos después levantó el pie del acelerador y tomó la salida que llevaba al grupo de edificios a la derecha. La arquitectura de estos era simplista hasta los límites, las fachadas eran blancas y estaban sucias; los tejados planos; una sola planta. Era un pequeño pueblo fantasma que evocaba recuerdos de las viejas películas de vaqueros en dos dimensiones del siglo veinte. Condujo el autobús hasta la estación y allí lo detuvo apagando el motor.

Kira se despertó entonces abriendo los ojos y mirando en todas direcciones alerta.

–¿Dónde estamos? –inquirió parpadeando.

–Hemos llegado a la estación de repostaje –expliqué yo bajando los tres escalones hasta la puerta. El Cirujano la abrió accionando un interruptor en el panel de control y salí al exterior estirando las piernas y los brazos con placer.

Un viento cálido y lleno de polvo me golpeó desde el lado revolviendo mi cabello descuidado y que había crecido mucho desde la última rapada que me dieran en la cárcel. Sentía unas irrefrenables ganas de encenderme un pitillo, pero ya no me quedaban, tendría que conseguir más. Seguro que en la estación había una tienda y allí tendrían con toda probabilidad.

El Cirujano fue el siguiente en descender del interior del vehículo y me puso una mano sobre el hombro.

–¿Qué tal? ¿Has descansado?

Asentí sin contestar. Estaba concentrado en escanear la zona en busca de movimiento y vida o... movimiento sin vida...

–Tenemos que encontrar los generadores y encenderlos para poder repostar cuanto antes y largarnos de aquí –comenté yo sin dejar de mirar hacia el pequeño grupo de edificios frente a nosotros.

Jon Sang descendió entonces estirando los brazos y con gesto de aburrimiento.

–Bueno, ¿y ahora qué?

–Ayúdame, tenemos que hacer funcionar los generadores, pero primero hay que encontrarlos –le dijo El Cirujano divertido.

Los dos se marcharon hacia la entrada del pequeño edificio construido con planchas de latón pintadas de blanco.

Kira bajo después y se unió a mí.

–¿Crees que habrá alguno aquí?

–No sé. Pero lo mejor será marcharnos cuanto antes.

–Sí.

Suspiré, volví el rostro hacia ella y le dije con una sonrisa:

–Voy a buscar tabaco, ¿me acompañas?

Asintió sonriente y los dos nos encaminamos hacia la puerta de vidrio de la tienda en el mismo edificio que la estación. Agarrando el pomo con fuerza estiré y empujé con fuerzas, tratando de abrir la puerta. No se movió. Miré a Kira arqueando las cejas y encogiendo los hombros.

–Supongo que no queda otro remedio –le dije a la vez que me marchaba de regreso al autobús.

Tras unos pocos segundos volvía a estar frente a la puerta con el bate de aluminio entre las manos. Kira dio unos pasos atrás, alejándose de la inevitable lluvia de cristales. Miré a ambos lados preocupado por el ruido que iba a hacer. Levanté el bate; apreté las manos; cogí aire...

¡¡¡¡¡¡RRRUUUMMMMMBBBBRRRR!!!!!!

Un estruendo emergió de las entrañas de la tierra haciendo temblar toda la estructura de la estación. El vidrio de la puerta se agitó tintineando. Kira y yo nos miramos extrañados. ¿Qué había sido eso? ¿Un terremoto?

–Los generadores –dijo ella levantando la mano hasta su cabeza en un gesto de comprensión.

Asentí recordando que precisamente eso era lo que Jon Sang y El Cirujano estaban haciendo. Volví a apretar las manos sobre la goma que rodeaba el final del bate metálico, aspiré aire por la nariz hasta que hube llenado mis pulmones y lancé un fuerte golpe contra el panel de vidrio que entorpecía nuestro camino.

La punta del bate golpeó en la mitad de la puerta. Una telaraña de rajas se abrió desde el punto de impacto hacia los extremos, pero el panel aguantó en su sitio. Era vidrio reforzado para evitar robos... tendría que darle otro fuerte golpe. Volví a alzar mi arma, y apretando los dientes y dejando escapar un grito lancé otro tremendo golpe contra la aparentemente endeble puerta que aguantó el envite estoicamente. Sin embargo, más rajas surcaron toda la superficie y un pequeño agujero apareció justo en el centro de aquella telaraña de grietas.

–¡Joder! –exclamé frustrado.

–Trae –me quitó el bate de las manos –déjame a mí.

Sin tanta concentración como había requerido yo, propinó un golpe junto al pomo y un trozo de vidrio todo agrietado cayó al interior casi sin hacer ruido. El boquete tenía unos quince centímetros de diámetro, suficiente para meter la mano y abrir el pestillo, que es lo que Kira hizo. Después se apartó dejando que la puerta se abriera del todo e hizo un gesto con la mano para dejarme pasar.

–Adelante caballero.

Me eché a reír y entré al frescor y penumbra del interior.

–Eres un crac –le dije sonriente –¿lo sabías?

–Sí.

Nos echamos a reír a la vez que yo me acercaba hasta el mostrador en busca de lo que me había motivado para entrar en un principio. Encontré una estantería llena de paquetes de cigarrillos. Cogí una mochila nueva y con a etiqueta marcando su precio y la llené de ellos. Con aquello tendría para mucho tiempo.

Kira se acercó a mí con una sonrisa en los labios y un brillo especial en los ojos. Algo sorprendido me quedé hipnotizado por su belleza. Ella tomó la mochila de mis manos y la dejó sobre el suelo. Después acercó su rostro al mío y me regaló un apasionado beso. Yo me dejé llevar, sabiendo lo que le pasaba por la cabeza. Estábamos solos. Jon Sang y El Cirujano estaban ocupados con los generadores y aún debían conectar los cables a la batería del autobús. Y Carla estaba dormida dentro de nuestro transporte. Estábamos solos y teníamos un poco de tiempo.

–¡¡¡AAAAhhhhh!!!

Un chillido nos llegó del exterior. Era la pequeña la que gritaba y lo hacía llena de terror.

Corrimos hasta la puerta y a través del hueco pudimos ver como un grupo de cinco bestias a cuatro patas, parecidas a lobos hambrientos, se acercaban a la entrada del autobús donde Carla los observaba con los ojos abiertos de par en par y el rostro ensombrecido por el miedo.