Relatado por Jon Sang
Kevin me miró con el ceño fruncido y apretó los párpados. Me hizo una seña con la mano para que me quedase allí y avanzó hasta la siguiente esquina sin hacer el más mínimo ruido, pisando con suavidad sobre la delgada capa de nieve que había en el borde del asfalto. Asomó la cabeza ligeramente y volvió a echarse atrás. Retrocedió lentamente con una expresión, que no me gustó ni un pelo, en el rostro.
–¿Qué ocurre? –pregunté con cierta ansiedad.
Kevin negó con la cabeza para hacerme callar y me indicó que le siguiera. Yo obedecí sin rechistar y lo seguí hasta la entrada de la casa, junto a la que habíamos estado esperando. Kevin trató de abrir la puerta principal, pero esta estaba cerrada. No podíamos forzarla sin hacer ruido así que mientras Kevin buscaba otra manera de entrar, tuve una idea. Me acerqué a una de las ventanas del frente de la fachada y la empujé hacia dentro, para ver si estaba bien sujeta. Pude sentir como el cerrojo que la sujetaba en su lugar, no estaba pasado del todo y cedía ligeramente. Empujé con un poco más de fuerza y la hoja cedió abriéndose con tanta fuerza que estuvo a punto de golpearse contra la pared. Justo antes de hacerlo, la agarré con la mano y la detuve.
–Kevin –susurré llamando a mi compañero. Este se giró y al ver lo que había conseguido, me sonrió, se acercó a mí y me palmeó el hombro amistosamente, asintiendo.
Entramos por el alfeizar de la ventana a la cocina abandonada de la casa. Sin embargo, encontramos varios detalles que nos dejaron desconcertados. Una cazuela con sobras de comida estaba encima de la mesa, en el centro de la cocina. Los restos no estaban ni siquiera resecos. No debía de llevar más de dos horas.
Caminamos con mucho cuidado, sin hacer ruido hasta la puerta. Esta estaba entre abierta. Me asomé por la rendija y vi un pasillo corto con puertas a los lados y que se abría en una sala de estar. Kevin me apartó y pasó primero, con el arma preparada para disparar. Avanzamos por el corto pasillo, Kevin con la espalda pegada a la pared de la derecha y yo con mi espalda contra la opuesta. Nos asomamos a la sala de estar, estaba en penumbra y en silencio. Sin embargo pudimos ver el cuerpo de un individuo, apostado frente a una ventana con las cortinas venecianas a medio cerrar, observando el exterior.
Kevin alzó el dedo índice a la altura de los labios, en un gesto que obedecí manteniéndome en silencio. Después me indicó, también por medio de gestos, que permaneciese allí donde me encontraba, que él se hacía cargo.
Caminó, agachado, con el cuerpo en tensión. Avanzando muy lentamente, apoyando los pies de una manera muy calculada y meticulosa, pero sin dejar de observar a el tipo de la ventana ni un momento. Cuando estuvo a un metro de su espalda, se lanzó como un felino y le golpeó la nuca con la culata del rifle. El tipo se desplomó en el suelo con un ruido seco y quedó inmóvil y en silencio.
–¿Lo has matado? –pregunté esperando que la respuesta fuera negativa.
Kevin negó con al cabeza sonriendo.
–Tranquilo, despertará dentro de un rato y solo tendrá un terrible dolor de cabeza.
Le devolví la sonrisa y me acerqué con cuidado para no tropezar con ningún mueble. Si bien no había nada repartido por al sala. Todas las sillas y mesas habían sido empujadas hasta las paredes de alrededor. Parecía que hubiesen preparado la habitación para otras actividades que no eran las propias para una sala de estar. Hicimos rodar el cuerpo del tipo hasta colocarlo boca arriba. Y para nuestra sorpresa, sus rasgos eran los de una persona normal. Su piel tenía un tono saludable, no tenía ojeras, ni las venas resaltaban azuladas contra la pálida piel. No era un post-mortem.
–Me alegro de que no lo hayas matado... –susurré, más para mí mismo que para mi compañero.
–¿Quién demonios es entonces? –preguntó Kevin, alzando la mirada hacia mí –¿Y qué coño estaba haciendo allí plantado, mirando por la ventana?
Los dos nos levantamos y acercamos a la ventana por la que antes mirara el otro. Se podía ver una calle trasera detrás de un pequeño y nevado jardincito. Al otro lado de la calle había otra casa, más grande, pero igual de abandonada y silenciosa.
–Mira eso –espetó Kevin entornando los ojos a través de una de las rendijas de la persiana.
–¿El qué? –inquirí tratando de encontrar aquello que le había llamado tanto la atención.
–Eso –me contesto señalando con un dedo en la dirección que miraban sus azules ojos.
Entonces lo vi. Un pequeño y sutil movimiento detrás de las persianas cerradas en las ventanas principales de la fachada de la casa al otro lado de la calle. Allí dentro había alguien.
Por la calle aparecieron los post-mortem que habíamos estado siguiendo. Se movían lentamente y parecían seguir buscando el origen de los disparos que habíamos escuchado hacía rato. Se arrastraron hasta un lugar en la calle que no podíamos ver por que lo tapaba la valla de madera alrededor del jardincito y se agacharon como fieras. Pudimos escuchar los sonidos del festín. Estaban devorando algo.
–Vamos al piso superior, desde allí veremos mejor –me susurró Kevin.
Subimos a la planta superior y nos asomamos a la ventana de un dormitorio que estaba justo encima de la sala de estar. Desde allí pudimos ver que lo que estaban devorando era el cuerpo muerto de un joven. No parecía haber estado infectado, pero sí estaba muerto antes de que llegasen los post-mortem.
Entonces una figura borrosa y muy veloz de tamaño inmenso y brillante color blanco saltó desde un lado de la calle y se abalanzó sobre los no muertos. La bestia se erguía sobre las cuatro patas y su cuerpo estaba cubierto de una abundante melena blanca. La cabeza, pequeña y angulosa acababa en una enorme boca llena de dientes puntiagudos y largos. Los ojos eran pequeños y negros, faltos de toda emoción. Las patas eran esbeltas y fuertes pero no tenían más que unas pequeñas garras que más le servían para excavar que para luchar. De los lados de las fauces le chorreaban hilos de saliva que caían sobre la nieve tiñéndola de rojo.
En pocos segundos acabó con los post-mortem y comenzó a devorarlos, junto al cuerpo del otro. Los sonidos de huesos rotos y tendones saltando me hizo sentir nauseas y tuve que retirarme de la ventana y sentarme en la cama. Respiré profundamente tratando de recuperar la compostura.
–Mira.
–¿Qué? –pregunté volviendo a asomarme con cuidado a la ventana. Kevin dirigió mi mirada hacia la puerta trasera de la casa al otro lado de la calle. Tenía una ventana en la parte superior, cubierta por una cortina recia de tela. Pero una mano apartó un poco la cortina y un rostro se asomó por el hueco un instante, después desapareció y la cortina regresó a su lugar.
–Vamos a vigilar esa casa –ordenó Kevin. –Esto no me huele bien.