domingo, 11 de noviembre de 2007

Día 20 - Sexta Parte

La noche llegó por fin y la luz dejó de entrar por las rendijas de la persiana. Dentro del salón estábamos a oscuras a excepción de la débil luz lunar que entraba por ventana y que perfilaba los objetos en la habitación sin llegar a iluminarlos con detalle. Horst se había quedado dormido en su silla, con la cabeza colgando sobre el pecho y respirando con fuerza.

En un momento dado escuchamos susurros provenientes de otra habitación de la casa. No pudimos descifrar lo que decían pero por lo menos eso quería decir que no nos habían dejado solos con nuestro guardia dormido.

–¿Qué hacemos? –inquirió Kira en un impaciente susurro.

–No lo sé –contesté en el tono más bajo que alcanzaba mi garganta.

Las muñecas me dolían tanto, en el lugar en donde las ligaduras mordían mi carne, que había llegado un momento en el que pareció desaparecer de golpe. Únicamente cuando movía las manos, por poco que fuera, un latigazo de dolor me subía por el antebrazo hasta alcanzar el hombro. Había llegado a la conclusión de que aquella no era la mejor manera de escapar. Debían pensar alguna otra manera, ¿pero cuál?

–Pues será mejor que pensemos en algo, y pronto –susurró Kira frunciendo el ceño profundamente –no quiero averiguar cuales son los métodos que el tal Joaquín tiene para sacar información.

–Juan –le corregí, y al momento me di cuenta de lo estúpido que era ponerme a corregirle por utilizar el nombre incorrecto en una situación así.

–Juan, Joaquín, José. Qué más da.

Arqueé las cejas asintiendo. Daba lo mismo.

–El caso es que no me ha gustado un pelo el tono que ha utilizado antes cuando nos ha dicho que al final hablaríamos –terminó de explicar Kira, entre susurros, sin que le volviera a interrumpir.
Tenía razón. Juan había dicho que hablaríamos. Literalmente había dicho: “Hablareis... tenlo por seguro.” En un tono socarrón y malicioso. Si lo que quería era meternos miedo, lo había conseguido. Pero también cabía la posibilidad de que sus amenazas veladas e indirectas fueran completamente reales, lo cual me asustaba más aún. En la prisión espacial las había pasado canutas, en alguna que otra ocasión había estado en peligro de muerte, pero nunca me torturaron...

Horst emitió un sonoro ronquido y se despertó carraspeando y tosiendo. Se frotó la cara con la pálida mano de dedos delgados y peludos y nos miró, levantando una ceja, en la oscuridad.

–¿No dormís? –nos preguntó en un tono amistoso.

Kira volvió la cabeza hacia un lado y no dijo nada. Nunca la había visto tan enfurecida. Si consiguiera deshacerse de los nudos, sería capaz de sacarle el corazón... pero los nudos eran muy buenos...

Horst se levantó de la silla y dejó el cuchillo sobre el asiento. Nos miró desde las sombras, su rostro oscurecido, su pose arrogante, las manos apoyadas en las caderas y con la cabeza ligeramente ladeada. Su silueta se perfilaba contra el tenue resplandor de la luna que entraba por las ventanas.

Resopló y se acercó un par de pasos a nosotros. Entonces me percaté de que no nos observaba a los dos, más bien su atención estaba centrada en Kira. Aquello me aceleró el corazón y sentí como la sangre me hervía en las venas. Forcejeé con las cuerdas atadas a mis muñecas, pero no pude soltarme. Sólo conseguí agrandar mis heridas. Tenía el rostro contraído y lo observaba enfurecido. Creía intuir lo que debía de estar pasando por la cabeza de Horst y no me gustaba un pelo. Quería soltar mis manos y rodear su cuello con ellas, apretando hasta que dejara de moverse. Pero no podía. Estaba impotente, frente a aquel macabro espectáculo que tanto miedo me daba pero que parecía tan inminente.

Horst se colocó delante de Kira, inclinando la cabeza, mirándola con malicia.

–¡Si la tocas te mato! –le espeté mirándolo con un odio que me estaba comiendo desde dentro, que aceleraba mi corazón y me hacía temblar las manos cerradas en puños.

Giró la cabeza para echarme una mirada de desdén y sonrió, enseñando su blanca dentadura. Sin decir nada, volvió a centrar su atención en mi compañera y alargó la mano hacia uno de sus pechos. Lo manoseó y masajeó con brusquedad, excitándose más a cada momento. Con la otra mano comenzó a tocarse la entrepierna, mientras esta se hinchaba.

–¡Hijo de puta! –grité ya sin preocuparme de que nos escuchara Juan, si es que estaba aún en la casa.

Forcejeé con las cuerdas atadas a mis tobillos tanto como con las de mis muñecas, me agité y luché, haciendo fuerza por liberarme. Sentía como los tendones de mi cuello se tensaban y sobresalían grotescamente. Pero no conseguía nada, aparte de lacerarme más la piel que tocaba mis ligaduras.

Kira se mantenía en silencio y sin dejar de observar con fijación los ojos de su agresor. No gritaba, solo fruncía el ceño y lo miraba con odio. No se revolvía ni intentaba apartarse de la mano que ahora estrujaba su pecho. No me lo podía creer, ¿qué diablos esperaba para demostrar su frustración y enfado? Yo estaba allí dejándome la piel por liberarme para tratar de detener aquel acto atroz y mientras ella, que era la afectada, después de haber escenificado una escena de odio y furia sin igual, perdía el habla y las ganas de defenderse. No me lo podía creer. ¿Quizá había entrado en shock?

Horst alargó la otra mano y manoseó ambos pechos como si se tratara de masa para hacer pan, más que partes de el cuerpo de otra persona. Amasaba y giraba, pellizcaba y apretaba. Se acercó otro poco hasta chocar con las rodillas flexionadas de Kira.

Agarró la camiseta de Kira y la estiró hacia arriba exponiendo el sujetador blanco que llevaba puesto. Horst lo admiró como si se tratara de una obra de arte, o quizá más bien, como si se tratara de un delicioso plato de comida que estuviera a punto de engullir. Había un brillo de lujuria y deseo en sus ojos y su mirada era oscura e inhumana. Parecía un predador a punto de atacar a su presa indefensa e ignorante. Horst debía ser una de aquellas personas a las que les gustaba ver sufrir a los demás y que le excitaba tener poder sobre otras personas, tenerlas a su merced.

Después de mirar durante unos segundos deslizó una de las copas del sujetador hacia abajo, mostrando el pecho desnudo de Kira. A continuación, hizo lo mismo con el otro. Los miró unos instantes más, y finalmente empezó a manosearlos con brusquedad. Kira apretó los ojos, como si sintiera dolor, pero no salió sonido alguno de su garganta. Era demasiado orgullosa para quejarse y demostrar a su enemigo que sufría.

Yo seguía forcejeando con las cuerdas. Me daba la impresión que los nudos de mis manos estaban quizá un poco más flojos, así que seguí estirando con todas mis fuerzas, tratando de liberarme.

Horst dio un paso adelante, colocándose de pie, una pierna a cada lado de las de ella, su entrepierna a pocos centímetros del cuerpo de Kira. Con una mano se bajó la cremallera del pantalón y con la otra sacó su pene, completamente erecto y pulsando al compás de su acelerado corazón. Ella, lo miraba al rostro con la cara relajada, como si se hubiera abstraído de aquel lugar y estuviera escondida en el interior de su mente. Horst se agarró el miembro con la mano derecha y comenzó a masturbarse mirando los voluptuosos pechos de Kira. El frío de la noche no parecía afectarle ni importarle lo más mínimo. Tampoco parecía preocupado por que lo descubrieran en aquel momento.

–Cabrón... –espeté observando como su sexo estaba a pocos centímetros del rostro de la mujer a la que amaba. Si hubiera sido capaz, se lo habría cercenado y se lo habría metido por la boca hasta que se ahogara.

Entonces Horst gimió y sus ojos se abrieron como platos y se deslizaron hacia arriba hasta desaparecer y quedar en blanco. Un instante después estaba tirado en el suelo junto a Kira, inmóvil y sin conocimiento.

Me quedé atónito. ¿Qué había ocurrido? Entonces lo entendí. La rodilla derecha de Kira estaba un palmo más alta que la otra. De alguna manera había conseguido soltar el nudo que le ataba el tobillo y propinarle un rodillazo terrible en los testículos. Después de una observación más detenida vi que el pie derecho de mi compañera estaba descalzo. Así que deduje que el nudo lo habían hecho al zapato y ella había conseguido sacar el pie dejando el zapato atado junto a la pata de la silla.

–¡Pedazo de cabrón! –espetó Kira fulminando con la mirada el cuerpo inmóvil de nuestro guardián.

Respiré aliviado, pero no pude decir nada, las venas aún me palpitaban en las sienes y la sensación de impotencia seguía reconcomiéndome por dentro.

–Venga, –me dijo Kira sonriendo con perspicacia –vamos a salir de aquí.

Apretó los párpados y frunció el gesto, moviendo la pierna izquierda a un lado y otro hasta que el pié que seguía aferrado salió disparado hacia arriba libre al fin, si bien descalzo, como el otro. Plantó los pies en el suelo de madera y haciendo fuerza con las piernas se puso en pie. Aunque la postura era un tanto incómoda, las piernas rectas y el torso doblado en un ángulo de noventa grados, obligado por el respaldo de la silla que seguía atado a su espalda.

Dando pasitos pequeños se acercó a mi. Se agachó hasta colocar su rostro a la altura de mis manos y trató de desatarme con los dientes. Pero no fue capaz. Los nudos era muy buenos.
–Déjalo. Sal de aquí y busca a los demás. Ya vendréis a por mí más adelante –le susurré con una sonrisa en el rostro y una mirada de súplica en los ojos.

–De eso ni hablar, si no salimos los dos, no salimos ninguno.

Eso zanjó el tema, así que me concentré en el problema de deshacerme de mis nudos. Miré en derredor en busca de algo con lo que pudiéramos ayudarnos. Y mi mirada se detuvo ante el cuchillo que Horst había dejado en el asiento de la silla que había ocupado anteriormente.

–El cuchillo, –le dije y Kira se giró para mirar hacia la silla y al verlo me sonrió –deprisa...

Con pasitos pequeños se movió hasta delante de la silla y agarró el mango del cuchillo con los dientes. Dio la vuelta y comenzó a regresar pero tropezó con algo y cayó de bruces, el cuchillo botando hasta la pared, a un metro de distancia.

–¡Puta! –gritó Horst, que había agarrado a Kira del tobillo y la miraba con un rostro arrugado y enrojecido por la furia.

Ella le propinó un fuerte golpe en la cara con el pie que tenía libre, pero no lo detuvo.

Horst se levantó y caminó hasta donde había quedado el arma blanca, recogiéndola del suelo. Kira mientras, trataba de levantarse, pero no era capaz con la silla atada a la espalda y ella tumbada de lado en el suelo.

El otro, caminó hasta ponerse sobre Kira y la miró con odio y rencor. Aún tenía el pene fuera de los pantalones, pero ahora estaba fláccido y colgando.

–Ahora vas a aprender, puta –se limpió la comisura de la boca con el dorso de la mano que empuñaba el cuchillo –primero te voy a abrir la garganta y después te follaré hasta reventarte por dentro.

Se me hizo un nudo en el estómago. Quería gritar, patalear, saltar y atacar, pero no podía.

Estaba atado y tenía el cuerpo completamente contraído, como cuando viajas en un vehículo y te das cuenta de que vas a chocar contra un obstáculo. Las cejas arqueadas, los ojos abiertos de par en par, una gota de sudor resbalando por mi sien hasta mi barbilla... Impotencia y miedo, aquello era lo que sentía.

Horst comenzó a agacharse cuando sonó un disparo y un boquete se abrió en su pecho salpicando de sangre el bello rostro de Kira. El cuerpo sin vida del cabrón calló al suelo a un lado dejando ver una figura, perfilada contra la ventana ligeramente iluminada que sostenía alguna clase de rifle.

Lo primero que sentí fue alivio. Pero pronto fue reemplazado por la desconfianza de aquella silueta anónima que había salvado la vida de Kira.