sábado, 25 de agosto de 2007

Día 19 - Quinta Parte

Sentí como mi cuerpo estaba apoyado contra una superficie blanda. Pero no estaba fría, así que no debía ser nieve. Abrí los parpados y me encontré en un espacio oscuro a excepción de un tenue resplandor que entraba por el hueco de una puerta a unos metros de distancia. Yo no estaba al nivel del suelo, así que supuse que estaba sobre una cama. ¿Cómo había llegado hasta allí? Moví los dedos de las manos y comprobé que no me dolían y ya no estaban entumecidos. Si bien aún sentía mi cuerpo frío como un termo de hielo. A mi derecha podía escuchar la respiración acompasada de alguien durmiendo. Alargué la mano y sentí el cuerpo de alguien, recostado a mi lado. Me incorporé y eché un vistazo. Me costó unos minutos distinguir en la oscuridad el bello rostro de Kira. Así que habíamos sobrevivido. Aparté la manta que me cubría y sentí como emanaba calor de ella. Me aseguré de que Kira quedaba bien tapada y caminé hasta la salida de la habitación.

El viento aullaba en el exterior rozando las paredes exteriores. Podía sentir la madera del suelo bajo mis pies desnudos. Era cálida al tacto, pero no estaba templada por métodos artificiales.

Salí a un pasillo largo y con varias puertas cerradas a los lados. La luz provenía del final del mismo. Caminé hacia allí apoyando las manos en las paredes de los lados para guardar el equilibrio. Al final, el pasillo se abrió en una amplia sala con muebles toscos y escasos. La débil luz creaba sombras danzantes que no dejaban de moverse de un lado a otro. La fuente de luz no era otra cosa que una hoguera en una chimenea empotrada en una de las paredes de la sala. Los cristales de dos ventanas en la pared contigua lanzaban destellos fugaces pero escondían el exterior. Jon Sang, Kevin y El Cirujano estaban sentados en unos sillones alrededor de la lumbre.

–Hola –susurré avanzando hacia el sofá de dos plazas y dejándome caer sobre él.

Los tres se dieron la vuelta sobresaltados y me observaron. Jon Sang sonreía, estaba contento de verme despierto, no cabía duda. El Cirujano tenía aquella peculiar sonrisa pueril, como siempre. Y Kevin me observó con el semblante oscuro, el ceño fruncido. No parecía estar descontento por verme, pero tampoco percibí alegría.

–¿Cómo te encuentras? –preguntó Jon Sang cuando hube tomado asiento junto a ellos.

–Bien... creo –respondí en un susurro grave. Me froté las manos que aún sentía frías y levanté las palmas frente al fuego, sintiendo su tibieza. Cuando sentí el calor entrando por mis dedos continué: –¿Qué ocurrió? ¿Cómo llegamos hasta aquí?

–Cuando te marchaste –me contó El Cirujano –seguimos adelante hasta que encontramos la primera casa del poblado, esta. Cogí varias prendas de más abrigo y volví al camino para buscarte. Después de mucho buscar te encontré tirado en el suelo y medio enterrado en la nieve. –Hice un gesto con la cabeza en señal de agradecimiento. No se dio por aludido y continuó con su narración: –Estabas cerca de la muerte; y Kira también... os traje hasta aquí y después de quitaros toda la ropa os metimos en esa cama, bien cubiertos con varias mantas. Por lo que puedo ver, te has repuesto rápido.

Asentí sonriendo a mi amigo. Ya había perdido la cuenta de las veces que me había salvado el culo. Desde luego que si alguna vez conseguíamos escapar de aquel maldito planeta, le debía muchas cervezas. Le estaría eternamente agradecido. Aún no sabía cual era la razón por la que arriesgaba su vida por mí, pero lo agradecí de todos modos. Quizá la cuestión fuera que yo era un malpensado de escándalo y que en mi fuero interno creyese que toda acción bien intencionada escondía un interés oculto y muy poco altruista. Pero claro, esa podía ser mi impresión del mundo, pero no por ello la realidad del mismo. A lo mejor el interesado era yo y como reza el antiguo refrán "piensa el ladrón que todos son de su condición".

Opté por no darle más vueltas, so pena de sentirme más miserable aún y acepté una taza de café humeante que Jon Sang me ofreció. Bebí un sorbo del cálido brebaje y me sentí revitalizado cuando sentí el calor del líquido bajando hasta mi estómago.

Las llamas saltaban y los tablones crepitaban en el hogar a la vez que las sombras les seguían el ritmo danzando por toda la habitación y creando un ambiente surrealista y misterioso.

Kevin no había abierto la boca en todo el rato que había estado allí, pero me observaba con atención. Como inspeccionándome. Supuse que su entrenamiento militar lo obligaba a asegurarse de que ciertamente estaba bien y no había sufrido la congelación de ninguna parte de mi cuerpo.

–¿Habéis encontrado alimentos? –inquirí tras dar un pequeño sorbo de café y escaldarme la lengua en el proceso.

–Sí, pero la mayoría están caducados –me respondió Jon Sang. Después de unos segundos añadió: –Eso sí, agua tenemos para rato...

Sonrió y yo le correspondí con una sonrisa un poco forzada, pero que estimé suficiente para no parecer descortés con mi compañero. Si bien no era el agua lo que me preocupaba en aquellos momentos. Era más que obvio que agua íbamos a tener toda la que necesitásemos con tanta nieve por todos lados. Ahora nuestra prioridad era el alimento y el calor. El tema del calor lo parecían tener bajo control, la casa en la que estábamos estaba bien aislada y podíamos hacer fuego, pero no así el de los alimentos. Tendríamos que pensar algo.

–¿Quizá haya animales en estas montañas que podamos cazar? –sugerí.

–No creo que haya muchos animales, pero aún así... –me contestó Jon Sang –¿y si están infectados?

Tenía razón. Era una posibilidad. Recordé los lobos y las bestias voladoras con las que nos habíamos encontrado. Bebí otro sorbo de café ardiente y frunciendo el rostro traté de pensar en otra posibilidad.

Los troncos de madera crepitaban en la lumbre lanzando chispas que se escapaban por el agujero de la chimenea.

–Creo que antes de tomar ninguna decisión debemos inspeccionar todo el pueblo –dijo Kevin. –Puede que encontremos a alguien escondido en alguna casa.

Asentí. Había dado por hecho que ya habrían investigado el resto del pueblo.

–Buena idea –dije dando otro sorbo al brebaje.

Kevin sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo de su pernera y me ofreció uno. Cogí agradecido y me lo coloqué entre los labios. Él sacó uno para sí y rebuscó en otro bolsillo sacando el mechero. Encendió ambos cigarrillos y se guardó todo en el bolsillo. El humo desaparecía entre las sombras que nos rodeaban.

–Hagámoslo cuando salga el sol –dijo El Cirujano.

–Buena idea –dijo Kevin. –Yo haré la primera guardia.

El Cirujano y Jon Sang se marcharon a un dormitorio vacío para descansar. Yo me quedé con Kevin, terminando mi cigarrillo. En el exterior el viento seguía aullando como un animal enfurecido y podía escuchar como la nieve golpeaba contra los cristales haciendo el mismo sonido que la lluvia contra el vidrio.

–Será mejor que descanses. Mañana será un día largo –me dijo él.

Yo asentí. Dejé la taza sobre una mesa a medio terminar y lancé la colilla al fuego.

–Nos vemos mañana –dije a la vez que me marchaba de vuelta a la cama en donde Kira seguía durmiendo plácidamente.

sábado, 18 de agosto de 2007

Día 19 - Cuarta Parte

Jon Sang manejaba el largo vehículo con precaución pero poca seguridad. Cada vez que nos acercábamos a una curva cerrada, él soltaba el acelerador y casi detenía el autobús por completo al entrar en ella. El cielo se iluminó un poco más pero llegó hasta un punto que no pasó. La capa de nubes que lo cubría entristecía el ambiente. La luz grisácea pintaba todo el ambiente de tonalidades del blanco y del negro, haciéndonos creer que a través de las ventanas veíamos una de aquellas viejas películas en dos dimensiones que ni siquiera tenían color.

Yo me había sentado solo en los asientos junto a los que Carla dormía tranquilamente. Kira sin embargo, se había marchado hasta la última fila de asientos y se había tumbado allí. Creo que pretendía descansar un rato. No comprendía la razón por la que no me había invitado a tumbarme con ella, pero la respeté y no se lo mencioné. Tendría tiempo para preguntarle más adelante. O al menos eso esperaba. El combustible no duraría mucho más y el día avanzaba sin descanso. Si nos quedábamos tirados muy lejos del pueblo, el camino hasta él a pie sería criminal y cabía la posibilidad de que no sobreviviéramos en caso de que nos pillara la noche. A medida que avanzábamos y ganábamos altura, la temperatura descendía. El único de nosotros que estaba más abrigado era Kevin, con sus ropas militares, poco apropiadas para el calor del desierto, pero que ahora le resultarían muy útiles.

Carla se despertó. Levantó la cabeza y me buscó en el interior del autobús. Cuando me encontró, me miró con los ojos hinchados y legañosos y su rostro se iluminó con una sonrisa.

–Hola –le susurré sonriendo y sintiendo como la piel cercana a los raspones de mi cara se estiraba y me producía punzadas de dolor.

–Hola. –Miró en derredor a través de las ventanas y preguntó: –¿Aún no hemos llegado?

Meneé la cabeza frunciendo los labios y arqueando las cejas. Ella se encogió de hombros y se levantó. Sujetándose a los asientos cruzó el pasillo y se sentó en el asiento junto al mío. Cogió mi brazo y lo colocó sobre sus hombros. Se acomodó en el hueco entre mi brazo y mi pecho y cerró los ojos, bostezando. Sentí la tibieza de su pequeño y frágil cuerpo y volví a sentir aquel calor dentro de mi pecho. Era una sensación muy dulce; como si pudiese aspirar hasta que me reventaran los pulmones, como si fueran pozos sin fondo. Me picaron los ojos al humedecerse con lágrimas. Pero no eran de tristeza. No me costó nada reprimirlas, si bien aquello me descolocó. ¿Qué me estaba pasando? ¿Acaso me estaba convirtiendo en un mojigato, un sentimental que se echa a llorar ante la primera prueba de afecto?

Suspiré profundamente, la cabecita de Carla ascendiendo sobre mi pecho, y recuperé el control.

Hasta hacía poco, había pensado que el golpe de suerte que tuve al escapar de la prisión se había visto ocultado por tanta mala suerte desde aquel momento, hacía ya muchos días. Pero quizá no todo lo que me había ocurrido desde entonces había sido para peor. Con Carla, tenía la sensación de que había cerrado un círculo, de que había cicatrizado una antigua y sangrante herida desde mi infancia. Era como si hubiera recuperado a mi hermanita. Kira me había ayudado a recuperar el amor que había perdido con la traición de aquella mujer en la capital de este maldito planeta. Y con Jon Sang y sobre todo con El Cirujano, había vuelto a confiar en unos compañeros y ahora ya amigos. Era como uno de aquellos viajes de iniciación que tanto pregonaban los místicos. Sin embargo no había nada místico en todo el asunto. Más bien habían sido las circunstancias negativas las que me habían forzado, las que me habían revuelto el interior de mi alma y me habían obligado a ver las cosas desde otra perspectiva.

El autobús saltó sobre un bache en el camino y Carla abrió los ojos con alarma. Pero al momento, tras mirar mi tranquilo rostro, se cerraron como si tuviera pesas de plomo atadas a los párpados. Apretujé su cuerpecillo contra mí y sentí como ella me abrazaba con fuerza. Mi pequeña Carla...

Los parches de nieve eran cada vez más abundantes y el terreno más rocoso. La escasa vegetación que habíamos dejado atrás desapareció por completo.

Y entonces el motor eléctrico disminuyó de velocidad. El autobús seguía moviéndose pero con menor velocidad y fuerza. Poco después nos detuvimos. Finalmente había ocurrido. Nos habíamos quedado sin combustible. Jon Sang accionó el freno de mano y se giró en el asiento. Me dedicó una mirada de disculpa como si hubiera sido culpa suya. Yo me encogí de hombros y le sonreí. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Carla levantó la cabeza, esta vez completamente alerta.

–¿Ya hemos llegado? –dijo sonriendo.

–Ya casi –contesté yo haciendo un gesto para que se levantara del asiento para dejarme pasar.

El Cirujano y Kevin caminaron por el pasillo central hasta donde Jon Sang nos miraba sin expresión alguna en su rostro. Yo me reuní con ellos. Kira no se levantó de donde estaba. Parecía seguir durmiendo.

–Avisa a Kira, anda –le dije a Carla cuando se acercó a nosotros. No quería que escuchara lo que teníamos que hablar.

–Bueno, ¿y ahora qué? –inquirió Jon Sang cuando la niña se había alejado.

–Haremos lo que habíamos quedado que haríamos –dijo El Cirujano con un tono de voz cortante. En su rostro no había ni rastro de aquella sonrisa pueril, lo que me preocupaba.

–Vámonos entonces –zanjó Kevin accionando el interruptor que abría la puerta. Esta se deslizó hacia un lado dejando entrar una oleada de viento helado que nos dejó paralizados. –Lo mejor será moverse rápido, andar deprisa, quiero decir. Así nos mantendremos en calor.

Arqueé las cejas asintiendo y frotándome los brazos desnudos. Tenía todos los pelos de punta por el cambio de temperatura tan brusco.

Nos cargamos con todos nuestros enseres y comenzamos el arduo camino.

–¿Qué tal? ¿Has descansado? –le pregunté a Kira.

Ella asintió sonriéndome pero no dijo nada.

Kevin abría la marcha, caminando por el centro de la calzada con el rifle colgado del hombro. Después le seguía El Cirujano, con una mochila en la espalda. Jon Sang avanzaba detrás de este, inclinado por el peso de su propia mochila, la que más peso llevaba. Cerrando la columna, íbamos Carla y yo de la mano y Kira a nuestro lado.

Nuestras bocas eran chimeneas de humo blanco que emanaba cuando hablábamos. El aire frío me quemaba los pulmones al aspirar. De vez en cuando una fuerte ráfaga de viento gélido nos azotaba desde las cumbres obligándonos a inclinarnos contra él para poder seguir avanzando. El frío parecía adormilar el dolor de mi rostro, lo cual agradecí, porque me regaló unas horas de descanso. Podía pensar con mayor claridad y concentrarme en el esfuerzo de la caminata y del frío. Pero por otro lado, eso era prueba suficiente de la temperatura a la que nos estábamos enfrentando y lo peligroso que sería que nos cayera la noche encima. Como el cielo estaba encapotado, no había manera de saber cuando llegaría ese momento. Quizá Kevin llevase un reloj de pulsera, pero me daba miedo preguntarle, por si me decía que habíamos pasado ya el medio día.

Unas horas después de haber comenzado la caminata hicimos un alto y tomamos asiento en el borde del asfalto, a pocos centímetros de la nieve que ya cubría todo el terreno como si se tratara de un impoluto manto blanco. Nos acurrucamos unos a otros dándonos calor. La pobre Carla estaba tiritando. Yo sentía los dedos de las manos entumecidos y atontados. No aguantaríamos mucho de aquel modo. Comimos algo rápidamente y volvimos a ponernos en marcha. Calculé que no habríamos estado más de media hora parados, pero lo sentimos terriblemente en las extremidades. A pesar del cansancio me arrepentí de habernos parado. El frío nos mordía la piel como un terrible animal que quisiera quitarnos primero las partes más vulnerables de nuestra anatomía para después seguir con el resto de nosotros. Las orejas de Jon Sang estaban rojas como tomates y no podía ni tocárselas de lo mucho que le dolían.

Me acerqué a Carla y le deshice la coleta que llevaba anudada en la nuca. Su cabello le protegería las orejas y la nuca.

Avanzábamos lentamente. Jon Sang y El Cirujano caminaban codo con codo, casi pegados detrás de Kevin que seguía abriendo el camino. Yo avanzaba con Carla pegada a mi costado y de vez en cuando le restregaba los brazos para darle calor. Kira caminaba la última, rezagada y con el semblante pálido.

Varias horas transcurrieron sin que ninguno abriera la boca. Estábamos cansados de la caminata pero ninguno pensaba en detenerse. Hacerlo significaría la muerte.

El viento aumentó de intensidad y soplaba continuo y nos traía copos de nieve que nos golpeaban el rostro y se nos metían en los ojos cegándonos. Justo lo que necesitábamos, una tormenta de nieve. El aullido era ensordecedor y en pocos minutos dejamos de ver mucho más adelante. Una cortina blanca calló sobre nosotros y nos impedía ver más allá de varios metros por delante de Kevin.

El Cirujano se volvió y me gritó algo que no conseguí entender. Se detuvo y me acerqué a él encogiéndome de hombros. Ahora prácticamente arrastraba a Carla.

–¡Kira! –me repitió por encima del rugido del viento en mis oídos.

Me volví y entonces entendí lo que me estaba diciendo. No había ni rastro de nuestra compañera. Cierto era que mi campo visual no iba más allá de cinco metros. Cogí a Carla en brazos y se la coloqué a El Cirujano a la espalda. Ella se agarró desorientada y aturdida.

–¡Seguir adelante! –grité –¡Ahora os alcanzo!

Me di media vuelta y comencé a caminar de regreso por el camino que habíamos andado hacía escasos minutos. Observé el suelo que pisaba y me percaté de que la nieve comenzaba a cubrir el negro asfalto con una fina capa blanca y pronto desaparecería bajo ella. Sería imposible encontrar el camino. Estaríamos perdidos para siempre. Debía darme prisa.

Eché a andar con rapidez, siguiendo las huellas que habíamos dejado y que desaparecían ante mis ojos.

Pocos minutos después eché la mirada al suelo y no vi el asfalto. Me detuve. Miré en derredor, buscando señales del camino, pero no encontré ninguna. La ventisca agitaba mis cabellos en todas direcciones y los copos de nieve me mordían las heridas del rostro haciendo que me lagrimearan los ojos.

–¡Kira! –aullé, tratando de que mi voz se escuchara por encima del aullido terrible del viento. Si bien sabía que mi grito se perdería entre el viento y sería inaudible a pocos metros. –¡Kiraaa!

¿Qué podía hacer?

Me agaché en cuclillas y rasqué la capa de nieve en busca del asfalto. Las puntas de los dedos me gritaron de dolor. Los tenía rojos y completamente entumecidos. Me costaba moverlos, como si estuvieran atrofiados.

Me sentí desfallecer. Como si todas las energías se me escaparan por los poros de la piel. Y entonces... vi algo unos metros a mi derecha. Un bulto tirado en el suelo. Me acerqué hasta allí a cuatro patas y suspiré aliviado. Era Kira. Había perdido el conocimiento y estaba tirada y medio enterrada en nieve en el suelo. Hice acopio de todas las fuerzas que me quedaban y me la cargué a la espalda, dejando la mochila en el suelo. Pronto desaparecería bajo la nieve.

Comencé el camino de regreso. Si bien no estaba seguro de llevar la dirección correcta. Caminaba lentamente, temeroso de dar un paso sobre algún acantilado. Mi mente pareció elevarse sobre nuestros cuerpos como si pudiera mirar hacia abajo y verme cargando con el cuerpo de Kira. Como si me hubiera desconectado de toda sensación física. Sentía como los parpados me pesaban y amenazaban con cerrarse.

No veía nada más que blancura por todos lados. Era como estar suspendido en el espacio profundo pero en lugar de ser este negro como la noche, era blanco y estaba lleno de pequeñas partículas que me golpeaban por todos lados como pequeñas cuchillas afiladas.

No sé cuanto rato estuve andando de aquel modo, pero al final me desplomé sobre la suave manta blanca. Mi rostro estaba medio enterrado dejando solo uno de mis ojos por encima de la nieve. Entorné el párpado y me pareció ver algo más adelante. Sería una de aquellas alucinaciones, como las que se tienen cuando se camina mucho rato bajo el intenso sol. La nieve debía tener un efecto similar en la mente.

Sentí como el parpado se me cerraba y todo cambió del blanco al negro...

lunes, 13 de agosto de 2007

Día 19 - Tercera Parte

El cielo se aclaraba pero no llegaba a tomar una tonalidad azulada, se iluminaba blanquecino y triste. Frente a nosotros el este el oculto horizonte oriental debía estar ya completamente iluminado. Pero la zona de cielo que podíamos ver seguía en penumbras y sin estrellas. Un fuerte viento había comenzado a soplar desde las cumbres de las montañas bajando la temperatura hasta tal punto que tuve que cerrar todas las ventanas del vehículo para que los demás, que aún dormían no se resfriaran. La cuesta por la que ascendía la carretera era ahora muy pronunciada y mantenía el acelerador apretado hasta el fondo para que el autobús no decelerara. El motor eléctrico no era muy potente y no estaba preparado para manejar esta clase de subidas. No dejaba de ser un vehículo para cortas distancias. El lector de combustible marcaba menos de medio depósito. Nos duraría unas cuantas horas más y después... Dios diría. Pero era un problema, porque no llevábamos ropas de abrigo y la temperatura, a medida que subíamos, bajaba más y más. Mientras pudiéramos avanzar con el autobús, estábamos resguardados del mordisco del viento helado que bajaba de los altos picos nevados, pero si nos quedábamos sin combustible y debíamos seguir a pie... no sabía si aguantaríamos.

Escuché como alguien se movía detrás mío. Eché un vistazo y vi que El Cirujano se había despertado y se acercaba hacia mi asiento. Que poco dormía. Lo había relevado hacía tres o cuatro horas y ya estaba despierto. No entendía como era capaz de aguantar con tan poco descanso. Se acercó hasta mi lado y miró a través del parabrisas delantero.

Hacía poco que había apagado las luces delanteras del autobús, el cielo iluminaba lo suficiente para seguir sin ellas y además, así ahorraríamos combustible (otras de las razones por las que no había encendido la calefacción). Mi compañero suspiró.

–¿Cómo vamos?

–Bien –respondí sin mucha seguridad en mi voz. –Estas montañas no acaban nunca. No creo que antes de la infección utilizaran mucho este camino.

–Estoy de acuerdo contigo, pudiendo sobrevolar las montañas, no pasarían por aquí muchas veces.

Continuamente debía girar y girar en curvas cerradas y ciegas que rodeaban riscos y barrancos de cientos de metros de altura. En la mayoría de los casos no había vallas ni quitamiedos y la carretera se estrechaba. En varias ocasiones tuve que arreglármelas para girar en una curva con un despeñadero a menos de medio metro de las ruedas del autobús.

Cogí la botella de plástico de agua mineral que tenía en el salpicadero y bebí un poco. Después se la pasé a mi compañero. Tomó un trago y tras enroscar el tapón la volvió a dejar donde había estado antes.

–¿Tienes hambre? –me preguntó.

–Sí.

Se marchó hacia detrás, por el pasillo central que separaba los dos grupos de asientos. Al poco regresó con dos barritas energéticas en la mano. Abrió el envoltorio de una y me la entregó. Después abrió el otro envoltorio y se metió una buena porción. Yo lo imité y sentí como me dolía el lado derecho de la mandíbula al masticar. La piel me tiraba en aquel lado del rostro y sentía como comenzaban a cicatrizar los raspones que me hice la noche anterior. Seguía sintiendo cierta sordera en el oído izquierdo, pero el derecho me funcionaba bien. Aguanté el dolor ya que mi estómago se llevaba quejando bastante rato ya. Hacía muchas horas que estábamos de ayuno. No habíamos comido nada desde la tarde del día anterior. Recordé a Carla y me preocupó el hecho de que no estuviéramos más pendientes de ella. No dejaba de ser una niña y a pesar de que la situación nos estuviera sobrepasando a todos, a los adultos quiero decir, no era excusa para no prestarle la atención que se merecía.

Una fuerte ráfaga de viento golpeó el lateral del autobús y lo zarandeó. Sujeté el amplio volante con fuerza y conseguí mantenerlo recto evitando que nos despeñáramos.

–Si no acaban con nosotros los post-mortem, lo hará este maldito viento –comenté más para mí mismo que para mi compañero que seguía masticando a mi lado, sujeto a un agarradero en el frente del salpicadero.

Alguien bostezó por la parte trasera del habitáculo. El Cirujano echó un vistazo y sonrió.

–Nuestro nuevo compañero se ha despertado –me susurró como un comentario privado y siguió comiendo con la vista fija en la carretera que teníamos delante.

Kevin se acercó a nosotros, estirando los brazos y volviendo a bostezar.

–Hola –nos dijo cuando consiguió cerrar la boca.

Tosió carraspeando y tomó un trago de la cantimplora que llevaba colgada del cinturón militar, frunciendo el rostro en el gesto característico del que acaba de beber un trago de algún licor fuerte. Se percató de que lo habíamos visto y nos ofreció la cantimplora con un gesto. Los dos meneamos la cabeza y se la volvió a colgar del cinto.

Se sacó un cigarrillo y lo encendió, aspirando el humo con placer.

–¿Cuanto combustible nos queda? –preguntó mirando por encima de mi hombro al panel de instrumentos del salpicadero. –Bueno –se respondió a sí mismo –aún tenemos suficiente. Seguramente llegaremos hasta la siguiente estación de abastecimiento.

–¿Hay una más adelante? –pregunté con curiosidad.

–Sí. Está a medio camino de Osgar, un pueblecito en la cima de estas cumbres.

Fruncí los labios asintiendo en silencio. eso era bueno... suponiendo que aún quedara alguien con vida. Con vida y que no estuviera muerto, claro está.

Terminé la barrita energética y tras abrir un poco la ventana junto a mi asiento la eché fuera. El fuerte viento se la tragó lanzándola al precipicio en una lenta caída de cientos de metros. Volví a cerrar la ventana y sentí un escalofrío por el frescor que había entrado por el hueco en un momento. No llevaba más que unos pantalones vaqueros y una camiseta de manga corta. El cabello de los brazos se me erizó en un escalofrío que pasó pronto.

Giré el autobús en otra curva cerrada y salimos a una recta bastante larga que corría por la ladera de la montaña. A un par de kilómetros había una explanada en la que habían construido un pequeño complejo de dos edificios. Uno más amplio en el centro y otro más pequeño a un lado. El tejado del grande, se extendía varios metros después de la fachada creando un parapeto bajo el cual había surtidores para el repostaje de combustible.

Salí de la carretera y aparqué el autobús bajo el tejado de la estación, junto a uno de los surtidores. Apagué el motor y me levanté del asiento del conductor, estirando las piernas que tenía entumecidas. Kira y Jon Sang se despertaron y se reunieron en la parte delantera con nosotros. Carla se revolvió en sueños pero siguió durmiendo.

Nos tomamos varios minutos para inspeccionar el terreno sin abrir la puerta. No queríamos que ocurriera como en la ocasión anterior. Cuando estuvimos todo lo seguros que podíamos estar, apreté el interruptor de la puerta. Esta se abrió dejando pasar una ráfaga helada de viento que nos pilló desprevenidos. Sin más dilación salimos al exterior y cerramos la puerta dejando a la pequeña en el interior, protegida del frío.

En esta ocasión salimos con todas las armas listas para defendernos. Kira con el bate de aluminio, Jon Sang y El Cirujano con sendos cuchillos de cocina, Kevin con su rifle automático de asalto y yo con el rifle de plasma.

Lo primero que hicimos fue inspeccionar todo el complejo separados en dos grupos: Kira y yo por un lado y El Cirujano, Jon Sang y Kevin por el otro. Estaba abandonado y por las pintas hacía mucho tiempo que no pasaba nadie por ahí. Más de lo que había durado la infección. Comprobamos los niveles de combustible de los surtidores y todos estaban a cero. También miramos en el interior de los edificios, en busca de provisiones o armas. No había nada en el interior aparte de viejos muebles y aparatos electrónicos estropeados y llenos de polvo.

Nos reunimos junto al autobús.

–No nos queda otra alternativa que continuar adelante y confiar en que llegaremos a Osgar con lo que nos queda de combustible.

–¿Cuanta distancia habrá hasta allí? –preguntó Jon Sang.

–No lo sé, siempre he ido en deslizador –contestó Kevin. –A mach dos las distancias siempre parecen más pequeñas.

Todos menos Kevin y El Cirujano estábamos tiritando de frío. El helado viento nos mordía sin piedad la desnuda carne de nuestros brazos. Eché un vistazo hacia lo alto de la montaña. A no mucha distancia se podían ver los primeros parches blancos de nieve, al principio escasos y muy separados, pero a medida que ascendía con la mirada más abundantes y espesos.

–Creo que vamos a tener problemas con el frío –comenté apretando la mandíbula y sintiendo el dolor de mi rostro magullado.

–Hombre, mientras nos quedemos dentro del bus estaremos bien –dijo Jon Sang con tono tranquilizador.

–No nos queda suficiente combustible para llegar al pueblo –explicó Kevin antes de que yo lo hiciera por él.

–¡Joder! –exclamó Jon Sang pateando el suelo y tratando de entrar en calor.

–No nos queda otra opción, seguiremos hasta donde podamos con el autobús –dijo El Cirujano al fin –y recemos para que si nos quedamos tirados, podamos llegar hasta allí antes del anochecer.

viernes, 10 de agosto de 2007

Día 19 - Segunda Parte

Kira detuvo el vehículo en mitad de la calzada para que Carla pudiera desahogar su vejiga. El motor se silenció y las luces murieron. Una oscuridad profunda y tensa nos engulló. Todos salimos al frescor del exterior y estiramos las piernas. Llevábamos varias horas de viaje, remontando las altas montañas de la oscura sierra que se alzaba sobre nuestras cabezas únicamente visible porque la mitad del cielo estaba completamente a oscuras y sin estrellas. Kira se equipó con una potente linterna y acompañó a Carla. Se alejaron varios metros de la carretera y de nosotros y se ocultaron tras unos arbustos. Podía ver como el haz brillante de la linterna nacía en el suelo y se perdía en la distancia saltando desde un peñasco cercano hacia el vacío. Jon Sang caminó hasta el arcén de la carretera, al otro lado del autobús y orinó allí. El Cirujano, Kevin y yo nos quedamos junto a la puerta del vehículo.

Nuestro nuevo compañero sacó un paquete de cigarrillos de uno de los bolsillos del pantalón y le ofreció a El Cirujano, este negó con la cabeza, después me ofreció a mí y yo sí que accedí. Cogí uno y me lo encendí con mi propio mechero.

–¿Aún queréis llegar hasta la capital? –inquirió Kevin echando humo azulado por la boca mientras hablaba.

–Sí –respondí.

Suspiró y meneó la cabeza. No daba la impresión de que le pareciera buena idea.

–¿No crees que sea una buena idea? –le pregunté. Tenía curiosidad por saber cuál era la razón por la que se había unido a nosotros y no se había quedado en la ciudad, luchando con los demás.

–Creo que es una idea suicida.

–Entonces ¿por qué has venido?

–No quería morir.

Una respuesta tan buena como cualquier otra. Ninguno de nosotros quería morir, pero él era el único que tenía esa mirada de completa perdida de esperanza, un desánimo tan profundo que parecía estar a punto de romper a llorar en cualquier momento.

–Ninguno queremos, por eso continuamos adelante; continuamos de camino a la capital donde... podremos encontrar ayuda.

Se echó a reír, pero no era una risa alegre, más bien era una risa nerviosa.

–¿Qué te hace pensar que la gente de la capital no ha sido infectada? –me preguntó dando una calada al cigarrillo.

–Pues... no lo sé. Pero si no vamos, nunca lo sabremos.

–Eso es cierto.

–Claro.

–Sí –terminó él y después caímos en un incómodo silencio.

Me volví hacia el lugar en donde aún refulgía el haz blanco de la linterna. En aquel momento la luz se elevó hasta por lo menos un metro del suelo y comenzó a moverse hacia nosotros en un vaivén. Ya regresaban. Poco después las dos emergieron de entre las sombras y Kira apagó la linterna. Carla caminaba a su lado sujeta a la mano de ella. No pude reprimir una sonrisa al ver a la pequeña. Su pelo estaba todo revuelto y sucio, sus ropas, rotas, desgastadas y sucias, pero aún así, tenía un aspecto inmejorable. Por lo menos para mi.

–Sube y échate a dormir –le dijo Kira dedicándole una dulce sonrisa. La pequeña hizo caso sin decir ni una palabra y subió al vehículo por la puerta abierta. –¿Y Jon Sang, dónde está?

–Ha ido al otro lado a echar una meada –le respondí yo acercándome a ella. Me volví hacia los otros y les dije: –vamos a descansar unos minutos, ahora volvemos.

Kira me miró con sorpresa, pero no dijo nada. Puse mi brazo sobre sus hombros atrayéndola hacia mí y caminamos por el arcén, cuesta arriba. La luz de las estrellas iluminaba lo justo para no tropezar, pero nuestro alrededor se difuminaba hasta perderse en un mar de sombras a una distancia de tres metros. Caminamos unos instantes sin hablar.

–¿Qué tal te encuentras? –inquirió ella mirándome en la oscuridad. Yo sentí su mirada, penetrante, si bien su rostro estaba cubierto por las sombras.

–Mejor, pero sigo algo mareado y cada vez me duelen más las heridas de la cara.

–Te desinfecté los arañazos con alcohol, me extraña que no te despertaras.

–Supongo que el golpe que me di en la cabeza fue de órdago.

–Lo fue, cuando te vi desde la ventana del autobús pensé que te habías roto la cabeza.

–Ya.

Me detuve y la sujeté de las manos.

–Te he traído hasta aquí para hablar en privado –susurré. –¿Nos podemos fiar de Kevin?

–No lo sé. Creo que sí.

–¿Por qué?

–Porque no quería venir. Al principio insistió en quedarse y morir junto a sus compañeros. Pero Carla lo agarró de la mano y tiró de él hasta que accedió a entrar en el autobús –me explicó Kira.

–No jodas... –sonreí sintiendo cierto orgullo subiéndome por el pecho. –Es una monada de cría...

–Shh... calla...

Se acercó a mí y me dio un beso en los labios. Yo la abracé con fuerza, abarcando todo su cuerpo entre mis brazos. Kira me abrió la boca y me buscó la lengua con la suya. Mis manos se movían con pasión por todo su cuerpo, acariciando con dulzura y con arrebato al mismo tiempo.

Kira se separó de mí al fin y comenzó el camino de regreso. Me quedé algo descolocado pero al momento comencé a notar un palpitante dolor, acompasado con los agitados latidos de mi corazón, en el lado derecho de la cabeza. No estaba en condiciones para emociones tan fuertes y ella lo sabía. Pero era como si no hubiera podido aguantar aquel arrebato de pasión. Me hacía sentir un candor dulce en el corazón que me llenaba de ánimo y esperanza. Sí. Íbamos a salir de allí con vida. Encontraríamos una nave espacial en la capital y escaparíamos de aquel maldito planeta.

El cigarro se me había caído al asfalto. Cogí la colilla y di una última calada antes de volver a soltarla sobre la cálida carretera y aplastarla con el zapato.

Sonreí y antes de que Kira desapareciera entre las sombras, la seguí de vuelta al vehículo, cuesta abajo.

Un viento frío nos golpeaba desde un lado alborotándome el pelo que comenzaba a estar demasiado largo. El flequillo me caía sobre la frente y se me metía en los ojos. Por la nuca, podía sentir como me había crecido bastante también. Me froté el lado izquierdo de la cara con la mano y sentí como la barba ya no me pinchaba; me había crecido mucho los últimos días. De echo, había dejado de picarme. O quizá fuera por el dolor que me palpitaba en la otra mitad del rostro.

Regresamos junto al autobús. Jon Sang se había reunido con los otros dos.

–¿Dónde estabais? –preguntó.

–Quería estirar las piernas –expliqué sin darle importancia.

–Habéis visto eso –nos dijo Kevin señalando hacia el norte con una mano.

Todos nos volvimos y miramos en aquella dirección. A bastantes kilómetros, al pie de la montaña que ahora estaba muy por debajo de nosotros, podíamos ver un fulgor rojizo. Era Travenr ardiendo. No dijimos nada. ¿Qué podíamos decir ante un espectáculo así?

–Por lo menos el fuego devorará a los no-muertos –susurró Jon Sang.

–Sí –asintió Kira a mi lado.

Pasaron unos minutos en silencio en los que nadie abrió la boca y no hicimos otra cosa que observar la extraña escena. Un océano de sombras iluminado débilmente por las estrellas y un fulgor fluctuante en la base de la montaña. Si no fuera por el hecho de que veníamos de allí y sabíamos lo que había ocurrido, no habríamos podido adivinar qué producía aquel resplandor.

–Debemos seguir –dijo El Cirujano a la vez que se giraba y entraba al autobús. Los demás lo seguimos. Él se sentó en el sitio del conductor y arrancó el motor. Una vez que estuvimos todos dentro, cerró la puerta y aceleró por la carretera encendiendo los focos delanteros para iluminar el camino.

Carla se había tumbado en dos asientos en la parte delantera del vehículo y ya dormía plácidamente. Kira y yo nos sentamos juntos en la siguiente fila para estar cerca. Jon Sang y Kevin, se sentaron por separado unas filas más atrás.

Seguimos nuestro camino, sin saber qué nos depararía el destino.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Día 19 - Primera Parte

Mi cuerpo se agitó y recuperé la conciencia. Abrí los ojos para encontrarme en un mar de sombras. Podía escuchar el ronroneo del motor eléctrico. Eso quería decir que estaba dentro del autobús y este estaba en marcha. Me incorporé con trabajo en los asientos donde había estado recostado. La débil luz de las estrellas entraba por las ventanas iluminando pobremente el interior del vehículo. Me había colocado a mitad de camino del final y desde allí podía ver delante mía la espalda de El Cirujano, la de Jon Sang y a Kira en el volante.

–Hola –dijo una dulce voz a mi derecha.

Me volví hacia allí y vi que Carla estaba sentada en uno de los asientos del otro lado del pasillo, a mi misma altura. Me observaba con el rostro iluminado por una amplia sonrisa. Un brillo especial ardía en sus ojos.

–¿Qué tal pequeña? –le pregunté sonriendo.

Me incorporé del todo y sentí como todo me daba vueltas. Lo mismo que hubiera sentido si me acabara de beber una botella de whiskey entera, pero sin haber probado ni gota. Sentí nauseas pero las reprimí haciendo acopio de toda mi concentración. No quería vomitar en el autobús, sería muy desagradable, y menos aún delante de la pequeña Carla, se asustaría y preocuparía. Ahora que tenía aquella dulce sonrisa y parecía no sentir miedo, no quería estropearlo.

Alguien tosió unas filas más atrás. Fruncí el ceño y volví a mirar a todos. Jon Sang, El Cirujano, Kira y Carla. Todos estaban a la vista, no faltaba nadie. ¿Quién había tosido detrás mía entonces?

Me volví y pude ver una oscura figura apoyada contra el cristal de mi lado un par de filas de asientos por detrás. Las sombras le cubrían el rostro y lo único que pude ver fue el brillo de sus ojos.

La cabeza seguía dándome vueltas y aún no podía pensar con toda claridad. El otro pareció percatarse de mí y me habló con una voz ronca y llena de desánimo.

–Hola.

No pude identificarlo. No sabía quién era. Miré a Carla y ella seguía mirándome con dulzura y sin preocupación. Si ella no estaba preocupada y los demás miraban hacia el frente despreocupadamente, sería porque no representaba peligro alguno. Pero aún así me intrigaba aquel personaje envuelto en las sombras.

–¿Fumas? –me preguntó con la misma voz ronca y grave.

–Si.

Vi como se movía pero no pude atravesar las sombras para averiguar qué es lo que hacía. Un momento después vi como me ofrecía algo en la mano estirada hacia mí. Me levanté sujetándome a los cabezales de los asientos y caminé con cuidado hasta la fila en la que estaba él, tomando asiento al otro lado del pasillo. Una vez allí pude ver lo que me ofrecía, un cigarrillo. Lo tomé y me lo coloqué entre los labios. Ahora que estaba más cerca, apreciaba que vestía ropas militares, o muy parecidas a las militares. Sin embargo su rostro seguía ensombrecido por las sombras.

Un chasquido de luz frente a su cabeza y una llama amarillenta se encendió iluminando al sujeto. La llama pertenecía a un mechero que él había encendido para prender el cigarrillo que llevaba colgando de los labios. La llama se reflejaba en sus húmedos ojos dándoles un aspecto demoníaco. Sus pómulos creaban sombras oscuras en las cuencas de sus ojos creando la ilusión de que estaba observando a una calavera parlante y las sombras de sus cejas se estiraban por su amplia frente como los cuernos de un sátiro de las antiguas mitologías de los tiempos clásicos de la tierra. Sobre el labio superior le brillaban pálidas canas en un espeso bigote. Aquel rostro, a pesar de la distorsión que creaban las fluctuantes llamas del mechero, me sonaba de algo.

La llama desapareció y solo quedó el fulgor de las brasas de la punta del cigarrillo. Me entregó el pequeño cilindro de metal y se volvió a apoyar contra la ventana exhalando humo azulado por encima de la cabeza. Me encendí el mío aspirando el ansiado veneno y le devolví el mechero.

–¿No me recuerdas? –me preguntó carraspeando antes de hablar; su voz grave como si procediera de ultratumba.

–No –respondí negando con la cabeza.

¿El control de carretera?

Entonces caí. Aquel bigote y aquella mirada triste y sin esperanza. El guardia que nos había recibido al llegar a la ciudad.

–Ahora te recuerdo, tu eras el guardia que nos recibió... –susurré exhalando una bocanada de humo al hablar– junto a ese otro tipo tan grande...

–Si. Gregor, se llamaba Gregor... –su voz se entrecortó y volvió a carraspear.– Era mi subordinado y un buen amigo.

Rememoré lo que había ocurrido la pasada tarde y estimé justo pensar que nos habían tratado bien. Al fin y al cabo, nos dejaron repostar y recoger provisiones.

–Yo estaba delante cuando llegó su hora...

La voz se le entrecortó y creí que se echaría a llorar, pero no lo hizo, volvió a carraspear y dio una larga calada al cigarrillo. El capullo brilló dibujando sus rasgos en las sombras con tonos rojizos, después desaparecieron cuando exhaló el humo azulado por las fosas nasales. Eché un vistazo hacia la parte delantera y vi como Carla nos observaba con atención. Jon Sang se había vuelto también y me miraba con una sonrisa. Me hizo un gesto con la cabeza y yo le devolví el saludo alzando la mano en silencio.

En el exterior, todo estaba a oscuras. Densas sombras reinaban entre las rocas y peñascos que pasaban junto a nosotros a los lados de la calzada. El vehículo tomó una curva cerrada y comenzó a ascender de manera acusada. Parecía que por fin habíamos alcanzado las montañas. El motor se quejó pero nuestra velocidad no disminuyó.

–La sierra –me dijo el otro oteando a través de su ventana que ahora miraba hacia la ciudad que habíamos dejado atrás. A una distancia de unos diez kilómetros se podían ver fuegos devorando altos edificios, pero nada más. Todo lo demás era un mar de negrura.

Yo me volví para mirar por mi ventana y vi como las rocas ascendían y se perdían en la altura, difuminándose en la oscuridad. No podía calcular cuanta altura tenía aquella pared de roca.

–Quizá esto signifique nuestra salvación –comenté dando una calada al cigarrillo. La cabeza me dio más vueltas, si es que era posible. El mareo que llevaba de por sí y el humo que estaba tragando, iban a acabar haciéndome vomitar. Solté la colilla en el suelo de goma y la aplasté pisándola con fuerza.

–¿Qué tal tu cabeza?

–¿Eh? –inconscientemente levanté mi mano hasta tocarme el lado derecho de mi rostro y me encontré con algo que no esperaba. En primer lugar me dio una punzada de dolor allí donde mis dedos rozaron y en segundo lugar, pude sentir como aquella zona estaba húmeda y blanda. Tenía todo aquel lado de mi cara lleno de heridas. Después de una rápida inspección ciega, por medio del tacto y del dolor, pude comprobar que tenía heridas de diverso tipo desde la barbilla hasta la sien, incluyendo mi oreja. Sin embargo si no me tocaba, no me dolía. Era increíble que semejante destrozo no me causara un dolor continuo e insoportable. Aunque, por supuesto, me alegre de que fuera así.

–Joder –susurré apartando la mano –debo de tener un aspecto terrible...

El otro se echó a reír pero acabó tosiendo y volviendo a carraspear.

–Sí... no tienes buena pinta... de hecho, te pareces a uno de ellos –dijo volviendo a reír y apagando su colilla en el suelo como había hecho yo antes. Extendió el brazo ofreciéndome su mano –Mi nombre es Kevin Leroux.

–Max McMahon –dije estrechándole la mano con fuerza.

–Encantado...