domingo, 22 de julio de 2007

Día 18 - Decimoprimera Parte

Salté al exterior sintiendo como un fresco viento azotaba desde las cercanas montañas que nos observaban como sombras gigantescas y casi invisibles en el oscuro horizonte sureño. Escuché como El Cirujano saltaba al asfalto detrás de mí y me sentí orgulloso de él. Quizá su pasado haya sido oscuro, fuera de la ley, pero en aquel presente me estaba demostrando que podía contar con él, que era mi compañero, que era mi amigo. Hasta entonces, podía tener mis dudas sobre sus intenciones, pero en aquel momento todas desaparecieron al unísono. Me seguía para ayudar a Jon Sang. Lo más sensato hubiera sido quedarse dentro del vehículo y a la primera señal de peligro, salir de allí como alma que lleva el diablo. Sin embargo, había decidido seguirme para salvar a nuestro compañero. No sabía si lo habían encarcelado injustamente, pero a decir verdad, no me importaba.

Di la vuelta al autobús por la parte delantera girando hacia la bocacalle donde se defendían Jon Sang y los demás de su grupo. Una bestia se fijó en nuestro compañero y flexionando sus extremidades inferiores se preparó para arrojarse sobre él. Yo detuve mi carrera y apuntando rápidamente apreté el gatillo. Un haz luminoso salió del cañón de mi rifle y lo golpeó en el flanco tirándolo al suelo y dejándolo momentáneamente inmóvil.

–¡Jon Sang, corre! –gritó la voz de El Cirujano a mi espalda mientras pasaba junto a mí como una exhalación lanzándose contra un par de post-mortems con el bate de aluminio en las manos.

Yo los cubrí lo mejor que pude, disparando a diestro y siniestro, despejando el camino y librándolos de molestias innecesarias.

–¡Vamos! ¡Rápido! –les grité sin dejar de disparar hacia uno y otro lado.

Jon Sang echó a correr hacia mi y El Cirujano lo siguió avanzando de espaldas, lanzando golpes con el bate, destrozando huesos y cráneos a diestro y siniestro.

Casi me era imposible escuchar mi propia voz cuando les gritaba que se dieran prisa dado el gran escándalo de armas de fuego que retumbaban en mis oídos. Podía ver los destellos de cientos de rifles disparando hacia los no muertos y las bestias. Aullidos de terror de los pobres infelices que caían en sus garras y los gritos de ánimo que algunos daban a sus compañeros. Era un total caos de luz y ruido que me nublaba la mente.

Pero, repentinamente hubo un relámpago a mi lado y todo se detuvo. Algo me golpeó en el lateral izquierdo tirándome al suelo y me golpeé la cabeza contra el duro y cálido asfalto. Sentí como mi mejilla se arañaba contra la calzada y el dolor me invadía de nuevo. Grité de dolor pero no pude escuchar mi propia voz a pesar de que sentí el dolor que me provocó el aire al salir con semejante fuerza por mi garganta. Entonces me di cuenta de que todo se había quedado en silencio a excepción de un molesto y monótono zumbido que aquejaba mis oídos. Era como tener un maldito mosquito dentro de mi cabeza. No sabía si estaba boca-arriba, boca-abajo o de lado. Era la misma sensación que sentía cuando se iniciaba un salto en una nave interplanetaria, la gravedad artificial dejaba de funcionar y arriba parecía estar abajo y la derecha parecía estar a la izquierda; tu cabeza daba vueltas dentro de sí misma (o eso parecía) y tú no conseguías encontrar tu equilibrio.

Una fuerte mano me agarró el hombro y comenzó a zarandearme. Me sentí molesto y no deseaba otra cosa que se detuviera y me dejara en paz. Entonces volvía recordar dónde estaba y temí lo peor: un post-mortem me había alcanzado y trataba de hincarme el diente. Me revolví como loco tratando de zafarme de sus mandíbulas. Grité como loco lanzando golpes al vacío oscuro y siniestro que me rodeaba. Pero aquella oscuridad no era otra cosa que mis párpados cerrados con fuerza. Los abrí y me encontré con el rostro preocupado de Jon Sang, mirándome con los ojos abiertos de par en par. Sus labios se movían pero yo no podía escuchar nada más que el molesto zumbido que aumentaba de volumen a cada segundo que pasaba. Era la mano de mi compañero la que me zarandeaba del hombro y parecía querer decirme algo, pero no podía oírle. Aquel desagradable zumbido era ahora insoportable y parecía ser lo que me ensordecía ante los desesperados aspavientos de mi compañero.

Jon Sang tiró de mí con fuerza y me ayudó a ponerme en pie. El suelo no estaba estable, podía sentir como se deslizaba bajo mis pies como si fuera una balsa que navegara sobre un mar embravecido. A pesar de no poder fijar la vista en un lugar, llegué a ver a El Cirujano golpeando a varios no muertos con el bate. Sentí unas fuertes vibraciones que casi me hicieron volver a caer al suelo, pero Jon Sang estaba ahí para sujetarme y evitarlo.

El Cirujano corrió hasta donde estábamos y me gritó algo. Esta vez pude escuchar unos ligeros gemidos por encima del zumbido, pero no fue suficiente para que le entendiera. Sin embargo hizo gestos con las manos y eso sí que lo entendí. Me decía que me moviera, y por la manera de decirlo, intuí que la cosa no pintaba bien. Sin embargo yo seguía sin poder caminar. El suelo se movía y movía. Me pareció increíble que ellos pudieran correr con tanta facilidad en aquel terreno tan inestable.

Jon Sang, sujetándome del brazo, me hizo dar la vuelta y me ayudó a alejarme de allí. A mi lado, pude ver un enorme cráter en el asfalto que no dejaba de moverse hacia los lados. Sentí como las tripas se me revolvían y una arcada me subió por la garganta, pero tragué con fuerza y la reprimí.

Cientos de destellos parpadeaban a mí alrededor y volví a sentir otra vibración que hizo temblar mis huesos. Sin embargo a pesar de todo aquel alboroto, Jon Sang no parecía afectado y seguía tirando de mí y evitando que cayese como un torpe niño que estuviera aprendiendo a caminar.

La tempestad bajo mis pies parecía amainar y me resultaba más fácil avanzar sin trastabillar. El zumbido en mis oídos había alcanzado niveles agonizantes pero comenzaba a escuchar todo el caos que se desenvolvía a mi alrededor como lejanos susurros de una batalla librada hacía cientos de años.

El autobús se acercaba a nosotros como una imponente bestia primigenia de ojos luminosos.

Finalmente alcanzamos la entrada del mismo y con la ayuda de Jon Sang y de la pequeña Carla ascendí los escalones hasta el interior. Ella me guió hasta los asientos y caí sobre ellos tendiéndome cuan largo era. Cerré los ojos pero pronto los volvía a abrir al darme cuenta de que la sensación de mareo aumentaba con ellos cerrados.

Sentí como las vibraciones del motor eléctrico aumentaban de potencia y escuché un lejano motor acelerando a toda velocidad.

Antes de caer en un pozo de oscuridad y silencio (incluso sin zumbidos) pude ver como varios rostros me observaban desde las alturas, por encima de los respaldos de los asientos. Allí estaban Carla, Jon Sang y El Cirujano.

¿Dónde estaba Kira?

Lo último que pensé, antes de sumirme en la inconsciencia, fue ¿Dónde estás Kira?¿Estás asalvo?

martes, 17 de julio de 2007

Día 18 - Décima Parte

El motor del autobús rugía como un animal enfurecido mientras volábamos a toda velocidad por las calles vacías. En las curvas las ruedas chirriaban contra el asfalto perdiendo agarre, pero El Cirujano demostró ser un buen conductor porque mantuvo el vehículo y a nosotros, sus ocupantes, a salvo. Los sonidos de combate se acercaban, cada vez menos repetidos por ecos y más directos.

Los edificios eran más altos, ahora llegaban hasta las diez plantas, y había menos espacio entre ellos. Las calles eran más estrechas también, por lo que perdimos la columna de humo hacía rato. Todos estábamos sentados en los asientos y bien sujetos, para evitar ser zarandeados en alguna de las curvas, a excepción del tipo armado que nos había pedido ayuda. Él estaba de piel, junto a la puerta, asido de la mejor manera que podía. Guiaba a El Cirujano por el laberinto de calles indicando el camino más rápido para llegar hasta el lugar donde quería estar.

El cielo se había oscurecido casi por completo y ahora avanzábamos con las luces del autobús iluminando el camino. Podíamos ver un resplandor rojizo más adelante que fluctuaba. Parecía ser la luz de un incendio.

A los lados, corriendo por las aceras, vimos a varias personas armadas. El vigilante de la estación pidió a El Cirujano que los recogiéramos. Fuimos recogiendo a los rezagados a medida que avanzamos hasta juntarnos con un grupo de veinte, distribuidos por los asientos vacíos del vehículo.

Seguimos avanzando a toda velocidad hasta alcanzar el lado este del centro de la ciudad. Nuestro guía ordenó a El Cirujano que se detuviera y este lo hizo, un tanto bruscamente.

Nos detuvimos en una plaza iluminada por una enorme hoguera que ardía en el centro. Las sombras bailaban por las fachadas de los edificios que nos rodeaban como figuras danzantes y poseídas por alguna clase de éxtasis. Varios grupos de personas armadas cubrían las tres calles que entraban a la plaza desde el este, disparando sus armas. Los resplandores de los disparos iluminaban intermitentemente sus rostros de manera grotesca y onírica.

El Cirujano abrió la puerta y dejó que todos nuestros acompañantes bajaran a la carrera para unirse a sus compañeros. Una explosión iluminó toda la plaza deslumbrándonos e hizo retumbar las ventanas con un rugido tremendo. Carla, sentada a mi lado, se abrazó a mí con fuerza cerrando los ojos.

El tipo que nos había guiado, desde el hueco de la puerta, nos dijo:

–¡Muchas gracias, ahora si continuáis por esa bocacalle y después del segundo cruce giráis hacia la derecha, llegareis a la avenida que sale de la ciudad en dirección al sur!

El Cirujano asintió y cerró la puerta.

–Será mejor que nos larguemos de aquí, esto se pone feo –nos dijo echando un vistazo en la dirección en la que se había marchado nuestro guía para unirse a sus compañeros que luchaban sin descanso en las entradas de las calles, cubiertos en las esquinas o asomados a las ventanas de los pisos bajos.

Por la que estaba más cerca a nosotros, pude ver como una masa de cientos de cuerpos se movía hacia la plaza. Eran post-mortem. Cientos de ellos. Todos avanzando con lentitud. Caía uno y aparecían tras él diez más. Esto tiene muy mala pinta, pensé sacudiendo la cabeza.

Entonces vimos como una sombra, más oscura que el cielo sobre nuestras cabezas, saltaba por encima de la última línea de post-mortem y caía sobre uno de los defensores. Este aulló de terror, tratando de escapar a cuatro patas. Pero no tenía ninguna posibilidad. Nosotros que teníamos alguna experiencia en esta clase de situaciones lo sabíamos a ciencia cierta. La sombra terrible, no era otra cosa que una bestia de ojos bermejos y luminosos. Volvió a saltar, esta vez un espacio más corto, y calló sobre el pobre infeliz que seguía gritando de terror. Lanzando sus fauces como una bestia sobre la cabeza de su víctima, le hizo callar para siempre.

–Creo que sería buena idea marcharse ahora –susurró Kira sin dejar de mirar por la ventana en aquella dirección.

Tenía razón y mi compañero El Cirujano estuvo de acuerdo con ella. Apretó el acelerador hasta el fondo y tras un breve chirrido de las ruedas sobre el asfalto, salimos disparados hacia la bocacalle que nos habían indicado.

Cuando casi habíamos alcanzado la salida de la plaza Carla chilló:

–¡Jon Sang!

Yo la miré sobresaltado. Había vuelto a abrir los ojos y miraba el exterior, hacia las ventanas del lado izquierdo, con una expresión de terror y preocupación.

Sin comprender qué quería decir, seguí la dirección de su mirada y vi, entre las sombras danzantes de la gran hoguera, que efectivamente nuestro compañero se hallaba apostado en una de las esquinas atacadas, armado con un rifle automático de asalto, disparando a la muchedumbre de post-mortem que se acercaban peligrosamente hacia los defensores.

–¡Para! –grité a El Cirujano para que detuviera el autobús. Este volvió la cabeza hacia mí y al ver mi expresión frenó tan bruscamente que por un instante pensé que iba a salir volando y a estrellarme contra el parabrisas delantero. –¡Jon Sang! ¡Está ahí!

Un par de bestias aparecieron al frente de aquella masa de post-mortems y comenzaron a despedazar a los defensores que luchaban junto a nuestro compañero.

Me deshice del fuerte abrazo de Carla y tras agarrar el rifle de plasma corrí hasta la puerta del autobús.

–¡Abre! –le chillé a mi compañero. Este accionó el interruptor que abría la puerta y saltó del asiento para seguirme.

lunes, 16 de julio de 2007

Día 18 - Novena Parte

Nos miraba con el ceño fruncido. Pude ver en sus ojos que la decisión ya estaba tomada. Lo que le ocurría era que no sabía como decírnoslo. Por supuesto eso me dejó claro cual era su decisión, sin embargo callé y esperé a que hablase él. Se mordió el labio con tanta fuerza que estaba seguro de que se iba a hacer una herida, cosa que no ocurrió.

–Bueno, pues... –comenzó a decir con cierta reticencia. Bajó la mirada observando a Carla, mirándola con cariño. –Creo que voy a quedarme.

Sabía que iba a decir eso, pero aún así me dolió escucharlo de sus labios. Había llegado apreciar a Jon Sang, era un buen compañero, un buen amigo. Nos había ayudado mucho y sentía perderlo. Pero parecía estar convencido, y no iba a ser yo quien tratase de hacerle cambiar de idea.

El Cirujano parecía no sentir nada. Impasible como siempre. Eso sí, su peculiar e irónica sonrisa había abandonado sus labios. Y Kira, completamente seria, había bajado la mirada hasta el suelo, en silencio. Pude ver como le brillaban los ojos, pero no dijo nada. ¿Qué podía decir? ¿Qué podíamos decir ninguno de nosotros? Había tomado una decisión. Quién sabía, quizá los demás estuviéramos condenados a muerte por tratar de alcanzar la capital y si lo convencíamos para venir lo estuviéramos condenando a muerte de igual manera. No éramos quién para hacer eso.

–Ya hemos tomado una decisión –dijo Jon Sang al tipo del bigote. Este se acercó, seguido del otro y se plantó junto a nosotros, a la expectativa –Ellos se van... yo me quedo.

–De acuerdo –le hizo un gesto al tipo de grandes proporciones y nos preguntó a los demás: –¿Necesitáis algo para continuar con vuestro viaje?

Su acompañante se acercó a Jon Sang y le dijo:

–Ven conmigo.

Los dos se marcharon hacia la barricada, pero cuando Jon Sang se había alejado unos pasos se dio la vuelta.

–Adiós.

Ninguno contestamos, nos limitamos a observarlo. Después, continuó caminando, siguiendo al otro hacia la barricada.

–Necesitamos agua y combustible –dijo El Cirujano.

–Vamos, os acompaño hasta la estación de combustible –nos dijo el tipo del bigote mientras caminaba hasta la entrada del autobús.

Todos lo seguimos y subimos tras él. Yo me senté al volante y los demás tomaron asiento en las filas delanteras. Nuestro acompañante se colocó en la puerta abierta y me fue guiando a través de los primeros edificios de la población. Hizo un gesto a los tipos que estaban levantando la barricada y nos dejaron pasar. Las primeras casas y edificios que vimos estaban abandonadas y silenciosas. Allá atrás, en la empalizada, me había dado la impresión de que la ciudad estaba rebosante de vida y movimiento. Al fin y al cabo había unas veinte personas de ambos sexos y distintas edades azarosas en el trabajo. Sin embargo no había sido más que una ilusión, un espejismo en medio de aquel desolado desierto de solitarias figuras rectangulares de cinco y seis plantas de altura. Las oscuras ventanas nos observaban como cuencas vacías de viejas y erosionadas calaveras de gigantes mitológicos. A los lados vimos varios parques abandonados con plantas y arbustos resecos y columpios herrumbrosos. Los cruces de calles, como encrucijadas en mi destino, se abrían ante nosotros con los semáforos apagados y sin vida.

–Gira en esta calle hacia la derecha –me indicó nuestro guía.

Obedecí avanzando a poca velocidad y cuando doblamos la esquina vi unos metros más adelante una estación de repostaje vigilada por un par de tipos armados y vestidos con uniforme militar negro. Me dieron el alto y yo detuve el vehículo en la entrada al complejo. Nuestro acompañante bajó de un salto y se acercó a uno de los dos guardias. Intercambió unas palabras con él y me hizo un gesto para que continuara. Aceleré hasta colocar el autobús a un lado del dispensador y detuve el motor.

–Cirujan... quiero decir, José, ven conmigo –le dije a mi compañero. No lo había llamado por su apodo delante de los demás y no estaba seguro de cómo le sentaría que lo hiciera. A pesar de casi haber llegado a pronunciarlo entero, me dio la impresión de que nadie se había dado cuenta, así que lo dejé estar y cuando hubimos bajado al calor de la calle, no comenté nada. –Tu ocúpate del combustible, yo ya me encargo del agua.

Él asintió con su peculiar sonrisa y se marchó hacia el dispensador.

El tipo del bigote llegó a mi lado y me indicó que le siguiera. Los dos caminamos hacia el siguiente edificio en aquella calle en donde había otro par de vigilantes en la puerta haciendo guardia con sus armas colgadas del hombro. Estos llevaban cascos con visores ahumados que escondían sus ojos. Llegamos hasta allí y al ver a mi acompañante nos dejaron pasar sin decir palabra alguna.

Dentro el ambiente estaba fresco y poco iluminado. Pero el frescor no era artificial, no se trataba de la acción de ningún sistema de climatización, el frescor era producto del buen aislamiento del edificio y de las ventanas cerradas con tablones de madera. Únicamente habían dejado unos pocos huecos abiertos para dejar pasar la luz necesaria para ver por donde andabas. Unas cinco personas se afanaban llenando cajas de cartón con productos imperecederos de las estanterías. Esto no era otra cosa que una tienda de alimentación y por alguna razón estaban trasladando todos los artículos a algún otro lugar.

–¿Qué están haciendo? –inquirí, seguramente metiéndome donde no me llaman.

–Este lugar está demasiado desamparado. Estamos moviendo todo al centro donde tenemos nuestro punto fuerte –me contestó mi acompañante. Después se volvió hacia uno tipo alto y delgado que estaba metiendo botellas de agua mineral a una caja y le dijo: –cuando llenes esa caja, entrégasela a este caballero.

El otro asintió sin levantar la mirada. El tipo del bigote me ofreció su mano derecha. Yo se la estreché dándole las gracias.

–Que tengáis buen viaje. Os deseo toda la suerte del mundo. Ahora avisaré por radio para que os dejen pasar por los controles. Simplemente debéis seguir esta calle y girar en la avenida que la cruza hacia el sur. Esta bordea la ciudad hasta el otro extremo y conecta con la carretera que cruza las montañas.

Me despedí de él y se marchó.

Los cinco que estaban llenando las cajas, lo hacían en silencio. No sabía si era por mí o porque aquella era su costumbre, pero parecían estar en tensión, asustados. Sus rostros estaban pálidos y sudorosos (a pesar del frescor que había dentro). Sentí como una ligera sospecha se alojaba en el fondo de mi cabeza. Tratando de no aparentar sobresaltado, me di la vuelta y salí de la tienda. La bofetada de calor me pilló por sorpresa y me desorientó un poco, pero eché un vistazo hacia el autobús y vi como el tipo del bigote se despedía de los demás. Después se marchó a pie por donde habíamos venido.

Me había equivocado, fue un alivio. Esta gente estaba fuertemente armada y no hubiéramos tenido ni una sola oportunidad de salir con vida si sus intenciones hubieran sido otras. Suspiré aliviado.

El tipo alto y delgado salió cargado con la caja de cartón llena de botellas de agua mineral y me la entregó con una leve sonrisa en el rostro.

–Gracias –le dije, si bien la puerta de cristal se cerró detrás suya antes de terminar de pronunciar mi agradecimiento.

Regresé hasta el autobús, donde me esperaban mis compañeros. No vi a Jon Sang y mi corazón dio un salto. ¿Dónde estaba? Entonces recordé lo que había pasado minutos antes y como había decidido quedarse en la ciudad. El Cirujano se afanaba con el repostaje y Kira le echaba una mano. Carla mientras esperaba sentada en el último escalón de la salida del autobús.

–Aquí traigo el agua.

Me miraron sin mucho ánimo (el único que sonreía ligeramente era El Cirujano). Todos habíamos sentido que nuestro compañero hubiera decidido separarse del grupo. Era como si hubiera muerto. Yo sentía lo mismo que con nuestros otros compañeros perdidos. Como cuando Eloy cayó del balcón en el pueblo minero o como cuando tuve que matar a la cosa en la que se convirtió JB.

Una tremenda explosión me sacó de mis pensamientos sobresaltándome hasta tal punto que dejé caer la caja al suelo. Esta se rasgó derramando varias botellas de plástico por el cálido asfalto. Carla dio un grito y se agarró a mi pierna. Y El Cirujano y Kira me miraron con el rostro ceñudo de preocupación.

El ruido había hecho temblar las ventanas de los edificios que aún seguían intactas, tintineando. Nos asomamos al otro lado del vehículo y vimos como una densa columna de humo negro como el carbón se elevaba desde algún lugar al sur de nosotros. Los dos vigilantes de la estación se acercaron a nosotros a la carrera con los rostros desencajados. Entonces comenzamos a escuchar los ecos de multitud de disparos procedentes de la misma dirección.

Una de las radios que llevaban los vigilantes crepitó y él entabló una conversación con su invisible interlocutor. Después se volvió hacia mí y me dijo:

–¿Podéis hacerme un favor?

–¿El qué? –preguntó Kira dando un paso adelante.

–Necesito que me llevéis hasta el centro.

Lo suponía, pensé sacudiendo la cabeza y apretando los labios. Pero qué podíamos hacer. Nos habían ayudado con el combustible y con el agua. Si nos negábamos, podía hablar por radio con los demás y avisar de que no nos dejaran pasar por los controles. Estaríamos atrapados en aquella ciudad y a merced de estos tipos de aspecto desesperado.

–De acuerdo –contestó El Cirujano adelantándose a mi respuesta. Yo pensaba decir lo mismo, pero él sonó más convencido. Mi voz habría tenido cierto tinte de resignación que mi compañero, si es que la sentía, no dejó ver en absoluto.

jueves, 5 de julio de 2007

Día 18 - Octava Parte

Nos reunimos en un círculo, a varios metros de los dos hombres armados, el del bigote y el alto y fornido. Yo seguía sujetando mi cigarrillo con los labios, exhalando nubes de humo azulado sobre nuestras cabezas. Carla, algo desconcertada se quedó detrás mía, sujeta a mi pantalón, mordisqueándose el labio inferior de manera inconsciente.

–¿Qué hacemos? –preguntó Kira.

–¿Qué podemos hacer? –respondió con una pregunta Jon Sang abatido. Tenía el ceño fruncido y una gruesa gota de sudor resbalaba por su sien. La luz moribunda del día creaba dos sombras circulares bajo sus cejas que ocultaban sus ojos confiriéndole un aspecto cadavérico, casi de no-muerto. –Lo sabía, sabía que esto iba a pasar...

Observé a El Cirujano. Tenía la mirada clavada en el negro asfalto de la carretera. Parecía pensativo. ¿Estaría pensando lo mismo que yo? Pronto lo descubriría.

De detrás de la barricada nos llegaban las voces del grupo de personas que se afanaban en la construcción de defensas.

–Espera un momento... –susurró Kira de repente, abriendo los ojos de par en par como iluminada por una idea que le inquietaba. –Si están sufriendo los ataques desde las montañas, que están allí –señaló con el dedo hacia el norte, al otro lado de la ciudad –¿por qué están poniendo barricadas a este lado?

Aquella pregunta me llegó a la mente como si una pelota lanzada por equivocación me hubiera golpeado en la frente. Tenía razón. Defender este lado de la ciudad no encajaba con la historia que nos había contado el tipo del bigote. ¿Qué diablos estaba ocurriendo aquí? ¿Nos habían mentido? ¿Y si era así, por qué invitarnos a quedarnos, en cuyo caso acabaríamos por averiguar la verdad?

–Eso es algo que deberíamos saber antes de tomar ninguna decisión –concluyó El Cirujano antes de que ninguno pudiéramos replicar a las palabras de Kira.

–Sí –dije apartándome unos pasos del grupo y dirigiéndome hacia el susodicho hombre armado. –¿Puedes acercarte un momento?

No se acercó solo, su compañero lo acompañó con el arma preparada. Seguían sin fiarse de nosotros.

–Tenemos una duda, ¿si os atacan desde las montañas, cual es la razón para poner barricadas a este lado de la ciudad? –pregunté con suspicacia sintiendo como aquella agudeza mental de Kira nos colocaba en una mejor posición frente a nuestros interlocutores. Les estábamos lanzando el mensaje de que no éramos tontos, que no podían engañarnos.

El tipo del bigote apretó los labios y dibujó media sonrisa que no tenía nada que ver con la felicidad. Frunció los ojos escrutándonos como si nos mirara a través de la lente de un microscopio. Después, habló con calma y en voz baja:

–Bien, voy a ser sincero. Vosotros no sois los únicos supervivientes que hemos encontrado. Lo cierto es que no hace mucho tiempo nos visitaron un grupo de superviviente que venían desde Barlenton. Venían fuertemente armados y querían nuestros alimentos, nuestra agua y nuestro combustible. Hemos sufrido varios ataques de superviviente en lo que llevamos de epidemia. Cosa que no va a ocurrir de nuevo.

Jon Sang no pareció muy convencido por aquella respuesta.

–Vamos a ver, me estás diciendo que os defendéis contra supervivientes hambrientos y descarriados.

–Hambrientos quizá, descarriados no, pero muy bien armados sí –contestó él.

–Y entonces ¿por qué nos habéis tratado con tanta amabilidad e incluso nos ofrecéis quedarnos aquí? –inquirió sonriente Jon Sang, creyendo que le había atrapado en una mentira.

–Si creyéramos que sois una amenaza, habríais muerto un kilómetro antes de llegar a este punto. Tenemos vigilantes apostados junto a la carretera armados con cañones láser. De hecho, ahora mismo os apuntan cuatro armas automáticas que a la primera señal de peligro os liquidarían en menos de tres segundos.

Jon Sang miró en derredor tratando de descubrir a los que nos apuntaban. Pero no encontró nada. Si era cierto, debían estar muy escondidos o utilizar miras telescópicas desde largas distancias, fuera de nuestro campo visual.

Apuré lo que me quedaba de cigarrillo y aplasté la colilla contra el caliente asfalto.

Nos quedamos en silencio unos segundos, pensativos. En el fondo, todo lo que nos había dicho tenía sentido. En situaciones de emergencia, siempre había quién aprovechaba la falta de autoridad vigente para sacar tajada. Hasta ahora habíamos tenido mucha suerte de no encontrarnos con uno de estos grupos, pero ellos, no habían tenido tanta fortuna.

–Bueno, os dejo para que toméis una decisión. Pero una cosa debéis tener en cuenta: si decidís quedaros, estaréis obligados a ayudar en la defensa de la ciudad, como si fuerais soldados. Recibiréis órdenes que deberéis llevar a cabo con total diligencia. Estamos viviendo tiempos difíciles y debemos adoptar medidas contundentes.

Tras pronunciar su discurso nos dio la espalda y junto a su compañero, se alejó unos metros para cedernos algo de privacidad.

–Esto no me gusta –fue lo único que dijo El Cirujano. Y le entendía. A mí tampoco me gustaba. No había escapado de la prisión para estar bajo el mando de unos soldados que llegado el momento, cuando todo volviera a la normalidad (si es que lo hacía algún día), me volvieran a meter entre rejas.

–Creo que no debemos atarnos a un lugar –dijo Kira –quiero decir, que no me parece buena idea no tener libertad para echar por patas cuando las cosas se pongan feas.

–Estoy de acuerdo contigo –dije serio.

–Sí pero, qué sugerís que hagamos si no, irnos al desierto y esperar a que todo se calme mientras nuestros sesos se fríen bajo el sol –arguyó Jon Sang con un gesto de profunda preocupación.

Ahora llegaba el momento de exponer mis pensamientos. Sabía que El Cirujano estaría de acuerdo con migo y por lo que había dicho Kira, ella sería fácil de convencer, pero ahora el problema era Jon Sang. Si al final no cedía, nos tendríamos que separar. Lo sentiría, había llegado a cogerle cariño, pero no iba a arriesgar mi vida porque él tuviera miedo.

–Creo que deberíamos continuar con el plan original.

–¿Qué? ¿Estás loco? –exclamó Jon Sang. –¿No has oído lo que ha dicho sobre la capital?

–Sí he oído. Pero no importa. Creo que es nuestra mejor baza para salir de aquí.

–Has perdido la cabeza...

–Voto por seguir adelante –dijo Kira con resolución. Miramos a El Cirujano y asintió sin decir palabra.

–Está decidido pues, seguiremos adelante –dije cruzándome de brazos complacido. –Ahora la pregunta es ¿vendrás con nosotros?

miércoles, 4 de julio de 2007

Día 18 - Séptima Parte

Las imponentes siluetas oscuras de los altos edificios se acercaban como amenazantes columnas hercúleas construidas por antiguos seres gigantescos para soportar la estructura de un inmenso templo dedicado a un olvidado dios mitológico. El cielo sobre nuestras cabezas, aún completamente despejado, se oscurecía por el este tornándose púrpura. Los rosas y naranjas ya dominaban el cenit y la única zona que se mantenía con un azul brillante y purificador era el lejano oeste.

En poco tiempo alcanzaríamos las primeras edificaciones de la ciudad y descubriríamos en qué estado se encontraba.

Y entonces pude distinguir algo bloqueando la carretera. El Cirujano apoyó una fuerte mano sobre mi hombro y susurró en mi oreja:

–Cuidado.

Yo asentí, pero no aflojé la velocidad del autobús.

Kira y Jon Sang se acercaron hasta la parte delantera del vehículo para ver mejor. Todos observábamos el obstáculo que bloqueaba el camino y que se acercaba a gran velocidad ganando nitidez a cada segundo que pasaba.

Unos minutos después, pudimos, al fin, distinguir de lo que se trataba. No era otra cosa que un coche volcado de lado y cruzado en la carretera. Solo dejaba un pequeño hueco a la derecha para pasar, pero allí había un par de siluetas que poco después, se definieron en dos hombres, armados con fusiles de asalto y que nos observaban con atención.

A medida que nos íbamos acercando fui decelerando hasta detenerme frente a la barricada vigilada por los dos hombres armados. El motor eléctrico del autobús ronroneaba y transmitía un temblor a la estructura que sentíamos en los huesos. Los cuatro, reunidos en la parte delantera del vehículo, observábamos el exterior, expectantes.

Entonces, los dos hombres se acercaron hasta la puerta del autobús y el primero de ellos, la golpeó con los nudillos exigiendo que abriéramos. Eché un vistazo inquisitivo a El Cirujano. Él frunció los labios y se encogió de hombros asintiendo. Tenía razón, llegados a este punto ¿qué otra cosa podíamos hacer sino era abrir la puerta a aquellos supervivientes?

Apreté el botón y la puerta se abrió automáticamente. Los dos hombres armados de la calle dieron un paso atrás apuntándonos con sus rifles.

–Salgan del vehículo, por favor –ordenó el que parecía llevar la voz cantante.

–Vamos –dijo El Cirujano cogiendo su mochila y bajando las tres escaleras hasta el exterior.

Lo siguieron Jon Sang y Kira. Yo esperé a que Carla hubiera bajado y salí el último, portando en las manos el rifle de plasma, apuntando hacia el suelo.

–¿Qué queréis? –preguntó el hombre armado. Tenía una barba de varios días y sus ojos, de un intenso color azul, tenían una mirada cansada y descorazonada. –¿Por qué habéis venido aquí?

Jon Sang me miró y yo asentí.

–Escapamos de Barlenton –explicó Jon Sang. –La ciudad está llena de esas cosas. Pero hemos conseguido escapar. Nuestro plan era ir a la capital.

El tipo miró a Jon Sang, como sopesando sus palabras. ¿O estaba quizá pensando en la manera de exponer algo de la manera más suave posible? Fuera lo que fuese, lo observó durante unos segundos sin abrir la boca. Su compañero, un tipo alto y fornido, nos observaba con desconfianza mientras mordisqueaba un chicle de manera nerviosa.

Por fin se decidió y tras un sonoro suspiro, nos dijo:

–Siento ser yo quien os diga esto pero... la capital está perdida.

–Lo sabía –exclamó Jon Sang pegando una patada al suelo.

–¿Cómo ha ocurrido? –inquirí dando un paso al frente.

–No estamos seguros, pero fue de las primeras en caer. Un lugar con tanta gente aglomerada es un festín para un virus.

Eché un vistazo más allá de la barricada y pude ver a un grupo de personas que se afanaban en la construcción de defensas.

–¿Cómo habéis aguantado vosotros? –pregunté sacando un cigarrillo del bolsillo y encendiéndolo.

–¿Tienes uno para mí? –preguntó el tipo alto y fornido. Le entregué uno y tras escupir el chicle al seco suelo, lo sujetó entre los labios. Le di fuego y aspiró el humo con un gesto de placer en el rostro.

–Somos de la fuerza de seguridad de Ypsilon-6... –nos explicó el otro –bueno... lo que queda de ella... nos retiramos hasta aquí y hemos estado aguantando los ataques como hemos podido. Sois los primeros supervivientes que vemos en mucho tiempo...

No eran buenas noticias, desde luego. Pero sí que era un rayo de esperanza en aquel asqueroso planeta. La idea de aguantar en aquella ciudad hasta que las fuerzas de rescate llegasen se me hacía atractiva. Pero ¿iban a venir fuerzas de rescate? Al fin y al cabo, habían mandado una nave prisión para echar un vistazo. ¿Habrían decidido venir cuando perdieron contacto con nuestra nave o por el contrario habrían pensado que era mejor no acercarse?

–Si queréis podéis quedaros, pero tendréis que echarnos una mano.

–¿Echaros una mano en qué? –preguntó Kira que hasta aquel momento no había dicho nada.

–¿No está claro? –nos miró y al ver los gestos de nuestros rostros lo aclaró –Ayudarnos a defender la ciudad, por supuesto.

–¿Defenderla contra qué? –inquirió Jon Sang.

–¿No has escuchado nada de lo que he dicho, chico? Horda tras horda de bestias mutantes nos ataca día tras día. No sé cuanto podremos aguantar.

Ahora entendía la expresión de su rostro. Sus ojos transmitían desánimo. No veía salida a su situación (salida buena, se entiende). Creía que todos iban a morir allí. O algo peor...

–¿Aún seguir queriendo quedaros? –preguntó el tipo alto, que aún se deleitaba con el cigarrillo que le había cedido, soltando una carcajada.

–Déjanos unos minutos –le contestó Jon Sang mientras nos guiaba hasta la parte trasera del autobús para tener algo de privacidad.

El cielo ya se oscurecía por el horizonte oriental y se tornaba rojizo y anaranjado en el oeste. Unos débiles puntos de luz comenzaban a asomar por el cielo, prometiendo un extraordinario espectáculo nocturno una vez que todas las luces diurnas murieran.

–¿Qué hacemos? –nos preguntó Jon Sang.

En aquel momento, más que nunca, tuve claro lo que debíamos hacer. Estaba seguro de que El Cirujano me daría la razón. Y por supuesto Carla iría y haría lo que yo le dijera. Pero el verdadero problema residía en Kira y en Jon Sang. ¿Estarían de acuerdo con mi plan? Era arriesgado, incluso muchos lo calificarían de suicida, pero sabía que era la única posibilidad de salir de este maldito planeta con vida. Debía conseguir convencerlos. Lo tenía que intentar por lo menos...

martes, 3 de julio de 2007

Día 18 - Sexta Parte

Nos tomamos unos minutos para descansar. Pero no queríamos quedarnos más tiempo del estrictamente necesario. Si habían aparecido los cinco lobos mutantes, podían venir más bestias para atacarnos.

Un rato más tarde, El Cirujano y Jon Sang se pusieron a llenar el depósito del autobús que era lo que en un principio habíamos venido a hacer. Kira y yo, con la ayuda de Carla (esta vez no pensaba dejarla sola en el vehículo), nos afanamos en recoger provisiones en la tienda, metiéndolas en mochilas y llevándolas al autobús.

Cuando hubimos acabado entramos todos al vehículo y cerramos las puertas. Dentro el ambiente estaba caliente y cargado. Aún así, preferíamos estar dentro, a salvo, que fuera en la calle donde podíamos sufrir el ataque de cualquier cosa.

Tomamos asiento en un par de filas y comimos un poco.

–Os dais cuenta de que han llegado hasta aquí ¿verdad? –dijo El Cirujano cuando hubimos acabado de comer.

–Sí –asintió Jon Sang.

–¿Creéis que habrán llegado hasta la capital? –inquirió Kira.

–Si han llegado hasta aquí, no me extrañaría –contesté yo sonriendo. No me hacía gracia, pero no pude evitar la sonrisa. Era como si siendo pesimistas pudiéramos adivinar el futuro, irónico cuanto menos.

–Estoy de acuerdo –me dio la razón El Cirujano. –Debemos estar preparados en caso de que sea así.

Nos quedamos en silencio, pensativos. Yo saqué un cigarrillo y lo encendí, saboreando el humo azulado.

–Quizá debamos replantearnos nuestro destino –dijo Jon Sang mirando hacia el exterior.

El calor hacía vibrar la imagen del horizonte como si hubiera un lejano lago que nunca conseguíamos alcanzar.

–¿Y ir a dónde? –pregunté yo dando una calada al cigarrillo.

Jon Sang apretó los labios pero no contestó. Observé a Kira y ella oteaba el exterior también. Parecía tener dudas, como nuestro compañero.

–¿Tú qué piensas? –inquirí apoyando mi mano sobre su hombro.

Se volvió para mirarme a los ojos y sonrió.

–No lo sé. La capital puede que esté llena de no-muertos y después de lo que ha pasado en Barlenton imaginar la misma situación pero diez veces más grande me asusta...

–¿Entonces qué sugieres que hagamos?

–...déjame terminar... los peligros que hemos atravesado en la otra ciudad serían diez veces mayores en la capital. –Volvió a mirar al exterior. –Pero, esto es un desierto. No aguantaríamos ni una semana en este terreno... con pocas provisiones, poca agua... tampoco me parece una buena idea...

–Tenemos que tomar una decisión –dijo El Cirujano con determinación.

Yo asentí. Tenía razón. Nuestro destino tenía que ser fijado en aquel momento. Tomáramos la decisión que tomáramos, debíamos hacerlo ahora y mantenernos firmes. Una vez entráramos a la capital, no habría marcha atrás.

–A lo mejor no han podido cruzar las montañas –dijo Jon Sang como un rayo de esperanza. Su rostro se había iluminado con una amplia sonrisa.

–Es posible, ¿no? –apoyó Kira, también esperanzada por aquella idea.

Miré a El Cirujano y vi que él, a su vez, me estaba mirando. Su expresión no era de esperanza, más bien era de desánimo. Estaba pensando lo mismo que yo, que lo más probable era que la capital estuviera infestada de no-muertos. De hecho, según lo veía yo, aquella ciudad debió de ser de las primeras en caer. Tal y como lo veía yo, y seguramente mi compañero, los primeros heridos (infectados) habrían sido llevados de urgencias a los mejores hospitales, que estaban allí y aquello habría sido lo que habría condenado la ciudad, si es que había ocurrido así. Como he dicho antes, ser pesimista era tan bueno como tener un don para adivinar el futuro, así que prefería seguir pensando de aquel modo. Sin embargo, no quería amargar a mis compañeros y menos aún a Carla. Así que me mantuve en silencio. Lo que ese silencio quería decir era obvio, pero por lo menos no fui yo quien aguó la fiesta.

Di una buena calada a mi cigarrillo y eché el humo por encima de nuestras cabezas. Empezaba a hacer mucho calor allí dentro. Gruesas gotas de sudor me corrían por la espalda y a todos nos brillaba la frente, húmeda.

–A ver qué os parece esto –dijo Jon Sang poniéndose en pié –, vamos hasta Travenr y según como veamos la situación allí, seguimos adelante o tomamos otra dirección diferente.

Kira parecía contenta con ese plan. Observé a El Cirujano y a pesar de estar muy serio, asintió.

Así pues estaba decidido. Iríamos hasta la ciudad que se veía en el horizonte, al pié de las montañas y según lo que nos encontrásemos allí, haríamos una cosa u otra.

El Cirujano se puso de pie y comenzó a caminar hacia el asiento del conductor, pero lo detuve antes de que llegara y le dije:

–Tu descansa, ahora me toca a mí conducir.

Recibió aquella noticia con una ligera sonrisa y tomó asiento en una de las primeras filas. Yo me coloqué en el sitio del conductor y arranqué el motor. Apreté el acelerador y nos marchamos de aquel siniestro y solitario lugar. No habíamos visto a nadie allí. ¿Eso qué quería decir? Si todos se hubieran convertido a no-muertos, los habríamos visto deambulando por el desierto. De hecho nos habrían intentado atacar. Pero no había nadie. Todos se habían marchado. ¿A dónde? Quizá todos hubieran huido a Travenr. Y en qué situación estaría esta ciudad... En un par de horas lo descubriríamos...