miércoles, 30 de mayo de 2007

Día 18 - Primera Parte

Un bache en el camino me despertó con sobresalto. Me había quedado dormido con la cabeza apoyada en la ventana. El sol brillaba cálido en el límpido cielo azul. Observé el exterior, el terreno era ahora más pedregoso y arbustos secos se agarraban con tozudez a la árida tierra rojiza. A lo lejos, acercándose lentamente, podía ver un sistema montañoso de gran altura. Los picos de las montañas alzándose hacia los cielos, brillaban cubiertos de nieve. A los pies de estas pude vislumbrar las siluetas de altos edificios recortadas contra el fondo oscuro de las faldas montañosas. La carretera se desplegaba en línea recta hacia allí sin interrupciones.

El Cirujano seguía al volante. Conducía veloz pero prudente. Por encima del ruido del motor pude escuchar que tarareaba una sintonía que no alcancé a identificar.

Kira estaba sentada en uno de los asientos al otro lado del pasillo a mi misma altura. Observaba el exterior inmersa en profundos pensamientos.

Eché un vistazo a los asientos por detrás del mío y vi a Carla tumbada entre dos de ellos, durmiendo como una pequeña princesa. Y por último, unos asientos detrás de mí, Jon Sang dormitaba con la cabeza apoyada en la ventana, en la misma posición que había estado yo. Su cuerpo se movía al ritmo del autobús sin perturbar su descanso.

Me levanté y caminé hasta la altura del asiento del conductor sujetándome a un asidero.

–¿Qué tal vas? –pregunté tratando de no hablar demasiado alto para no despertar a los que dormían.

Mi compañero volvió la cara hacia mí y me sonrió.

–Bien.

–Y de energía, ¿qué tal van los niveles?

–Eso no tan bien –nadie diría que me daba malas noticias porque su sonrisa no abandonó sus labios en ningún momento. –Necesitaremos abastecernos para llegar hasta allí –levantó la mano señalando las siluetas que se dibujaban sobre el fondo rocoso de las montañas distantes.

–Joder…

–Según el ordenador de abordo, hay una estación de repostaje a cien kilómetros de aquí.

–Entonces podemos intentar allí.

–Sí.

Le palmeé en el hombro sonriendo y dije:

–Muy bien, haremos eso.

Después regresé a mi asiento, junto a la ventana. Kira me observaba con el ceño fruncido. Se levantó y atravesando el estrecho pasillo que recorría el autobús, separando las dos filas de asientos, se sentó en el de mi izquierda.

–No hay suficiente energía para llegar a Travenr, ¿verdad?

–¿Así es como se llama esa ciudad? –señalé la lejana ciudad que se acercaba a nosotros con el dedo pulgar. Ella asintió sin cambiar de expresión. –No, no hay suficiente… pero en el mapa del ordenador pone que hay una estación a mitad de camino. Hasta allí sí que llegaríamos. No te preocupes.

No quedó muy contenta pero dejó el tema. Se acomodó en el asiento y, cruzando los brazos sobre el pecho, cerró los ojos. La observé durante unos instantes. Era preciosa. En la mejilla derecha tenía un corte. Alrededor de él, la piel se había teñido de rosa e hinchado ligeramente. El corte era profundo, pero ya había dejado de sangrar. Seguramente le quedaría una cicatriz. Pero daba lo mismo, no podría empañar semejante belleza.

Recordé el momento en que se había hecho el corte. Había sido al caer y golpearse contra uno de los asientos al que le sobresalía la punta de un tornillo a través del revestimiento de tela…

El primer disparo alcanzó de lleno en el rostro de lo que antes de la infección había sido una mujer de mediana edad y con sobre peso. Su pálido y pútrido rostro desapareció en un amasijo de sangre y huesos rotos. El cuerpo inanimado cayó hacia detrás golpeando el suelo con fuerza.

Otro post-mortem que se acercaba por detrás de la caída tropezó con su grueso cuerpo y se desplomó sin siquiera levantar las manos para protegerse de la caída.

Detrás de mí Jon Sang comenzó a lanzar golpes con el bate de aluminio a diestro y siniestro lanzando a los no muertos que alcanzaba contra el suelo. A cada golpe podíamos escuchar huesos partiéndose, pero esto no parecía afectarles lo más mínimo. Ninguno gritó de dolor ni se quejó por las heridas. Se limitaban a gemir con las bocas abiertas en obscenas muecas de hambre y deseo.

Disparé otra vez, sin embargo fallé. Repetí el tiro con más cuidado y le di de lleno a uno de los post-mortem en el pecho, abriendo un boquete mortal. Pero una vez hubo caído al suelo, comenzó a arrastrarse hacia mí, hincando las uñas en el asfalto.

–¡No vamos a aguantar mucho más! –exclamó Jon Sang sin dejar de dar mandobles con su arma.

–¡Ya!

Me hizo gracia. Nuestra situación era cuanto menos sarcástica. Después de tantas penurias, tantos sufrimientos, tantas esperanzas y temores, nos iban a cazar cuando habíamos podido escapar. En lugar de esperar a que llegasen hasta la puerta de la estación. ¿Por qué no nos habíamos marchado en cuanto se disparó el arma de Francoise? ¿Por qué no habíamos pensado que serían capaces de escuchar el ruido de la pistola y nos acabarían por encontrar?

Los post-mortem más cercanos a mi ya estaban a menos de tres metros de distancia. Hice dos disparos seguidos dando en el blanco en ambos. El primero no sirvió de nada, le di en un hombro y el no muerto ni se inmutó. Al segundo lo alcancé en el abdomen y tras sujetárselo con una mano, continuó caminando, si bien con mayor lentitud.

Jon Sang derribaba a otro y a otro, pero la mayoría conseguía volver a levantarse. Lo bueno era que mientras lo hacían entorpecían a los que venían detrás haciéndoles perder tiempo.

Irina surgió de las sombras gritando:

–¡Vamos, vamos!

Di un empujón a Jon Sang para que se moviera y me quedé cubriendo nuestra retirada. Hice tres últimos disparos y se me terminó la munición. Como último recurso lancé la pistola contra uno de ellos y me giré echando a correr hacia las sombras del interior.

Dos focos potentes de luz blanca se encendieron frente a mi deslumbrándome. No pude evitar cerrar los ojos, pero, aún así, no dejé de correr hacia ellos esperando no tropezar con nada. Cuando volví a abrirlos, pude distinguir la forma de un autobús eléctrico como la fuente de la luz.

Por detrás escuché como Irina gritaba una maldición y como algo caía al suelo con fuerza. Me detuve junto al morro del vehículo y miré atrás. Los post-mortem ya entraban al garaje y se acercaban con gran velocidad a el cuerpo inmóvil de Irina que estaba tirado en el suelo, junto a un arcón de madera. Había tropezado deslumbrada por los focos del autobús.

Hice mención de regresar a por ella pero una mano me agarró del hombro. Era Jon Sang.

–No vayas, no te dará tiempo.

Tenía razón. Estaban a punto de alcanzarla. Mi compañero tiró de mi hacia la puerta del vehículo. Me resistí al principio, pero pronto cedí dándome la vuelta y corriendo tras él hacia la entrada. Subimos y la puerta se cerró con un golpe seco.

–¡Arranca! –exclamó Jon Sang.

El Cirujano, que estaba sentado en el sitio del conductor, arrancó el motor que rugió como una bestia enjaulada. Kira estaba de pié en el pasillo central, observando el interior del garaje a través del parabrisas delantero. Observaba con un gesto de tristeza y resignación.

Entonces El Cirujano aceleró repentinamente y todos nos vimos lanzados hacia el fondo del autobús. Yo caí, junto a Jon Sang, sobre los primeros asientos sin hacerme daño. Carla, que estaba ya sentada y agarrada con fuerza no tuvo problemas, pero Kira salió volando por el pasillo y se golpeó el rostro contra el lateral de uno de los asientos haciéndose el corte en la mejilla. Gritó de dolor pero pronto se sobrepuso y volvió a levantarse. Todos vimos como nuestro vehículo se lanzó a toda velocidad contra los primeros post-mortem que habían entrado al garaje de la estación.

Los cuerpos sin vida, y aún así animados, salieron volando hacia los lados como bolos blancos en una bolera.

El Cirujano dirigió el autobús con gran destreza hasta el exterior y después giró hacia la derecha encaminándonos hacia la salida de la ciudad.

Habíamos escapado, pero a qué precio… Francoise e Irina…

jueves, 24 de mayo de 2007

Día 17 - Décima Parte

Las borrosas figuras se iban definiendo a medida que se acercaban con paso titubeante.

–Nos han visto –dijo Carla asustada colocándose detrás mía.

Jon Sang me miró con mirada inquisitiva y yo asentí. Dejamos caer el cuerpo envuelto junto al muro de la estación y nos ocultamos en la oscuridad del interior, sacando la cabeza para observar a los que se acercaban.

–Ves a dentro y avisa a los demás –le dije a Carla.

Ella se marchó corriendo desapareciendo en la oscuridad. Después apareció de nuevo iluminada por los fluorescentes de la sala de espera y vi como hablaba con El Cirujano. Este me miró desde lo lejos con lo que me pareció una sonrisa. Este tío es increíble, pensé, todo parece divertirle. Era como si considerara todo un juego de video consola en el que podías perder varias vidas antes de perecer.

–Quédate vigilando –le dije a Jon Sang y sin esperar una respuesta regresé a la sala de espera. –¿Qué piensas?

El Cirujano me observó durante unos instantes, los ojos brillantes y la sonrisa permanente en sus labios.

–Pues pienso que ahora empieza lo divertido.

–No sé si te das cuenta de la situación en la que estamos.

–Sí. Pero aún así, apostaría mi hígado a que saldremos de esta con vida.

–¿Y qué te hace estar tan seguro? –me estaba poniendo de los nervios. No teníamos tiempo para acertijos, si tenía algo pensado, que lo soltara cuanto antes… –¿Tienes un plan?

Asintió.

–¿Y cuál es? –mi voz iba aumentando de volumen a la vez que mis nervios se crispaban cada vez más.

–Tú dame unos minutos y yo te aseguro que os sacaré de aquí de una pieza.

¿Podía fiarme de él? Aún dudaba de ello. A pesar de haberme salvado la vida en múltiples ocasiones y de no haberme traicionado ni una, seguía sintiendo cierta incertidumbre sobre él. Por naturaleza, no quería fiarme de nadie, no me gustaba que mi vida estuviera en manos ajenas. Luego, además, conocía sus antecedentes; era un psicópata, estaba encarcelado por ser un asesino en serie. ¿Podía poner mi vida y la de todos nosotros en sus manos?

Pasaron unos segundos en los que yo me debatía internamente y él esperó pacientemente como si supiera exactamente lo que estaba pensando y quisiera darme el tiempo necesario para tomar la decisión correcta. Desde luego no era tonto. Sería lo que fuera, pero tonto no. En aquel momento, cualquier apremio por su parte podía haberme hecho sospechar. Sin embargo esperó pacientemente a que yo llegar a la conclusión que fuera por mi propio pie.

No tardé demasiado en decidirme. Finalmente opté por la confianza. Si bien no total.

–De acuerdo, tienes tus minutos.

Sin esperar más, salió de la sala de espera y se internó en la oscuridad del garaje no sin antes llevarse consigo una linterna. Cuando se hubo marchado, me acerqué a Kira y le susurré:

–Busca una salida por el otro lado –Irina se acercó a nosotros –tú ayúdale. Cuando la encuentres ven y avísame. –Me volví hacia Carla y le dije: –No te separes de ellas.

La pequeña asintió con una dulce sonrisa.

–¿Y tú que vas a hacer? –inquirió Kira.

Suspiré frunciendo los labios.

–Intentaré hacer tiempo.

Dicho lo cual me marché por la puerta abierta y las sombras me engulleron. Vi la luz de la linterna de El Cirujano moviéndose por el garaje. Sin detenerme me dirigí hacia la puerta donde Jon Sang vigilaba el exterior con cautela. Me acerqué por detrás de él y le pregunté asomando la cabeza:

–¿Qué tal?

–No muy bien –me contestó él con preocupación en la voz.

El grupo de post-mortem había aumentado a varias decenas y estaba a menor distancia. Calculé que los primeros debían estar a unos treinta metros. A aquella velocidad no tardarían más de diez minutos en alcanzarnos.

–¿Y ahora qué? –preguntó mi compañero.

–José necesita que le demos tiempo.

Jon Sang me miró con sorpresa.

–¿Que le demos tiempo? ¿Tiempo para qué? Lo que deberíamos hacer es salir de aquí a toda hostia.

–Dice que tiene un plan.

–Como sea tan buen plan como el de cargarse a Francoise, estamos apañados…

Detecté rencor en su voz. Si seguíamos por ahí, intuí que nos meteríamos en terreno pantanoso.

–He mandado a Kira y a Irina a buscar una salida por el otro lado, por si acaso.

–Bien. Buena idea.

Volvimos a observar el lento pero constante avance de los post-mortem. Cada instante que pasaba estaban más cerca de nosotros y eran más numerosos. Ahora era capaz de ver a unos cuarenta de ellos. Algunos de ellos mutilados y faltos de alguna extremidad, otros con un aspecto aparentemente normal.

–Bueno y… ¿cómo se supone que tenemos que darle tiempo al pirao?

–Pues, con esto –dije a la vez que sacaba la pistola de mi pantalón y se la enseñaba con una sonrisa.

–No sé… más vale que coja el bate. –Se marchó a la sala de espera y regresó con el bate de aluminio en la mano. Me lo enseñó y sonriendo dijo: –Ahora me siento mejor.

Me reí por lo bajo y Jon Sang me acompañó. Eran risas nerviosas y motivadas más por el miedo que por la alegría.

Los post-mortem estaban ya a unos veinte metros de nosotros. En menos de cinco minutos los tendríamos encima. Lo que no sabíamos era si nos habían visto. En realidad daba lo mismo. Iban a seguir avanzando hacia aquí, nos hubieran visto o no. El sonido del disparo los había atraído y hasta que no encontraran a lo que lo había generado, no se detendrían.

Un ruido por el otro lado de la calle llamó nuestra atención. Nos volvimos hacia allí y vimos otro nutrido grupo de no muertos que se acercaba hacia nosotros y que avanzaba desde la otra dirección por la avenida. Tan concentrados estábamos en los que habíamos visto primero que ni nos habíamos dado cuenta. Nos miramos y me encogí de hombros a la vez que arqueaba las cejas.

–Estamos rodeados –dijo Jon Sang dando voz a lo que yo estaba pensando.

–Sí.

–Tu encárgate de eso y a mí déjame los otros.

Asentí. Centrándonos cada uno en una dirección, no nos interrumpiríamos y además no cometeríamos la terrible equivocación de atacarnos entre nosotros. Nos colocamos espalda contra espalda y esperamos.

Entonces llegó Kira respirando agitadamente con Carla sujeta de su mano.

–No… hay… otra… salida… –dijo entre jadeos.

–¿Qué? –exclamó Jon Sang.

Kira tragó con dificultad y repitió:

–Que no hay otra… salida… bueno… sí que la hay pero… está cerrada con… llave…

Suspiré profundamente viendo como todas mis esperanzas se me escapaban como el aliento salía por mi garganta. Jon Sang se echó a reír detrás mía.

–Joder –susurró.

–Ir a dentro y meterle prisa a José, tenemos que largarnos de aquí YA… –le dije a Kira sintiendo como los fríos dedos del terror recorrían mi cuerpo tratando de apoderarse de mí.

Las dos se marcharon desapareciendo entre las sombras. Metros más allá, pude ver como el haz de la linterna de El Cirujano se movía de un lado a otro. ¿Qué coño está haciendo…?

Los post-mortem seguían avanzando. Estaban cada vez más cerca. Diecinueve metros… dieciocho… quince… doce…

–¿Preparado? –inquirió Jon Sang sin volverse.

…diez…

–No –contesté yo apretando el mango frío de la pistola.

…nueve…

Frente a mi se aglomeraba una multitud que sobrepasaba la cincuentena. La suerte era que no estaban alineados y avanzaban desordenados y con varios metros de distancia entre unos y otros.

…ocho…

Jon Sang se volvió y me tocó el hombro. Me volví y vi que me miraba con una sonrisa resignada.

…siete…

–Ha sido un placer… –me susurró.

…seis…

Me ofreció la mano y yo se la estreché.

…cinco…

–Para mí también.

Estaban ya a nuestro alcance. Levanté la pistola, apunté y apreté el gatillo. El destello apareció un leve instante antes de que la detonación resonara por toda la calle alterando la silenciosa noche.

martes, 22 de mayo de 2007

Día 17 - Novena Parte

Aún resonaban los ecos del disparo en mis oídos cuando El Cirujano limpió la hoja del cuchillo en la camiseta del muerto. Los demás seguíamos petrificados en el sitio, aún sorprendidos por la alocada reacción de Francoise y por la rápida respuesta de El Cirujano.

Carla apretó con fuerza allí dónde sus manos sujetaban mis piernas. Detrás mía, Kira y Jon Sang seguían inmóviles y en silencio. Irina, desde el otro lado de la sala, miraba el cadáver con los ojos abiertos de par en par y a punto de salir de sus cuencas.

El Cirujano se levantó, guardó el cuchillo en una funda atada a su cinturón y dijo jocoso:

–Alguien tenía que hacer algo, ¿no?

Nadie respondió e intuí que si yo no lo hacían pronto, la situación se nos podía ir de las manos. Estaba claro que nos había salvado la vida, pero ¿cómo se lo tomarían los demás? Yo sabía que antes o después Francoise nos iba a causar problemas. Desde que mataron a su mujer, no había sido el mismo. Estaba ausente y frío. Pero la manera en la que todo había acabado no era la más ideal, desde luego. Debía intentar calmar los ánimos, intervenir de alguna manera en favor de mi compañero.

–Sí. Nos has salvado la vida.

Esperé unos segundos para ver como recibían aquella declaración y cuando vi que el rostro de Irina se relajaba, aproveché la oportunidad para colocarme al lado de El Cirujano y ofrecerle mi mano. Con el rabillo del ojo detecté una expresión de alivio en Kira, pero, sin embargo, el rostro de Jon Sang era una incógnita para mí, frío e inexpresivo como una estatua de mármol. El Cirujano aceptó mi mano con una cálida sonrisa.

–No hay de que –me dijo apretando con fuerza.

Después, me agaché junto al cadáver y recogí la pistola. Me la metí en la cintura del pantalón y volví a incorporarme.

Era una situación de lo más incómoda para todos (menos para El Cirujano que mantenía su actitud pueril). No sabíamos qué decir o hacer.

–Carla, vete a la puerta de fuera y vigila, anda… –dije yo, tratando de ahorrarle la vista del cadáver y la consecuente conversación que tendríamos que tener sobre su futuro.

Ella me obedeció sin rechistar y la perdí de vista entre las sombras más allá de la luz de los fluorescentes de la sala de espera. Jon Sang y Kira entraron y entrecerraron la puerta para evitar que nuestras voces llegaran hasta la pequeña.

–Podías haberle inmovilizado… –susurró Jon Sang observando con intensidad el cuerpo sin vida de Francoise, tratando de encajar todo aquello.

–Sí, cierto –contestó El Cirujano arqueando las cejas y frunciendo los labios –pero él podía haber apretando el gatillo y ahora sería Max o Kira o tú mismo el fiambre.

Kira se agachó junto al cuerpo y sin quitarle el ojo de encima comentó:

–No era el mismo desde que perdió a Melanie.

–No lo era –estuvo de acuerdo Irina que se había sentado en uno de los asientos de vinilo recubierto de tela.

–¿Qué hacemos con el cadáver? –inquirió Jon Sang. Por su gesto, deduje que había tomado la decisión de seguir adelante y dejar aquello correr.

–Deberíamos sacarlo de aquí –contestó Kira.

–Sí, lo mejor será dejarlo fuera en la calle, lo más lejos posible –corroboré yo.

Irina trajo la manta que Francoise había utilizado hasta entonces y la extendió en el suelo junto al cadáver. Entre El Cirujano, Jon Sang y yo, lo colocamos sobre ella y lo envolvimos. Jon Sang levantó un extremo del rollo y yo el otro y nos encaminamos hacia la salida. Kira nos adelantó y abrió la puerta para dejarnos pasar.

Nunca creí que llegaría a hacer eso. Aquella situación me hacía sentir mal. Envolver un cadáver y sacarlo de allí me traía demasiadas películas viejas a la memoria, en las que los asesinos hacía lo mismo. Yo no era un asesino. Por supuesto, en este caso, no había sido yo. Pero había defendido a mi compañero, justificando su acción. Lo que me convertía en su cómplice. Y a pesar de que estaba convencido de que El Cirujano había salvado mi vida, no podía evitar sentirme culpable.

Nos internamos en las profundas sombras del garaje, yo caminando detrás de Jon Sang. Kira me seguía en silencio. Más adelante, iluminado por la tenue luz de las estrellas, el pequeño cuerpo de Carla se perfilaba junto a la puerta abierta al exterior. Estaba vuelta hacia la calle, oteando con interés.

Nuestros pasos resonaban sobre el hormigón, haciendo eco en el amplio espacio vacío anegado por las sombras. Eché un vistazo sobre mi hombro y no pude ver a nadie a través del hueco de la puerta, dentro de la sala de espera, pero podía escuchar como Irina susurraba algo, si bien no entendí el qué.

Jon Sang alcanzó la salida un momento antes que yo. Cuando pasé junto a Carla, observé en su rostro algo que me llamó la atención. Había un brillo especial en su mirada. Oteaba con mucha atención avenida arriba.

–Espera un momento –le dije a Jon Sang deteniéndome junto a la pequeña. Después me dirigí a ella con una pregunta –¿Qué miras, Carla?

Ella me miró con el ceño fruncido e hizo un gesto con la cabeza señalando la misma dirección que había estado mirando con tanto detenimiento.

–¿No lo ves? –preguntó en un susurro con su dulce voz.

Me di la vuelta y eché un vistazo en la dirección que me había indicado. En un principio no vi nada, pero tras entrecerrar los parpados, para aclarar la vista, pude ver la silueta de una persona que se acercaba hacia nosotros entre las sombras. Venía por el mismo camino por el que habíamos llegado minutos antes, a unos cincuenta metros. Jon Sang lo vio también y me miró con alarma.

Nos quedamos inmóviles, expectantes, observando a la solitaria figura a la espera de ver qué ocurría.

Momentos después pudimos distinguir que tras la primera silueta aparecían más y más, emergiendo de las sombras, con paso lento pero continuo. Y nos llegó el rumor de pies arrastrándose por el asfalto y gemidos quejumbrosos.

El disparo de la pistola de Francoise debía de haberlos atraído hacia nosotros.

Otra vez los teníamos encima…

¡Joder!

Off Topic - Perdón por la ausencia

Quería pediros perdón por no haber escrito en tantos días. La verdad es que he estado muy ocupado y no me ha quedado tiempo para escribir, pero esta semana seguro que cae un capítulo por día, como antes.

Además quiero aprovechar para agradeceros todos vuestros comentarios, aseguraros que los leo todos. De hecho, a veces, algún compañero de trabajo me pilla riendome solo frente a la pantalla del ordenador. Es porque estoy leyendo algún comentario que me habéis dejado sobre el Cirujano :)

En fín, a ver si esta noche me da tiempo y cuelgo el siguiente.... A ver qué tal se toma Max los últimos acontecimientos.

Un saludo.

martes, 15 de mayo de 2007

Día 17 - Octava Parte

La oscura figura de El Cirujano se acercó un paso, sonriendo en silencio. Los tres lo observamos, sin palabras. Sentí un inmenso alivio al ver a mi amigo. Si él estaba bien querría decir que Carla estaba bien también (o eso esperaba yo).

–Os ha costado mucho llegar aquí... –nos dijo con tono irónico. –Desde luego deberíais hablar con la persona que os enseñó ese atajo para que no lo vuelva a hacer.

Bromeando como siempre.

Entonces, una pequeña cabeza se asomó por el hueco de la puerta y miró en nuestra dirección. Sólo podía tratarse de una persona.

–¡Carla! –exclamé rompiendo el silencio de la avenida. No recordé que estábamos en una situación peligrosa que requería sigilo y cuidado, de hecho sí que lo recordé, pero me dio lo mismo. Cuando me vio, echó a correr hacia mi.

Poco antes de alcanzarme, saltó sobre mis brazos abiertos y me dio un fuerte abrazo que me lleno de alegría y me devolvió la sonrisa a los labios. Sus cabellos castaños me tapaban el rostro y su pequeño cuerpo se convulsionaba entre mis brazos en sollozos silenciosos. Arrodillándome en el suelo para ponerme a su altura, le miré directamente a los acuosos ojos y vi un brillo especial en ellos. No lloraba de tristeza, por contra lo hacía de alegría, tanta alegría que las lágrimas anegaban sus ojos. Sus suaves mejillas estaban sonrojadas y fruncía los labios tratando de aguantar los sollozos.

Iba vestida con ropa limpia y nueva y parecía estar en buen estado. Levanté el rostro para mirar a El Cirujano con el semblante serio y le dije:

–Gracias por cuidar de ella.

Él asintió y sin decir más se dio la vuelta y se marchó hacia la entrada de la estación. Me volvía a levantar y cogía a Carla en brazos siguiendo a mi amigo hacia su escondite. Los otros dos me siguieron en silencio.

Atravesamos la amplia entrada internándonos en sombras más espesas, si cabía. Dejé a Carla en el suelo temiendo tropezar con algo y aplastarla contra el suelo. Ella me sujetó de la mano y guió por la oscuridad. Caminamos hacia una fuente de luz velada a excepción de una pequeña grieta. Parecía ser una puerta sin terminar de cerrar. El Cirujano la alcanzó y abrió para entrar. Una oleada de luz blanca se desparramó hacia nosotros iluminando el camino con claridad. No había nada por en medio y podíamos caminar con seguridad hasta la habitación iluminada. Más allá de la franja iluminada no se podía ver nada. Kira y Jon Sang me caminaban detrás mía en silencio.

Entramos en la sala y la luz me deslumbro durante unos segundos. Pero pronto recobré la vista y me encontré con una imagen que me sorprendió pero que, en un principio no sabría decir por qué, no me preocupó lo más mínimo. Francoise estaba de pié, a unos tres metros de mí. Sostenía una pistola automática apuntada hacia mí.

–¿Qué pasa? –inquirió Kira detrás mía cuando chocó contra mi cuerpo. Jon Sang no dijo nada pero se detuvo con el rostro en un rictus de sorpresa.

Carla no se separó de mí. Parecía creer que estaba más segura a mi lado.

La sala parecía ser una sala de espera de la estación. A ambos lados, pegadas a las paredes había sendas filas de sillas de aspecto cómodo. Entre cada grupo de cuatro sillas había una pequeña mesita de metal con viejas revistas apiladas sobre ellas. Empotrados en el falso techo de placas de metal, había unos tubos fluorescentes que iluminaban la estancia con una luz azulada. En el otro extremo de la sala de espera había otra puerta cerrada y que tenía una manta clavada en el centro con la que debían de tapar el cristal para que no escapase nada de luz al exterior. En el lado más alejado de la entrada había otras tres mantas en el suelo que debían de haberles servido de camas y alrededor estaban los utensilios, ropa y bolsa deportiva de nuestros compañeros.

La situación era de lo más siniestra. Al fin habíamos encontrado a nuestros compañeros pero sin embargo nos encontrábamos amenazados por uno de ellos.

–Baja el arma, Francoise –susurré tratando de tranquilizarlo con calma.

Él no parecía responder. Tenía la mirada de un demente. Parecía haber perdido la cabeza.

–¡Están infectados! ¡Por qué les has dejado entrar! –la pregunta iba dirigida hacia El Cirujano, pero no nos quitaba el ojo de encima.

Di un paso al frente y el apretó la pistola gritando:

–¡Quieto! ¡No te muevas o disparo!

–Tranquilo, tío... tranquilo –dije a la vez que alzaba mi mano en un gesto conciliador.

Con la otra mano empujé a Carla hacia detrás y la coloqué detrás de mí.

–¡No lo veis, traen armas para matarnos y comernos! –exclamó señalando el bate que yo sujetaba con la mano con la que había movido a la pequeña.

–Vale... mira... –me agaché lentamente y deposité la barra metálica en el suelo. Me volví hacia Kira y Jon Sang y asentí con la cabeza para que me imitaran. Lo hicieron de inmediato. –Ves... ya está...

–¡No! ¡No está!

La mano con la que sujetaba la pistola le temblaba con peligro. En cualquier momento apretaría el gatillo sin querer y me metería una bala entre ceja y ceja. Debía pensar en algo que lo relajara.

–¿No ves que estamos bien? –le preguntó Jon Sang.

Una gota de sudor resbaló por la sien de Francoise hasta llegar a su barbilla. La mano le temblaba como si sufriera de parkinson, y su tez estaba pálida como la tiza.

Entonces vi como El Cirujano se movía sigiloso pero rápido como un felino hasta colocarse tras Francoise y entonces la punta de un gran cuchillo de caza asomó por la parte delantera del pecho. Los ojos del herido se abrieron de par en par en una expresión de total estupor. Inclinó el rostro para mirar aquello que le había atravesado el torso sobresaliendo a un lado del esternón.

Un momento después sus ojos perdieron el característico brillo que la vida les infunde y su cuerpo comenzó a caer hacia delante sin nada que lo sujetase. A medida que caía la hoja del cuchillo volvió a introducirse en su cuerpo. Cuando el cuerpo sin vida ya de Francoise estaba a medio camino del suelo embaldosado de mármol, los tres pudimos ver como El Cirujano aún sujetaba el arma con el que había acabado con su vida.

En el mismo momento en que el cadáver golpeó el suelo, su dedo, aún pegado al gatillo, sufrió un estertor de muerte y lo apretó con fuerza. La pistola se disparó y la bala abrió un boquete en la baldosa que había justo debajo. El estruendo resonó por la sala, rebotando contra las paredes. Todos pudimos comprobar como el eco tardó unos segundos en desaparecer.

Todos mirábamos con sorpresa a El Cirujano que nos observaba con una ligera sonrisa en la comisura de sus labios.

lunes, 14 de mayo de 2007

Día 17 - Séptima Parte

El humo del cigarrillo ascendía rizándose en volutas por encima de mi mano. Ya no podía dormir más, me sentía muy descansado, así que había tomado asiento en el sofá del oscuro salón a la espera de que llegara el momento de marcharse. Los muebles del silencioso cuarto de estar no eran más que sombras difuminadas en el oscuro espacio frente a mis ojos. Lo único visible nítidamente era la punta ardiente del pitillo que sujetaba entre el dedo índice y corazón.

Jon Sang estaba en el rellano haciendo la última guardia y Kira seguía durmiendo en la cama de uno de los dormitorios del piso.

En la mesa frente al sofá, la botella de whiskey me observaba paciente pero segura de su destino. Alargué la mano y la agarré por el alargado cuello. Me llevé la boquilla a los labios e inclinando la cabeza me di un trago. El licor bajó por mi garganta con el característico quemazón. Era agradable volver a fumar y beber. Después de la comida, era lo que más había echado de menos. Aquellos momentos de tranquilidad e intimidad me gustaban, porque me servían para analizar los últimos giros en mi vida y de aquel modo poder entender mejor lo que me estaba ocurriendo.

Estaba atrapado en este maldito planeta al que hace muchos años llamé hogar. Para colmo de males, el planeta está plagado de no muertos que me persiguen allá donde me ven y seres terribles, víctimas de horrendas mutaciones, desean mi muerte. A todo esto hay que sumarle que he encontrado un amigo entre toda esta locura, un amigo del que aún dudo porque era compañero mío en la prisión por ser un asesino psicópata; he encontrado un compañero en Jon Sang, no se podía considerar como un amigo, pero sí que era un compañero de los que gusta tener cerca; luego estaba Carla, la pequeña y dulce Carla, la niña que había robado mi corazón y mi cariño casi sin decir una palabra; y finalmente alguien que me hizo sentir algo que hacía muchos años que no sentía, quizá fuera encaprichamiento, pero presentía que era algo más. Muchas cosas me habían ocurrido en poco más de dos semanas. Y la mayor parte de ellas en mi interior, uno de los lugares más inexplorados e inhóspitos del universo.

Muchas cosas. Demasiadas...

Me resultaba difícil asimilar tantas emociones agolpadas en la boca de mi estómago.

Pero claro, no tenía tiempo para todas aquellas moñerías. Dentro de poco nos marcharíamos de la seguridad de aquel escondrijo y nos volveríamos a adentrar en las peligrosas calles nocturnas de la ciudad, llenas de no muertos, bestias y aves mutantes.

Una silueta apareció por el quicio de una de las puertas que daban al salón. Kira se había despertado.

–Hola.

–Hola –respondí mientras le di una última calada al cigarrillo y lo apagaba sobre la tabla de madera de la mesa. Terminé el licor de la botella y la dejé sobre la misma mesa con cuidado de no hacer ruido.

–¿Has descansado?

–Sí.

Jon Sang entró por la puerta de entrada al piso y se acercó en la oscuridad como un fantasma.

–Es hora de marcharse.

Kira y yo asentimos en silencio.

Habíamos preparado una bolsa de viaje con algo de comida y varios cuchillos de cocina que habíamos encontrado. Jon Sang se armó con uno que tenía una hoja de treinta centímetros, Kira otro más pequeño y yo con un bate de baseball de aluminio. De esa guisa salimos del piso y bajamos las escaleras hasta el patio. Nos acercamos a la puerta de cristal y asomamos la cabeza al exterior.

Una suave y fresca brisa nos meció los cabellos. La calle estaba en silencio y vacía. No pudimos percibir ningún movimiento. Las inútiles farolas se mantenían erguidas y apagadas a los lados del asfalto como guardianes durmiendo un letargo eterno. En lo alto, las estrellas brillaban sobre un manto negro y la luna aún no había ascendido.

Jon Sang fue el primero en salir rápido y silencioso, avanzando pegado al muro del edificio calle arriba. Kira me agarró de la mano cuando estaba a punto de salir y me giró el rostro con la que tenía libre. Antes de poder preguntar qué es lo que quería, me plantó un beso en los labios, breve pero intenso, y salió detrás de nuestro compañero con decisión. La observé a medida que se iba alejando y difuminando con las sombras reinantes. Antes de perderla de vista, salí con agilidad del portal sin perderlos de vista.

Mi compañero nos guió por las calles, girando a derecha e izquierda cuando lo creía oportuno. Cuando escuchábamos el lejano rumor de los pasos de los post-mortem, él, inteligentemente, nos hacía dar una vuelta, que a pesar de alargar el trayecto, nos mantenía lejos de ellos.

En un par de ocasiones, escuchamos los graznidos de las aves mutantes sobre nuestras cabezas. Las dos veces, nos detuvimos y echamos cuan largos éramos en el suelo, manteniendo la respiración y esperando a que el peligro pasase. Una vez que estábamos seguros de que se había alejado, nos volvíamos a levantar y continuábamos nuestra marcha, rápida pero sigilosa.

Cruzamos una amplia plaza en el centro de la cual había una gran fuente inanimada y con el poco agua que le quedaba estancada y maloliente. En lo alto del monumento había varias estatuas de piedra de los pioneros en la colonización del espacio. En la base había una placa de cobre con una inscripción. Al pasar junto a ella, pude leer lo que decía: “Larson y Davidenkovic, descubridores de nuevos mundos. 3492 a.d.”. Era común encontrar monumentos dedicados a aquellos dos personajes históricos en las colonias.

Tras casi media hora de camino llegamos a una amplia avenida de por lo menos cuarenta metros de anchura. Mirando en ambas direcciones era imposible ver el final o el principio en aquella oscuridad. Comenzamos a remontar la avenida rápidamente.

Jon Sang se acercó a nosotros y nos dijo en un susurro casi inaudible:

–Un poco más adelante está la estación.

Estaba en lo cierto. Unos metros más adelante divisamos un gran edificio de dos plantas. Las paredes eran de placas de piedra blancas con agujeros en las cuatro esquinas de cada una. Un curioso diseño. No tenía ventanas. Y la fachada delantera una gran puerta hacía las veces de entrada de vehículos y peatones. Esta se hallaba abierta de par en par.

Cruzamos los seis carriles del asfalto hasta el lado del edificio y seguimos avanzando, pero con mayor celeridad ya que estábamos al descubierto y no había donde esconderse en caso de emergencia.

–Ya era hora –susurró una voz grave y queda cuando aún nos faltaban unos pocos metros para alcanzar la puerta de entrada.

Los tres nos detuvimos en seco asustados. Una figura salió a nuestro encuentro. Al principio no era más que una difuminada silueta oscura con forma humana, pero a medida que se fue acercando iba haciéndose más clara, hasta que al final pudimos distinguir la pueril pero irónica sonrisa de El Cirujano.

viernes, 11 de mayo de 2007

Día 17 - Sexta Parte

Utilizamos todo aquel día para comer, beber agua y dormir. No hicimos otra cosa que descansar. Nuestros cansados cuerpos lo agradecieron mucho. Mi tobillo lesionado perdió la hinchazón. Después de varias comidas y de beber mucha agua me volvía a sentir con fuerzas. Incluso las magulladuras y cortes que surcaban mi cuerpo parecían perder protagonismo y el dolor se atenuó hasta hacerse casi imperceptible. Era la primera vez que me había enfrentado a una situación como aquella y me sorprendió lo importante que era una buena comida para sentirse bien, incluso de ánimo. Aquellos pasados días en los que habíamos ayunado obligatoriamente y, encima, habíamos tenido que hacer esfuerzos físicos que, aún con los estómagos llenos, nos habrían exhaustado, me habían servido de lección. El límite de las fuerzas del ser humano estaba mucho más lejos de lo que cualquiera creería. Me alegraba mucho de tener aquel paréntesis en el que poder descansar y recuperar fuerzas, pero ahora sé que podría haber aguantado unos días más, si hubiera hecho falta. A pesar de creer que me estaba muriendo, aún me quedaba mucho para perecer.

Comimos cinco veces, pero en pequeñas cantidades. El agua también la tomábamos espaciada, pero al final nos bebimos toda la que había encontrado Jon Sang en los apartamentos; casi nueve litros. Además, dormimos largo y tendido. No lo hicimos de tirón, pero, en periodos de tres horas, se puede decir que nos pegamos el día entero durmiendo. Aún así, seguimos haciendo guardias. La persona encargada de vigilar, bajaba hasta el último tramo de escaleras y sentándose en la parte más alta, casi en la última escalera, oteaba la puerta de cristal del portal. Cada hora y media, terminaba la guardia y despertábamos al siguiente. De este modo, todos dormimos y vigilamos lo mismo.

El sol brilló potente durante todo el día, caldeando el aire y subiendo las temperaturas. Yo también me había cambiado de ropa y me había puesto una camisa y unos pantalones nuevos que había encontrado en uno de los armarios de nuestro nuevo escondrijo. Me había lavado y peinado y ya volvía a parecer un ser humano. Sentía el aire seco y cálido entrando por las rendijas del portal, como el aliento de una bestia del inframundo, mientras vigilaba desde las escaleras el pequeño trozo de calle que tenía a la vista, frente al edificio en donde nos escondíamos.

Pensaba en Carla y en El Cirujano. ¿Estarían bien? ¿Habrían conseguido llegar hasta el punto de encuentro? ¿Nos estarían esperando aún? Todas aquellas dudas se agolpaban en mi mente. Pero ahora, sintiéndome mucho mejor, más vivo, con más ánimo, sabía que si no estaban esperando, los encontraríamos de todos modos. Yo sabía que El Cirujano, en caso de tener que tomar una decisión precipitada, optaría por seguir nuestro plan original y si hacía falta se marcharía con Carla, los dos solos, de camino a la capital del planeta. Si no los encontrábamos en el punto de encuentro, yo sabía que los podría encontrar en el destino final. Todo dependía de que mi compañero, hubiera podido mantenerlos con vida. Estaba seguro de que los encontraría.

Sentí la necesidad de fumarme un pitillo.

Me levanté y subí hasta el segundo piso en donde Jon Sang me había dicho que uno de los apartamentos estaba abierto. Entré en la silenciosa y oscura casa. Las persianas estaban bajadas y solo rendijas de luz entraban en las habitaciones. Los rayos de sol cruzaban las sombras abriendo brechas entre las tinieblas. Entre los haces de luz, danzaban pequeñas motas de polvo en un baile sin fin. Me dirigí hasta el salón, una amplia estancia con los muebles de costumbre. Busqué el armario de las bebidas y lo abrí. Allí encontré botellas de licor empezadas, pero destinadas a pasar la eternidad sin ser vaciadas. Agarré una de whiskey y para mi sorpresa encontré un paquete de cigarrillos entero junto a las botellas. También me lo llevé.

Regresé hasta mi lugar de guardia y tomé asiento en las frescas escaleras. Me coloqué un cigarrillo en la boca y lo encendí. Después de tantos días sin probar mi único vicio, me supo como la golosina más deliciosa que un niño pueda comer. Después, desenrosqué el tapón de aluminio de la botella de licor y me di un trago generoso. El ardiente líquido corrió por mi garganta. A medida que entraba en mi cuerpo, sentí como una calidez se apoderaba de mi ánimo, haciéndome sentir incluso mejor.

–Vaya fiesta que te estás montando –susurró una voz a mi lado.

Me volví sobresaltado y me encontré a Kira, acuclillada a mi lado. Su rostro, más bello y deslumbrante que nunca enmarcado por sus largos cabellos negros que le caían sobre los hombros lanzando destellos y sus intensos ojos verdes me llenaban de una sensación, algo desconcertante, que aceleraba mi ritmo cardiaco y me atenazaba las entrañas.

Le ofrecí la botella. Ella la cogió y, tras tomar asiento junto a mí, se echó un largo trago a la boca.

–Te sentará bien –le dije, si bien me di cuenta después que no habría hecho falta decir nada, lo sabía de sobra.

Le di una calada al cigarro y exhalé el humo por encima de nuestras cabezas.

Kira me miró. Parecía desear decir algo, pero se mantuvo en silencio. Un momento después me quitó el cigarro de los labios y le dio una calada larga. Deduje que no era la primera vez que lo hacía por la expresión de placer que adoptó su rostro durante un breve segundo. Después me devolvió el pitillo y dijo:

–Hacía mucho que tenía ganas de una calada.

–¿Antes fumabas?

–Sí.

–Se nota.

Ella asintió con la cabeza dedicándome una dulce e irresistible sonrisa.

–¿Te encuentras mejor? –inquirí algo inquieto por su intensa mirada.

No me contestó. Sin embargo me quitó el cigarro y lo tiró al suelo aplastándolo después bajo la suela de su zapato. Agarró la botella y la dejó a un lado. Después tomó mi rostro entre sus manos y acercó sus labios hasta los míos. Vi como sus mejillas estaban sonrojadas, sus ojos brillaban y respiraba aceleradamente. Podía sentir el temblor de sus manos en mi rostro. No era muy difícil saber lo que estaba pensando, lo que estaba deseando. Yo deseaba lo mismo.

Nos fundimos en un apasionado beso. Nuestras lenguas danzaron al unísono, mezclándose hasta tal punto que llegó un momento que no pude distinguir cual era la suya y cual era la mía. Mis manos le acariciaban el cuerpo, rozando su suave y cálida piel allá donde no estaba cubierta por prenda alguna.

Sin dejar de besarnos, ascendimos hasta la planta superior y nos tumbamos en el frío y duro suelo embaldosado del entresuelo. Con una mano hundida entre sus cabellos le sujetaba la cabeza y con la otra recorría todo su cuerpo sintiendo como se convulsionaba bajo mi tacto.

Me deshice de la camisa y ella me besó el pecho y el abdomen como si lo tuviera recubierto de algún dulce manjar que la desquiciara. Yo le quité la camiseta y admiré sus voluptuosos pechos con deseo.

Cubierto por su mar de cabellos azabaches hundí mi rostro entre sus pechos acariciando con mi lengua todos aquellos lugares que quería saborear. No pudiendo alcanzar todo su cuerpo al mismo tiempo, ejercité mis dedos, de manera suave pero firme para poder alcanzar todos los centros de placer de aquella mujer que tanto me deseaba y a la que tanto deseaba. Ella me mostraba los lugares prohibidos que quería que yo acariciase a la vez que yo conducía sus dedos hasta los lugares que a mí me hacían sentir un poco más cerca del paraíso.

Poco después nos despojamos de toda la ropa fundiendo nuestros desnudos cuerpos en fuertes abrazos y suaves caricias. Recorrí cada centímetro de su piel con mis labios, no queriendo desperdiciar ni un pequeño hueco de aquel sensual cuerpo que se me ofrecía. Kira quería que la devorara, que la tomara. Me daba su cuerpo y su ser y yo lo tomé excitado, sintiendo como el corazón galopaba dentro de mi pecho como un caballo desbocado.Nuestros sudorosos cuerpos se unieron de la única manera en que dos personas se pueden llegar a fundir en un solo ser. Mezclados en cuerpo y alma. Nuestros cuerpos y nuestras mentes se movían en un único ritmo, grandioso, divino. Sentimos un placer que no era de este mundo, que estaba más allá de todo lo mundano, pero que, estando juntos, estaba a nuestro alcance.

jueves, 10 de mayo de 2007

Día 17 - Quinta Parte

Alguien me dio unos golpecitos en el hombro sacándome de un profundo pero incómodo sueño. Abrí los ojos y me encontré con el desmejorado rostro de Jon Sang observándome con un gesto de preocupación.

–Creía que te habías muerto –me dijo sonriendo –no te despertabas...

–No... –no pude seguir al tener la boca demasiado seca y tosí sintiendo la garganta irritada como si me hubiera tragado papel de lija.

–Toma, bebe un poco.

Jon Sang me alcanzó una botella de plástico llena de fresca agua. La verdad era que no estaba muy fresca, debía estar a temperatura ambiente, pero a mí me sentó como si la acabara de sacar del congelador.

Miré a mi derecha, donde habíamos dejado a Kira, pero no estaba. Mi compañero se percató y se dio prisa en explicarme que había encontrado unos cuantos apartamentos con las puertas abiertas y había montado nuestro refugio en uno de ellos. Después había llevado a Kira hasta allí. Y ahora me tocaba a mí.

Jon Sang no dejaba de sorprenderme.

Me ayudó a levantarme y sujetos del brazo nos marchamos escaleras arriba hasta el primer piso. Una vez en el rellano, me indicó cual era la puerta. Entramos y nos encontramos a Kira, comiendo sentada en un cómodo y muy amplio sofá.

–Hola, Max –me saludo con una cálida sonrisa mientras masticaba un bocado de pan.

–Hola –respondí yo aún con la boca seca.

Me dejé caer en el sofá junto a ella y quitándole la botella de agua a Jon Sang di otro largo trago. Después me dejó una lata de alguna clase de pescado en conserva. Yo la abrí y comencé a engullir su contenido con las manos sin molestarme de conseguir cubierto alguno. Tenía tanta hambre que podría comerme una vaca entera.

–¿No hay más? –inquirí pensando en lo que me gustaría poder hincarle el diente a un buen asado de carne.

–Sí, pero llevamos un par de días sin comer nada –me contestó Jon Sang apoyado en el quicio de una de las puertas que daban al salón –es mejor que no nos pasemos o nos puede dar un empacho.

Yo sabía que tenía razón, pero eso no evitó que sintiera un momentáneo y fugaz ataque de ira. Apreté los labios, cerré los ojos y respiré profundamente. "Tiene razón, escúchale o morirás empachado..." pensé tratando de relajarme. Jon Sang no pareció darse cuenta de mi reacción y se marchó diciendo:

–Voy a echarme un rato, necesito descansar...

–Descansa bien –le dijo Kira sonriente.

¿Por qué le sonreía? ¿Habría pasado algo en el rato en que yo había estado durmiendo en el portal y ella y Jon Sang habían subido al piso?

–¿Te pasa algo? –inquirió Kira. Me había quedado con un trozo de pescado, en la mano, a medio camino de mi boca. –¿No te gusta?

Asentí metiéndome la comida a la boca y tragando casi sin masticar. Bebí otro trago de agua y sentí como el líquido bajaba por mi garganta y caía en mi estómago que ya había dejado de quejarse por el vacío que había sufrido durante los pasados dos días.

–¿Te encuentras mejor? –le pregunté tratando de cambiar de tema y distraer mi mente que ya, un poco más recuperada, volvía a desvariar y a desconfiar.

–Sí, estoy mucho mejor. ¿No me lo notas?

La verdad era que sí que lo notaba, pero aún dudaba de que lo que veían mis ojos era realidad y no una alucinación. Había visto tantas veces, en mi mente, el momento en que me metía algo de comida a la boca, que ahora que ocurría de verdad, seguía sin estar seguro de que no fuera un sueño. Las mejillas de Kira habían recuperado algo de color y las ojeras no eran tan profundas. Se había vestido con una camiseta limpia de color azul oscuro y unos pantalones vaqueros limpios también. Se había lavado la cara y peinado el cabello. Estaba deslumbrante... o era la luz que entraba por la ventana justo tras ella. Fuera como fuese, parecía brillar ante mis ojos maravillados.

Terminé de comer y descansé la espalda en el respaldo del cómodo sofá. Kira se acercó hasta pegarse a mí y entrelazó nuestros dedos. Era una situación de lo más extraña. Hacía mucho tiempo que no sentía a una mujer tan cariñosa pero la situación no parecía ser la más propicia para ello. A pesar de todas mis reticencias y dudas, no dije nada y simplemente disfruté del aroma que ascendía de su cabellera y del calor que me daba su cuerpo.

–¿Cómo crees que estarán los otros? –me preguntó en un susurro.

–Pues no lo sé...

–Espero que estén bien.

–Yo también.

Carla me vino a la cabeza como si un dardo venenoso se me hubiera clavado en el corazón. Las penurias de estos días me habían hecho olvidar a los otros. Era cierto que deseaba que estuvieran bien, sobre todo El Cirujano y Carla, la pequeña y dulce Carla. Confiaba en que su compañero, El Cirujano, esté cuidando de ella como si fuera su propia hija.

–¿Crees que aún nos esperaran en el punto de reunión?

–No lo sé –contesté preguntándome lo mismo: Si han llegado, ¿nos esperarán?

–¿Tu lo habrías hecho?

Aquella pregunta me llegó como un mazazo en la cabeza. No supe que contestar. Abrí la boca pero me quedé en silencio, sin saber qué decir. Si era sincero, le sentaría mal, por supuesto, pero si mentía... no quería mentirle a Kira, a ella no. ¿Pero qué podía hacer? Quizá la verdad no fuera lo más apropiado en aquella situación.

Kira apartó la cabeza para poder mirarme a los ojos. Tragué saliva y traté de mantener su mirada. Pero era muy penetrante y pasados unos segundos, aparté la mirada, tratando de disimularlo bebiendo un trago de agua de la botella de plástico.

Me agarró de la barbilla y obligó a mirarle. No me resistí. Que sea lo que tenga que ser.

–No te preocupes, –me dijo –yo tampoco habría esperado...

¡Joder!

martes, 8 de mayo de 2007

Día 17 - Cuarta Parte

Kira se apretó todo lo que pudo a mí y me preguntó:

–¿Qué ocurre? ¿Por qué te paras?

–He llegado al final. Espera...

Tenía que haber alguna manera de salir. Siempre la había.

Empuñando el destornillador que aún sujetaba en mi mano, traté de pasarlo por el hueco de las rendijas, pero no cabía. Con la parte metálica de la herramienta metida por el agujero, hice palanca hacia abajo doblando la tira inferior y agrandando el agujero.

¡Eso es! ¡Ahí está la clave!

Seguí haciendo fuerza hasta que el agujero fue lo suficiente grande para que pasara mi mano. La saqué fuera sintiendo el aire fresco revoloteando entre mis dedos. Tanteando con la otra, encajé la punta del destornillador en la cabeza del tornillo y comencé a girar y girar haciendo acopio de todas las fuerzas que pude. No era un movimiento sencillo, debía hacer toda la fuerza con la muñeca y entre el dolor de mis quemaduras y el cansancio que sentía, me resultó difícil pero no imposible, claro está. El arduo deseo de escapar de aquel conducto estrecho, oscuro y lleno de cucarachas me daba fuerzas y ánimos para seguir girando.

Al fin el tornillo salió del agujero y desapareció de mi vista, cayendo hacia abajo. No escuché como golpeaba el suelo, lo que me recordó que estábamos a una altura considerable. Habría que tener mucho cuidado al bajar, sobre todo porque no había espacio suficiente para darse la vuelta e íbamos todos de cara. Pero cada cosa a su debido tiempo, aún me quedaban otros tres tornillos por quitar.

El siguiente me costó más trabajo, pero en un par de minutos lo conseguí quitar.

Mientras me ponía con los dos restantes, oteé el exterior oscuro y silencioso. Parecía que los post-mortem que habían quedado fuera de la tienda habían continuado con su camino. Solo unos pocos se habían quedado atrás, dentro del local. Era una suerte, porque de otro modo, no podríamos salir por ahí.

El tercer tornillo cayó al vacío.

Kira apoyó su mano en mi pierna. La sentí caliente a través de mis pantalones sucios y maltrechos.

Una gota de sudor resbaló por mi frente, bajando por mi entrecejo y acabando en la punta de mi nariz. Me hacía cosquillas, así que soplé para que cayera. Tanto me estaba distrayendo con el picor que el mango del destornillador se me resbaló de la mano y cayó sin que hubiera terminado de quitar el último tornillo.

–¡Joder! –exclamé en un susurro.

–¿Qué pasa? –inquirió Kira apretando mi pierna.

–Nada, nada...

¿Nada? Lo que pasa es que soy el capullo más patoso del mundo... de este por lo menos...

Apreté los labios y fruncí el ceño, pensando en la posible solución a mi nuevo problema. Agarré la rejilla por el hueco y la moví de un lado a otro. Cedía ligeramente.

–Kira.

–Dime.

–Empújame –le dije sujetando con fuerza el panel metálico por el hueco. –Con todas tus fuerzas.

Yo, al mismo tiempo, hice presión hacia delante también. Entre los dos ejercimos suficiente fuerza como para doblar el metal hasta que quedó sujeto por el último tornillo pero abierto como una puerta con un gozne extremadamente duro.

Ahora venía lo difícil. Bueno, difícil no, doloroso.

Me arrastré hacia delante hasta tener medio cuerpo asomando fuera del conducto. El suelo parecía estar a más distancia, sin embargo no dejaba de ser un efecto causado por la oscuridad. Coloqué una mano a cada lado del agujero, en el mismísimo borde. Sintiendo como me daban punzadas de dolor en las quemaduras. Aguantando mi peso con los brazos, saqué las dos piernas y me dejé caer los dos metros y medio. Adelanté el pie que no tenía lesionado y caí con él, rodando por el suelo. Me magullé un poco, pero por lo menos, mi tobillo hinchado no había sufrido el golpe.

Me volví a levantar rápidamente y alzando los brazos indiqué a Kira que se dejara caer. Le agarré de los brazos y después de las axilas. De aquel modo la sujeté cuando sus piernas perdieron el apoyo. Después, entre ella y yo, ayudamos a Jon Sang a descender del mismo modo.

La calle estaba silenciosa y llena de sombras. Una débil y menguante luna brillaba en el cielo sobre nuestras cabezas. Y la suave brisa nos mecía los cabellos, refrescando nuestros doloridos y cansados cuerpos. Los altos y silenciosos edificios nos oteaban desde las alturas como petrificados guardianes gigantescos.

Jon Sang hizo un gesto con la cabeza para que lo siguiéramos y nos marchamos rápidamente sin hacer ruido para no alertar a los post-mortem que seguían dentro de la tienda. Desde el interior del local nos llegaba ruidos de artículos cayendo al suelo y los característicos quejidos y gemidos de los no muertos. Debíamos movernos.

Sentí como se me ponía la piel de gallina por la espalda desnuda. El frescor del viento, era demasiado para mi torso desnudo. Sin embargo, en aquellos momentos lo único que me preocupaba era escapar de allí lo antes posible. Ya me preocuparía del frío después, cuando estuviéramos a salvo. No dejaba de visualizar en mi mente un suave y mullido colchón. Podía incluso sentir el olor a la tela de algodón. También me venían a la cabeza imágenes de platos rebosantes de carne asada y humeante, vasos de vino rojo como la sangre y pasteles de nata y chocolate. Casi podía notar el saber en mi boca de todos esos manjares.

Kira, que avanzaba delante de mí se tropezó en un bordillo y cayó al suelo dándose un buen golpe en el costado. Me arrodillé a su lado y Jon Sang nos observó de pie junto a nosotros, mientras lanzaba nerviosas miradas en todas direcciones, temeroso de que volvieran a aparecer nuestros perseguidores.

–¿Estás bien? –pregunté sujetando su cabeza.

–¿Está bien? –inquirió Jon Sang, a la vez, en un susurro.

–No lo sé –respondí nervioso. Los ojos de Kira estaban cerrados, pero su pecho ascendía y descendía despacio. Respiraba profundamente como si estuviera dormida. –Debe de haberse desmayado.

–Perdió mucha sangre por la herida y no hemos comido en varios días...

–Sí –me dejé caer a su lado, sentándome en el cálido asfalto. Dejé caer los hombros y arqueé la espalda. Yo también estaba hecho polvo. Alcé la mirada para observar a mi compañero y por la expresión de su rostro, él sentía lo mismo.

–Vamos, Max, buscaremos un escondite y comeremos algo.

Asentí y haciendo un esfuerzo tremendo, me levanté. Entre los dos alzamos a Kira y nos pusimos uno a cada lado. Pasamos sus brazos sobre nuestro cuello y la sujetamos por la cintura.

Unos minutos después, al borde de la extenuación, encontramos la entrada a un portal abierta. Accedimos a él y nos escondimos tras el primer tramo de escaleras, donde no nos podía ver desde la calle.

–Tú quédate aquí con ella, yo voy a ver si encuentro una puerta abierta –me dijo Jon Sang.

Nunca me ha gustado que me dieran órdenes, pero, por esta vez, lo pasé por alto. Estaba tan cansado que no tenía ganas ni de contestarle. Asentí y vi como se marchaba, como lo engullía la oscuridad... ¿o eran mis parpados que se cerraban como movidos por una fuerza externa e implacable?

domingo, 6 de mayo de 2007

Día 17 - Tercera Parte

Los tres nos reunimos alrededor de la lumbre oteando las alturas. El techo no era muy alto, estaría a unos dos metros y medio de altura. La rejilla no era muy ancha, pero lo suficiente como para pasar. Era una posibilidad y en aquella situación, cualquier posibilidad era bienvenida. Además, si el humo no se había acumulado en el almacén, era porque el sistema de ventilación no estaba obstruido.

Jon Sang, ya recuperado del todo, cogió una de las piezas metálicas y la envolvió con una camisa blanca. La colocó sobre el fuego hasta que esta prendió. Alzó el brazo acercando la llama de la improvisada antorcha a la rejilla y los tres observamos con atención y esperanza. Las lenguas de fuego lamieron el acero inoxidable y al momento giraron siguiendo la corriente, tragadas dentro del conducto. Si había corriente, estaba claro que había una salida.

–Vamos, ayúdame con eso –me dijo Jon Sang entregando la antorcha a Kira y acercándose a una de las estanterías metálicas. Entre los dos la arrastramos hasta colocarla debajo de la entrada del conducto de ventilación. La sujetó con fuerza y me dijo: –Ahora sube y mira a ver si puedes quitar la rejilla.

Asentí, apretando los labios y observando la pieza metálica con preocupación. Era más fácil decirlo que hacerlo, siempre lo era...

Sujetándome con fuerza a los estantes, ascendí con cuidado. Kira se colocó al otro lado de la estantería y con la mano que tenía libre hizo fuerza para mantenerla quieta. Cada vez que hacía fuerza para subir otro estante, sentía como el armazón temblaba bajo mi peso. Aguantaría, pero la base no era muy amplia y era fácil que se venciera. Con tranquilidad y sumo cuidado, seguí subiendo hasta llegar a la cumbre. Me di cuenta entonces que para alcanzar el techo tendría que soltar las manos y aguantar únicamente con los pies.

Antes de soltarme, eché un vistazo a la rejilla y comprobé que estaba atornillada al techo por cuatro tornillos de estrella.

–Está atornillado –informé a los de abajo, alzando una mano y tratando de girar con los dedos una de las pequeñas piezas metálicas. No pude, estaba demasiado apretada.

–¿Qué clase de tornillos? –inquirió Jon Sang con prisa.

–De estrella.

–Vale, aguanta un momento, ahora vuelvo... –sin darme oportunidad a rechistar, soltó la estantería y se marchó hasta una de las que seguían estando contra la pared. Yo haciendo fuerza con la mano contra el techo, guardé el equilibrio.

Jon Sang agarró la caja de herramientas que había en un estante y tras dejarla caer sobre el suelo embaldosado la abrió. Rebuscó durante unos segundos hasta que encontró lo que quería. Regresó hasta mi lado a la carrera y me alcanzó un destornillador con mango de goma.

–Mira a ver si esto te sirve –dijo a la vez que yo se lo quitaba de la mano y me agarraba rápidamente a la estantería al sentir que me caía.

Respiré profundamente y volví a alzar la mano, esta vez empuñando la herramienta. Mi mano temblaba y tenía problemas para atinar con la punta en la cabeza del tornillo. Entre la postura que tenía: un pie en un estante, la punta del otro en el estante superior, la mano izquierda, plana contra el techo, haciendo fuerza para aguantarme, el cuerpo inclinado hacia detrás y con la mano derecha tratando de atinar en el tornillo; y los continuos golpes contra la puerta metálica que no cesaban, me resultaba muy difícil concentrarme.

En los casi dos días que llevábamos encerrados en aquel almacén, oscuro y húmedo, no habían dejado de golpear la puerta. Seguían siendo varias manos las que golpeaban con fuerza pero sin eficacia. Estaba demostrado que los post-mortem no se cansaban nunca, o por lo menos, sus niveles de resistencia estaba muy por encima de los de un simple ser humano (vivo, claro está).

Por fin, atiné y haciendo acopio de todas las fuerzas que pude, giré y giré el tornillo hasta que este cayó al suelo, tintineando sobre la baldosa blanca.

–¡Bien! –exclamó Jon Sang animado.

–Sí, sigue así –me instó Kira con una cálida sonrisa en el rostro. Bajo sus grandes y preciosos ojos, habían aparecido dos ojeras oscuras. Su rostro parecía más delgado y los pómulos sobresalían más de la cuenta. Quizá solo fuera el efecto de la mala iluminación y las llamas danzantes, pero parecía estar llegando al límite de sus fuerzas.

Yo, en cambio, me sentía bastante bien. El estómago no me dolía y las nauseas habían desaparecido. Lo único que me molestaban eran las quemaduras de las manos, pero no era más que un lejano rumor que no llegaba a desconcertarme lo más mínimo. Debía ser efecto de la adrenalina que había segregado mi cuerpo cuando me entró aquel ataque de locura y destrocé la cabeza de JB. No quería ni pensar en como me iba a sentir una vez el efecto desapareciese... Incluso el tobillo parecía no doler lo más mínimo, a pesar de que lo sentía inflamado.

Terminé con el último tornillo de la rejilla y esta se deslizó del hueco y gracias a que aparté el rostro a tiempo evité que me golpeara. Cayó al suelo con un estruendo.

–Bien hecho –me felicitó mi compañero.

–Vamos a ver si hay una salida de esta mierda de agujero... –dije, más para mí que para ellos y agarrando los dos extremos del oscuro agujero, me aupé, no sin dificultad, hasta tener medio cuerpo dentro. –¡El conducto es lo suficiente ancho para pasar! –les informé gritando –¡Puedo sentir la corriente de aire!

Me deslicé por el estrecho túnel de paredes metálicas que se abombaban y quejaban bajo mi peso pero no cedían. Casi no había avanzado nada cuando me quedé completamente a oscuras. Apretando mi brazo todo lo que pude contra mi cuerpo, alcancé el bolsillo de mi pantalón y saqué el mechero. Lo sujeté un palmo frente a mi rostro y encendí la llama. Me atacó una oleada de claustrofobia y sentí como mi corazón se aceleraba y el sudor comenzaba a aflorar por mi frente.

–Relájate, Max, no seas capullo –me susurré a mí mismo, respirando profundamente.

Una vez dominé mis nervios, comencé a moverme en la única dirección en la que se podía ir, que obviamente coincidía con la dirección que seguía la corriente de aire.

Escuché como subía otro por la estantería y se aupaba dentro del conducto.

–Te sigo, Max –me llegó la voz de Kira, rebotando por las estrechas paredes metálicas.

Seguí arrastrándome unos metros hasta que tuve que apagar el mechero porque se había calentado demasiado. Vuelta a la oscuridad. Todas estas experiencias van a acabar creándome una fobia a la oscuridad.

Algo pequeño y escurridizo me rozó el antebrazo. Lo aparté con rapidez y esperé en silencio. Podía escuchar como pequeñas y delgadas patitas correteaban sobre el panel metálico. Supuse que se trataba de una cucaracha o insecto similar. Preferí no encender la luz para comprobarlo.

–¿Ocurre algo? –preguntó Kira tocándome la pierna con su mano.

–No.

Sin decir más, continué hacia delante, la única dirección que se podía seguir.

Alcancé un hueco en el suelo, cerrado con una rejilla como la anterior. Eché un vistazo hacia abajo y pude ver el interior del local. Habíamos salido del almacén y entrado en el techo sobre la tienda. Al menos dos docenas de oscuras sombras se movían entre las estanterías de productos. Todo estaba oscuro, lo que me sugería que era noche cerrada. Me volví hacia detrás y susurré lo más bajo que me permitió mi voz:

–Silencio.

Después continué avanzando.

Entonces escuché como las tripas me rugían y como una sensación de vacío me llegaba desde el estómago. Tenía la boca seca y pastosa. Los brazos me dolían y las palmas de las manos me escocían. El tobillo comenzó a palpitar dolorido. Y sentí como un cansancio extremo se apoderaba de mi mente. Tenía ganas de dormir, de descansar.

Por fin, alcancé el final del conducto, bloqueado por otra rejilla de similares características.

–He llegado al final –susurré a los que me seguían por detrás.

Intenté empujar la pieza metálica pero estaba bien sujeta a la pared. Los tornillos, como en las otras, estaban por la parte exterior y mi mano no cabía entre las rejas.

¿Y ahora qué?

viernes, 4 de mayo de 2007

Día 17 - Segunda Parte

Jon Sang comenzó a recuperar el color en su rostro, sin embargo se trataba de un color malsano y morado. Se estaba asfixiando. La tenaza que le apretaba la garganta estaba consiguiendo evitar que pasase el aire. Nos miraba suplicante tratando de pedir auxilio sin conseguir que palabra alguna saliera de su boca.

Yo me giré avanzando hacia el fuego, tenía una idea. Mientras Kira se lanzó contra el nuevo post-mortem y le propinó una fuerte patada en el rostro. Sonó un crujido, pero JB ni se inmutó. Su mano seguía apretando y él seguía observándonos con aquella mirada vacía pero asesina.

Kira repitió el golpe, una y otra vez hasta que la mandíbula de JB se deformó sobresaliendo hacia el lado derecho completamente dislocada, pero él seguía como si nada, apretando la mano sin inmutarse.

Yo, tras agarrar lo que estaba buscando y sin percatarme del dolor que subía por mis manos, me di la vuelta y regresé.

En el último golpe que Kira le propinó, JB alzó su mano libre y le agarró del tobillo. Ella perdió el equilibrio y cayó hacia detrás golpeándose la espalda contra el duro suelo embaldosado.

Alcancé al post-mortem y de un movimiento rápido liberé el tobillo de mi compañera. Después alcé los brazos empuñando la pieza metálica. Se trataba de una de las que había utilizado para mantener el fuego controlado, una de las piezas de repuesto de las estanterías de la tienda. Era una pieza metálica, lacada en blanco, de cuarenta centímetros de largo y en forma de ele. Sin pensármelo ni un segundo descargué un fuerte golpe contra el rostro pálido del no-muerto. Descargué otro y otro y otro. Y continué golpeando y viendo como su cabeza se iba deformando a cada golpe y la sangre iba saltando en todas direcciones, manchándome el torso desnudo y bañando a Jon Sang que seguía tratando de zafarse.

Golpeé y golpeé.

Sentí como un terrible odio y embrutecimiento me nublaba los pensamientos. Todas las penurias, todo el miedo, todos mis deseos de venganza se canalizaron en aquella pieza metálica que descargaba una y otra vez sobre la masa informe de carne y huesos.

Las manos me dolían ya que el metal estaba ardiendo (lo había cogido del fuego), pero yo no lo notaba. Lo único que sentía era una inmensa satisfacción por poder acabar con uno de los seres que tanto me habían perseguido durante estos días.

Era como si acabando con aquel post-mortem me estuviera vengando de todos ellos.

Jon Sang sintió como la mano se aflojaba en su cuello y se apartó de un salto, tosiendo y tragando aire desesperado. Se arrastró hasta la pared y apoyado allí trató de recuperar el aliento.

Mientras yo seguía golpeando y golpeando.

Comenzaron a saltar chispas a cada golpe, clara indicación de que el metal había alcanzado las baldosas del suelo, pero yo, inmerso en otro mundo, continué sin detenerme. Mi respiración se volvió acalorada y los músculos de mis brazos comenzaban a quejarse, sin embargo yo seguía. Unos terribles nubarrones negros habían ofuscado mi mente y no podía detenerme.

Kira se levantó y me tocó el brazo, llamándome por mi nombre.

Yo, instintivamente, me volví hacia ella empuñando la pieza metálica, preparado para lanzar un golpe mortífero en su dirección. Pero me detuve en el último momento al verla.

–Soy yo –dijo ella en un susurro.

El pecho me subía y bajaba mientras respiraba de manera agitada. Gruesas gotas de sudor me resbalaban por la frente, por el cuello, por la espalda y por el pecho. Los músculos de mis brazos estaban hinchados por el esfuerzo y sentía como me daban pinchazos. Las manos me dolían de las quemaduras que me había producido el metal candente. Podía ver destellos y chispazos delante de mis ojos. Incluso habría jurado que todos los ruidos a mi alrededor se habían silenciado y lo único que podía escuchar con claridad era un zumbido continuo y molesto.

–Max... –espetó Jon Sang en un hilillo de voz habiendo perdido el color malsano de su rostro.

Yo giré mi cabeza al escuchar mi nombre y lo miré extrañado. Por fin razoné, volví a tener conciencia de mí y de mis actos y a continuación solté el arma que sujetaba con mis manos. Esta cayó al suelo estrepitosamente.

Aún cansado y respirando con dificultad, arrastré los pies hasta la esquina más alejada y me desplomé en el suelo. Había estado a punto de hacer daño a Kira. Hubiera hecho daño a cualquiera que me hubiera encontrado delante. ¿Cómo podía haber llegado a ese extremo? El odio y miedo que había acumulado en estos días había controlado mis actos.

Kira se acercó a Jon Sang para asegurarse de que se encontraba bien. Este le dijo que estaba bien, que sólo necesitaba descansar un poco. Después tras echar un par de prendas de ropa al fuego, para evitar que se apagara, se acercó y tomó asiento junto a mí.

–Hola.

–Hola –susurré avergonzado. No era capaz de mirarle a los ojos. He estado a punto de matarte...

–¿Qué tal estás?

–Dolorido... pero más calmado.

–Mejor –su voz sonaba seca y distante.

Pasaron unos instantes en los que ninguno de los dos hablamos. Yo me observaba las palmas de las manos, tenía dos quemaduras que las cruzaban de abajo a arriba. No eran graves, pero cuando me terminara de relajar, seguro que me escocían de lo lindo.

–Antes de que se consuma la ropa que acabo de echar –dijo Kira rompiendo el silencio y cambiando de tema –habrá que apagar el fuego. Sino al final acabaremos por asfixiarnos.

Estaba de acuerdo con ella, pero no me gustaba la idea de volver a sumirnos en la más absoluta oscuridad. Suspiré tratando de ralentizar el ritmo de mi corazón que aún palpitaba alocado dentro de mi pecho.

–No parece que huela mucho aún –le dije yo, tratando de ganar algo más de tiempo. No temía a la oscuridad, pero cuando volviésemos a estar envueltos en ella, regresaría la desesperación y no quería que eso ocurriese.

–Tienes razón –me contestó Kira olisqueando el aire y elevando la mirada hacia el techo. –¿Qué coño es eso?

Alzó su mano y señaló algo en lo alto. Yo seguí la dirección que marcaba su dedo extendido y vi una rejilla de medio metro de anchura y altura.

–El conducto de ventilación –le contestó Jon Sang desde el otro lado de la sala con una amplia sonrisa en el rostro.